Advertencia

Ahí estaba yo, sentado frente al televisor, recibiendo los destellos de cada uno de sus cuadritos tricolores, molestado por su sonido que poco combinaba con el ventilador de la laptop, el cual seguramente debía reemplazar. Los audífonos en las orejas estaban solo ahí por negligencia; y mi mirada… podía estar en cualquier lado pero realmente se posaba en mis adentros, es extraño como la gente menciona que Sutano o Mengano anda ‘con la mirada perdida’ cuando está justo detrás del nervio óptico.

Apoyado contra la pared, mi cuello sufre el desgano que me acompaña desde hace un par de semanas, poco a poco los músculos van formando alianzas, y esas contracturas no permiten que la sangre oxigene mi cerebro adecuadamente, estoy de mal genio. No he obtenido trabajo en estos días, aparentemente todo el mundo requiere contratar personal para atención al cliente. Nunca he sido bueno con la gente, me va mal; en las entrevistas no lo puedo ocultar, la competencia asiste en terno y tal vez por eso no recibo la cortesía del ‘no nos llame, nosotros le llamaremos’.

Dos meses atrás perdí mi trabajo debido a la automatización de los sistemas de distribución en bodegas, yo guardaba el inventario, era de los importantes pero ahora no era necesario, desde que la persona le decía al Siri de su iPhone lo que quería hasta que el cliente ponía su pulgar en la tablet del repartidor, todo estaba automatizado.

Ahora tenemos semáforos donde antes hubo policías, máquinas expendedoras donde antes estuvo Doña Rosita, instagram con doce empleados donde antes estuvieron los dos millones de Kodak, software de detección de voz donde hubo secretarias, por Dios yo compré mi último libro en internet, para escucharlo en una computadora. ¿Será que hay una tendencia natural a la automatización?

Siempre le eché la culpa a la codicia de los millonarios, dueños de grandes empresas que preferían esclavos electrónicos que no reclamaran su seguro social, ni buscaran salir temprano para dormir, o pasar con su familia, ni hablar de jubilarse. Pero ahora me veo a mí como en estado de hibernación, respirando casi sin darme cuenta, dejándome llevar por pensamientos aleatorios como una máquina cuando procesa uno de sus tantos algoritmos. Desmotivado, siento como yo también me estoy automatizando, si no me molestara mi familia, si ese teléfono no sonara, si el chat no emitiera ese fastidioso sonido que me obliga a atender, estoy seguro que seguiría quieto sobre mi estación, esperando una nueva orden, ahorrando toda la energía posible, quejándome solamente cuando me estoy quedando sin batería…

Esa queja (y ésta) son solo una advertencia.