Cómo incrementar becarios sin becas: aclaraciones penosas pero necesarias

No hay becas para estudiar un posgrado en el exterior. La Senescyt ha informado que en 2018 apenas se entregaron 400 y «espera» que hayan 500 en 2019. Esto contrasta enormemente con lo entregado por el gobierno anterior (su promedio anual fue de 1 250, entre 2006 y 2014). No hay culpables —un menor presupuesto obligó a restringir las convocatorias en 2015—, pero hay víctimas. Quienes se gradúen en 2019, tendrán menores oportunidades de estudiar en el extranjero respecto a quienes se graduaron en años previos.

Una beca para estudiar afuera —decía un amigo— es ideal en estos tiempos de recesión. A las universidades locales les interesa: el éxito de sus graduados se traduce en buenos indicadores y en publicidad para atraer a más estudiantes. Diría que no le conviene al Estado (por la fuga de cerebros), pero la realidad es que Ecuador tampoco puede acoger a tanto genio. Según cifras de la Senescyt, 1 de cada 4 becarios retornados no consigue empleo.

La solución es que las becas nos las den desde el exterior. Durante el último mes, busqué opciones y constaté lo obvio: tengo más oportunidad de conseguir financiamiento aplicando a un doctorado que a una maestría. Sin embargo, también me di cuenta que muchas universidades aceptarían que una persona salte directamente del pregrado a la investigación. En términos estrictamente monetarios, no conviene hacer una maestría. Entonces queda la pregunta, ¿qué pueden hacer las universidades para ayudar a sus graduados a ir directamente al PhD?

Informar sobre requisitos de posgrado

La Universidad de Columbia Británica (Canadá) requiere que los estudiantes de Ecuador se hayan graduado con un promedio de 9/10. En Warwick (Reino Unido), el requisito es un promedio 8/10. Conocer la oferta académica relacionada a mi carrera, junto con estos pequeños detalles, hace que el estudiante se pregunte acerca de la posibilidad de estudiar en el extranjero. Por absurdo que suene, mucha gente piensa no estar calificada para el reto y es algo que las universidades pudieran corregir.

Mejorar el nivel de inglés

Suena absurdo repetirlo, pero no se pone suficiente empeño en que los graduados hablen, escriban, entiendan y escuchen inglés. Tener los puntajes mínimos necesarios, en pruebas como TOEFL o IELTS, te abre las puertas a universidades en Canadá, Reino Unido, Holanda, Suiza y Alemania. Aunque no es el idioma oficial, un gran número de universidades ofrece programas en inglés. Estarán feliz de recibirte si puedes expresarte como gente. Esto también será clave al momento de presentar la carta de intención.

Integrar a los estudiantes en proyectos de investigación

Las universidades extranjeras están dispuestas a aceptar a recién graduados en un programa doctoral. La condición es que los chicos hagan maestría y doctorado o tengan experiencia previa en investigación. En ciencias biomédicas, es clave aprender técnicas de laboratorio. En otras carreras, hay exigencias similares. Un sueldo mínimo por hora beneficiaría a universidades y estudiantes, especialmente si las oportunidades se enfocan en los mejores prospectos.

Enseñar a los profesores a escribir recomendaciones

Punto clave: los docentes no saben escribir cartas de recomendación. Más grave aún, muchos todavía tienen miedo de aventurarse a hacerlo en inglés. Las aplicaciones académicas tienen un lenguaje propio. Una carta codificada adecuadamente puede hacer la diferencia entre candidatos igualmente calificados. Personalmente, me ha sido difícil encontrar personas que sepan hacerlo y, por ello, creo que es urgente que se aborde este tema de manera sistemática en todas las universidades.

Entregar títulos y reportes académicos en inglés

La traducción es casi siempre obligatoria. Los estudiantes gastan tiempo y mucho dinero en un trámite que las universidades podrían implementar virtualmente sin esfuerzo.

Apología al grafiti del Metro

Quito empezó la semana con ruido. Los capitalinos alargaron el domingo, día en que se enteraron sobre el nuevo grafiti en el vagón del Metro. Cerca de veinte «individuos», dice el diario, irrumpieron en el garage del juguete preferido del alcalde, ataron al único guardia presente y rayaron VANDALS! El municipio ha ofrecido una recompensa para quien ayude a la captura de los responsables.

Municipio busca a responsables de atentado vandálico contra el primer tren del Metro de Quito. Fotos: Diego Pallero / EL COMERCIO

El alcalde, Mauricio Rodas, y los grafiteros son enemigos desde que al primero se le ocurriera declararles «guerra». En mayo de este año, se anunció una inversión de medio millón de dólares para limpiar la ciudad de «pintura vandálica» al tiempo que se anunciaba una sanción de uno a cinco días de prisión para quien grafitee. Penas por concesiones: Rodas anunció que habilitaría 80 espacios públicos para que se los rifen entre los colectivos. Si no es arte, a otra parte.

Como era de esperarse, en menos de lo que demora una historia de whatsapp, los quiteños se volvieron expertos en lo que es y no aceptable. La gran mayoría condenó el atentado contra el Metro y escribió con mayúsculas contra quienes osaban enfrentarles. Una amiga en Facebook: «Tanta marihuana te fundió las neuronas. Un acto criminal como este no se felicita, se condena, los bienes públicos es de todos no solo de marihuaneros apestosos que quieren ‘salvar el mundo’ a punte spray».

Evidentemente, hay cosas condenables en el acto: la irrupción a la propiedad privada, el uso de fuerza contra el guardia, la misma pintada (hasta por fea). Condenable, sí. Incluso ilegal; los autores lo sabían. Sin embargo,  marcaron el casco del vagón con sus nombres antes de huir de los disparos al aire, ¿por qué?

Grafitis en el vagón del Metro de Quito

Resulta ser que Shuk, Skil y Suber no son pseudónimos locales, sino importados del colectivo urbano VSK Crew. El «atentado» al Metro era, en realidad, un homenaje. Estos tres grafiterios murieron hace unas diez semanas atropellados por un tren del Metro de Medellín. Momentos antes, les circulaba la adrenalina por pintar otro tren estacionado. En la cuenta de Facebook de uno de los chicos, dice El Comercio, había un dibujo que ilustraba la misión del colectivo: Se ve a dos jóvenes encapuchados listos para entrar a una estación.

¿Qué se supone que digamos? ¿»Lindo gesto»? No me interesa esa respuesta. Por una parte, nos enerva que alguien dañe nuestro juguete nuevo antes de haberlo usado. Segundo, la razón nos asiste: este es un bien comunal. Sin embargo, quisiera recordarles que el metro va a funcionar igual, sin importar como se vea. No podemos decir lo mismo del Quito público: baches en calles y aceras, privatización del espacio público, basura que rebosa (cuando todavía hay contenedores), ¿a quién le conviene esta obsesión con el graffiti?

Por mi parte, la historia personal me toca. Aunque vandálico, el graffiti en el metro brinda trascendencia: nos conecta con gente que ya no está, nos recuerda con su historia y pellizca en la empatía por esos «otros» de los cuáles poco sabemos, porque poco queremos saber. Es un daño a un bien público, sí, pero con sentido. Prefiero eso al daño que se paga con impuestos.

 

Ecuador protonazi

Mi generación no vivió La Guerra, ni siquiera la tuvimos en el continente. El enfrentamiento entre Aliados y el Eje lo vivimos a través de Hollywood, del enfrentamiento entre el Capitán América y las fuerzas de Hydra. Sabemos que Hitler fue malo, que mató a muchos judíos, algo con Rusia.

Por supuesto que la escuela nos escupió datos sobre el tema: fechas, generales, estrategias (aquello que las autoras de La guerra no tiene rostro de mujer describieron como «cosas que recuerdan los hombres»). Una caricatura de la violencia diseñada para mantener el flujo constante hacia las barracas, para que no miremos al herido, al desposeído o al veterano. En otras palabras, todavía nos emociona la guerra, decir feminazi, hablar de disparar. 

Pero el culto a la violencia es sólo la mitad del problema. La otra cara es la indiferencia al dolor ajeno. La historia común a la gente que sobrevivió recorre el ascenso al poder de un gobierno que desposeyó a un grupo específico de personas y aterrorizó a los demás. Al punto que cualquiera que ofreciera ayuda al sucio judío era también un traidor, un paria, debía ser tratado como judío.

El Ecuador protonazi no ve estos paralelos: El venezolano no es víctima de un gobierno opresor ni su éxodo es huida. La población se divide en buenos (ecuatorianos) y malos (venezolanos), son oficiales de la SS alemana. Hace ojos ciegos a la separación de las familias y, como Trump, aboga por negar refugio a gente que duerme (tras horas sin comer) en los pocos espacios públicos de la ciudad que no huelen a orina. Tampoco le molestaría un muro en la frontera.

Que regresen a Venezuela, donde la comida se entrega en raciones, al país con la tasa más alta de homicidios en toda el continente, donde sólo el 22% de la población atinó a responder que se siente segura (la peor cifra en todo el mundo). La tasa de mortalidad materna en Venezuela duplica a la de Iraq y los niños mueren con malaria tanto como en el África.

¿A quién le echamos la culpa? O mejor aún, ¿cómo lo solucionamos? ¿Cómo generamos empatía en en Ecuador protonazi? 

Me van a juzgar, lo sé, pero creo que la respuesta es el arte. Son los podcast de Radio Ambulante, los cómics de Art Spiegelman, los libros de Ishmael Beah o Evelyn Amony, Al Alba de Luis Eduardo Aute. La respuesta ante la falta de humanidad en Facebook, en Twitter, en las noticias, es su antítesis: el abandono de la inmediatez.

Consecuencias de despenalizar el aborto: evidencia histórica

La aprobación de la legalización del aborto en Argentina ha puesto a la gente a conversar, debatir y pelear en internet. Hace dos años, escribí sobre aquello en lo que realmente se debería enfocar el debate: ¿Debe ir a la cárcel una mujer que aborta? Esto a sabiendas de que la gran mayoría de personas que terminan en la cárcel, son mujeres jóvenes y de bajos recursos.

Frente a esta pregunta, habrá dos posturas. La primera de ellas (apoyada por 7 de cada 10 adultos jóvenes en Argentina) es que la mujer no debe ir a la cárcel; es decir, que el aborto no debería ser penado. Según diario el Clarín, «65% de los consultados confían en que la ley será útil para disminuir las muertes por abortos clandestinos». La otra postura, que mira a la vida desde su concepción como algo sagrado, mantiene que se debe mantener la pena de cárcel para evitar la muerte de bebés (evitemos el tema de la nomenclatura adecuada).

Olvidemos los porcentajes de opinión por un momento y centrémonos en las metas que tienen ambos grupos: reducir la mortalidad materna y reducir el número de abortos. Con esto en mente, revisemos la evidencia histórica sobre el efecto de la despenalización del aborto en ambos desenlaces.

¿Mueren menos madres si el aborto es legal?

El gobierno de Rumanía decidió penalizar el aborto el noviembre de 1965 ¿Cuál fue el resultado? Las mujeres que abortaban empezaron a morir mucho más, la tasa de muertes maternas relacionadas al aborto por cada 100,000 habitantes pasó de 15 a 140 en cuestión de años. Si bien la mortalidad materna por otras causas descendió, las muertes por aborto se incrementaron de tal manera que el total de mortalidad materna también incrementó.

Tasas de mortalidad materna en Rumania tras la criminalización del aborto

Tasas de mortalidad materna en Rumania tras la criminalización del aborto

Rumanía pasó a ser el país con mayor mortalidad materna de la región y por un margen muy elevado. En 1989, tras la revolución rumana, se firma una ley para despenalizar el aborto y, como podemos observar en el gráfico, la mortalidad materna descendió bruscamente como resultado. Este no es un resultado aislado, Sudáfrica despenalizó el aborto en 1994. El número de muertes se redujo de 420 a 40 por año.

¿Mueren menos bebés si el aborto es legal?

Legal vs. ilegal entre países en un mismo período de tiempo

Se puede abordar esta pregunta desde diferentes perspectivas. Una de ellas sería comparar las tasas de aborto en países donde es legal realizarlo con las tasas de los países donde es ilegal. Los datos en este tipo de análisis no son definitivos. Europa occidental, donde el aborto es legal, tiene tasas muy bajas (12 por cada 1000 mujeres en edad reproductiva) comparado con Sudamérica (32) o África (28-36).

Mapa sobre legalidad del aborto

Mapa sobre legalidad del aborto

Sin embargo, los países de Europa oriental son una excepción a esta lógica y presentan la tasa de abortos más alta en el mundo (43). ¿Es esta una excepción que confirma la regla? Quizá. Muchos de estos países aprobaron el aborto legal en la segunda mitad del siglo XX. En la gran mayoría de casos, no disponían de métodos anticonceptivos como lo hacemos nosotros. Esto quiere decir que no existía un punto medio entre el embarazo y el aborto. Esta hipótesis se apoya parcialmente en que las tasas de terminación del embarazo (que eran extremadamente altas) se redujeron a la mitad tras la introducción de métodos anticonceptivos en los sistemas de salud. Para salir de dudas, los científicos realizaron un análisis estadístico para determinar si la legalización era, como parece, disminuye el número de abortos. Su conclusión fue que «las leyes de aborto restrictivas no están asociadas con tasas de aborto más bajas». Otro estudio de la base de datos de abortos no seguros de la Organización Mundial de la Salud obtuvo resultados similares: «Las restricciones legales sobre el aborto seguro no reducen la incidencia del aborto. La probabilidad de que una mujer se practique un aborto es casi igual, ya sea que viva en una región donde el aborto esté disponible o donde esté altamente restringido».

Efecto de la legalización en las tasas nacionales

Otra manera de responder si legalizar el aborto aumenta el número de mujeres que abortan es observar el efecto de su despenalización a través del tiempo en un solo país. Lo que sucede es lo siguiente:

Los países que despenalizan el aborto sufren un incremento inicial en el número de casos reportados, esto sucedió en España, Francia e Italia (donde el efecto duró cerca de tres años); y más drásticamente en Turquía. Pero ese incremento es temporal y tiende a caer con el tiempo a niveles inferiores a aquellos previos a la despenalización del aborto.

Número de abortos en Turquía (despenalización hasta la semana 10 aprobada en 1983)

No existe certeza de por qué, pero es bastante probable que aumente el número de casos reportados mas no el número de casos. Si cometes un delito, no vas corriendo a contarle a todo el mundo, por mucho que necesites ayuda. Pero si de repente puedes obtenerla en lugar de de ir a la cárcel, hablas de tu caso. En Portugal, donde la ley de aborto se volvió ampliamente liberal en 2007, el número de abortos bajó de 18,000 en 2008 a 17,414 en 2013. En este país, 72% de las mujeres que solicitan un aborto lo hacen por primera vez y sólo 1.7% lo han hecho más de una vez durante un año (cifras de 2013).

¿Por qué hacer legal el aborto reduce el número de abortos? Según los investigadores Iqbal Shah y Anibal Faúndes, cuando el aborto es un delito y se lleva a cabo clandestinamente, los médicos que realizan abortos están principalmente motivados por el dinero y, en consecuencia, no están interesados en reducir la repetición del aborto. Al contrario, cuando el aborto es legal y accesible dentro del sistema de salud, existe una motivación para evitar la repetición del aborto y los médicos aconsejan a sus pacientes al respecto, mejoran la provisión de métodos anticonceptivos, y esto ocasiona que menos pacientes vuelvan a repetir el aborto.

Como el aborto repetido constituye al menos 40% o más de todos los abortos inducidos —recalcan los investigadores— su reducción puede explicar al menos parcialmente una caída en la tasa total de aborto.

Conclusión

Los datos muestran que la legalización del aborto produce una reducción de el número de abortos a largo plazo y en el número de muertes asociadas al aborto. Mueren menos mujeres, mueren menos bebés.