La invención de la objetividad, por Aaron Swartz

Traducido por Andrés Delgado de la publicación original en el blog de Aaron.

Los expertos en medios de comunicación siempre están resfregándose las manos al comentar sobre cómo los presuntuosos blogueros partidistas están destruyendo la objetividad neutral en la que se fundó nuestro país (si hay algo que los expertos aman es resfregarse las manos). Si no fuera porque los diarios importantes dan a todos una visión objetiva de los hechos, insisten, la base misma de la república estaría en peligro.

Puedes criticar esta opinión por ser tonta o equivocada, y muchos lo han hecho, pero hay otro problema más con ella: es completamente ahistórica. Como Robert McChesney describe The problem of the media, la objetividad es un invento bastante reciente. En realidad la república fue fundada por pendencieros partidistas.

Cuando nuestro país fue fundado, los periódicos no eran medios neutrales, no partidistas, sino que eran productos de determinados partidos políticos. Los liberales tenían su periódico, los conservadores el suyo, y ambos atacaban a sus oponentes políticos con insultos que harían que incluso los blogueros más malhablados se ruboricen. Este comportamiento no sólo estaba permitido, era fomentado.

A menudo, escuchan a los medios de comunicación citar a Thomas Jefferson1 comentando que “si me harían decidir entre tener un gobierno sin diarios, o diarios sin gobierno, no dudaría un momento en preferir esto último”. Sin embargo, dudan al imprimir la siguiente frase: “Pero debo decir que toda persona debe recibir esos diarios, y ser capaz de leerlos”. Jefferson se refería específicamente a la subvención en la oficina de correos, proporcionada por el gobierno a la prensa partidista.

En 1794, los periódicos correspondían al 70% del tráfico de correo y el gran debate en el Congreso no era si el gobierno debía pagar por la entrega, sino cuánto de eso debía pagar. James Madison2 atacó la idea de que los editores de periódicos debieran tener que pagar un centavo para que el gobierno entregara sus publicaciones, lo calificó como “un precursor insidioso de algo peor”. Para 1832, el tráfico de diarios había aumentado y representaba el 90% de todos los envíos de correo.

De hecho, la objetividad ni siquiera fue inventada hasta la década de 1900. Antes de eso, según McChesney, “tales nociones para la prensa no habrían tenido sentido, hubieran sido impensables”. Todo el mundo asumía que el mejor sistema de noticias era uno donde todo el mundo podía decir su opinión a muy bajo costo. (Los blogs no está muy lejos de eso, ahora ¿o sí? Para que vean, ¡James Madison amaba los blogs!)

Pero a medida que la riqueza comenzó a concentrarse en la Edad Dorada y las prensa comercial comenzó a presionar al gobierno para obtener políticas más favorables, el tamaño y la potencia de la prensa más pequeña comenzó a disminuir. La prensa comercial estaba ansiosa por ser el único jugador en la ciudad, pero se dio cuenta de que si lo fuera, su partidismo flagrante tendría que desaparecer. (Nadie defendería a un periódico único en una ciudad si este estaba descaradamente sesgado). Así que decidieron insistir en que el periodismo era una profesión como cualquier otra, que la información era un trabajo apolítico, basada únicamente en criterios objetivos.

Establecieron escuelas de periodismo para capacitar a periodistas en la nueva idea. En 1900, no habían escuelas de periodismo; en 1920, las más importantes ya se estaban fortaleciendo. La separación “iglesia-estado” entre la publicidad y la presentación de información se convirtió en la doctrina oficial y la Sociedad Americana de Editores de Periódicos (ASNE) fue creada para hacerla cumplir.

Toda la base de la crítica a la prensa fue reconstruida. Ahora, en lugar de criticar a los periódicos por el sesgo de sus propietarios, los críticos de prensa tenían que centrarse en las obligaciones profesionales de sus escritores. El sesgo no se trataba del punto de vista de un documento, sino de cualquier sesgo por parte de un periodista.

Así que esa fue la línea de ataque que los críticos de prensa tomaron cuando el mundo de los weblogs3 trajo de vuelta a los vibrantes debates políticos en los que se fundó nuestro país. “¡Estos chicos están sesgados! ¡Irresponsables! ¡Entienden mal los hechos! ¡Son poco profesionales!”, se quejan. Miren, chicos. Díganle eso a James Madison.

Notas del traductor

1Thomas Jefferson fue el tercer presidente de los Estados Unidos. Se le considera uno de los Padres Fundadores de la Nación. Dfue el autor principal de la Declaración de Independencia de Estados Unidos.

2James Madison fue el cuarto presidente de los Estados Unidos. Es considerado uno de los más influyentes “padres fundadores” de ese país por su contribución a la redacción de la Constitución y a la Carta de Derechos de los Estados Unidos, es apodado «El Padre de la Constitución».

3“Blog” es una contracción de web log, que traducido al español significa bitácora web.


Esta traducción está dedicada al dominio público, en memoria de Aaron.

Nada que decir

Empecé esta entrada sin tener nada que decir. La vida es experimentar después de todo y, al menos a mí, me hace falta escribir. No soy el único, hace un par de semanas estuve en una conferencia sobre diarios (no newspapers sino diaries) donde me enteré que Virginia Woolf tenía un diario al cual iba religiosamente porque sino escribía sentía que no había vivido plenamente. Hay algo único en escribir sobre papel acerca de eso que llamamos realidad, ese arte experimental donde nuestro cerebro mezcla lo subjetivo y lo que pasa. Un diario es peligroso, porque uno cae en la trampa de ser juez y parte. Ahí uno puede comportarse como político en entrevista de televisión, ignorar fragantemente cualquier pregunta que surja para decir lo que uno vino a decir porque en la vida el tiempo es limitado. Y por eso precisamente quiero leer el diario de Virginia Woolf, porque es una escritora exquisita y seguramente escapó a la tentación de no comunicar.

Se supone que los blogs son eso, un diario web. No sé en qué punto de la vida empezamos a pretender que esto es para que lo lea el resto y, si lo hacemos, ¿dónde queda la intimidad que da el papel? ¡Es otra trampa! Frente a mi computadora, yo siento que no escribo para nadie (bueno, un poco, para esas personas que en mi imaginación esperan que les llegue un correo con la última entrada de este blog), pero más que nada creo que escribo por la vanidad de explicar el mundo como quiero que sea. Los blogs son una versión plana de lo que hoy se conoce como selfie. A veces para mostrar la cara y otras tantas para decir «hey, estuve aquí». Pensé esto, discutí sobre lo otro. Predije adecuadamente que esto iba a pasar. Hacerle check-in a espacios temporales.

Hacer clic en «publicar» es como lanzar una botella con un mensaje al mar. Claro que se envían unas cuantas copias a los suscriptores, pero algunos mensajes vagan hasta que son recogidos por alguien que uno no conoce, y que te escriban es bastante emocionante. Esa persona quiso conocerme. Y le gustó mi mundo y el arte experimental de mi cerebro y… no está aquí pero no importa porque dos mentes conectadas se sienten reales sin importar que los separe todo el cableado de fibra óptica del mundo.

Pero lo que escribo ya no aparece en Facebook y para ti hasta ahí llega internet. Lo que pienso apenas llega a Google, que muestra resultados en base a cosas que ahora cuestan dinero. Lo que soy se pierde en el intento de conectarse en un mundo donde también crece la brecha digital. Donde mi blog no es lo suficientemente «cool» para que lo ofrezcan gratis, donde debo copiar y pegar el texto en el whatsapp para que lo lean fuera de la red. Porque internet ahora está roto. Es agua entrando en la botella que lancé, desperdigando tinta, expulsando el poco oxígeno que había, dejando que se hunda en el fondo de un mar tan inaccesible como la deep web, ese espacio de internet donde viven disidentes y criminales.

A message in a bottle, de skaazy bajo licencia CC BY-SA 3.0