El sepelio de Crudo Ecuador #UstedGanó

Sábado 21 de febrero de 2015, nos encontramos transmitiendo desde Pastaza donde se realiza el enlace ciudadano número 412. Todo Ecuador se encuentra molesto, no quiere verlo pero quiere saber. Dos días atrás, un esposo y padre de familia enmudeció, ese hombre era el amigo chistoso que todos queremos tener, más inteligente y sagaz que el ecuatoriano promedio. El mashi le ganó a Crudo Ecuador.

Empieza el «informe a la nación», con un sabor agridulce, la gente sonríe a medias. Nos quedamos mejor en números, vamos describiendo lo técnico, todavía no llegamos a la parte más candente del show cuando, de repente, empiezan a llegar ramos de flores. No había razón para detener a la gente que venía a dejarlos. El presidente sigue su informe como si nada, llegan más de las famosas rosas ecuatorianas, se empieza a formar un arreglo grande frente a la tarima. Los guardias se miran preocupados, empiezan a hablarse por radio. El momento que van a inspeccionar de dónde viene tanta flor, alguien de la primera fila abre su mochila, deposita un ataúd de tamaño muy pequeño en medio del arreglo y se va en silencio.

El presidente continua con el guión acordado. No puede esconder su molestia, es malo en eso. ¡Abran ese ataúd! Que feo es temer lo que se tiene dentro.

 


Lea también: Breve historia del anonimato digital en Ecuador

Braulio

Braulio cabalgaba en la ciudad, no es que haya nacido en el campo y nunca llegó a calar tras la migración que es común en la gente de su clase. Era más bien un citadino que decidió crear una disrupción en la cultura, por diversión. Un fin de semana al mes, tomaba vestimentas sencillas, no siempre limpias y alquilaba un caballo en el parque La Carolina, le pagaba al dueño mucho más de lo acordado para el paseo rutinario y empezaba a andar por la Av. Amazonas hacia el norte.

Iba en contravía, ver un animal de frente era algo que asustaba mucho a los quiteños, los progenitores directos de la mayoría los habían protegido de la naturaleza, su impredictibilidad y la inevitable necesidad de relacionarse con lo desconocido que resultaba de ello. El quiteño y la naturaleza tenían su más íntima relación en el paraguas.

Tomaba la izquierda en la Av. Eloy Alfaro, aquí prefería ir por la vereda y después de andar unos pocos minutos llegaba al lugar donde siempre se sentía tentado a ingresar a la pista de bicicletas, se imaginaba a sí mismo en YouTube, se preguntaba cómo reaccionarían los cascos del animal con el concreto de la pista, se reía con su idea de ponerles llantas.

Braulio se detuvo a comprar unos cevichochos, mientras el caballo olfateaba el costal de maíz, luego de un rato lo olvidó y se puso a pastar, la casera le pasó la tarrina de espumaflex, sólo tenía un chocho, él reclamó pero la casera parecía estar apresurada y le decía que se apure comiendo el chocho “¿será una muestra gratis?”, se preguntó. Supo horrible, le pasaron un vaso de agua, alguien gritó porque siempre masticaba en lugar de tragar. La enfermera lo llevó a descansar.

El miedo al bullying como vía al desarrollo

La renuncia del Secretario Nacional de Planificación y Desarrollo no fue sorpresa sino la cereza del pastel tras su disposición irrevocable del uso obligatorio del transporte público masivo para los ministros y asambleístas. En el país había una mezcla de picardía y ¿esperanza? Ahora que la gente en el poder debía pasar junto a ellos todo el tiempo. Algunos incluso viajarían los fines de semana en los buses interprovinciales, habría la oportunidad de decirles las cosas en la cara, todos los días, de clavarles la mirada cuando hayan levantado la mano sin pensarlo.

«¡Para que usen las súper-carreteras!», decía don Medardo con ironía, mientras chocaba la botella de cerveza con otros choferes en el paradero de Tandapi. El alcalde de Quito estaba preocupado,  ya tenía suficientes roces con el oficialismo como para ahora tener que ahondar esas diferencias por el servicio de trolebús o de ecovía. ¿Aumentar la seguridad sería bien percibido? ¿se quejarían del tráfico matutino? Pero nadie temblaba como los asambleístas, que pasaban de una vida con comodidades de gánster a ser uno más del pueblo. Decían tener el respaldo de la inmensa mayoría pero les aterraba la idea, el partido de gobierno analizaba la posibilidad de enviar a los afiliados como guardaespaldas encubiertos, pero luego descubrieron que aunque podían darse el lujo de hacerlo ocasionalmente, el gasto diario pronto los quebraría, aunque tuvieran el 5% del salario de sus empleados públicos.

El ministro de telecomunicaciones le solicitó en televisión pública al presidente retirar la disposición de quedarse con el 12% de las utilidades de los empleados de empresas de telecomunicaciones y casi inmediatamente el secretario del Buen Vivir pidió un reajuste del presupuesto de su cartera de Estado para mejorar el transporte público. Había miedo al bullying.

La medida había excluido al Presidente de la República y nadie sabía por qué. ¿Querían medir cuál miedo era más poderoso? ¿Necesitaban un diálogo público generado por la nueva condición socioeconómica de los transportados? Algunos ministros renunciaron, había terna de dónde elegir pero los candidatos declinaban, el gremio de conductores de autobús ofrecía postulantes en comunicados públicos que no escatimaban en ironía.

El mercado de bienes raíces cercano a las dependencias del Estado estaba en su apogeo, también florecieron las consultoras que realizaban manejo de crisis. El personal del CNE leía con resignación:

Aplicando el principio de igualdad, se ha decidido que las y los servidores públicos del Consejo Nacional Electoral también deberán usar de forma obligatoria la transportación pública masiva.

La gente pedía reelección.

MicroQuito

El MicroQuito fue alguna vez un concurso de microcuentos, una iniciativa privada con fondos públicos que no sé que pasó, pero finalmente ni dijeron que se canceló ni anunciaron ganadores. Era prohibido pues, publicar los cuentos en algún lado si uno quería ganar, y yo sí quería. Aquí mis 4 submissions sin algún orden en particular:

 

Caballeros

Yo hurgando en el baúl del sótano: Trompos, piolas, canicas, una pelota nacional, dos estampillas. Con cuidado remuevo las cartas, los candelabros (dejo los pedazos de cera), una tapa de orangine y al fondo una pieza algo vetusta que huele raro. Desempolvo el poncho del abuelo… ¡Pecado! Las motas se reordenan y su fantasma me reclama que la urbe le ha subido las faldas al Pichincha.

En mis tiempos eramos más caballeros guambrito”

Pobre abuelito, si supiera que bajo esas faldas anda ahora la perforadora del túnel para el metro…

¡Ya subo mami!

Quito

Palomas de mierda, o viceversa.

El abuelito que vino del futuro quitópico

En Cruz Loma, ahí donde está ese teleférico, tenemos la estación de trenes maglev, aprovechando la gravedad y la altura uno puede viajar lejos. Tababela se usa ahora como granja de viento para dar energía a las plantas de reciclaje en Zambiza. La comida se hace en torres enormes de hidroponía, y ahí mismo la distribuyen, lo que más sale son los cevichochos… Brilla el machángara

Eso sí, no tengo plata. Ya nadie tiene, sino cómo.

Bicentenario

Y cuando desperté, el aeropuerto todavía estaba allí.

Tacos y zapatos de suela

La fiesta

¿Les ha pasado que se encuentran observando la hermosa arquitectura interior de una casa por el simple hecho de que están realmente aburridos? Así estaba yo en la fiesta de gala ofrecida por el viceministro con ocasión de la firma de un convenio suscrito en días recientes. El techo barnizado hacía juego con las lámparas de bronce, un techo alto y en capas. Las paredes eran blancas y les tocaba cuadros en proporción 1:1. Los marcos amplios, las escenas eran personas en una amena charla, usualmente sonreían, tenían vino en la mano y una mujer en el centro. ¿Así eran? Sólo recuerdo ese cuadro, era cautivador… el vestido blanco movido por el viento, el sombrero. Delante del óleo se ubicaban figuras con una elegancia menos vívida, más ceremoniosa, trajes de terno y vestidos oscuros. Tacos y zapatos de suela.

Curioso como todos parecen perfectamente cómodos con la ocasión aunque la mayoría te dice discretamente que odia este tipo de reuniones. En una esquina, junto al vicepresidente y sus primos se encuentra el germano-ecuatoriano, con barba tipo candado, gel en el cabello, y una copa de champagne en la mano. Me molesta verlo, a Rafael también, le dice «el Greenwald malo», los abogados pueden llegar a ser terribles, lo peor es que su curriculum enamora. No me quiero hacer mala sangre, sé que debe tener buenas intenciones, cuantas veces me he equivocado vehementemente.

En casa

Repaso los hechos del día, giro un poco la llave para dejar que el agua helada caiga sobre mí. El dolor de espalda me mata, la tristeza me mata, menudo suspiro. Tomo la toalla e intento sacudirme esas preocupaciones que no parecen agarrarse a ninguna idea en concreto, enciendo un cigarro.

Las preferencias arancelarias representan una gran oportunidad para…

¿Será que se lo cree? O escribieron otro boletín  por la mera obligación casi contractual de pensar lo que todo el mundo. Sigo leyendo el correo:

El impacto que tendrá sobre el empleo la no firma de este acuerdo…

¿Y la firma? ¿Y eso de que Ecuador no puede decidir qué comprar? ¿Competir con el mercado agrícola más subvencionado? ¿Dejar entrar a las semillas diseñadas con lo que sea más monopolio? Repaso la reunión, no soy el único que alteró la geometría de su rostro.

La oficina

El chuchaqui.

Nota aclaratoria: todo es ficticio, menos lo del acuerdo comercial.