¿Qué es importante?

Cada día de mi vida durante los últimos meses me hago esa pregunta: ¿Qué es importante? Lo hago al momento de decidir en qué enfocarme en mi trabajo, cuando pienso en cambiarme a otro. Al encontrar un vacío en mi tiempo libre o cuando me falta voluntad para algo. Es que uno es atípico, no en el sentirse cansado o deprimido, que eso le pasa a todo el mundo, sino en pensar que eso se debe al estado del mundo en general.

No paso hambre, incluso si no tuviera trabajo tendría una familia que me ama y protege, no pesa sobre mí diagnóstico alguno pero sé que cada día mueren miles de niños por simple hambre, que una de cada cuatro personas en el mundo no tiene acceso a agua potable, que una cantidad igual murió sin haber realizado una llamada telefónica en su vida en la década pasada. Sé que estamos acabando con la vida y su diversidad, actualmente la capacidad de regeneración de la Tierra está por debajo del nivel de consumo de quienes la habitamos. Eso quiere decir que, además de gestionar una pobreza artificial (el 30% de la producción de alimentos va a la basura sin que nadie haya tocado esa comida), estamos creando una escasez de recursos irreparable. He decidido pensar que esta es la causa de mi angustia.

Al mismo tiempo, las personas nos enfrentamos a una paradoja inusual, en un mundo globalizado tenemos fuerzas que están distribuyendo el poder de negociación al tiempo que otras buscan acumularlo en unas pocas manos. Así, mi alcance puede ser mucho mayor que hace una generación, donde casi nadie usaba la web, pero las estructuras que uno aspira modelar también se defienden de forma más eficiente. En un país pequeño, incluso ser presidente no es suficiente. Todos los ecuatorianos podríamos dejar de existir el día de hoy que las tendencias continuarían siendo exactamente las mismas, aún si un domo enorme protegiera nuestro territorio de cualquier posible amenaza. Un problema global requiere de soluciones globales, no humanas.

El problema con los seres humanos es cuádruple: En primer lugar, no somos buenos para hacer frente a «problemas de largo plazo» o postergando la gratificación; dado que nuestras raíces están en la supervivencia diaria en la sabana, nos cuesta pensar en los efectos a largo plazo de nuestras acciones actuales en el medio ambiente. En segundo lugar, somos excesivamente optimistas y confiados, y aunque esto puede haber ayudado a nuestra supervivencia antiguamente y sigue siendo relacionado con el éxito y la esperanza de vida, tiene un inconveniente – que en general no nos gusta escuchar una mala noticia y no estamos preparados para ello sin importar cuán cuantificable sea la noticia. En tercer lugar, no somos capaces de comprender los efectos del crecimiento compuesto (exponencial), lo que significa que ignoramos sus efectos sobre los recursos limitados y, en última instancia, su insostenibilidad. Por último, tenemos una confianza injustificada en el cerebro humano y su capacidad intelectual para salir a nuestro rescate en esta materia; dada la capacidad del cerebro para mantener una actividad intelectual infinita esto no nos debe sorprender, pero no debemos simplemente asumir que esa capacidad infinita aplica al entorno natural (Jeremy Grantham).

Nos preciamos de ser racionales, pero nuestro comportamiento no escapa a nuestros orígenes. Emotivos como somos, no somos capaces de ver con ojos críticos a eso de venderle el alma (nuestro planeta) al diablo (quien sea que esté de actor de turno en el sistema económico que produce dinero de la nada), sea en grandes porciones, como es el caso de las concesiones petroleras o en cómodas cuotas, como cuando vendemos tiempos y morales porque toca pagar las deudas, ganarse el pan de cada día o vivir mejor. Podemos ponernos a reflexionar sobre el estilo de vida que llevamos, condenar a la corrupción, rezar por un mundo mejor, hasta dedicar horas de nuestra vida para cambiar la situación, pero más tarde que temprano vemos números rojos y «ahí quedó «.

Lo que no se cuenta no existe es un eufemismo, la verdad es que lo que se cuenta impera e impone, sino fíjense qué parámetro es el que prima antes que cualquier otro cuando se trata de evaluar qué país va ganando en la carrera hacia ningún lugar. Recortar el gasto social o sacrificar la biodiversidad es justificable siempre que el PIB aumente.  ¿Existen alternativas? Claro que sí, el indice de desarrollo humano, que cuantifica la esperanza de vida, la tasa de alfabetización, el nivel de riqueza, entre otras. Pero el PIB se mide en dólares, todo el mundo entiende eso. Los puntos en el índice de desarrollo humano también son fáciles de entender pero no es algo con lo que nadie vaya a negociar.

¿Te parece si te cambio cinco dólares por un medio punto en mi índice de desarrollo humano del día de hoy?

Hace poco leí acerca de un add-on para google chrome que hace algo de lo más llamativo, te pregunta cuánto ganas por hora y después de eso transforma los precios en pantalla en las horas de trabajo que uno tiene que invertir para acceder a los productos. Abajo, por ejemplo, he incluido un gráfico de lo que sucede cuando quiero comprar libros en Amazon.com. Fíjense en el primer ítem ¡me dan 12 minutos de descuento!

El tiempo es dinero
¿Qué es importante? es la pregunta que nos debemos hacer para cambiar el mundo, pero es una pregunta sobre la que debemos reflexionar como sociedad. Seguramente todos estaremos de acuerdo en que tener un flujo constante de recursos es más importante que un flujo constante de dinero si tenemos que escoger entre el uno o el otro, como actualmente es el caso. El asunto es que todo nuestro aparato económico y político gira en torno a la moneda, por ende urge crear un estándar distinto para la política y la economía. En Ecuador, por ejemplo, se ha creado un Ministerio para que sepa ejecutar este propósito. Literalmente el decreto N° 30 dice:

La Secretaría de la Iniciativa Presidencial para la construcción de la sociedad del Buen vivir cumplirá la función de coordinar con las diferentes instituciones del Estado, especialmente con la Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo, todas aquellas acciones que impulsen el nuevo modelo que está basado en el Sumak Kawsay.

Y aunque esto le resulte risible a muchas personas, este es el paso más importante que se pudo haber dado en la construcción y consolidación de un nueva economía. No sé si el Estado lo toma tan seriamente como yo lo hago, si sus intenciones sean tan fuertes como las que yo tuviera al haber creado dicha institución o si se trata de una posición política creada sin mucha planificación o perspectiva, pero está ahí; y la semana pasada, junto con el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, desarrolló el taller de métricas para el buen vivir. 

Ahí estaba yo, en primera fila, viendo de qué iba la cosa, en la mesa que inauguró el evento estaban Freddy Elhers (que para mí peca de confundir la labor de un ministro con la de un gurú), el director del INEC y René Ramírez, quien presentó una charla magistral sobre su libro: «(Good) Life as the ‘Wealth’ of Nations«, claro que el libro está en español pero recalco el título que René usó en inglés para ilustrar de una mejor manera su intención, la de crear una narrativa distinta a la dominante:

La escasez […] establece límites a la reproducción de los pobres y la naturaleza no puede hacer frente a esto de ninguna otra manera que con la eliminación de sus hijos (Adam Smith, La Riqueza de las Naciones).

El René presenta un concepto que es de lo más interesante, en vez de medir cuanta plata nos ingresa, sea como nación o individualmente, él propone medir el tiempo que uno ha experimentado con satisfacción, lo que usualmente implica al tiempo que uno pasa en relación con otros, con la naturaleza o con uno mismo. «Trabajar o ir de compras es menos de la mitad del tiempo que uno vive» y como tal estamos dejando una proporción muy grande de nuestra vida fuera de nuestra planificación y nuestra economía. Mas importante aún, contamos la parte de la vida que la mayoría de nosotros odiamos. En Ecuador, sólo el 3,4% de la población económicamente activa considera que trabajar no es un sacrificio.

Los seres humanos somos seres racionales, pero la toma de decisiones como sociedad es principalmente emotiva, puede que hayan mejores índices para medir una sociedad perfecta, que tomen en cuenta la termodinámica, la cantidad exacta de cada recurso, el nivel educativo individual de cada persona, pero una medida simplificada que impacte es muy difícil de lograr. Lo más importante de la obra del René es que permite utilizar una variable que le hace competencia al dinero: el tiempo que disfrutas. Si alguien fuera a ofrecerte un salario mayor o el mismo salario pero con menos horas de trabajo, te la piensas. Si decimos que vamos a maximizar el tiempo que uno tiene para el deporte, la familia, los amigos, la lectura en lugar de maximizar ingresos, no suena tan mal. Incluso hablando de su investigación inconclusa, la planificación económica que cuenta el tiempo que un ecosistema demora en desarrollarse considera mucho más valioso al Yasuní que a un bosque de pinos recién plantado, y lo dijo en su conferencia.

La propuesta es tan buen que en 2012, New Economic Foundation la seleccionó como candidata para establecer una métrica que reemplace al PIB, fue presentada en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (RIO+20 para los que no somos entendidos). Usualmente la economía se auto-evalúa, construye sus índices para compararse consigo misma, pero tener un parámetro que considere a la vida como el centro del desarrollo permitirá evaluar qué tan ciertas son las afirmaciones de los «neoliberales» o incluso de los «socialistas del siglo XXI». Para quien le interese ¿por qué no habría de interesarte? René publicó un resumen de su libro en la revista de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica, es apenas una docena de páginas, tal vez unos 45 minutos y es gratis, no sé como calce eso en el PIB.


bbrp

Tres profesiones que aprendí a respetar

Cuando decidí mi especialización en el colegio no tenía para nada claro cómo funcionaba el mundo. De las tres opciones disponibles, tenía impresiones bastante generales y simplistas. Ser físico matemático era encerrarse en una oficina, ser químico biólogo era encerrarse en un laboratorio o ser médico (nada más lejos de mis intereses) y luego estaban las ciencias filosófico-sociales. Nunca me interesó aprender sobre las profesiones que le correspondían, para mí ser sociales era salir al mundo y trabajar por la gente. Tuvo que pasar un tiempo para enterarme que eramos vistos como vagos, como la especialización de descarte por no ser bueno en matemáticas ni en química.

Mi caso era un poco especial, yo era el chico que salía primero en las pruebas de físico en cuarto curso con notas de 9,6. En alguna ocasión también representé al colegio en un concurso de matemática y quedé cuarto. Fui el único de mi clase al que le gustaba la economía y, de hecho, parecía una profesión natural para mí de no ser porque simplemente la aborrecía.

Al graduarme del colegio me di cuenta de lo abstraído que estaba. Para mí el aprendizaje, y no la ocupación, fue siempre lo esencial. No tenía idea de que carrera universitaria tomar. El impacto que tuvo en mi vida la historia de la Filosofía fue tan grande que para mí era más importante descubrir las grandes preguntas por sobre tener un título. Pero más allá de eso, habían ciertas profesiones que me resultaban prohibitivas, sucias, intrascendentes.

Periodismo

Años atrás, pensaba que estudiar periodismo era casi igual a estudiar publicidad. Con la mayoría de medios en manos de grupos de interés, periodistas que le dedicaban una tarde a sus artículos (según yo) y temas poco trascendentes ¿qué había de interesante en estudiar comunicación?

Hoy pienso de una forma totalmente distinta, y creo que Internet también ha jugado un rol muy importante en esto. La distribución del poder comunicativo ha dado espacio a formas alternativas de periodismo, y me ha hecho entender el papel imprescindible que juegan estos personajes en las denuncias al abuso de poder. Haber trabajado con una periodista me permitió seguir paso a paso su trabajo, ver como cazaba su historia, contrastar las fuentes, armar una narrativa, generar quiebres en la línea oficial de información, despertar la curiosidad y el interés de otras personas ¡matar la apatía!

Otros, como Assange, han ayudado a terminar guerras, detener matanzas, cuestionar torturas. Esta gente salva vidas y en un mundo donde hay un uso ilegítimo y sistemático de la fuerza en contra de grupos vulnerables, denunciarlo es un acto de verdadero altruismo, especialmente para aquellos que escogen la condena de ser espiados, criminalizados y perseguidos.

Derecho

Uno de mis periodistas favoritas es Glenn Greenwald, ese man no estudió comunicación sino derecho. Cuando publicó las filtraciones de Snowden de repente ya no era periodista (a pesar de que publicaba desde hace mucho en The Guardian y otros medios importantes), y muchos medios, influidos directamente por la política de Estados Unidos, trataron de descalificarlo como blogger. Este no es sólo un asunto de prestigio, es una cuestión legal. El momento en que remueven tu condición de periodista, a ojos de los Estados eres alguien muy distinto. No tienes las mismas protecciones legales que están ahí para defender la libertad de expresión (y eso es algo que me ha llevado a cuestionar profundamente nuestra ley de comunicación propuesta). Los abogados representan una segunda fuerza de ataque y defensa frente a los abusos de corporaciones y Estados.

Mi desprecio por el mundo legal provenía directamente de percibirlo como algo absolutamente artificial, no puede haber nada más inventado que las leyes. Y aunque esto es verdad, si uno observa su evolución podemos darnos cuenta de que es precisamente aquí donde se evidencia la evolución del pensamiento humano. Hoy hablar de los derechos de la naturaleza es algo casi radical, pero en su momento lo propio sucedió con los derechos humanos. Y no es una hipérbole, si te metías de lleno a defenderlos te mataban, aunque fueras presidente. Pero han sido precisamente abogados como Sarah Harrison quienes han logrado mantener algunos de los derechos fundamentales en situaciones realmente adversas.

Política

No hubo poder humano que me convenciera de que hubiera algo bueno en política, jamás. De hecho me molestaba que mencionaran a Aristóteles diciendo que la polis somos todos, me parecía una salida fácil, taparse los ojos ante todo lo que pasaba en el mundo. Y aunque hoy mismo afirmo categóricamente que todos los gobiernos son corruptos y que todo el sistema socioeconómico es totalmente religioso, enfermizo y asesino, hay gente que hace la diferencia. Que no duerme para crear escudos que no afecten a la gente, que construye argumentos y presiona con hechos para que otras personas tengan una vida mejor.

Y lo que es mucho más admirable, es que con todos los intereses escondidos, adicciones al poder, desconfianza continua, hay gente que no se rinde. Créanlo o no, es mucho más fácil trabajar dentro de grupos de la sociedad civil, donde de una u otra manera hay un apoyo continuo, una misma causa, la solidaridad en la derrota que dentro de un ambiente que es casi naturalmente hostil y deprimente.

Evidentemente no hablo del profesional promedio cuando pienso en cualquiera de estas profesiones, fueron periodistas los que buscaron desprestigiar a Greenwald, los que irresponsablemente llamaron violador a Assange, y son abogados quienes buscan ponerlos tras las rejas con la esperanza de amedrentar a todos aquellos que están dispuestos a exponer la verdad. Son los políticos precisamente quienes crean los problemas que otros de su clase tratan de resolver. Pero me alegra darme cuenta que seres humanos de carne y hueso se han ganado mi admiración y me han ayudado a dejar de ver el mundo a blanco y negro. Finalmente he aprendido no sólo a respetar a estos profesionales sino a considerarlos imprescindibles en la construcción del futuro con que todavía — con un porcentaje de probabilidad muy pequeño — todavía sueño.

Inadaptados, eternos.