La receta de Snowden para enfrentar gobiernos injustos

Después de que Laura Poitras ganó el Óscar a mejor documental con su película CITIZENFOUR, realizó —junto a Edward Snowden y Gleen Greenwald— un AMA (pregúntame lo que sea por sus siglas en inglés) en Reddit. Puede que haya sido otra la pregunta, pero veamos qué consejos y lecciones da Snowden sobre enfrentar a gobiernos injustos.

Organizarse es importante. El activismo es importante.

Al mismo tiempo, debemos recordar que los gobiernos, a menudo, no se reforman a sí mismos. Uno de los argumentos en un libro que leí recientemente (Bruce Schneier, «Data and Goliath») es que el cumplimiento perfecto de la ley suena como una cosa buena, pero puede que no siempre sea el caso. Acabar con el crimen suena muy convincente, verdad, así que ¿cómo puede ser eso?

Pues, cuando miramos hacia atrás en la historia, el progreso de la civilización occidental y de los derechos humanos, de hecho se basa en la violación de la ley. Estados Unidos nació de una revolución violenta que fue una traición indignante contra la corona y el orden establecido del día. La historia muestra que la corrección de los errores históricos a menudo nace de actos de criminalidad impenitente. La esclavitud. La protección de los judíos perseguidos.

Incluso en temas menos extremos, encontramos ejemplos similares. ¿Qué sucede con la prohibición del alcohol? ¿El matrimonio gay? ¿La marihuana?

¿Dónde estaríamos hoy si el gobierno, disfrutando los poderes de la vigilancia y cumplimiento de la ley perfectos, hubiera —completamente dentro de la ley— rodeado, aprisionado y humillado a todos estos delincuentes?

En última instancia, si la gente pierde su voluntad para reconocer que existen épocas en nuestra historia donde la legalidad se torna diferente a la moralidad, no sólo estamos cediendo el control de nuestros derechos al gobierno, sino también nuestra capacidad de determinar nuestro futuro.

¿Cómo se relaciona esto con la política? Bueno, sospecho que los gobiernos actuales están más preocupados de perder su capacidad de controlar y regular el comportamiento de sus ciudadanos y menos del descontento de sus ciudadanos.

¿Cómo logramos que eso funcione a nuestro favor? Podemos idear medios, a través de la aplicación y la sofisticación de la ciencia, para recordar a los gobiernos que si no van a ser administradores responsables de nuestros derechos, nosotros —el pueblo— implementaremos sistemas que no sólo proporcionen un medio de hacer valer nuestros derechos, sino también de eliminar de los gobiernos la capacidad de interferir con esos derechos.

Se puede ver los inicios de esta dinámica en la actualidad en las declaraciones de los oficiales gubernamentales que se quejan acerca de la adopción de cifrado por parte de los proveedores de tecnología más importantes. La idea aquí no es lanzarnos a la anarquía y acabar con el gobierno, sino recordarle al gobierno que siempre debe haber un equilibrio de poder entre el gobernante y los gobernados, y que a medida que el progreso de la ciencia da cada vez más poder a comunidades e individuos, habrán más y más áreas en nuestras vidas donde —si los gobiernos insisten en comportarse pobremente y con un cruel desprecio por el ciudadano— podemos encontrar formas de reducir o eliminar sus poderes sobre una base nueva y permanente.

Nuestros derechos no son garantizados por los gobiernos. Son inherentes a nuestra naturaleza. Pero es todo lo contrario para los gobiernos: sus privilegios son exactamente iguales a aquello que nosotros padecemos para que ellos los disfruten.

No hemos tenido que pensar mucho en ello debido a que en las últimas décadas la calidad de vida ha ido aumentando de una manera significativa a través de casi todas las medidas, y eso ha dado lugar a una complacencia cómoda. Pero aquí y allá, a lo largo de la historia, nos encontramos de vez en cuando estos períodos en que los gobiernos piensan más acerca de lo que «pueden» hacer en lugar de lo que «deberían» hacer, y lo que es legal será cada vez más diferente de lo que es moral.

En esos momentos, haríamos bien en recordar que al final del día, la ley no nos defiende; nosotros la defendemos. Y cuando la ley llega a ser contraria a nuestra moral, tenemos el derecho y la responsabilidad de reequilibrarla hacia fines justos.