La pintora llevaba el peso de no saber que lo era, de tener por dentro el arte a punto de ebullición, de oler el acrílico en su piel, dar pinceladas con su cabello al aire que se tornaba de colores cuando ella pasaba.
Vestía de rojo, a veces por fuera, otras por dentro. Caminaba con un vaivén dulce imaginando un tono nuevo en cada pared, una forma imperfecta en la puerta, un cuadro dentro del contrapaso de la escalera. Buscaba donde arrancar partes de pintura para que los muros viejos fueran algo más que simples bloques, fronteras o pretextos.
Ella, hoy, siente su corazón latir, tiñe sus arterias de un rojo berreado, nutre a sus células de vida y lo más importante, lo sabe. Esa pintora salva vidas y aunque no lo sabe… esa pintora, tiene la mía.
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