Son las 2:44 am. He perdido la cuenta de las veces que he vuelto a despertar. La chaqueta —acá le dicen «juti»— está empapada en un sudor que mi memoria no se explica. Hace años, me pasaba algo similar y llevé a mi casa a Samy, una gatita que, además de darme compañía, reducía el estrés.
Mi gata se perdió hace cinco meses y yo me mudé hace tres. En la residencia no permiten animales que no estén en bipedestación. Toda la jodida noche, el vapor sopla por las tuberías y no deja la paz. Los músculos de la espalda están tensos al punto de doblegar la postura a una incómoda posición pseudo fetal. La cabeza late fuerte cada vez que despierto.
Son las 2:50 am y en pocas horas va a amanecer en mi país. Quizá de allá me escriba alguien. Ojalá y saberlos despiertos me ayude a dormir.
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