El cerebro como máquina del tiempo

Últimamente he estado pensando en los cerebros y cómo funcionan como máquinas del tiempo. Si lo piensas bien, algunas afecciones como el Alzheimer hacen que esto sea muy evidente. En un momento estás hablando con tu tío tal como lo conoces, y unos minutos después te responde como si fueras un pariente que murió hace años. Lo ves justo frente a ti, lleno de arrugas, pero realmente no está ahí, ¿verdad? Él viajó en el espacio-tiempo a un lugar de fortalezas y luchas que tú no puedes ver. Ya sé que sabes hacia dónde voy con esto, pero si quieres verlo literalmente, te recomiendo explorar las primeras páginas de *»Arrugas»* de Paco Roca.

A menudo me pregunto acerca de esta cualidad. ¿Será que podemos apagar voluntariamente partes del cerebro para que esto pase? Hay noches en las que cierro los ojos y regreso a un rincón de la cocina en la que crecí. A sus puertas en forma de acordeón, a la mezcla de polvo y humedad que se acumulaba en los bordes superiores. La silla pegada a la estufa. Los coquillos en ese tejido de paja que colgaba del mismo clavo que el calendario. Las baldosas tomates en forma de panal, los cajones que se transformaban en gradas… Escribir esto es un Alzheimer inducido.

Pero viajar en el tiempo se siente así solo si podemos volver al futuro y comprar el billete de lotería ganador. Y entonces me pregunto si puedo vivir y revivir al mismo tiempo. Si somos capaces de sostener ambas realidades simultáneamente. Me pregunto cuánto de esto explica nuestro dolor pero también nuestra forma de sanar. Cuando uno cumple cierta edad, es casi certero que uno se ha fracturado completo en algún momento y ese contraste entre el vivir y el revivir dice tanto sobre en quién nos estamos convirtiendo.

A veces siento que mi hija es ese yo del pasado. Ahora estoy consciente de que sus dolores son mis dolores de cuando tenía su edad. Por ejemplo, cuando la veo sola en casa sin nadie con quien jugar, no siento su tristeza sino que siento la mía cuando estaba en esa misma circunstancia. En otras palabras, mi yo del pasado se da una vuelta por el presente y me da sintiendo. Cuando uno reflexiona sobre estas cosas, entiende porque los budistas dicen que el diente de león es diente de león y semilla al mismo tiempo. Tener hijos ha sido como un Alzheimer accidental en mi vida también en el buen sentido. Mi yo del pasado también era un niño lleno de esperanza, de amor, de curiosidad y me hija me ayuda tanto a revivir esos momentos.

Que extraños somos, ¿no? Un conjunto de fractales andantes en los que hay varios de nosotros viviendo al mismo tiempo, a veces en diálogo intenso, a veces buscándose uno al otro y en muchísimas ocasiones ignorándose para resistir dolores que no hemos aprendido a superar. Un reflejo en un espejo roto.

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