Tiempo

Mudarse de casa es ordenar el pasado, lo sabré yo que durante la jornada me ha tocado reorganizar cinco cartones de libros, cuadernos, cartas y copias, muchísimas copias —porque en Ecuador hemos legalizado la piratería de facto—. Les soy sincero, no sé donde poner cada cosa. Tengo un rollo de unos cinco centímetros de radio, son hojas pegadas una tras otra para construir, a pedido de la Dra. Flor Rubio, una línea histórica con los hechos notables que hicieron Ecuador. Está ese libro que encontré en la tienda del colegio, cercenado a la mitad por tener, me dijeron, un pequeño error editorial. Cada una de esas páginas tiene, a cada lado, un pedazo pequeño de cinta scotch, porque un libro partido en dos es libro igual. Tengo también muchos «te quiero», «te amo» y variantes de esa ambigua línea que divide el amor y la amistad, anuarios del colegio, stickers y recuerdos que les habitan.

Prefiero que mi pasado sea menos como una billetera y más como un bolso de mano, donde uno hunde el brazo buscando algo pero saca azarosamente una pelea, una dedicatoria, un proyecto terminado. Que feo debe ser dar vuelta y ver todo ordenado, un ayer muy explícito puede servir de pretexto para seguir en ruta el día de mañana, por eso los árboles esconden sus raíces, para crecer por donde sale el sol y hacer maletas.

Este inventario me duele otro tanto porque, si así lo quiere la entropía, en poco más de un mes me encontraré viajando al Green College de UBC y habré de decidir qué de la vida llevo en el equipaje de mano. Si la foto de ese momento perfecto o la carta que se redescubre en cada lectura, porque uno amanece cada día nuevo. ¿Hay cómo hacerle origami al pasado y meterlo todo en una maleta más pequeña? ¿vale la pena? ¿Qué sería del hombre si pudiera reunir —en un no instante— al bebé, el niño, el hombre y el mayor? Que no sea hipérbole eso de no tener tiempo.

 

Protestas ecuatorianas en un mundo paralelo

La política es póquer. I have a dream… Amamos las emociones fuertes, los discursos apocalípticos o utópicos —extremos opuestos mediados por la realidad— las imágenes que contradicen la realidad, que la curvan. There is no spoon.

Este pensamiento me cautiva, pienso que las actuales protestas son un momento perfecto para curvar cucharas, para desentenderse del deber ser, para jugar.

Imaginemos…

1. Protestantes parkour

Usualmente la plaza grande del centro de Quito, un sitio lleno de casas de piedra y balcones, es rodeada por piquetes de policías que evitan el paso a quienes quieren llegar a quejarse a la casa del presidente de la república.

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Cuán genial sería que, de repente, llegaran un par de docenas de acróbatas y empezaran a saltar las cercas y escalar los muros.

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2. ¿Delitos? de espectáculo público

Hay una serie de cosas que uno no puede hacer en un lugar público, como tener sexo, orinar, defecar —en definitiva la mitad de las necesidades humanas básicas para la supervivencia. Hay otras cosas que no están prohibidas pero son tabú: un beso entre tres hombres, fumar marihuana, hacer graffitis. ¿Cuán propicio podría ser este momento para reírse un poco del curuchupismo de la sociedad?

3. Stand up comedy

Imaginen pararse frente a este piquete de policías, vestido con un taparabo y una lanza y gritar: «¡ESPARTANOS!»

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O enfrentarles vestidos así:

O así

4. Queja contra la propaganda

En Ecuador, se ha decidido «humanizar» al escudo de la policía:

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Pero cuando la policía aplica mano dura, algo así no estaría mal…

5. Máscaras

Seguramente todos están familiarizados con la película V for Vendetta, que inspiró la marcha de las mil máscaras

Imaginen la reacción de la policía si usaran otra máscara más «local»

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Lo peor que puede pasar es que se porten violentos y esas fotos darán mucho de que hablar.

Lo que vemos quienes alquilamos internet

Conseguí un nuevo trabajo en una de esas empresas que vende el servicio de Internet. Me he vuelto un poco huraño y estar encerrado en una oficina aislado del ruido parece una buena opción, tengo tiempo de sobra para leer y escribir porque mi tarea es bastante pasiva. Sólo tengo que supervisar los registros de cuando la gente se conecta y desconecta a Internet. La pantalla se parece a esta —sólo que no tenemos política de bloqueo y, bueno, la fecha es junio de 2015:

El día de mañana van a capacitarnos sobre la herramienta pero hasta tanto he visto algunas cosas interesantes. La primera es que muchos clientes corporativos, es decir que trabajan en empresas, acceden a páginas porno en horarios de oficina. Las mujeres, fuera de las páginas a las que parece que tienen que acceder por el trabajo, miran sobre todo qué comprar.

Casi todos usan Facebook más que cualquier otra cosa, como cada perfil tiene un usuario distinto, puedo saber los perfiles de quién está visitando un cliente en específico. No sé quien es el cliente al inicio pero hay maneras de averiguarlo. Puedo buscar en el contrato el nombre, la dirección o el número de teléfono registrado para el servicio técnico, pero la persona que paga no es necesariamente la que está navegando, lo mejor es esperar a que suban una foto o algo así para que Facebook «arroje» la URL (la dirección que aparece en la barra de direcciones) de la foto una vez que ha terminado de cargarse, entonces es muy fácil entrar al enlace y ver de quién se trata.

Lo he hecho unas cuatro veces el día de hoy, el tercera era una señora casada que pasa mucho tiempo viendo el perfil de uno de sus compañeros de trabajo (la gente suele poner en Facebook cuál es su empresa). Estoy preocupado por otra persona que anda buscando en Google sobre zimovudina y abacavir, seguramente tiene VIH y, o no puede conseguir la medicación o le da vergüenza ir a la farmacia. También me enteré —wow— que existe una página llamada comosuicidarme.com. Iba a entrar para ver qué es, pero me dio miedo que mi nueva jefe vea eso en su registro y me mande al psiquiatra.

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También tenemos este juguete llamado IP2Location, que nos dice desde dónde se están conectado los clientes. La verdad es que en la nueva versión del programa de monitoreo es mucho más amigable y nos da la información igual que con los otros datos de arriba. Aquí se ve sólo la ciudad pero realmente la IP —esos cuatro números divididos por puntos— me puede decir exactamente dónde se encuentra una persona. Andre, mi amor, si estás leyendo esto no te preocupes que tu universidad no está dentro de nuestros clientes, ya busqué.

En este video nos enseñan todo lo que podemos hacer, está chévere. Está en inglés pero tiene subtítulos en español que hay que activar en YouTube. Hablan muy rápido así que toca leer más rápido todavía:

Metadatos

El trabajo está muy bien pero yo no quiero que vean lo que hago, así que creo que voy a usar Tor, en mi anterior trabajo lo usaba porque la mayoría de páginas web estaban bloqueadas y Tor me permitía verlas sin ningún problema.

The Onion Router o TOR es un explorador como google chrome, de hecho es una variante de firefox que todo el mundo puede descargar. Utiliza matemática muy avanzada para ocultar tu conexión. No es perfecta, se pueden correr computadoras para descifrar su clave pero hacerlo demoraría entre cinco y diez años, entonces TOR usa este cifrado para conectarse a un «nodo tor» en cualquier lugar del mundo, repite este proceso tres veces —es decir que hay tres capas de cifrado, demasiados años de cálculos hasta para la NSA— y finalmente uno se conecta a la página que buscaba. Si no entrego datos personales a la página donde me conecto puede que jamás averigüen que estuve ahí.

Quizá a los jefes no les guste eso.

La sala

Tengo algunas prisas. Frente a mí está la televisión, desubicada, apuntando 30 grados a mi derecha, en stand-by. Ni ahorra ni se deja gastar, quién habría de inventar semejante desfachatez. Junto a mi falda está el celular, lo tengo boca abajo, bastante desesperante. No ha vibrado pero si al menos la pantalla… Esta computadora en la que escribo, por otro lado, es bastante vieja —una computadora debería reciclarse a eso de los dos años, al menos la batería— el litio está al 27.8% de su capacidad original, tiene una carga de 42% lo que es poco menos de 30 minutos. Me he pasado frente a esta condenada pantalla todo el día, que traduce en mi cuerpo queriendo escapar del sedentarismo impuesto por la obsesión de esperar frente al procesador de texto.

Entre frases, mis dedos reposan sobre las teclas, los pulgares levantados, la cabeza en un vaivén longitudinal, también es hambre, pero quiero seguir escribiendo y levantarme… “¡Mamá! ¿me pelas una naranja?” Ya está. Todo mejor así, el meñique derecho se flexiona cuando vuelvo a la acción.

Nos acabamos de mudar al segundo piso hace un par de meses, los muebles son todos nuevos y los hemos forrado para que la gata no los deje llenos de pelo. Yo estoy sentado en una pieza para cuatro nalgas que mira al televisor y, frente a mí, abajo del stand-by TV, hay una enorme pieza en “L” que permite sentarse a 6 personas.

En la esquina de la sala, entre los dos sillones que conforman la “L” se encuentran todas las botellas de la casa. Aquí casi nadie toma, salvo en fiestas donde mi madre y yo nos replegamos en la meditación y el Internet, respectivamente, mientras Verónica, mi hermana, y Jorge, mi padre, descomponen el mueble para tomar una o dos botellas. Ahí está también un regalo que compré cuando era jóven, en las épocas que no había sueldo. Se trata de una cerámica de barril de cerveza de aproximadamente 15 centímetros de altura y 9 de diámetro en su parte más ancha, con cuatro jarros pintados de la misma textura colgados a su alrededor. “No era de que compres”. Clásica respuesta a todo esfuerzo de complacer a la familia. Bueno, no está mal. “De gana se gasta la plata en eso, mas ni hemos de usar”. Respirar profundo, qué más quedaba. Hasta ahora queda ese mal sabor de boca. Amargura, en fin, acompaña bien a las botellas.

El mueble se levanta unos treinta centímetros del piso e inaugura con un área cuadrada de borde negro, un par de espejos dan la sensación de continuidad al espacio de los tragos, ayudados por una iluminación que sale del rincón más alejado. Sobre las esquinas que dan a los muebles se erigen un par de columnas de estilo griego que sostienen una pieza triangular de madera bastante similar a la caoba. En ella se asientan tres piezas artesanales que juegan con líneas oblicuas concéntricas blancas en un fondo café: un florero, un huevo y un plato cuadrado. A la derecha, un portaretratos digital desconectado con una memoria usb, de momento, desperdiciándose.

Me desentiendo por un momento del texto porque al 10% de batería, el ícono que la representa se ha vaciado. Me avisa la configuración que me quedan 6,4 minutos (sí, con decimales, 24 segundos según mis cálculos). Me han forzado a parar la redacción para ir a enchufar el aparato, de paso termino la naranja que no sé precisamente en qué momento empecé a comer. A mi derecha, la maceta con el bonsai reclama algo de agua, tal vez está hidratado pero ya tiene mi atención, es que soy el dueño.

Existe un cojín para cada asiento, los colores crema y café oscuro acompañan bien al forro tomate chillón que eligieron mis padres. Les gusta posar a los cojines sobre el vértice. Además de los sillones están cuatro sillas, dos de las que teníamos en la vieja casa y dos nuevas (incómodas pero elegantes) que se elaboraron junto con las seis del comedor. Las han ubicado sin criterio alrededor de los sillones, mejor no les cuento. En el centro de la sala, esta una mesita de dos niveles. En el inferior, cuadrado, reposa el mismo camello que teníamos en la antigua sala sobre un vidrio adornado con huellas de la gata. La parte superior, rodea dos laterales de la de vidrio, se compone de madera de dos colores que al converger sostienen un florero con ramajes secos en su interior. Tres, para ser exacto.

Las paredes a mi alrededor son todas blancas, a excepción de aquella que da a la cocina, la cual fue adornada con piedra negra para cascada. Se veía horrible hasta que la lacaron y, desde entonces, se ha convertido en la envidia de todo aquel que nos visita. A mi izquierda, hay un largo ventanal y, pasando la columna, un vidrio esquinero. Por ser la ncohe, los hemos cubierto con largas persianas que logran un cambio de ambiente y combinan bastante bien con la puerta de entrada en el lado opuesto. Por lo pronto hay un cuadro viejo, un papiro enmarcado que nos regaló nuestra prima Gina cuando vino de Egipto, y la estructura metálica que diseñó mi padre, destinada a sostener el casco de mi bicicleta y mi mochila de diario, donde están la bomba, los parches y la bolsa de agua.

Agua… Va siendo hora de regar el bonsai.

El sepelio de Crudo Ecuador #UstedGanó

Sábado 21 de febrero de 2015, nos encontramos transmitiendo desde Pastaza donde se realiza el enlace ciudadano número 412. Todo Ecuador se encuentra molesto, no quiere verlo pero quiere saber. Dos días atrás, un esposo y padre de familia enmudeció, ese hombre era el amigo chistoso que todos queremos tener, más inteligente y sagaz que el ecuatoriano promedio. El mashi le ganó a Crudo Ecuador.

Empieza el «informe a la nación», con un sabor agridulce, la gente sonríe a medias. Nos quedamos mejor en números, vamos describiendo lo técnico, todavía no llegamos a la parte más candente del show cuando, de repente, empiezan a llegar ramos de flores. No había razón para detener a la gente que venía a dejarlos. El presidente sigue su informe como si nada, llegan más de las famosas rosas ecuatorianas, se empieza a formar un arreglo grande frente a la tarima. Los guardias se miran preocupados, empiezan a hablarse por radio. El momento que van a inspeccionar de dónde viene tanta flor, alguien de la primera fila abre su mochila, deposita un ataúd de tamaño muy pequeño en medio del arreglo y se va en silencio.

El presidente continua con el guión acordado. No puede esconder su molestia, es malo en eso. ¡Abran ese ataúd! Que feo es temer lo que se tiene dentro.

 


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