De niño, fui una persona muy callada. Aprendí a observar a la gente, quizá porque todo se dio a destiempo. Leí muy temprano, antes de empezar la educación formal y en el jardín de infantes yo quería jugar, hasta que un buen día un niño me reprendió: “tengo que hacer esto”. Su sentido de responsabilidad extrema me marcó hasta el día de hoy (yo tenía cinco años). Desde entonces yo acababa rápido y tenía que observar al resto, sin molestar, simplemente observar.
Y es así como se me pasó la infancia, sin preocupaciones, sin trampas, sin muchos amigos. Me las tuve que ingeniar para atrapar el gusto de la gente, rodearme de cosas curiosas, de imanes –que aunque simples cuestionan la mente humana– ser el dueño del balón, todo porque alguien me dijo que yo era una molestia. ¿Y si alguien más me hubiera dicho que no era así? Pues no importa, porque descubrí cientos de cosas curiosas, caminos apenas macheteados.
Hoy, nuevamente, te miro. Mientras lees este texto.