Créanlo o no, empecé a escribir por andar leyendo sobre ninfomaníacas, las mujeres que tienen mucho sexo y, parece ser, poco placer derivado de ello. Es peor que no disfrutarlo, les entorpece la vida. A los hombres no nos detectan ese tipo de enfermedades porque hombres. Pero no es del machismo que quiero escribir sino de la predisposición y conducta sexual. Al final del artículo, se lee: «algunas teorías señalan que las mujeres que en algún momento de su vida sufrieron una violación tienen mayores probabilidades de (…)». Aunque usualmente esa sagacidad de la cultura pop nos meta en problemas, hoy la voy a replicar, voy a hacer un poco de pseudociencia —modestia aparte, siempre he pensado que sería bueno para eso—. Esta es mi «teoría»:
Hay una diferencia fundamental entres los humanos y el resto de seres vivos, y es el desarrollo del cerebro. Virtualmente todos los mamíferos maduran completamente dentro del útero. Al poco tiempo de paridos, tienen los ojos bien abiertos y están listos para aprender a caminar. Mientras menos preparados los animales nazcan, parecen hacerse —con el tiempo— más inteligentes. Los mamíferos que nos han domesticado (gatos y perros), nacen con los ojitos pegados —hay que decirlo en diminutivo porque su ternura es otra ventaja evolutiva cuando se convive con humanos—, pero en un mes o dos están listos para declararse en rebeldía y buscarse el alimento sólos. Los humanos, en cambio, somos cabezones. Nuestra mamá nos pare cuando estamos en un estado muy precario y, al día de hoy, no se sabe exactamente cuando uno es lo suficientemente independiente para que no le joda la vida —hay personas con doctorado a quienes les dicen que no están «calificados»—.
El desarrollo anatómico del cerebro humano se completa recién a los dos años y el fisiológico —las conexiones entre axones y dendritas de las neuronas— a los veinticuatro. Eso quiere decir que mucho de nuestro identidad se construye a lo largo del tiempo, especialmente lo relacionado al aspecto social. Así aprendemos que «puerta» es una cosa rectangular que se interpone entre dos espacios, que se escribe P-U-E-R-T-A, y como suena cada una de esas letras. El sonido y la letra van juntos. La palabra y el objeto van juntos. Y así, parece ser, es como funciona nuestro cerebro (si alguien quiere leer más sobre el tema le recomiendo Cómo crear una mente de Raymond Kurzweil).
Mi hipótesis es que las primeras experiencias sexuales determinan nuestras preferencias para el resto de nuestra vida. El artículo de SOHO que mencioné al inicio del texto, dice que las niñas violadas se vuelven ninfomaníacas «debido a que tratan de recuperar el poder de su sexualidad con sexo», yo lo niego. Mi hipótesis es que, al igual que aprendemos a asociar caracteres y fonemas, hay sinapsis en el cerebro de esas niñas que relacionan al sexo con un acto no placentero, en algunos casos eso puede desviar en frigidez, pero en niñas donde esa era la única forma de tacto y afecto, se puede transformar en una perturbadora adicción.
De la misma manera, el entorno que uno tiene cuando explotan las hormonas, influye mucho en las preferencias que se desarrollen posteriormente. Si juntas a niños del mismo sexo de seis a ocho horas al día y, el resto del tiempo, no les permites socializar con otras personas de su edad, seguramente varios de ellos empezarán «probando» cerca. Aunque resulte un poco perturbador, en mi colegio —únicamente de varones— era común ver a los adolescentes realizar juegos sexuales en los recreos… Sí, entre ellos. Cosas desde oprimir los genitales contra las nalgas de los compañeros hasta huidas grupales al baño de las cuales no puedo —y es que esto me lo contaban— dar testimonio directo. Ahí había menos ropa aunque, parece, también menos contacto. Tres de mis compañeros de la última clase son abiertamente homosexuales y, claro, ellos saben mejor que yo si lo que digo tiene algo de sentido y sabrán desmentir todo esto a tiempo. El debate está abierto.
Que quede claro que ser homosexual no es nada raro, y parece que cada vez más nos acostumbramos a ellos. Anteayer me encontraba yo en el parque Gabriela Mistral y me alegró ver una pareja del mismo sexo a quien ya nadie le jodía por mostrarse como son en público. Que fastidio cuando te joden por mostrarte tal cual eres en público, eso no es exclusivo de ser homosexual y seguramente también lo puedes entender: «Párate derecho», «no mastiques chicle», «salude». Estorbo, desdén y fastidio.
Estudiar en escuelas con niños —sí, hombres— del mismo sexo, si puede generar problemas. Un estudio de 17000 personas determinó que en esos casos tendrás más probabilidades de estar divorciado a la edad de cuarenta años, seguramente es más difícil asociar la infancia (su tranquilidad y alegría) con mujeres. Extrañamente, esto no sucede con las mujeres a quienes les va mejor. En una sociedad machista, es fácil para ellas aprender a convivir y lidiar con el otro sexo mientras que, un colegio de este tipo, les provee un entorno protegido donde incluso tienen mejor rendimiento y desarrollan mayores destrezas de socialización. Los hombres, en cambio, no pueden aprender fácilmente del sexo femenino y se encuentran con dificultades cuando ya les toca convivir.
La realidad:
Sólo 21 hombres y 22 mujeres reportaron vivir con parejas del mismo sexo a los 42 años, esto se puede dar porque los nacidos en 1958, tenían una estructura social muy rígida que no les permitió explorar libremente su sexualidad; o tal vez los colegios de un sólo sexo realmente no tienen ninguna incidencia en el desarrollo de una vida homosexual. Tal vez la ninfomanía ni siquiera sea una enfermedad y lo debemos recordar, puesto que en 1980 se removió del manual de desórdenes mentales, junto con el sexo oral, el onanismo y la homosexualidad —la única enfermedad que se mantiene es la de no disfrutar del sexo.
Jane Ussher, profesora de Psicología de la Salud de la Mujer, en el Centro de Investigación en Salud de la Universidad de Western Sydney, concluye que «la ninfomanía, como la belleza, está en el ojo del espectador. Una mujer sólo ser catalogada como sedienta de demasiado sexo si su pareja no puede satisfacerla». A los hombres les gusta fantasear con ninfómanas —dice la psicóloga—, a menos que les toque dormir con ellas. Algo parecido a los hombres que —según estudios— se portan agresivos con los homosexuales, pero frente a un video de hombres apareándose, no pueden mantener quieto al amigo dentro de su pantalón.