El dinero es una tecnología, su objetivo es distribuir la riqueza y la forma en que esta redistribución suceda ha variado en el tiempo. Uno puede remitirse a los estudios antropológicos de Graeber, por ejemplo, y leer historias sobre cómo el rey exigía cierta moneda, luego la distribuía entre sus ejércitos y así, aseguraba una oferta de alimentos continua para sus soldados en tiempos de guerra, eso era más barato que reclutar granjeros y cocineras para que los acompañen.
En tiempos modernos, el interés de los préstamos asegura un flujo continuo del capital hacia los bancos, y dado que más del 90% del dinero se crea en las instituciones financieras privadas en forma de deuda, esto no es decir poco. Cualquier persona puede “minar” bitcoins, es decir producirlos mediante un ordenador, pero al hacerlo está incrementando el valor de la criptodivisa (esto se ha programado en el algoritmo de bitcoin) y esto beneficia a quienes ya poseen una buena cantidad.
Es importante recordar que el dinero es el medio y no el fin porque en la actualidad el mundo experimenta un problema de distribución y no de producción. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación ha reconocido que en el mundo se produce suficiente alimento para todos, y a pesar de esto 790 millones de personas en países en vías de desarrollo sufren desnutrición crónica. Mientras tanto 1300 millones de toneladas de comida se desperdicia o desecha en el mundo cada año, esto es un tercio de la producción global.
Nuestra tecnología de distribución no está funcionando, de hecho, el problema de desigualdad económica no ha parado de empeorar en los últimos años, mucha gente piensa que los ricos acumulando más y más no representa ningún problema, pero se equivocan. La desigualdad económica funciona como una especie de contaminante social, y se ha encontrado que está vinculada a una menor esperanza de vida, a menores puntajes de los niños en matemáticas y alfabetización, una mayor tasa de mortalidad infantil, más homicidios y población carcelaria, más embarazos adolescentes, obesidad, enfermedades mentales (que incluye dependencia de drogas y alcohol) y menor movilidad social.
India es uno de los países que más ha sentido los efectos del sistema de distribución de riqueza actual, y por ello han intentado de todo para luchar contra la pobreza, entre 2011 y 2013 condujeron uno de los experimentos financieros más interesantes de la historia. Tomaron a 12000 personas de 20 pueblos y las dividieron proporcionalmente, en 12 de estos pueblos mantuvieron los programas sociales que se han venido llevando a cabo, pero en los 8 restantes empezaron a distribuir un salario mínimo vital a todos, sin condiciones.
Se calculó cuál sería la cifra requerida por una familia promedio para cubrir sus necesidades básicas, y esta bordeó los $24 al mes, los adultos recibieron 300 rupias y los niños 150, cada uno de ellos era responsable por sus propios ingresos, a menos que tuviera menos de 7 años. Se dio en efectivo durante los tres primeros meses, posterior a lo cual se requirió la apertura de una cuenta bancaria, la mayoría de ellas se abrieron en cooperativas locales.
¿Qué fue lo que sucedió? Cerca de tres cuartos de la población en estos pueblos sufre de una deuda severa, el interés de los chulqueros ahí varía entre 50% y 90%, se uso el dinero para reducir la deuda existente o evitar contraer nuevas deudas, hubo un mayor porcentaje de ahorro y un mejor nivel de liquidez en el hogar, lo que les permitió hacer mejoras a los techos y paredes, acceso a agua potable y uso de combustibles menos contaminantes para la cocina.
Hubo un incremento substancial en la productividad y en el porcentaje de empleo. A diferencia de lo que predijeron los economistas, no hubo mayor gasto en alcohol, prostitución o drogas respecto al grupo control, al contrario, quienes recibieron el salario básico incondicional tenían 3 veces más probabilidades de empezar un nuevo negocio, respecto al grupo que no lo recibió. Hubo un incremento del 70% en la posesión de ganado y en las zonas rurales muchos cambiaron de ser empleados a trabajar en sus propias tierras, esto es de especial interés si uno considera que la estrategia de los países asiáticos para salir del subdesarrollo fue, precisamente, fortalecer la pequeña agricultura.
Todos los indicadores sociales mejoraron, hubo una dieta más variada y una mejora en el índice peso/talla, especialmente en niñas. Se reportó una menor incidencia de enfermedades comunes y un mayor apego al tratamiento, los discapacitados tuvieron acceso a mejor alimentación y asistencia médica, algunos incluso volvieron a tener actividad económica lo que a su vez permitió una mayor inclusión en la comunidad. Los niveles de escolaridad se incrementaron y el rendimiento escolar también mejoró.
Es evidente que cuando hay dinero, las cosas van mejor, pero uno entonces pensaría que este tipo de programas resultarían excesivamente costosos. Sorprendentemente en India, costó menos que los programas sociales existentes, debido a que estos involucran intermediarios y —bien sea por costos administrativos o casos de corrupción— cerca del 20-40% del dinero era desviado en los grupos de control. Adicionalmente, hubo un cambio de comportamiento en la población, que ahora prefería hacer uso de instituciones de salud privadas, lo mismo sucedió con las escuelas y colegios.
La interveción gubernamental fue mínima, es cierto, pero este experimento se condujo únicamente durante 18 meses, lo que significa que el mercado tampoco tuvo la oportunidad de adaptarse a la situación y habría que estar atento pues, a largo plazo, el salario mínimo resultaría ya no serlo. Sin embargo, hasta ahora, los resultados son esperanzadores. Conforme avanza la tecnología y somos capaces de producir más con menos, vincular el trabajo a los ingresos tiene cada vez menos sentido y también hay implicaciones éticas y sociales para esto. Los abusos derivados de “sólo estoy obedeciendo órdenes” serían cada vez menos comunes, habrían más actividades socialmente positivas que no resultan rentables, lo cual incluye a un buen porcentaje de áreas de investigación también. Tal vez sería una buena manera para que el Estado ecuatoriano impulse la adopción de su recientemente estrenado dinero electrónico.
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