¡Candidato, candidato!

¡Hola mamá!

¿Te acuerdas que te conté de que iba mi doctorado? Bueno, ahora resulta que todo eso tiene que esperar. La primera parte de un doctorado consiste en pasar de ser un estudiante a ser un candidato a doctor. La diferencia está en que para ser candidato no me basta con hacer campañas y reunir firmas (¿indignante, verdad?), sino que tengo que pasar algunos exámenes. Específicamente, los exámenes de las materias obligatorias para todo doctorante.

Este examen ocurre algún momento durante el segundo año y es conocido como examen comprehensivo o comprehensive examination. Pero como aquí en la Universidad todo el mundo está ocupado y no tiene tiempo para decir palabras completas, les dicen simplemente Comp’s. En mi caso, tengo que saber de estadística, epidemiología e investigación. Según nos explicaron, el examen dura una semana y cada día de la semana te prueban en algo distinto. Algunas veces son preguntas (como en cualquier otra prueba), pero también hay ejercicios más complejos como elaborar una propuesta de investigación a partir de unos pocos datos desperdigados ese rato.

Nuestros compañeros de años pasados dicen que nos olvidemos por un rato de investigar y nos enfoquemos en estudiar bien para los Comp’s. Ahora mismo, por ejemplo, tengo cuatro materias obligatorias:

  • Estadística
  • Epidemiología
  • Métodos de investigación (pero con un nombre más extravagante); y
  • Seminario de doctorado —que es donde nos dan consejos sobre la carrera y donde me vine a enterar de esto—.

Además estoy inscrito en la clase que dicta mi supervisor: “salud pública, transporte y los ambientes construidos”. Así que estoy bastante ocupado.

No obstante, creo que lo peor ya pasó. Las ocupaciones de mudarme de un país a otro se sienten cada vez menos y he tomado ritmo durante los últimos días. Hoy, por primera vez, me senté en una clase y sentí que le puse toda mi atención; sin pensar en ningún pendiente para ese o el próximo día. Fue bonito, me sentí el estudiante de siempre (a los años).

Espero que ahora que todo está más sereno, pueda empezar a adelantarme a las clases como era mi costumbre para poder también trabajar un poco, aunque creo que me equivoqué al coger cinco materias en lugar de cuatro. En todo caso, esto no durará más allá de enero, después pienso tomar menos materias para hacer mejor uso de mi tiempo.

Reportando desde Vancouver.

Tu hijo,

Andrés.

Mitad doctor, mitad alcalde

¡Hola mamá!

(Le prometí a mamá que escribiría esto después de llegar a Vancouver. Desde que mi vida profesional transformó en un culebrero, nunca sabe qué contestar cuando le preguntan qué estoy haciendo con mi vida. Este texto es una breve explicación de esta nueva etapa de mi vida).

Mamá, llegamos bien. Nos hemos instalado en una linda casa y ya tuve mi primera semana de clases. Por lo que he visto, no me voy a jalar el primer año. Me falta poco para conocer todos los profesores: llegué un miércoles y mis clases empiezan los martes. Pero desde la próxima semana, ya podré contarte sobre todos y cada uno de ellos.

Apenas tuve tiempo de explicarte el tema de mi doctorado, o cómo funciona, y por eso te escribo esta carta, porque quiero dedicarte mi tiempo y mis letras, que están entre las cosas más preciadas que tengo.

Mucha gente sabe que hay varios grados académicos: licenciatura, maestría, doctorado; saben que uno es más importante que otro, pero no conocen en qué difiere su esencia. Te lo quería explicar antes de hablarte de mi campo de estudio.

Los licenciados obtienen una licencia para hacer algo. La licenciatura en diseño les permite diseñar, así como la licencia de conducir te permite manejar un auto. La maestría, en cambio, te permite enseñar un oficio. En teoría conocer lo suficiente de una materia para contagiarla a otra persona. Si conducir fuera una profesión, la maestría te enseña lo suficiente de vías, autos y leyes para enseñar a manejar a alguien más. Yo, en cambio, estoy haciendo un doctorado. Es decir que además de poder ganarme la vida con eso y enseñarlo a los demás, debo averiguar si hay algo que no sepamos sobre los autos, las leyes o las vías y darle una respuesta.

Hacer un doctorado es dar un paso al vacío porque casi nunca sabemos lo que no sabemos. Las universidades saben que esto es muy arriesgado y, por eso, te asignan a alguien que te guíe en el camino. La palabra que ellos usan es “supervisor”. Esta persona es un experto en el tema que pretender abordar —además de ser experto en burocracia universitaria—. Para ser admitido en una universidad a hacer un doctorado, necesitas al menos una de estas dos cosas:

  1. Encontrar un supervisor que quiera trabajar contigo; o
  2. Encontrar algo que la humanidad no sabe  y tener una idea sobre cómo averiguarlo.

Usualmente te piden ambos, pero si tienes suerte y alguna especie de talento, puede que te admitan con solo uno de estos elementos. Ese fue mi caso, mamá. ¡Tengo supervisor pero aún no tengo un proyecto de investigación!

Mi supervisor se llama Lawrence Frank, pero le gusta ser llamado Larry. Lo escogí de entre una lista larguísima de científicos en UBC. Le escribí para decirle que me gusta mucho el tema que él trabaja y decidió que podemos trabajar juntos. Larry es un científico muy respetado, pero también es bastante jovial, creo que nos vamos a llevar bien porque ya sabes que soy poco serio. Él investiga cómo la forma en que se construyen las ciudades afecta el tránsito de los autos, las motos, los trenes, las bicis y la gente. Y cómo el estar activo o sentado hace que la gente sea más sana o más enferma. Dicho de otra manera, si un buen alcalde y una ministra de salud eficiente tuvieran un hijo —y le enseñaran todo lo que saben—, tendrían a alguien como Larry.

De momento, sólo sé que yo también investigaré sobre ese tema. Pronto me uniré a su equipo de investigación en el laboratorio de diseño comunitario y salud. Al menos ese es mi plan. No sé si estudie el efecto del urbanismo en la diabetes, la presión arterial, la salud mental, o en alguna otra enfermedad crónica; cuando lo sepa te escribo. Pero te adelanto que algo así será. Y utilizaré datos reales de la ciudad de Vancouver, mapas, datos geográficos y ojalá pueda transformar mi investigación en recomendaciones reales al alcalde.

Eso mamá, si alguien te pregunta que hago, diles que es un doctorado con dos mitades: ser doctor y ser alcalde.

Te quiero mucho,

Andrés

¡Hola mamá! Soy booktuber

Leer puede ser muchas cosas. Después de todo, hay miles de historias y miles de lectores. La forma en que nos relacionamos con los libros depende de nuestro momento. Por eso, uno no puede leer el mismo libro dos veces, de la misma manera que no puedes bañarte en las mismas aguas de un río. En otras palabras, las historias escapan al tiempo.

Esto es hermoso, porque nos reinventamos en cada lectura, pero también es triste porque las impresiones que los libros dejan en nosotros se van con el tiempo. He recomendado libros diciendo «no recuerdo nada de lo que había en el libro, lo que recuerdo es que era realmente bueno». No sé si eso sea bueno o malo, pero he decidido cambiarlo. Quiero guardar las impresiones temporales que me dejan los libros. He decidido convertirme en booktuber.

Booktuber es una palabra horrible (y será peor cuando la RAE la transforme en buctuber), pero creo que serlo es todo lo contrario. Terminar un libro es satisfactorio, pero discutirlo es el equivalente a ver los mejores memes después de la Saga del Infinito; o algo así.

Quisiera decirles que, desde hoy, me ganaré el pan de cada día reseñando lo que leo. No. Dudo que los algoritmos lo permitan; además, a YouTube no  le interesa. Sí, he empezado a subir videos, pero es por el gusto de hacerlo. No esperen ediciones profesionales ni viñetas increíbles (apenas me sobra el tiempo). Lo que sí quiero dejar en claro es esto: amo los libros. Creo que sería miserable sin ellos. Creo que todos necesitamos historias en la existencia y los libros pueden ser mucho más interesantes que los chismes de política, la novela, twitter, facebook, o lo que sea que les cuente la vecina.

Así que, mamá, ¡soy booktuber! Este es mi primer video: