Medio diario

Tras una noche asquerosa cabezear, ver la hora, scroll, scroll, scroll, bloquear pantalla, soñar con el feed de noticias, instagram, videos de youtube abrí los ojos, en ciclos. Once, una, cinco. Las cinco es buena hora. Estiro el cuello, amaso la almohada con la nuca, trueno la espalda… todo duele y los ojos arden; me detesto.

Desbloqueo el celular y empiezo la masacre. Chao Instagram, chao YouTube, chao Reddit, cerrar sesión en Twitter, iniciar sesión en Facebook, Settings, Información personal, Desactivar cuenta, Razón: no volver jamás. Renuncio. Nunca he estado más convencido que la prisa es el mal paso. Quiero que mis únicos apuros sean correr hacia la leche hirviendo, antes que se derrame en la hornilla; a la ropa que se moja con lluvia súbita de Quito; a orinar después del cine.

Me convenzo de que cambiaré las lecturas rápidas por libros. Soy comprador compulsivo y he terminado quizá uno por cada tres en el librero. Nueva regla: leo un libro, compro un libro. Tras acabar con Maus (Spiegelman), La vida es buena si no te rindes (Seth) y Virgina Woolf (Gazier & Ciccolini); por ejemplo, me doy el lujo de comprar los dos tomos de la comunidad (Tanquerelle & Benoît). En fin, leeré libros. Renuncio también a las noticias y su vástaga ansiedad infame.

Tras una noche asquerosa: la mañana. Las almohadas a manera de alfombra, mala puntería en el tacho de basura, escoger prendas entre la ropa sucia. Me detesto (y como la depresión es el pretexto para no lavar ni un plato, ya no soy el único). ‘Limpiemos la casa’. ‘No quiero limpiar la casa’. ‘Entonces ¿qué quieres hacer?’. ‘Nada’. No estoy seguro, tal vez una máquina de escribir. Es una manera de tentarme a escribir, sin conectarme, pero me visualizo odiando mis borradores y multiplicando mi talento de crear desperdicio.

Y sí, la mañana estuvo horrible, pero amaneció soleado. Lancé unos globos por la ventana y al rato rapté a lunbebé para recibir sol en el jardín. Los abuelos chochean, los vecinos chochean, la mamá (a regañadientes) chochea. Al final, acordamos salir en auto. Bordeamos los atavíos del metro y, vía La Vicentina, llegamos al Parque de Guápulo.

Lo abordamos por el borde sur, donde las enredaderas del muro corren paralelas a un pequeño riachuelo, lateral al camino de piedra. En el otro borde, varios árboles gordos y altos forman una sombra bastante agradable. ‘Aquí es donde me caí’, donde dice NO PISAR. Nos turnamos para cargar a lunbebé porque el terreno irregular inutiliza al coche. ‘Este es mi nuevo lugar favorito’, dice mi esposa, tras ultimarme que ahí festejaremos el primer cumpleaños de Alice. ‘Ahí puedes jugar con tu tío Washo’, mientras señala una familia pateando la pelota, ‘ahí con tu amigo Gilberto’. ‘Primo’, le digo. ‘Es primo de mi mami. La mamá de mi mamá se llama Carlota, ella tenía una hermana: Angélica, la mamá de Gilberto’.

El primo nos cae bien, su pequeño terreno fue el lugar que escogimos para la boda. Además de ser un lugar feliz, está en San Antonio, la ciudad de mis abuelos maternos y del padre de Andre. El primo fue periodista y, al día de hoy, aún mantiene un agudo sentido del humor. Fundó una asociación ficticia en la familia y nos hizo elegirlo presidente. Cada vez que nos reunimos bromea sobre las próximas votaciones. Alguna vez, incluso tuvo el descaro de publicar las ofertas de campaña en la vitrina de su tienda. La gente preguntaba, todos reímos. Un personaje. El día que invitó a la familia a conocer el terreno, sus viñedos aún no estaban listos; para salvar el honor, les amarró unos cuantos racimos de uvas para presumir lo bonitas que estaban.

El parque estuvo bien. Nos cambió las aires (ya no me detestaba). Al suroriente, hay un cerro inmenso lleno de bosque que inspira quedarse echado en el verde césped para dormirse un día y medio. Hay poca gente, comida rica aunque no perfecta. Ladrones mirlos, los mejores ladrones. Pero a todo le llega el tiempo y un poco hartos de las arenillas, dejamos el parque para ir al Centro de Arte Contemporáneo.

Lunbebé se quedó dormido así que nos tocó aguantar su malgenio por querer ponerla en el coche. Vimos dos exposiciones, la tecnología somos nosotrxs (que se confesó posmoderna en esa equis) y algo del archivo del Premio Nacional de Artes Mariano Aguilera. La primera expo empezaba al fondo (pero a la izquierda). Sala uno: guía sobre cómo hacer chicha, ocho tipos de grano, olor a fermento. Después, las semilluchas (normal) y, al virar la esquina, unas gafas de realidad virtual que colgaban de su mal olor. ‘Disculpe, ¿cómo funciona?’. ‘Está dañado, aquí dice, ¿sí ve?’. Más allacito, una composición de varios artistas ambateños (saludos José Luis Jácome), fusionaba arte preincaico con cyberpunk, fue mi parte favorita.

Andre, en cambio, quedó encantada con las pinturas de Segundo Ortiz que, en blanco y negro, había retratado cuatro barrios de Quito. Lunbebé hizo un amigo que le doblaba en edad. El niño ya extendía la manito como diciendo hola y se enamoró de mija. Era el único de la familia con cabello corto. El encuentro fue efímero precisamente por las pinturas de Don Ortiz: ‘Andy, ven a ver’. Tuve que mentir el ‘ya vuelvo’.

Guerras de autos

En este trabajo de ficción especulativa para la Universidad de Deakin, el autor Cory Doctorow nos acerca a un futuro cercano donde las carreteras están únicamente pobladas por automóviles sin conductor. Aquí, él presenta una serie de dilemas éticos explorados por la Escuela de Tecnología de la Información de Deakin a medida que se acerca hacia un mundo donde estos escenarios son una posibilidad terriblemente real.

Guerra de autos es una lectura larga. Ponte cómodo y disfruta de este trabajo de ficción especulativa.


Capítulo 1
─ Cero tolerancia ─

RECORDATORIO SOBRE CERO TOLERANCIA

 

Estimados Padres,

Odio empezar el año con malas noticias, pero prefiero esto a enviar una carta de condolencias a un padre cuyo hijo ha sido asesinado en un accidente sin sentido.

Como se les notificó en su paquete de bienvenida, Burbank High tiene una política de cero tolerancia sobre prácticas inseguras en autos. Incentivamos la exploración sana, y nuestro programa de informática es inigualable en el condado, pero cuando los estudiantes realizan modificaciones peligrosas a sus autos, y traen esos vehículos al campus, no solo están violando la política del Consejo de Educación: están violando las leyes federales; y poniendo a otros estudiantes, y a la comunidad en general, en riesgo.

A pesar de que el año lectivo apenas ha empezado, ya hemos confiscado tres autos de estudiantes por utilizar firmware sin licencia, y uno de esos casos ha sido referido a la policía, ya que el estudiante involucrado era un reincidente.

Mañana empezaremos un nuevo programa de auditorías de firmware aleatorias para todos los vehículos estudiantiles, dentro y fuera del campus. Estas NO SON OPCIONALES. Trabajamos con el departamento de policía de Burbank para hacerlas lo más rápidas y menos molestas posible. Ustedes pueden ayudar discutiendo este asunto tan sensible con sus hijos. El departamento policial de Burbank detendrá vehículos con fichas de estacionamiento para estudiantes y verificará su integridad en toda la ciudad. Como siempre, esperamos que nuestros estudiantes sean educados y respetuosos cuando interactúen con los agentes del orden público.

Este programa empieza MAÑANA. Los estudiantes atrapados con modificaciones sin licencia enfrentarán una suspensión inmediata de dos semanas si se trata de su primera vez, y serán expulsados en caso de ser reincidentes. Esto en adición a cualquier cargo que la policía decida aplicar.

Padres, esta es su oportunidad para hablarle a sus hijos sobre un asunto increíblemente serio que muchos adolescentes no consideran para nada importante. Tomen esta oportunidad, antes de que sea tarde: para ellos, para ustedes y para la gente de nuestra comunidad.

Gracias,

Dr Harutyunyan
Director del Colegio


Capítulo 2
─ Actualización de estado ─


Capítulo 3
─ Negación plausible ─

—Estamos muertos.

—Cállate, José, no estamos muertos. Pórtate fresco y dame esa memoria USB. Mantén tus manos abajo. El policía no puede vernos hasta que yo abra las puertas.

—¿Y las cámaras?

—Hay un bug conocido que hace que se apaguen cuando la LAN se congestiona, para dejar espacio de banda para las cámaras externas y la dirección. También hay otro bug conocido que hace que el tráfico LAN aumente cuando los policías toman el control del piloto automático porque todos los sistemas tratan de hacer capturas de pantalla para análisis forense. Entonces las cámaras están vueltas hacia abajo. Dame. LaUSB.

La mano de José tembló. Siempre mantuve el jailbreaker inalámbrico y la palanca de cambios separados: negación plausible. El jailbreaker tenía usos legítimos y no era, en sí mismo, ilegal.

Conecté el USB y aplasté la secuencia de pánico. La primera vez que ejecuté el jailbreaker, tuve que matar una hora mientras el programa revisaba diferentes vulnerabilidades conocidas, buscando un camino hacia la red de mi auto. Me mordía las uñas, porque había empezado desactivando la conexión inalámbrica del automóvil, sacando la antena de su montura, y luego colocando cinta Faraday sobre la ranura, y cada minuto que pasaba era otro minuto que tendría que explicar cada detalle si el jailbreak fallaba. Cinco minutos sin conexión podrían ser simplemente un ruido de radio transitorio o la antena que se zafó durante un lavado de autos; cuanto más durara, menos historias habría que pudieran cubrir los hechos de manera plausible.

Pero cada coche tiene una falla o dos, y el nuevo firmware dejó abierto un canal permanente para la reconexión. Podría restaurar el auto a los valores predeterminados de fábrica en 30 segundos, pero eso me dejaría operando un vehículo que no estaba inicializado, sin historial de viaje, un obvio encubrimiento. El modo de plausibilidad restauraría una carga de firmware predeterminada, pero mantendría intacta una versión cuidadosamente editada de los registros. Eso tomaría de tres a cinco minutos, dependiendo.

—Salga del vehículo por favor.

—Sí, señor.

Me aseguré de que pudiera ver mi cámara corporal, la destaqué en el campo de visión de su cámara corporal, para que hubiera una pregunta obvia después si no hubiera imágenes disponibles desde mi punto de vista. Todo se trataba de la teoría del juego: él sabía que yo sabía que él sabía, y que otras personas lo sabrían más tarde, por lo tanto, aunque yo tuviese piel oscura y ese haya sido el motivo por el cuál me detuvo, habría límites en lo malo que él podría ser.

—Usted también, señor.

José estaba nervioso, lo mostró en cada movimiento y en el blanco de sus ojos. Mejor: cada segundo del acto de «oficial amistoso» desperdiciado en él era un segundo más para que se ejecutara el script de plausibilidad.

—¿Todo esta bien? —preguntó el policía—.

—Estamos atrasados a la clase, es todo —José era el peor mentiroso. Eran las 7:55 am, la primera campana sonaba a las 8:30 am y estábamos a menos de diez minutos de las puertas—.

—¿Los dos van a Burbank High?

José asintió. Mantuve la boca cerrada.

—Preferiría discutir esto con un abogado presente —fue el turno del policía de rodar sus ojos. Era joven y blanco. Pude ver los tatuajes asomando por su cuello y puños—.

—Identificación, por favor.

Ya había transferido mi licencia de conducir a mi bolsillo de la camisa, para que no tuviera una bolsa que hurgar, sin posibilidad de insistir en que había visto algo que le diera una causa probable para mirar más allá. La sostuve en dos dedos, la tomó y él la pasó por el lector que llevaba en el cinturón. José guardaba su tarjeta de estudiante en una billetera abultada con todo, facturas, billetes y fotografías que había impreso (de chicas) e imágenes que había dibujado (hombres lobo). El policía lo miró con los ojos entrecerrados. Pude verlo tratando de convencerse a sí mismo de que uno o más de esos pedazos de papel revoloteantes podría ser un rollo de fumar y, por lo tanto, parafernalia ilegal de tabaco.

Echó un vistazo a la identificación de José mientras mi amigo recogía todas las cosas que se le cayeron de la billetera cuando la quitó.

—¿Saben por qué los detuve?

—Preferiría responder cualquier pregunta a través de mi abogado. Obtuve un A+ en mi examen escrito sobre derechos de privacidad en la era digital.

—Genia.

—Cállate, José.

El policía sonrió. Sabía que pensaba en palabras como «bravita», que odio. Porque cuando eres negra, mujer y apenas pasas de metro y medio, obtienes un montón de «bravita» y su hermana fea, «bocona».

El policía regresó a su automóvil para buscar su inspector de integridad de camino. Como cualquier otro gadget del mundo, era un rectángulo, un poco más largo y más delgado que una baraja de cartas, pero debido a que era policíaco, tenía una superficie rugosa, con topes de goma negros y amarillos, porque aparentemente ser policía te hace medio torpe. Eché un vistazo al pesado reloj de cuerda que llevaba puesto, miré la segunda manecilla a través de los arañazos en la luna. Dos minutos.

Antes de que el policía pudiera escanear las placas del auto con su aparato, me puse frente a él.

—¿Puedo ver su orden, por favor? —el bravito se volvió bocón ante mis propios ojos—.

—Hágase a un lado por favor señorita —él evitó las comas para mantener la seriedad—.

—Dije que quiero ver su orden.

—Este tipo de búsqueda no requiere una orden, señorita. Es un control de seguridad pública. Por favor, hágase a un lado.

Miré de reojo al reloj otra vez, pero había olvidado dónde estaba la aguja del minutero cuando comencé. Mi pulso latió fuertemente en mi garganta. Dio unos golpecitos en la placa de lectura de la puerta del carro (nosotros todavía la llamábamos la «puerta del conductor» porque así el lenguaje era más divertido).

El automóvil se apagó con un sonido audible mientras la suspensión se relajaba a su estado neutral, el automóvil tembló un poco. Luego escuchamos su campanilla de inicio, y luego otro sonido más plano acompañado de tres parpadeos de luces, tres más, dos más. La herramienta de diagnóstico del policía estaba conectándose con el auto, luego se empantanaría en todo su sistema de archivos y compararía su huella digital con la lista de huellas conocidas que habían firmado tanto el fabricante Uber como la Administración Nacional de Seguridad en el Tráfico de las Carreteras de los Estados Unidos.

La transferencia tomó un par de minutos y, al igual que las generaciones anteriores a nosotros, sufrimos cuando la barra de progreso se estancó, no mirábamos subrepticiamente. José jugaba un tenis ocular intenso conmigo, tratando de determinar si el auto había sido flasheado con éxito antes de que el policía lo revisara. El policía, mientras tanto, miraba la pantalla de la muñeca de su uniforme y el dispositivo que tenía en la mano. Todos escuchamos la campanilla que señala que la transferencia de archivos se completó, luego vimos como el policía tocaba su pantalla para comenzar la verificación de integridad. Generar una huella a partir de la copia del sistema operativo del automóvil tomó unos segundos; mientras tanto, los archivos de registro serían procesados en la nube de los policías y enviados a Officer Friendly como aprobado o reprobado. Cuando tus usuarios finales son policías no técnicos que se encuentran en una concurrida carretera, es necesario que el proceso sea más fácil de interpretar que una prueba casera de embarazo.

Los segundos pasaban. ¡Ding!

—Muy bien.

Muy bien… ¿te llevaré a la cárcel? Muy bien… ¿eres libre de marcharte? Avancé lentamente hacia el automóvil y el policía nos despidió con un movimiento de sus dedos.

—Gracias, oficial.

José olía a sudario. El auto arrancó en su configuración predeterminada de fábrica, y todo fue diferente, desde el visualizador en el parabrisas hasta la voz con la que me pidió indicaciones. Se sentía como el automóvil de otra persona, no como el dulce paseo que había comprado en la subasta de artículos sin respaldo de Uber y reconstruido amorosamente con partes de chatarra y trabajo duro. La adrenalina hizo que me sorprenda cuando entramos en el tráfico, la señalización del automóvil y los cambios de carril fueron un poco menos suaves de lo que habían sido unos minutos antes (si cuidas bien la transmisión, los neumáticos y los líquidos, puedes ajustar la configuración para darle un deslizamiento elegante).

—Man, pensé que estábamos muertos.

—Eso fue dolorosamente obvio, José. Tienes muchas cualidades, pero mantener la cabeza fría no es una de ellas.

Mi voz se quebró cuando terminé. Encontré un tubo de café en el compartimiento del conductor y le mordí el extremo, luego mastiqué el contenido. José me miró suplicante y encontré uno más, el último, la reserva de emergencias para digerir antes de las pruebas sorpresa. Se lo di mientras nos deteníamos en el estacionamiento de la escuela. ¿Para que están los amigos?


Capítulo 4
─ Un verdadero rompe-costillas ─

La madre de Yan había perdido el control y luego, cuando él finalmente llegó a casa, saltó del sofá con los ojos hinchados y la boca abierta, haciendo ruidos que nunca antes había escuchado.

Mamá, mamá, está bien, estoy bien.

Lo dijo una y otra vez mientras ella lo abrazaba ferozmente, apretándolo hasta que le crujieron las costillas. Nunca antes se había dado cuenta de lo bajita que era, hasta que lo envolvió con sus brazos y se dio cuenta de que podía mirar su coronilla desde arriba y ver como su cabello se estaba tornando gris.

Él había igualado su estatura a los catorce y entonces habían dejado de medir. Ahora, a los 19 años, de repente comprendió que su madre ya no era joven; habían celebrado su sexagésimo cumpleaños ese año; claro, pero eso era solo un número, algo para bromear.

Ella se calmó un poco, él también lloraba; así que preparó café para ambos con el grano favorito de su madre, tostado en St. Kilda. Se sentaron a la mesa y tomaron café mientras suspiraban y lloraban. Había recorrido un largo camino de regreso, y no había sido el único que había recorrido una autopista durante media eternidad, perdido sin servicio móvil y sin mapas, tratando de encontrar a alguien con batería que pudiera acceder a un control de navegación.

Todas mis redes sociales están llenas de eso, es horrible. Cientos de personas se estrellaron entre sí, contra la barandilla o huyeron de la autopista. Pensé…

Lo sé, mamá, pero estaba bien. El maldito auto se quedó sin gasolina y simplemente se detuvo. Rodé hasta detenerme, recibí un pequeño golpe del chico detrás de mí, luego su auto me rebasó y salió disparado como llamas. Pobre cabrón, parecía aterrorizado. Tuve que salir y caminar.

¿Por qué no llamaste?

Batería muerta. Batería muerta en el auto también. Igual que todos. Conecté mi teléfono tan pronto como me senté, ok, pero creo que el auto en realidad estaba consumiendo mi batería, todos los que conocí en el regreso tuvieron el mismo problema.

Contempló a Yan por un momento, tratando de averiguar si estaba molesta o aliviada. Ella dejó su café y le dio otro de esos abrazos que lo hicieron jadear por aire.

Te quiero mamá.

Oh, mi niño, yo también te amo. Dios, oye ¿qué está pasando?


Capítulo 5
─ Revolución, otra vez ─

Hubo otra revolución, así que todas las clases del cuarto período fueron canceladas y en su lugar nos juntaron en equipos aleatorios para investigar todo lo que pudiéramos sobre Siria y presentarlo a otro grupo en una hora, luego los dos grupos eran fusionados y debían presentarse a otros dos equipos, y así sucesivamente, hasta que todos nos reuniésemos en el auditorio para el período final.

Siria es un desastre, déjame decirte. Mi regla de oro para tener buenas notas en estas tareas en vivo sobre el mundo real es buscar artículos de Wikipedia con muchas notas de «cita requerida», leer los argumentos sobre estos hechos en disputa, y luego completar las notas al pie de página con una breve búsqueda en Google. Al ser alguien a quien no le importa un comino el problema, me permito averiguar qué citas serían aceptables para todas las personas que se llaman monstruos entre sí por no estar de acuerdo.

A los docentes les encantó, no paraban de elogiarme por mis «contribuciones al registro viviente sobre el tema» y por «hacer que los recursos sean mejores para todos». Pero la entrada de Siria fue más que larga, y los hechos controvertidos no tuvieron una resolución fácil: ¿el gobierno se llamaba ISIL? ¿ISIS? ¿IS? ¿Qué quería decir Da’esh? Todo había sido un desastre en la época en que estuve en la guardería, y luego se había calmado. Hasta ahora. Había toneladas de niños sirios en mi clase, por supuesto, y sabía que eran como los niños armenios, cabreados por algo que realmente no entendía en un país muy lejano; pero soy estadounidense, eso realmente significa que no le presto atención a ningún país con el que no estemos en guerra.

Luego vino lo del auto. Al igual que aquel en Australia, excepto que no se trataba de terroristas matando a cualquiera que pudieran tener en sus manos: este era un gobierno. Todos vimos las transmisiones en vivo de los terroristas lanza-molotovs, o revolucionarios, o lo que fuera, siendo perseguidos en las calles de Damasco por autos que el gobierno había tomado, algunos de ellos ─¡la mayoría de ellos!─ con personas horrorizadas atrapadas en el interior, golpeando los frenos de emergencia mientras sus autos atropellaban a la gente en la calle, salpicando los parabrisas con sangre.

Algunos de los autos eran de los nuevos con cosas pegajosas en el capó que impedían que las personas a las que atropellaban fueran lanzadas o arrojadas bajo las ruedas; en cambio, se atascaban y gritaban mientras los autos rodaban por callejones estrechos. Era el tipo de cosa para la que necesitabas una nota especial de tus padres que te permita ver «acción» en las clases de estudios sociales. Afortunadamente, mi madre es así de genial. O tal vez fue desafortunado, debido a las pesadillas, pero era mejor estar despierto que dormido. Era real, así que era algo que necesitaba saber.


Capítulo 6
─ Somos artistas, no programadores ─

Las personas del equipo de machine-learning de Huawei se consideraban a sí mismas más como artistas que como programadores. Esa era la primera diapositiva de su presentación, la que mostraban los reclutadores en las grandes ferias de trabajo en Stanford y Ben-Gurion e IIT. Era lo que la gente de aprendizaje automático se decía entre sí, así que repetirlo era simplemente una buena táctica.

Cuando trabajabas para Huawei, tenías acceso a la manguera de incendios: cada trozo de telemetría jamás obtenido por un vehículo Huawei, más todos los conjuntos de datos licenciados de otras grandes compañías automotrices y de logística, hasta los datos de conductor recopilados de personas que usaban monitores ordenados por la corte: delincuentes en libertad condicional, padres abusivos bajo órdenes de restricción, empleados del gobierno. Obtenías los datos post-mortem de los peores accidentes del mundo y todos los datos de simulación de las cuevas de bots: ese vasto campo de batalla virtual donde los algoritmos de aprendizaje automático peleaban para ver quién podía generar la menor cantidad de muertes por kilómetro.

Pero a Samuel le tomó una semana obtener los datos de los secuestros masivos en Melbourne y Damasco. Todo era asunto de seguridad nacional, por supuesto, pero Huawei era un socio de infraestructura crítico de las naciones de los Siete Ojos, y Samuel mantuvo sus autorizaciones vigentes en cuatro países donde tenía acceso a informes directos de seguridad.

Sin esa información, lo que quedaba era tratar de recrear el ataque a través del método de Sherlock: razonamiento abductivo, donde empiezas con un resultado conocido y luego se llega a la teoría más simple posible para cubrir los hechos. Cuando has excluido lo imposible, lo que queda, por improbable que sea, debe ser la verdad, ¡si tan solo eso fuera verdad! Lo que nunca le sucedió a Sherlock, y siempre le sucedió a los hackers de aprendizaje automático, fue que excluyeron lo imposible y luego simplemente no pudieron pensar en la verdadera causa, no hasta que fue demasiado tarde.

Para la gente de Damasco, ya era demasiado tarde. Para la gente de Melbourne, ya era demasiado tarde.

Sin presión, Samuel.

El aprendizaje automático siempre comenzaba con datos. El algoritmo ingiere los datos, los destroza y escinde un modelo, el cuál podías poner a prueba suministrando algunos de los datos que habías dejado fuera de la base de datos de entrenamiento. Le dabas el 90 por ciento de la información de tráfico que tenías, solicitabas que modele respuestas a las diferentes circunstancias del tráfico, luego probabas el modelo en el 10 por ciento reservado para ver si podría navegar correctamente ─es decir, sin fatalidades─ por el tráfico restante.

Los datos podrían estar equivocados de muchas maneras. Siempre estaban incompletos, y lo que quedaba fuera podría sesgar el modelo. Samuel siempre explicaba esto a los grupos escolares visitantes invitándolos a imaginar el entrenamiento de un modelo para predecir la talla a partir del peso con datos de una clase de tercer año. No les llevó mucho tiempo a los niños entender cómo eso podría producir estimados inapropiados para la estatura en adultos, pero el verdadero golpe era revelar que cualquier alumno de tercer año que no estuviera contento con su peso podría optar por no subir a la báscula . «El problema no es el algoritmo, sino los datos utilizados para hacer el modelo». Incluso un niño de escuela podría entender eso.

Pero era más complicado que un simple set de datos sesgado. También estaban los casos especiales: qué hacer si se detectaba la sirena de un vehículo de emergencia (porque no todos los vehículos de emergencia podían transmitir las anulaciones al piloto que enviaban todo el tráfico a las aceras en casos de intercepción legal), qué hacer si un gran rumiante (un ciervo, una vaca, incluso una cebra, porque Huawei vendía automóviles en todo el mundo) se cruzaba frente a un automóvil, y así sucesivamente. En teoría, no había ninguna razón para no utilizar el aprendizaje automático para entrenar esto también: simplemente le decías al algoritmo que seleccione comportamientos que resultaron en los viajes más cortos para vehículos de emergencia simulados. Después de todo, siempre habría circunstancias en que era más rápido para los vehículos conducir un poco más antes de detenerse, para evitar la congestión, y la mejor manera de descubrirlo era extraer los datos y ejecutar las simulaciones.

Los reguladores no aprobaron esto: la programación «artística» no determinista era un truco lindo, pero no sustituía a la dura y rápida lógica binaria de la ley: cuando sucede «x», haces «y». Sin excepciones.

Entonces los casos especiales se multiplicaron, porque eran como cables enredados, era imposible que uno venga solo. Después de todo, los gobiernos entendían cómo los casos especiales podrían ser instrumentos de política.

Mediante casos especiales se excluyó a los sitios piratas y a la pornografía infantil de los resultados de búsqueda, a las instalaciones militares especiales de las fotos satelitales en aplicaciones de mapas, a bandas de radio definidas por software de las bandas de emergencia, a veces había que buscar canales libres de interferencia. Cada uno de esos casos especiales era una oportunidad para hacer travesuras, ya que muchos de ellos eran secretos por definición; nadie quería publicar el directorio más completo del mundo de pornografía infantil en línea, incluso si eso suponía que debía servir como una lista negra, por lo que el compartimento de casos especiales se llenaba rápidamente con todo lo que alguna persona influyente quería, en alguna parte.

Desde juegos de azar y sitios de suicidio asistido que se colaron en la lista de pornografía infantil, pasando por videos anti Kremlin agregados a los filtros de derechos de autor, hasta todas las cosas de «prevención de accidentes» en los autos.

Desde 1967, los especialistas en ética han estado planteando problemas hipotéticos acerca de quién debería ser asesinado por tranvías desbocados: si era mejor empujar a un hombre gordo por las vías (porque su masa detendría el carro) o dejarlo chocar contra una multitud de transeúntes, si la naturaleza bondadosa o maléfica del cordero sacrificado cambiaba la situación, o si las víctimas alternativas fueran niños o personas con enfermedades terminales, o…

El advenimiento de los vehículos autónomos fue una bonanza para las personas a las que les gustaba este tipo de experimentos mentales: si tu automóvil intuyera que estaba a punto de sufrir un accidente, ¿debería salvarte a ti o a los demás? Los gobiernos convocaron mesas redondas secretas para reflexionar sobre la cuestión e incluso llegaron a listas clasificadas: salvar a tres niños en el automóvil era mejor que salvar cuatro niños en la calle, pero se sacrificaría a tres adultos para salvar a dos niños. Al principio, era una diversión inofensiva e incluso linda, y le dio a la gente algo para sonar inteligente en conferencias y cócteles.

Pero fuera de los equipos de diseño de software, nadie hizo la pregunta importante: si pensabas diseñar un automóvil que tratara específicamente de matar a sus dueños de vez en cuando, ¿cómo podrías evitar que esos propietarios reconfiguraran esos autos para nunca matarlos?

Samuel había estado en esas reuniones, donde personas medio brillantes de las compañías automotrices de la vieja línea aseguraron a los burócratas de los ministerios de transporte que no habría problemas en diseñar autos inteligentes «blindados» que resistirían la modificación del usuario final. Mientras tanto, gente más brillante del lado de la ley se frotaba las manos pensando en todos los problemas que se podrían resolver si los autos pudieran diseñarse para hacer ciertas cosas cuando recibían señales provenientes de las autoridades. Especialmente si los fabricantes y los tribunales colaboraran para mantener el inventario de esos casos especiales tan secreto como las listas de bloqueo de pornografía infantil en los firewalls nacionales.

Después, estuvo en las sesiones de diseño, donde debatieron sobre cómo ocultarían los hilos y archivos de esos programas, cómo modificarían el ciclo de arranque del automóvil para detectar alteraciones y alertar a las autoridades, cómo las herramientas de diagnóstico proporcionadas a la mecánica para revisiones rutinarias podría usarse para verificar dos veces la integridad de todos los sistemas.

Luego comenzó a recibir grandes pedazos de código (blobs) ofuscados y firmados por contratistas que prestaban servicios a gobiernos de todo el mundo, desarrollando aplicaciones «prioritarias de emergencia» que, se suponía, él debía incluir, sin inspeccionarlas. Por supuesto, realizó pruebas individuales antes de que Huawei enviara las actualizaciones, y cuando inevitablemente dañaban su código, Samuel daba vueltas y vueltas con los contratistas, que querían tener acceso a todo su código fuente sin permitirle ver ningún pedazo de los suyos.

Para ellos, tenía sentido comportarse de esa manera. Si no podía ayudarlos a insertar su código en la flota Huawei, tendría que responder ante los gobiernos de todo el mundo.

Le había tomado mucho tiempo resolver esto. Al principio, supuso que, finalmente, lo peor había sucedido: las claves criptográficas de los equipos de la policía ─que se utilizaban para firmar la orden de anulación─ se habían filtrado, y los astutos criminales las habían utilizado para secuestrar al 45 por ciento de los automóviles en las carreteras de una de los las ciudades más grandes de Australia. Pero el análisis forense no mostró eso en absoluto.

Por el contrario, los ladrones habían descubierto cómo falsificar los modelos que invocaban a los casos especiales. Samuel se dio cuenta de esto por accidente, tras tres días en su escritorio, ejecutando SIM tras SIM en la nube de alta confidencialidad de Huawei; era el protocolo, a pesar de que era la nube más lenta y abarrotada que podría haber usado. Pero solo estaba disponible para un puñado de ejecutivos senior de Huawei, ni siquiera para contratistas o socios.

Había estado ejecutando la telemetría en bruto en una muestra aleatoria de los automóviles afectados en busca de un comportamiento anómalo. Por poco y no se dio cuenta, así de cerca estuvo. En St. Kilda, alguien ─con el rostro bajo la sombra de un sombrero y el perfil térmico oscurecido─ se paró frente a un auto sujeto, que redujo la velocidad, pero no frenó, y emitió dos rápidos pitidos de claxon.

El análisis de regresión de los datos de accidentes mostró que era más probable que el frenado brusco provocara colisiones traseras y peatones congelados que no podían salirse del camino. El automóvil asignaba más tiempo de cálculo al perímetro dorsal para ver si podía cambiar a un carril adyacente sin una colisión, y si eso no era posible, estimar el número de vehículos y pasajeros afectados según diferentes maniobras.

El peatón hizo una finta hacia el automóvil, lo que desencadenó otro modelo, el sistema de «suicidio por automóvil», que invocaba una evaluación detallada del peatón, en busca de pistas sobre sobriedad, salud mental y estado de ánimo, todo lo cual era difícil de determinar gracias a la ofuscación facial. Pero había otras señales, una clínica de crisis de salud mental a 350 metros de distancia, seis establecimientos con licencia para servir o vender alcohol a 100 metros, el número de despidos en el último trimestre, que daban un puntaje ponderado alto.

Inició con un frenazo fuerte y el peatón saltó hacia atrás con sorprendente agilidad. Luego, al otro lado de la carretera, otro peatón repitió el baile, con otro auto, nuevamente con un sombrero sombreado y maquillaje térmico deslumbrante.

El automóvil se dio cuenta de esto, y eso desencadenó otro modelo, que algunos analistas habían etiquetado como «chanchullos». Alguien estaba jugando tonterías con los autos, lo cual tenía precedentes y estaba dentro del rango de contingencias que podían ser manejadas. La alerta ondeó a través de los automóviles cercanos, así comenzaron a intercambiar información sobre los peatones en el área: perfiles de marcha, siluetas, identificadores de radio únicos de dispositivos Bluetooth. La policía recibió una notificación; los patrones de tráfico de toda la ciudad se agitaron también, mientras los vehículos de emergencia comenzaron a atravesar el tráfico al tiempo que los autos se detenían.

Todas estas excepciones a la norma ponían una carga máxima en la red interna y en los procesadores de los automóviles que no estaban diseñados para continuar operando cuando las crisis estaban en marcha; congelarse y esperar era la estrategia óptima a la que los modelos llegaron.

Pero antes de que el automóvil pudiera comenzar a buscar un lugar donde detenerse hasta que llegara la ley, se enteró de que había otro caso de travesuras, un par de bloques abajo, y la policía necesitaría un camino despejado para llegar a ese punto, entonces era mejor que el automóvil se siguiera moviendo para no crear una congestión. Los autos que lo rodeaban llegaron a conclusiones similares, y se estaban quedando sin procesador, por lo que cayeron en una formación de vagones de tren, usando los perímetros de los demás como puntos de orientación, convirtiendo sus sensores en una grilla literalmente acoplada que se deslizaba a lo largo con una ansiedad de máquina palpable.

Aquí es donde se volvió realmente interesante, porque los atacantes habían forzado una situación en la que, para evitar el bloqueo de los vehículos de emergencia detrás de ellos, estos autos habían cerrado completamente la ruta e imposibilitado las órdenes de anulación. Esto aumentó la urgencia de los mensajes de «quítate de ahí» que enviaba la red de la ciudad, que asignaba más y más memoria de inteligencia y sensores de los autos para tratar de resolver un problema insoluble.

Poco a poco, a través de variación ciega, la mente de los coches descubrió que cuanto más rápido conducía la formación, más podía satisfacer las instrucciones primordiales para despejar las cosas.

Así fue como el 45 por ciento de los vehículos de Melbourne terminaron en una formación apretada y de alta velocidad, corriendo hacia los límites de la ciudad mientras los vehículos de emergencia detrás de ellos los estimulaban como perros pastores y los frenéticos planificadores humanos intentaban descubrir qué exactamente estaba sucediendo y cómo demonios detenerlos.

Eventualmente, la gran cantidad de vehículos comprometidos, combinados con las diminutas variaciones en el espaciado de los carriles, las pequeñas diferencias en las características de manejo del automóvil y, finalmente, una llanta reventada, llevaron a un amontonamiento de proporciones espantosas, un choque que se estudiaría durante décadas, sería un monumento representando lo peor que la gente puede hacer.

Samuel siempre había dicho que el aprendizaje automático era un arte, no una ciencia, que los artistas que diseñaron los modelos necesitaban poder trabajar sin interferencia oficial. Siempre había dicho que llegaría un mal final. Algunas de esas reuniones habían terminado en gritos, Samuel se inclinaba sobre la mesa, gritaba a los burócratas, gritaba a sus jefes, incluso, de una manera que hubiera horrorizado a sus padres en Lagos, donde trabajos como los de Samuel eran como premios de lotería, y gritar así era un acto impensable de suicidio económico.

Pero él gritó y se enfureció y les dijo que el hecho de que desearan que hubiera una manera de poner una «puerta trasera» en un auto que un mal tipo no pudiera explotar no significaba que había una manera de hacerlo.

Él había perdido. Si Samuel quería discutir para ganarse la vida, habría sido un abogado, no un fabricante de algoritmos.

Ahora estaba redimido. Las malas ideas cocidas en la infraestructura de las naciones enteras estaban listas para comerse, y sería un festín que no terminaría nunca.

Si así es como se siente la victoria, puedes quedártela. En otras partes del mundo, hubo otros Samuels, analizando los informes de sus propios equipos: GM, VW-Newscorp, Toyotaford, Yugo. Conoció a algunas de esas personas, incluso trató de reclutar a algunas de ellas. Eran tan inteligentes como Samuel o más, y ciertamente gritaron tan fuerte como él cuando llegó el momento.

Suficiente para satisfacer su honor, antes de capitular ante la fuerza imparable de la certeza no técnica sobre temas profundamente técnicos. La convicción de que una vez que los abogados habían encontrado la respuesta, era el trabajo de los ingenieros implementarla, no había que molestarlos con tediosas artimañas técnicas sobre lo que era y no era posible.


Capítulo 7
─ Grand Theft Auto ─

Burbank High tenía una política estricta contra la ausencia de políticas: pasar por encima de la línea de la propiedad con un teléfono que no tenía la App para rechazar paquetes no aprobados era una ofensa de expulsión con la que se tenía cero tolerancia. Convertía al día escolar en una especia extraña de vacío de noticias. Hubo un día en que yo salía a recreo y crucé ese umbral para descubrir que el gobernador había sido herido por los separatistas del Valle Central y que todo el estado se había vuelto loco, viendo guerrilleros de agua detrás de cada planta enmacetada e informando sobre cada paquete inexplicado como una bomba potencial.

Nunca me acostumbré a esa sensación de salir de una zona libre de noticias y adentrarme en un mundo real que se había transformado por completo mientras yo estaba felizmente inconsciente. Pero lo mejor fue reconocerlo.

Cuando la campana final sonó, 3000 estudiantes (yo incluido) salimos de las puertas de la escuela, era obvio que algo estaba mal. Las calles estaban vacías, el tráfico zumbaba a lo largo de Third Street con una distancia de seguimiento perfecta y ordenada. Eso fue lo primero que notamos. Fue solo después de un segundo de mirar boquiabiertos el camino vacío que todos dirigimos nuestra atención al estacionamiento, el pequeño lote de la facultad y el extenso estacionamiento estudiantil, y nos dimos cuenta, al unísono, de que todos los autos habían desaparecido, todos y cada uno.

Mientras salían de las puertas y hacia el estacionamiento, vi que no eran todos los autos los que se habían marchado mientras nosotros habíamos sido buenos estudiantes en nuestras clases.

Un auto permaneció.

Como en un sueño, saqué mi teléfono y usé mis huellas dactilares para ponerlo en estado de vigilia, envié al automóvil su señal de desbloqueo. El auto, solo en el vasto estacionamiento, parpadeó y se puso en alerta sobre su suspensión. Poco a poco, los estudiantes se volvieron para mirarme, luego a mi auto y luego a mí, primero abarrotándose, y luego abriendo un camino entre mí y ese pequeño y estúpido hatchback Uber, solitario y desagradable en ese campo de asfalto. Me miraron mientras me dirigía hacia allí, abrí la puerta, metía mi mochila y me deslizaba en el asiento delantero. El automóvil, que ejecutaba mi software prohibido y funesto, comenzó con un conjunto de ruidos mecánicos y vibraciones, luego retrocedió suavemente fuera del estacionamiento, dando a los humanos a su alrededor algo de espacio, deslizándose por las carreteras vacías y apuntando hacia su hogar.

Estaba seguro de que sería detenido, el único automóvil en la carretera, lo que podría ser más sospechoso, pero no me crucé con un solo coche patrullero. Al conectarme a las noticias, observé, junto con el resto del mundo, que cada automóvil en el Valle de San Fernando formaba una manada migratoria de rápido movimiento que se dirigía hacia el Bosque Nacional Ángeles, que ya estaba envuelto en incendios forestales causados por los autos accidentados que habían caído sobre las barreras que protegían los acantilados.

Al parecer, los policías estaban un poco atareados en ese momento.


Capítulo 8
─ Sin excepciones ─

Aunque fue la madre de Yan quien encontró el sitio en la red oscura con la imagen del firmware fiddler, él tuvo que ayudarla a instalarlo en una unidad de memoria, junto con las particiones de denegación plausible recomendadas por el distribuidor. Hicieron dos, uno para cada uno de ellos y los amarraron con clips a sus teléfonos celulares.

El sermón que le dio a Yan sobre usarla todo el tiempo, sin importar si estaba en el automóvil de un amigo o en un auto taxi, fue tan solemne como el sermón sobre control de natalidad que le dio en su cumpleaños número catorce.

—Si la alternativa es caminar toda la noche, entonces caminarás, muchacho. Quiero que me lo prometas.

—Lo prometo, mamá.

Ella lo abrazó tan ferozmente que hizo crujir sus costillas, apretando su promesa en sus huesos. Él la abrazó, consciente de su fragilidad, pero luego se dio cuenta de que estaba llorando sin motivo, y luego por una buena razón, porque casi había muerto, ¿no?

Hacerle jailbreak a un automóvil tenía riesgos legales reales, pero prefería esos, considerando la alternativa.

El despido

Era miércoles cuando recibí una llamada del departamento de recursos humanos. Me querían ver de forma urgente y no pensaban soltar un ápice sobre el tema de la reunión. Ocupado con tres clases de dos horas en un mismo día, les dije que no.

—Hoy no puede ser.
—Entonces mañana… a primera hora

Aunque estuve al día siguiente, la directora no me pudo atender. Le llamó el rector. Pasé más de una hora esperando y me fui. Me fui en un gesto opuesto al «no nos llame, nosotros le llamaremos». Me fui con ingenuidad, pensando que, tal vez, se trataba de algo en lo que les podía ser útil.

En ese entonces rondaba por la universidad una carta escrita por empleados descontentos donde se hablaba de promesas rotas, despidos injustificados y decisiones arbitrarias. «Todo puede ser fácilmente refutado», me había dicho el rector días antes, en una de esas charlas casi informales que manteníamos por Whatsapp. Podría tratarse de eso y tal vez algún pedido se había canalizado a través del departamento de talento humano.

En la tarde volvieron a llamar; me solicitaron cordialmente que baje y les respondí con una diplomacia prístina. El casual «ya vuelvo» me acompañó al cerrar la puerta de la oficina. Bajé las gradas, tanteé las llaves, encendí el auto rojo de mi padre y bajé las quince cuadras que separan el campus occidental del edificio patrimonial. Mostré el carnet de docente no titular y me asignaron un puesto… Fue entonces cuando me di cuenta que, inconscientemente, lo había procesado: «No vas a pelear con la persona que te despida», me dije. Inhalé (pero no profundamente sino más a modo de tartamudeo) y bajé del auto. Caminé hasta encontrar asiento.

Hay escenas icónicas que se bastan en silencio: Una hoja siendo arrastrada en un escritorio que se detiene para alinearse entre dos sillas opuestas. La firma al pie. En escenas como estas, el intercambio de palabras adorna la sentencia.

—Creo que usted sabe por qué está aquí.
—La verdad no tengo idea porque estoy aquí.
—¿Usted no tuvo una pelea con su decano?

No realmente, tuvimos un intercambio (también por Whatsapp) hace cosa de seis meses. La última vez que lo vi firmó un documento donde apoyaba un proyecto de investigación multicéntrico llamado Global Surg. Como investigador principal, requería de apoyo institucional ante un comité de ética y el ministerio de salud. Esa fue la última vez que lo vi. Ese no pudo ser el incidente. De hecho, una «pelea» sólo podía referirse al día en que le dije por mensaje que no soy su asistente. Carta a García: le falté el respeto porque «jefe es jefe». Mi versión: me faltó el respeto al condicionar mi asistencia a un evento porque quería que le diera haciendo su presentación para un evento. Una pelea con el decano, la única.

La directora de talento humano, me dio un abrazo; me dijo que no sabía que era una persona tan joven (con claro pesar) y que estaba segura que encontraría otro camino. Le agradecí de corazón, a pesar de la tensión entre las costillas. Me aproximé a la puerta y fue entonces cuando Naimin me hizo una pregunta muy personal. Durante nuestra corta reunión ella estuvo atando cabos sobre mi identidad hasta que finalmente descubrió quién era. «Soy la mamá de Gabriela», me dijo. Gabriela, la mejor amiga de Fer, mi antigua novia. Conozco su casa, conversé con sus hijas y ellas le hablaron de mí. «Ya sé quien eres. Eras un excelente estudiante». Me marché con un saco de bendiciones.

Camino a la oficina (tenía que recoger las cosas), gente de la universidad me empezó a preguntar sobre «mi renuncia». Sincero como soy les envié una foto de mi despido y les compartí todas las explicaciones que supieron darme: cero. Recogí mi teclado, los dibujos de mis estudiantes y me largué.

Cumbre Creative Commons 2018: Celebrando el acceso abierto al conocimiento

La Cumbre de Creative Commons es una reunión anual que celebra la cultura de compartir y ofrece un espacio para que las comunidades abiertas desarrollen colectivamente un procomún vibrante y utilizable; impulsado por la colaboración y la gratitud. La Cumbre Global CC 2018 tuvo lugar del 13 al 15 de abril de 2018, en Toronto. Y tuvo como hilo conductor a la red Creative Commons: la nueva estructura participativa del movimiento.

Me encantó la cumbre. Las charlas y sesiones me recordaron que hay una nueva forma de involucrarte con tu comunidad en la era digital. Tuve la oportunidad de saludar al profesor Lawrence Lessig, fundador de Creative Commons, entablar conversación con Katherine Maher, directora de Wikimedia y aprender de Ruth Okediji, co-directora del Berkman Klein Center de Harvard. Pasión, empoderamiento e inclusión fueron el centro de todas las conversaciones en el Hotel Delta de Toronto. Durante estos tres días, abracé a personas de todo el mundo, aprendí con ellas, para ellas, a través de ellas. Es una experiencia que definitivamente quiero repetir en Lisboa, en 2019.

Mi charla, “Mapeo e involucramiento de las stakeholders: Implementación de políticas para los Comunes”, informó a los defensores y miembros de las organizaciones de la sociedad civil sobre cómo generar cambios en sus propias comunidades. Estoy realmente agradecido por poder compartir con aquellos que lo necesitan y aprecian más. También aprendí sobre las nuevas herramientas desarrolladas por CC para sus miembros.

La nueva red global

La transformación de CC empezó hace algunos años cuando decidieron dejar atrás su modelo de instituciones afiliadas (para adaptar y adoptar sus licencias en cada país) y transformarse en un movimiento de gente que procura compartir. Con este fin, se han dado una serie de cambios:

  • Creative Commons ahora alojará el sitio web de cada capítulo. En algunos meses, estaremos en ec.creativecommons.org < transformaré esto en hiperenlace cuando esto pase;
  • Todos los miembros deberán inscribirse en un sitio web, con la ayuda de otras dos personas de la red (espero escribir otro texto con indicaciones más claras en pocos días);
  • Cada país tendrá un líder nacional y un representante antes CC Global: Estamos reclutando ¡Escríbenos!
  • Finalmente, ahora toda la comunicación de CC se ha centralizado en Slack, cuando estés adentro, busca el canal de cc-ecuador (te van a pedir llenar un formulario, llénalo en español sin problema).

Más pronto les informaremos de nuevas actividades, no olviden suscribirse al blog en la esquina superior derecha.

Un abrazo,

Andrés Delgado-Ron
National Lead (en proceso de aplicación)

Foto de portada: Calú, disfrutando de su primera nevada.

Originalmente publicado en ccecuador.org bajo licencia CC-BY-SA

Once

Extraer sus prendas del bulto de ropa sin planchar le alegraba el día a Joaquín. Su madre, Cleotilda, no era para nada severa. Una travesura de estas no sólo le sacaría una sonrisa sino que además la transformaría en vocera de los encantos de su hijo. Joaquín asomaría derrapando por el piso de la cocina, en medias color miel y adoptaría la posición del goleador estrella que espera el tiro penal. Corrió con los pantalones en la mano y se lanzó a la cama. Dio vuelta al primer rebote y empezó a entubarse en unos pantalones de tela que usaba para las ceremonias de la escuela.

Eran las once cuando Cleotilda puso las cebollas en la olla de la sopa. Tras secarse un poco de los aromas calientes que ahora exudaba, trató de devolver el moco-lágrima a la parte alta de la nariz. Eran cebollas paiteñas, no perlas, lo que explicaba el lagrimeo algo excesivo.  A los tres minutos, vio como su niño ensuciaba sus medias limpias en esa baldosa llena de excremento de recetas con una sonrisa que le daba a entender travesura. Verlo a Joaquín con su pantalón lleno de arrugas le pareció tan tierno. Lo reprendió como uno reprende a su cachorro favorito. Le dijo lo lindo que estaba, trató de alisar la tela pasándole la mano encima un par de veces y le dio un beso.

Ilustración por Andrea Proaño Muñoz bajo licencia CC-BY-NC-ND