Quienes leyeron mi primer cómic saben cómo empezó todo. Estaba caminando cerca del parque La Carolina cuando me entraron las ganas de curiosear en la librería que estaba a mi izquierda. No sabía entonces que esa tienda se especializaba en novelas gráficas pero fue una grata sorpresa porque los días anteriores yo había empezado a leer los cómics sobre Avatar: La Leyenda de Aang. Era muy difícil encontrar esos libros en el país así que tuve que recurrir a las bondades de Internet para poder leer qué sucedió con la mamá de Zuko y cómo empezó la construcción de Ciudad República. Trivialidades que entretienen. Bueno, estaba en esa tienda y me topé con AutobioGraphix, una compilación de cómics autobiográficos dibujados por grandes artistas, «leyendas» en el mundo de las viñetas. El libro me encantó por la sencilla razón de que jamas se me había ocurrido que los cómics se pudieran usar para decir las historias propias. Están esos cómics educativos y otros, los más famosos, están llenos de súper héroes. AutobioGraphix contaba mudanzas, recetas, fracasos, encuentros, todos reales. Sobra decir que cada artista tenía un estilo distinto que a uno le hace pensar en la variedad de recursos que se tienen a mano cuando uno tiene lápiz y papel. Cuando te dan sólo unos y ceros, pues el libro viene a blanco y negro.
Inicialmente el libro era para mi hermana, que es ilustradora, pero lo que empezó como una ojeada terminó como una corta y placentera adicción. Luego le confesé a mi ñaña que el libro era para ella pero me gustó tanto que prefería leerlo primero. Cuando finalmente lo acabé ella me reclamó «bueno ¿me vas a regalar o no?» «Sí, pero…» El asunto es que es de ella, pero yo quiero poder cogerlo cuando quiera y que esté en la casa. Para concluir, ambos pensamos que somos el dueño, aunque sea un poco más suyo… Debería haber dibujado esto.
Así comenzó una serie de adquisiciones afortunadas de cómics, especialmente aquellos de no-ficción. Después de haber leído «Tonto» (si sólo van a dar clic en un enlace de esta entrada, que sea este) de perdone mi francés, «El Tango» de Jorge Luis Borges y tras haber dejado a medias «No Ficción» (Fuguet); me dediqué enteramente a los cómics.
Empecé con Persépolis, y creo que no pude tener más suerte. Persépolis, de Marjane Satrapi, es una novela autobiográfica que cuenta la historia de Marjane en Irán, justo cuando llega al poder el fanatismo religioso y empiezan a obligar a la gente a vestirse, hablar, comportarse y pensar diferente. La escuché decir en una entrevista que si alguien mira a los Iranís —antes «persas»— sufriendo, no lo comprende porque lo asimila como algo ajeno. Los dibujos en cambio, dice ella, son una forma abstracta que permiten que cualquiera se pueda conectar con la experiencia. Y su explicación me basta porque es totalmente cierta. Leyendo Persépolis uno entiende qué contradicciones son las que tiñen la vida de alguien bajo un régimen islámico totalitario. Un año antes de que empezara el libro, Irán era tan liberal como cualquier otro país de occidente, es una transición bárbara y se vuelve más cruda cuando Marji, a sus 16 años, deja su país para ir a una Viena supuestamente moderna y termina en un convento de monjas. Tan cruel fue su vida que volver a Irán fue un alivio y ¿por qué no? si la parte más representativa de la vida es la que se vive bajo el techo del hogar y poco dicen los historiadores de cómo cambia eso entre régimen y régimen. Satrapi, dibujando indisciplinadamente, hace un hermoso trabajo al explorar esa realidad.
Luego de tremendo libro, me quedé con sed de más. Cerré la tapa azul de Persépolis y abrí la tapa verde de las Crónicas de Burma, un diario de viaje escrito e ilustrado por Guy Delisle. Las viñetas empiezan cuando Guy conversa con su esposa, una integrante de Médicos Sin Fronteras, sobre su nuevo destino: Myanmar. Allí, el ilustrador se dedica a cuidar a su pequeño hijo Louis, a andar en bicicleta y enseñar animación, ¿no es esa una vida ideal?. Delisle se dibuja como un personaje amigable y, contrario a lo que hizo Satrapi, uno puede navegar por sus viñetas sin sentir que el escenario está siendo juzgado. El libro finaliza con la visita a un templo budista donde el tiempo se alarga porque, tras tres días meditando, el autor sale diciendo que le parecieron años. Es un libro relajado, no esperen el mismo tipo de acción que se lee en Persépolis.
© Guy Delisle
Finalmente, «Blue Is the Warmest Colour» o el azul es un color cálido. Para serles sincero, esta fue mi excepción a sólo comprar cómics de no-ficción. Las ilustraciones del libro me llamaron mucho la atención y pasaron días antes de que siquiera me diera cuenta que se trataba de la novela que originó «La vida de Adèle», película ganadora de la Palma de Oro y Cannes, ambos en 2013. Si bien la trama del cómic y la película varían, en esencia se trata de una historia romántica entre una chica que descubre, asimila y acepta ser lesbiana y su pareja que, al menos en el libro, siempre lo ha expresado sin molestia alguna. Ojalá no esté diciendo burradas pero creo que el cómic está especialmente pensado para chicas que tienen dudas sobre su sexualidad y busca incentivarlas a vivir su vida libremente. A diferencia de lo que sucede en la película, el personaje principal muere al final, dejando la sensación de que se pudo haber aprovechado mucho más lo hermoso del romance en lugar de pelear con los estigmas impuestos por la sociedad. Personalmente me resultó difícil conectarme con la trama pero el detalle que hace al cómic especial es la calidad de los dibujos.
Con Delisle y Satrapi, me era fácil imaginar cómo dibujar lo que veía. Julie Maroh hace eso mucho más complicado. Además del lápiz, hace uso de acrílico, acuarela, marcadores, otras dos cosas que no sé cómo traducir y, encima, Photoshop. El nombre de la novela tiene más sentido en su versión viñeta pues los colores también hacen parte de la narración. Y, efectivamente, el azul es el centro de la historia. Leo en redes sociales mucha gente conmovida por la historia, y creo que el libro logra generar un nuevo símbolo del amor entre mujeres. Un amor azul, no rosa. ¿Las fallas? Pues hay varias: el guión es simplón, los quiebres son forzados y no hay mayor desarrollo de personajes en una historia donde sí hace falta. Para suerte nuestra, los dos principales son arquetipos con los que son fácil relacionarse. Todo un chick flick, como dirían en inglés.
© Julie Maroh