Levanta tu voz – #RaiseYourVoice

Hoy 16 de octubre se celebra el Blog Action Day, una fecha donde muchos entre los que escribimos en la red discutimos una temática importante. Este año, hablaremos acerca de las persecuciones que sufrimos cuando lo hacemos, porque muchas personas que publican información ponen su vida en riesgo. Por eso la temática de este año es «levanta la voz» o #RaiseYourVoice.

Las historias de persecución a escritores, blogueros y periodistas ciudadanos pueden parecerte lejanas, pero la verdad es que están más cerca de lo que uno piensa. A más de un incauto lo han amedrentado en redes sociales por decir algo que le resultó incómodo a alguien que tiene dinero para comprar consciencias, puede que esa persona haya callado esa amenaza porque sabía que se trataba de eso. A mí me han enviado tuits donde decían que debía morir, y los denuncié y ya está. Pero también se dan los casos donde las personas realmente se asustan y deciden no quejarse una segunda vez por miedo a que esas amenazas sean más que sucias tácticas de intimidación. Y a veces me ha entrado la duda también.

Recuerdo cuando escribí en Gkillcity.com acerca del espionaje realizado por Hacking Team y cómo sus documentos vinculaban comercialmente a esta empresa con la agencia ecuatoriana de inteligencia, eso desencadenó una serie de eventos que no sólo me asustaron a mí sino también a mis editores, ellos escribieron una crónica al respecto. Ese día recibí mensajes de intimidación en italiano vía whatsapp, calumnias donde buscaban asociar mi nombre con el de la Secretaría Nacional de Inteligencia, suplantación de identidad que fue usada para amenazas a activistas que trabajaban por la misma causa y ataques cibernéticos que causaron una interrupción en mi servicio de Internet. Ese día quisieron usar a mi hermana para obtener mi dirección de correo electrónico y se hicieron llamadas para poner en riesgo mi futuro laboral. Y tengo pruebas y testigos de todas y cada una de esas cosas.

Ese día y los subsiguiente rechacé dos entrevistas en medios donde podía haber explicado más a profundidad las implicaciones de lo que pasó, ese día guardé silencio.

Está claro que mi decisión también se amparó en el gran número de gente que hizo eco de estas denuncias y gracias a los cuales puedo tener un poco más de tranquilidad en mi consciencia, pero es importante recordar que no estamos hablando de ficciones cuando recordamos que la gente está siendo intimidada y amenazada, son peligros reales que la gente tiene que llevar a cuestas, muchas veces en silencio para no implicar a sus seres queridos. Por eso es importante recordar que es deber de cada día defender los derechos de otros, porque eso es también defender los derechos propios. Por eso celebro el Blog Action Day contándoles mi historia, alzando la voz en defensa de todos aquellos que están siendo callados sin que uno siquiera se pueda enterar.

Lessig: boicotear el sistema desde la oficina oval

Un abogado de esos que cambian el mundo rechazó la propuesta de un amigo de venir a Ecuador, le dijo —off-the-record— que él nunca bajaba del paralelo 35 norte, porque le gustaba pelear “donde el capitalismo toma sus decisiones y no donde come tierra y chupa sangre”. Tómense un tiempo para digerir eso. Lo que estaba diciendo es que nuestras democracias eran un simulacro porque lo que mandaba realmente era el dinero.

“Oye, país rico, préstame plata”

“No hay problema amigo del tercer mundo, pero necesito que me hagas un favor”.

Nuestra política económica —así como la de la mayoría de países en vías de desarrollo— se ha visto maniatada de siempre por exigencias del mundo exterior. En el caso de Estados Unidos, fueron las exigencias del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, las que quebraron nuestras economías en épocas de boom petrolero, bananero, cacaotero… o al menos así nos gusta pensar. Nos daban plata pero teníamos que buscarnos la vida y pagar por acceso a la salud, a la educación, a las carreteras y por eso botamos a Lucio —les exijo también un poco de corresponsabilidad—. Luego vino Correa y la expansión del “estado de bienestar”: Ecuador decidía en qué gastar pero para hacerlo tuvo que embargar lo que las generaciones futuras debían heredar. China no tiene aquí empresas que se beneficien de la privatización así que la condición requerida fueron nuestros recursos —a un precio barato— que ellos necesitaban para poderse desarrollar.

Hay variantes, pero en países pequeños, son estas presiones exteriores las que determinan el quehacer de la política local. Hace poco firmamos un acuerdo comercial de libre comercio con la Unión Europea, gracias al cual nos quedamos prácticamente sin política fiscal. Y esto no es nada porque, mientras escribo, Estados Unidos negocia con decenas de países tres tratados secretos —TTP, TTIP & TISA— que atarán de manos a la economía mundial. Déjenme decir eso de otra manera: Las corporaciones de Estados Unidos están negociando en secreto con representantes de 34 países el futuro de la educación, de la medicina, de la propiedad intelectual, del poder del Estado sobre las empresas y los países firmantes en conjunto comprenden dos tercios del producto interno bruto global.

Hablar de política económica extranjera es hablar de política local, pero es lo que en el fútbol ecuatoriano correspondería a la “serie A”.

A eso se enfrentó recientemente el exministro griego, Yanis Varoufakis, cuando el titular alemán de Finanzas —y líder de facto de la política económica europea—, Wolfgang Schäuble, le dijo que unas elecciones “no podían obligar a un cambio de política” y que debía aplicar la receta que la Unión Europea tenía ya prescrita para Grecia.

«Deberíamos haber entregado el poder, como habíamos dicho que haríamos, a quienes pueden mirar en los ojos a la gente y decir lo que nosotros no podemos: ‘El acuerdo es duro, pero se puede cumplir de tal manera que haya espacio para la esperanza de que podemos recuperarnos y superar la catástrofe humanitaria’”, dijo Varoufakis tras ser obligado a renunciar a su cargo, por presiones directas de la Comisión Europea. La “receta” sigue siendo aplicada en Grecia a pesar de que un referéndum realizado en julio de este año indicaba que 61% de la población se le opuso.

“Deberíamos haber entregado el poder”, esa frase del exministro griego marcó la frontera entre lo que es y lo que debe ser.

El 35% de las exportaciones ecuatorianas van a Estados Unidos y parte de nuestro financiamiento proviene, otra vez, del FMI y bancos gringos privados como Goldman Sachs. El antiimperialismo nos duró lo que el financiamiento alterno y ahora nos va a tocar —a los de a pie— clasificar de alguna manera a esa “serie A”.

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A finales de 2013, el 96% de los estadounidenses consideraba importante “reducir la influencia del dinero en la política”, pero el 91% no creía que fuese posible. En cierta manera, Estados Unidos es el microcosmos en el que se refleja la gobernanza mundial —que está fuera del alcance de nuestros conceptos vagos de derecha e izquierda—. Sin importar tu partido político, ser un candidato electo en ese país, implica seguir un camino que tiene un estricto control corporativo: “Contratas a unos consultores muy costosos. Ellos hablan con donantes con mucho dinero. Acudes a los ejecutivos de las grandes empresas y los persuades para que piensen que te gustan las mismas cosas que a ellos; y el resultado es que la mayoría de gente en el congreso es muy amigable con los negocios y está financiada por las corporaciones”. RIP Aaron Swartz.

Ciertamente se trata de un problema que la mayoría de candidatos están dispuestos a ignorar. Y para que suficiente gente te escuche, tienes que escalar unos cuantos peldaños que, de paso, van sepultando deseos legítimos de cambio social. En Ecuador esto no es muy diferente, para acceder al fondo partidista, tienes que haber logrado un porcentaje de firmas o votos significativo —el 0.5% del padrón electoral— ergo tienes que haber usado medios cooptados por corporaciones privadas o por el Estado; en otras palabras ser candidato es haberle vendido un poco de alma al diablo.

Así que Lawrence Lessig —inserte aquí la descripción más cool que se le ocurra sobre el fundador del movimiento de cultura libre y de las licencias Creative Commons— decidió que para cambiar el sistema, tiene que reunir mucho dinero, pero que esté libre de condicionamientos, no strings attached. Hizo lo que todo chico desesperado y con pocos recursos hubiera hecho en ese momento: lanzar una petición en línea. Este abogado y académico, fundador del Centro para el Internet y la Sociedad en la propia Universidad de Stanford, pretende financiar su campaña para presidente de Estados Unidos con lo que sea que la gente le pueda dar en Internet.

Lo segundo en su lista fue quitarle el copyright a su oferta. “Esto no se trata de un candidato sino de una idea”, dice su página web. Si encuentran alguien con más posibilidades que Lessig, lo pondrán de candidato porque, sin importar quien se siente en la oficina oval, el objetivo es un referéndum nacional para modificar la constitución y divorciar finalmente al dinero de la política, y así eliminar las ciudadanías de segunda categoría y que todos puedan acceder al poder político real.

La tercera cosa importante, es que quien sea que acepte la candidatura deberá también firmar una carta de renuncia. «Deberíamos haber entregado el poder». El momento en que se haga efectiva la propuesta, el presidente dimite y su vicepresidente asumirá las riendas con un congreso libre de deuda corporativa pero con una enorme deuda moral. Así, suponemos, se quiere espantar a la gente que quiera aprovecharse de esta plataforma para llegar al poder. Las ideas—reza el eslogan pop—son a prueba de balas.

Finalmente, la estrategia: se podía hablar de política seriamente sin hablar de la falla estructural en el sistema de representatividad, hasta hoy. Cada cuatro años, las cadenas televisivas y radiales de las empresas que financian las campañas de ambos partidos, los presentaban sin esperar sobresalto alguno. En esta ocasión, sin embargo, uno de los candidatos —el candidato-referéndum, como Lessig se ha denominado— será quien realice las preguntas incómodas, para que este se convierta en un asunto que nadie pueda ignorar: ¿Cómo se puede lograr una ley sobre el cambio climático o límites sensatos a las armas sin lidiar con el lobby corporativo en la elección de representantes? ¿Cómo reformar Wall Street, sin hacer frente a cómo actualmente financian las campañas? ¿Cómo, sino divorciando al Estado y al dinero, se puede hacer frente a las empresas aseguradoras?

Esta fue la estrategia aplicada por el senador Eugene McCarthy en las elecciones de 1967 para sacar a la luz el tema de la guerra de Vietnam. McCarthy no ganó, pero su tema se convirtió en uno que ningún otro candidato pudo ignorar.

No olvides activar los subtítulos dentro del video

Si Lessig consigue el financiamiento adecuado, se centrará en los Estados donde tienen lugar las primeras elecciones primarias presidenciales: Iowa, New Hampshire, Nevada y Carolina del Sur. Si logra juntar 1% en tres encuestas nacionales en las semanas previas, aparecerá junto a los otros candidatos demócratas para los debates presidenciales televisados a nivel internacional. “Lo que queremos hacer es construir una vía para que la gente más progresista, más activista sea elegida en el Congreso para que puedan empezar a producir un cambio social real”, diría Swartz.

Rafael Correa siempre ha dicho —y por ende todos sus fans y Alianza País piensan igual— que Estados Unidos es una gran nación, pero que el problema son las decisiones de su gobierno. Y todos sabemos que lo que sea que ellos decidan incidirá en la realpolitik de nuestro país. Si entregamos el control de ese timón a la gente que, como nosotros, sufre el despotismo de un puñado de corporaciones, si flexibilizamos su sistema para que más razón y menos fuerza puedan estar en la oficina oval, nuestra política económica podría cambiar radicalmente. Y esta es la idea que les quiero presentar: es tiempo de hacerle barras —quizá con dólares (resulta que sólo puedes donar a la campaña si eres estadounidense o un residente permanente en Estados Unidos)— al candidato que lo puede lograr.

Seamos realistas, Internet puede ganar las elecciones de Estados Unidos. Internet puede lograr que, de hoy en adelante, el congreso del país con el mayor ejército del mundo esté en las manos de la gente de Estados Unidos y no de las corporaciones que ganan dinero con la guerra. Podemos detener la escalada en la protección absurda y deshonesta de la propiedad intelectual. Podemos lograr que las negociaciones sobre los dos tercios del producto interno bruto mundial sean transparentes —y que no sea sólo Wikileaks quien empuje para que se publique ese texto— y que ese mismo país deje de ser el único sin adherirse al protocolo de Kyoto sobre el cambio climático propuesto por su exvicepresidente. Podemos cambiar el mundo o, en palabras de Jacob Appelbaum, “la utopía es imposible [y] todo aquel que no es un utópico es un idiota”. No seas un idiota.

Indefensión

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¿Cómo se sentirían ustedes si un hombre inteligente de repente se transforma en un monstruo? Si esa faceta macabra está fuera de su control y las defensas a mano son inútiles porque no hay nada que supere su uso de la fuerza —y no lo digo en el sentido Jedi—. La palabra que ustedes buscan es impotencia, miedo, desesperanza. Resumido en cuatro sílabas, lo que tienes es indefensión.

Imaginen que se encuentran caminando en son de protesta, como cuando te ponen una mala nota aunque tienes todas las respuestas correctas. Vas caminando a hacer un reclamo y, de repente, te ves rodeado por cinco guardias que amenazan no solo con castigarte sino con dejarte sin carrera —sin familia, sin país—. Imagina que se hace justicia y empiezan a investigar a los guardias pero, al poco tiempo, dejan la decisión final a uno de ellos; ese es el caso de Manuela Picq.

Imagina que tu delito sea izar la bandera frente a la policía que custodia una marcha. No importa de donde seas, teniendo sesenta y un años ¿qué es lo peor que te puede pasar? Pero alguien más piensa que eres importante —una líder— y esa persona no te va a aguantar. Te golpean, te apresan, tu edad y los moretones hacen que la policía te deba llevar al hospital, te diagnostican trombosis venosa y recomiendan reposo absoluto. Tu familia pelea con la autoridad para que no te cambien de ciudad, te llaman a una audiencia y luego la adelantan una semana para que no puedas descansar. Es es el caso de Margoth Escobar.

https://twitter.com/silvitabuendia/status/634479497539158016

¿Te indigna? ¿Quieres transmitir tu ira frente a este abuso como los demás? Usas tu cuenta de twitter y opinas, porque además eres periodista y, como dijo Orwell, «periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás son relaciones públicas». Pero tu empleador piensa que tus opiniones afectan la imagen del diario y El Comercio apenas cambió de dueño, bajo la vigilancia de gente poderosa del Estado. Si quieres quejarte ya no podrás trabajar. Ese es el caso de Martín Pallares.

Asustado, te escondes en tu casa. Como otros, has hablado y seguro también te quieren atrapar. Un volcán explota, el presidente se manda un decreto que le permite usar la fuerza militar, espiar en conversaciones ajenas y entrar en las casas de los demás. Escribe con letras grandes que esto se usará «exclusivamente en la medida y proporción necesarias para enfrentar la emergencia» en todo el territorio nacional. Te hace tragar sus palabras, y luego te va a visitar.

Quisiera que se equivoquen un poco los que dicen que el pasado no volverá. Yo no viví la época de Febrés Cordero y esto es lo más funesto que he vivido hasta hoy.

Por qué hay que hablar [libremente] del volcán Cotopaxi

Artículo original publicado el 17 de agosto en Gkillcity.com

Para conocer sobre el estado del volcán Cotopaxi —dicen las autoridades gubernamentales ecuatorianas— hay que preguntarle a César Navas, el ministro coordinador de seguridad. Y a nadie más. No es seguro que él responda porque la información la dará únicamente “cuando se amerite” y solo mediante canales oficiales. La decisión se tomó después de que la mañana del viernes 14 de agosto de 2015, el Cotopaxi presentase una fuerte explosión después de trece años de inactividad: en el 2002 se reactivó y hubo fumarolas. Para asegurarse de que se cumpla con la disposición de no hablar del #VolcánCotopaxi, el presidente Rafael Correa firmó en Pimampiro —en la provincia de Imbabura, en la Sierra central— el decreto 755, con el que queda “prohibida la difusión de información no autorizada [respecto al proceso eruptivo] por cualquier medio de comunicación social, ya sea público o privado, o ya sea por redes sociales”.

Entonces, avisarle a tu familia y amigos que estás bien mediante el safety check de Facebook no está permitido, y tuitear información en tiempo real sobre un avistamiento cerca de tu área o la de algún conocido, tampoco. Esta prohibición revela que el gobierno no entiende la utilidad de las redes sociales en catástrofes.

La razón del gobierno para controlar la información es simple: en situaciones de alto riesgo, los rumores pueden causar gran conmoción y mover voluntad y recursos en falso. Por eso han establecido quién, cuándo y cómo: César Navas, cuando sea oportuno, canales oficiales del Ministerio de Seguridad. El problema es que el gobierno se equivoca cuando piensa que la realidad se crea a pluma. Ya cometió este error cuando negó el contrato de SENAIN con la empresa espía Hacking Team y cuando cambió arbitrariamente los mapas de los pueblos en aislamiento voluntario en la Amazonía. Con este decreto, los ciudadanos tenemos tres opciones: la obediencia —no decir nada sobre el volcán así estemos observando en vivo la erupción—, la evasión —como sucede en twitter donde ya han surgido tres nombres clave para el Cotopaxi y una serie de códigos para monitorizar su actividad—, y el desacato —sea por rebeldía o por desconocimientos de la disposición—. Ni en las dictaduras de Medio Oriente, donde no existe un control democrático del ejercicio de poder, las redes sociales se han podido controlar. Es ingenuo pensar que se logre en Ecuador.

Imaginemos por un momento que la Superintendencia de Comunicaciones lo intentara. Para eso, debería montar un centro de seguimiento de todas las cuentas públicas que han registrado su ubicación en redes sociales y que están circunscritas al territorio de Ecuador. También podría usar las bases de datos del Ministerio del Interior y buscar mediante un script —un programa informático simple— a todos los perfiles asociados a un número de teléfono celular. En las publicaciones de esas personas que identifique, mediante alguna herramienta de análisis de redes como Social Mention o Keyhole, buscaría palabras clave asociadas a la actividad volcánica: “Cotopaxi”, “lava”, “desastre”, “lahares” y con esa información podrían iniciar el proceso administrativo o legal para que los desobedientes dejen de publicar.

Pero, ¿qué tal si dan con un nombre que no es real? Seguramente iniciaría el juego del gato y el ratón que tardaría meses en resolverse. No es una estrategia muy inteligente. Si el gobierno se va a tomar la molestia de monitorear todo lo que Ecuador dice sobre el volcán ¿por qué no mejor hacerlo para algo más productivo como mejorar el sistema de alerta y respuesta ante emergencias? El 69% de la población estadounidense espera que las autoridades de emergencias monitoreen y reaccionen a sus publicaciones en redes sociales, según un estudio de la Cruz Roja de ese país. El gobierno ecuatoriano debería considerar que el seguimiento de datos de redes sociales en tiempo real aumenta la velocidad y la eficiencia de reacción ante desastres. Internet fue diseñado para resistir un ataque nuclear, entonces debería ser comprensible que si otros medios de comunicación fallan, las redes se conviertan en el canal óptimo para que las víctimas pidan socorro o las brigadas de auxilio coordinen sus actividades. Esto sucede en otros países y es muy efectivo.

En enero de 2010, hubo un terremoto de magnitud 7,0 en una de las zonas más pobres de nuestro continente. Haití fue golpeado con la fuerza equivalente a la explosión de doscientas mil toneladas de dinamita. Fue el sismo más grande registrado en doscientos años en ese país. Las líneas telefónicas colapsaron y Twitter, Facebook y Youtube fueron fundamentales para afrontar la crisis. Los tuits que se enviaron ese día ayudaron a los voluntarios de Open Street Map —un software colaborativo para construir mapas en línea— a documentar la catástrofe, a guardar y publicar datos sobre personas desaparecidas, y a concentrar las actividades de ayuda en las áreas más gravemente afectadas. Las personas también transformaron mensajes de texto en tuits con ubicación geográfica precisa para ayudar a quienes no tenían acceso a la red. Esta experiencia se replicó en los desastres de Fukushima y Nepal. Facebook, a través de varios juegos en línea, aceleró la recolección de donaciones. La visibilidad de las publicaciones de Internet también permitió que las personas se solidaricen con la situación de los haitianos, y esto produjo una respuesta internacional positiva a esa crisis local. Eso no hubiera sido posible hace cien años, sin Internet.

Entender cómo se transmite la información y cómo se construye la confianza entre los diferentes actores, permite a los profesionales utilizar con eficacia las redes para difundir mensajes útiles y controlar rumores, dice el Consejo Nacional de Investigación de Estados Unidos. Luego de la explosión del Cotopaxi, Daniel Orellana, PhD en geoinformación y parte del equipo de voluntarios que mapearon Nepal, tuiteó que el mapeo colaborativo en situaciones de emergencia se coordina con las instituciones locales responsables para establecer prioridades y que además “se crean mecanismos para curar, revisar y verificar la información. Esto permite manejar de forma efectiva los rumores falsos”. Censurar las redes sociales no es práctico y es un error. La erupción de un volcán no es algo que se pueda controlar de la misma manera que una manifestación que no se quiere escuchar. Negarle a los ciudadanos mecanismos que incrementan la eficiencia de respuesta ante un desastre es una negligencia porque se comprometen vidas humanas que no se pueden recuperar.

Secreto de Estado

Finalmente, el Secretario Nacional de Inteligencia, Rommy Vallejo, compareció ante la comisión de Soberanía, Integración, Relaciones Internacionales y Seguridad Integral de la Asamblea Nacional del Ecuador. Hace dos semanas, cuando el titular de la SENAIN se excusara «motivadamente» de hacerlo, todo el mundo seguía cabreado por el escándalo sobre Hacking Team. La agencia de seguridad local fue tendencia en twitter por varios días y hasta se tuvo que pronunciar el presidente para defender a la institución que nació bajo su mandato, en el 2009. Hoy, en cambio, todos los medios le tomaron su mejor foto a Rommy, sacaron el titular respectivo, pero poco o nada se habló en redes sociales sobre el tema —y pensar que sólo el día de ayer Ecuador Transparente denunció, documentos en mano, que «SENAIN llevó a cabo espionaje sistemático a políticos y activistas«.

Otro agravante a la apatía de la gente es el desdén a la transparencia y fiscalización que debe tener el Estado. Escudándose en la Ley de Seguridad, Vallejo llegó a la Comisión sin dar la cara a periodista alguno, les cerró la puerta e inició una comparecencia reservada. No importa cuántas preguntas le hagan, él puede decidir no responder y si lo hace, lo que ahí se diga no se puede difundir. ¿Qué garantías tenemos los ciudadano de que, incluso en esas condiciones, el comportamiento deshonesto de otras agencias de inteligencia frente a los cuestionamientos de la autoridad no se vuelve a repetir? La respuesta es simple: pocas o ninguna.

Asumamos por un momento que el material publicado por Ecuador Transparente es verdadero. En este caso, estaríamos haciendo frente a dos delitos. El primero, habría sido cometido por la SENAIN al espiar a ciudadanos con motivos puramente políticos. El segundo, es el delito de publicar información «de circulación restringida», que según el Código Penal se castiga con mínimo un año de cárcel —en Ecuador, también nos hace faltan medidas legales para la protección de denunciantes o, como se les dice en inglés, whistleblowers.

A las agencias de seguridad siempre se les va a filtrar información, y la razón es simple, la entropía les juega en contra. Su tarea consiste en construir un muro perfecto, impenetrable, perecedero y que esté al día para combatir los mejores ataques de donde quiera que vengan. Los hackers e informantes internos, en cambio, sólo deben encontrar un único fallo en el sistema a través del tiempo. Por eso, parece que en todo el mundo se siguiera una misma receta en lo que respecta al manejo de información clasificada como «reservada» o «secreta» por las agencias de inteligencia.

Si la SENAIN llegara a demandar a Ecuador Transparente o a Wikileaks por publicar información de carácter secreto, la ecuación es simple: la documentación es verdadera, ergo el espionaje fue cierto; es por esto que en otros países del primer mundo, donde la corrupción también avanza más rápido, se han inventado algo para perseguir denunciantes sin afrontar el costo legal o político de haber transgredido los derechos ciudadanos: cortes secretas.

En Estados Unidos, eran cortes secretas las que debían controlar las actividades de la Agencia Nacional de Seguridad, pero nunca lo hicieron —en 35 años sólo rechazaron 11 de las 34000 solicitudes de espionaje—. Fueron cortes secretas las que llamaban a las empresas de telecomunicaciones como Lavabit para solicitar sigilosamente las claves de sus clientes. En palabras de Edward Snowden: «son jueces secretos, en cortes secretas, haciendo interpretaciones secretas de la ley». La forma perfecta de enjuiciar a los denunciantes de algún secreto de Estado, sin revelar que se ha violado la ley, es esta.

No quiero ser agorero del desastre, pero el secretismo parece ser el juego al que nos quieren someter y si no se toman medidas adecuadas a tiempo, si no se separa a la justicia del otro poder, si no aseguramos mecanismos de transparencia adecuados y dejamos que los mecanismos de fiscalización se conviertan en el maquillaje de un sistema de inteligencia que no parece estar ceñido a la ley, seguramente pronto nos llamarán a una corte sin que podamos decirle a nadie y sin ley que nos pueda defender.