Indefensión

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¿Cómo se sentirían ustedes si un hombre inteligente de repente se transforma en un monstruo? Si esa faceta macabra está fuera de su control y las defensas a mano son inútiles porque no hay nada que supere su uso de la fuerza —y no lo digo en el sentido Jedi—. La palabra que ustedes buscan es impotencia, miedo, desesperanza. Resumido en cuatro sílabas, lo que tienes es indefensión.

Imaginen que se encuentran caminando en son de protesta, como cuando te ponen una mala nota aunque tienes todas las respuestas correctas. Vas caminando a hacer un reclamo y, de repente, te ves rodeado por cinco guardias que amenazan no solo con castigarte sino con dejarte sin carrera —sin familia, sin país—. Imagina que se hace justicia y empiezan a investigar a los guardias pero, al poco tiempo, dejan la decisión final a uno de ellos; ese es el caso de Manuela Picq.

Imagina que tu delito sea izar la bandera frente a la policía que custodia una marcha. No importa de donde seas, teniendo sesenta y un años ¿qué es lo peor que te puede pasar? Pero alguien más piensa que eres importante —una líder— y esa persona no te va a aguantar. Te golpean, te apresan, tu edad y los moretones hacen que la policía te deba llevar al hospital, te diagnostican trombosis venosa y recomiendan reposo absoluto. Tu familia pelea con la autoridad para que no te cambien de ciudad, te llaman a una audiencia y luego la adelantan una semana para que no puedas descansar. Es es el caso de Margoth Escobar.

¿Te indigna? ¿Quieres transmitir tu ira frente a este abuso como los demás? Usas tu cuenta de twitter y opinas, porque además eres periodista y, como dijo Orwell, «periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás son relaciones públicas». Pero tu empleador piensa que tus opiniones afectan la imagen del diario y El Comercio apenas cambió de dueño, bajo la vigilancia de gente poderosa del Estado. Si quieres quejarte ya no podrás trabajar. Ese es el caso de Martín Pallares.

Asustado, te escondes en tu casa. Como otros, has hablado y seguro también te quieren atrapar. Un volcán explota, el presidente se manda un decreto que le permite usar la fuerza militar, espiar en conversaciones ajenas y entrar en las casas de los demás. Escribe con letras grandes que esto se usará «exclusivamente en la medida y proporción necesarias para enfrentar la emergencia» en todo el territorio nacional. Te hace tragar sus palabras, y luego te va a visitar.

Quisiera que se equivoquen un poco los que dicen que el pasado no volverá. Yo no viví la época de Febrés Cordero y esto es lo más funesto que he vivido hasta hoy.

Por qué hay que hablar [libremente] del volcán Cotopaxi

Artículo original publicado el 17 de agosto en Gkillcity.com

Para conocer sobre el estado del volcán Cotopaxi —dicen las autoridades gubernamentales ecuatorianas— hay que preguntarle a César Navas, el ministro coordinador de seguridad. Y a nadie más. No es seguro que él responda porque la información la dará únicamente “cuando se amerite” y solo mediante canales oficiales. La decisión se tomó después de que la mañana del viernes 14 de agosto de 2015, el Cotopaxi presentase una fuerte explosión después de trece años de inactividad: en el 2002 se reactivó y hubo fumarolas. Para asegurarse de que se cumpla con la disposición de no hablar del #VolcánCotopaxi, el presidente Rafael Correa firmó en Pimampiro —en la provincia de Imbabura, en la Sierra central— el decreto 755, con el que queda “prohibida la difusión de información no autorizada [respecto al proceso eruptivo] por cualquier medio de comunicación social, ya sea público o privado, o ya sea por redes sociales”.

Entonces, avisarle a tu familia y amigos que estás bien mediante el safety check de Facebook no está permitido, y tuitear información en tiempo real sobre un avistamiento cerca de tu área o la de algún conocido, tampoco. Esta prohibición revela que el gobierno no entiende la utilidad de las redes sociales en catástrofes.

La razón del gobierno para controlar la información es simple: en situaciones de alto riesgo, los rumores pueden causar gran conmoción y mover voluntad y recursos en falso. Por eso han establecido quién, cuándo y cómo: César Navas, cuando sea oportuno, canales oficiales del Ministerio de Seguridad. El problema es que el gobierno se equivoca cuando piensa que la realidad se crea a pluma. Ya cometió este error cuando negó el contrato de SENAIN con la empresa espía Hacking Team y cuando cambió arbitrariamente los mapas de los pueblos en aislamiento voluntario en la Amazonía. Con este decreto, los ciudadanos tenemos tres opciones: la obediencia —no decir nada sobre el volcán así estemos observando en vivo la erupción—, la evasión —como sucede en twitter donde ya han surgido tres nombres clave para el Cotopaxi y una serie de códigos para monitorizar su actividad—, y el desacato —sea por rebeldía o por desconocimientos de la disposición—. Ni en las dictaduras de Medio Oriente, donde no existe un control democrático del ejercicio de poder, las redes sociales se han podido controlar. Es ingenuo pensar que se logre en Ecuador.

Imaginemos por un momento que la Superintendencia de Comunicaciones lo intentara. Para eso, debería montar un centro de seguimiento de todas las cuentas públicas que han registrado su ubicación en redes sociales y que están circunscritas al territorio de Ecuador. También podría usar las bases de datos del Ministerio del Interior y buscar mediante un script —un programa informático simple— a todos los perfiles asociados a un número de teléfono celular. En las publicaciones de esas personas que identifique, mediante alguna herramienta de análisis de redes como Social Mention o Keyhole, buscaría palabras clave asociadas a la actividad volcánica: “Cotopaxi”, “lava”, “desastre”, “lahares” y con esa información podrían iniciar el proceso administrativo o legal para que los desobedientes dejen de publicar.

Pero, ¿qué tal si dan con un nombre que no es real? Seguramente iniciaría el juego del gato y el ratón que tardaría meses en resolverse. No es una estrategia muy inteligente. Si el gobierno se va a tomar la molestia de monitorear todo lo que Ecuador dice sobre el volcán ¿por qué no mejor hacerlo para algo más productivo como mejorar el sistema de alerta y respuesta ante emergencias? El 69% de la población estadounidense espera que las autoridades de emergencias monitoreen y reaccionen a sus publicaciones en redes sociales, según un estudio de la Cruz Roja de ese país. El gobierno ecuatoriano debería considerar que el seguimiento de datos de redes sociales en tiempo real aumenta la velocidad y la eficiencia de reacción ante desastres. Internet fue diseñado para resistir un ataque nuclear, entonces debería ser comprensible que si otros medios de comunicación fallan, las redes se conviertan en el canal óptimo para que las víctimas pidan socorro o las brigadas de auxilio coordinen sus actividades. Esto sucede en otros países y es muy efectivo.

En enero de 2010, hubo un terremoto de magnitud 7,0 en una de las zonas más pobres de nuestro continente. Haití fue golpeado con la fuerza equivalente a la explosión de doscientas mil toneladas de dinamita. Fue el sismo más grande registrado en doscientos años en ese país. Las líneas telefónicas colapsaron y Twitter, Facebook y Youtube fueron fundamentales para afrontar la crisis. Los tuits que se enviaron ese día ayudaron a los voluntarios de Open Street Map —un software colaborativo para construir mapas en línea— a documentar la catástrofe, a guardar y publicar datos sobre personas desaparecidas, y a concentrar las actividades de ayuda en las áreas más gravemente afectadas. Las personas también transformaron mensajes de texto en tuits con ubicación geográfica precisa para ayudar a quienes no tenían acceso a la red. Esta experiencia se replicó en los desastres de Fukushima y Nepal. Facebook, a través de varios juegos en línea, aceleró la recolección de donaciones. La visibilidad de las publicaciones de Internet también permitió que las personas se solidaricen con la situación de los haitianos, y esto produjo una respuesta internacional positiva a esa crisis local. Eso no hubiera sido posible hace cien años, sin Internet.

Entender cómo se transmite la información y cómo se construye la confianza entre los diferentes actores, permite a los profesionales utilizar con eficacia las redes para difundir mensajes útiles y controlar rumores, dice el Consejo Nacional de Investigación de Estados Unidos. Luego de la explosión del Cotopaxi, Daniel Orellana, PhD en geoinformación y parte del equipo de voluntarios que mapearon Nepal, tuiteó que el mapeo colaborativo en situaciones de emergencia se coordina con las instituciones locales responsables para establecer prioridades y que además “se crean mecanismos para curar, revisar y verificar la información. Esto permite manejar de forma efectiva los rumores falsos”. Censurar las redes sociales no es práctico y es un error. La erupción de un volcán no es algo que se pueda controlar de la misma manera que una manifestación que no se quiere escuchar. Negarle a los ciudadanos mecanismos que incrementan la eficiencia de respuesta ante un desastre es una negligencia porque se comprometen vidas humanas que no se pueden recuperar.

Secreto de Estado

Finalmente, el Secretario Nacional de Inteligencia, Rommy Vallejo, compareció ante la comisión de Soberanía, Integración, Relaciones Internacionales y Seguridad Integral de la Asamblea Nacional del Ecuador. Hace dos semanas, cuando el titular de la SENAIN se excusara «motivadamente» de hacerlo, todo el mundo seguía cabreado por el escándalo sobre Hacking Team. La agencia de seguridad local fue tendencia en twitter por varios días y hasta se tuvo que pronunciar el presidente para defender a la institución que nació bajo su mandato, en el 2009. Hoy, en cambio, todos los medios le tomaron su mejor foto a Rommy, sacaron el titular respectivo, pero poco o nada se habló en redes sociales sobre el tema —y pensar que sólo el día de ayer Ecuador Transparente denunció, documentos en mano, que «SENAIN llevó a cabo espionaje sistemático a políticos y activistas«.

Otro agravante a la apatía de la gente es el desdén a la transparencia y fiscalización que debe tener el Estado. Escudándose en la Ley de Seguridad, Vallejo llegó a la Comisión sin dar la cara a periodista alguno, les cerró la puerta e inició una comparecencia reservada. No importa cuántas preguntas le hagan, él puede decidir no responder y si lo hace, lo que ahí se diga no se puede difundir. ¿Qué garantías tenemos los ciudadano de que, incluso en esas condiciones, el comportamiento deshonesto de otras agencias de inteligencia frente a los cuestionamientos de la autoridad no se vuelve a repetir? La respuesta es simple: pocas o ninguna.

Asumamos por un momento que el material publicado por Ecuador Transparente es verdadero. En este caso, estaríamos haciendo frente a dos delitos. El primero, habría sido cometido por la SENAIN al espiar a ciudadanos con motivos puramente políticos. El segundo, es el delito de publicar información «de circulación restringida», que según el Código Penal se castiga con mínimo un año de cárcel —en Ecuador, también nos hace faltan medidas legales para la protección de denunciantes o, como se les dice en inglés, whistleblowers.

A las agencias de seguridad siempre se les va a filtrar información, y la razón es simple, la entropía les juega en contra. Su tarea consiste en construir un muro perfecto, impenetrable, perecedero y que esté al día para combatir los mejores ataques de donde quiera que vengan. Los hackers e informantes internos, en cambio, sólo deben encontrar un único fallo en el sistema a través del tiempo. Por eso, parece que en todo el mundo se siguiera una misma receta en lo que respecta al manejo de información clasificada como «reservada» o «secreta» por las agencias de inteligencia.

Si la SENAIN llegara a demandar a Ecuador Transparente o a Wikileaks por publicar información de carácter secreto, la ecuación es simple: la documentación es verdadera, ergo el espionaje fue cierto; es por esto que en otros países del primer mundo, donde la corrupción también avanza más rápido, se han inventado algo para perseguir denunciantes sin afrontar el costo legal o político de haber transgredido los derechos ciudadanos: cortes secretas.

En Estados Unidos, eran cortes secretas las que debían controlar las actividades de la Agencia Nacional de Seguridad, pero nunca lo hicieron —en 35 años sólo rechazaron 11 de las 34000 solicitudes de espionaje—. Fueron cortes secretas las que llamaban a las empresas de telecomunicaciones como Lavabit para solicitar sigilosamente las claves de sus clientes. En palabras de Edward Snowden: «son jueces secretos, en cortes secretas, haciendo interpretaciones secretas de la ley». La forma perfecta de enjuiciar a los denunciantes de algún secreto de Estado, sin revelar que se ha violado la ley, es esta.

No quiero ser agorero del desastre, pero el secretismo parece ser el juego al que nos quieren someter y si no se toman medidas adecuadas a tiempo, si no se separa a la justicia del otro poder, si no aseguramos mecanismos de transparencia adecuados y dejamos que los mecanismos de fiscalización se conviertan en el maquillaje de un sistema de inteligencia que no parece estar ceñido a la ley, seguramente pronto nos llamarán a una corte sin que podamos decirle a nadie y sin ley que nos pueda defender.

El cáncer institucional

Después del feriado bancario, mi familia emprendió. En esa época no se trataba de formar un start-up, ir a una incubadora o buscar inversionistas ángeles, era cuestión de llevar la comida a la olla. En la mesa del comedor, cortamos papel cometa para hacer piñatas y ollas encantadas, fabricamos troqueles para vender invitaciones de cumpleaños, pegamos las lengüetas de las cajas donde entran los medicamentos, pintamos cajas de balsa, hicimos chocolates, vendimos teléfonos antiguos que mi primo adaptaba de unos cuantos que todavía funcionaban con disco. Sobrevivimos, al final del día, gracias a una micro-empresa de productos para transporte de vacunas. Esa es mi experiencia trabajando en el sector privado, la empresa familiar.

Con esfuerzo de mis padres, y gracias a una beca de la universidad, pude acabar mi carrera de médico y empezar a trabajar. El último año de medicina —el internado— te lo pasas metido en un hospital, rotas entre médico, secretario y enfermero. Lo que haga falta. Tienes un sueldo modesto y, como pasante, recibes también las últimas lecciones y pruebas antes de ir sólo al año de rural. Dos de los doce meses de internado, sales del hospital asignado y haces una «prerrural», haces de interno en alguna zona remota del país, a mí me tocó —gracias a un convenio que mantiene con mi universidad— el Hospital Claudio Benati, en Zumbahua un poco más allá de Pujilí. Esos dos meses fueron un paréntesis en la vida de médico porque, durante ese poco tiempo, sentí lo que era trabajar en el sector privado.

Cuando uno está en el hospital público o en el centro de salud, le dice a la gente qué tiene y cómo hacer para seguir con su diagnóstico o tratamiento, uno les da información y el sistema de salud se encarga de proveer medicamentos y exámenes. Sé que a veces hay escasez, pero en mi experiencia, siempre se pudo abastecer. Zumbahua era diferente porque el ciclo se rompía en los bolsillos del paciente. Una paciente recorrió setenta y cinco kilómetros desde La Maná, para contarnos desesperada sobre lo que resultó ser una infección renal, ella ya no podía con el dolor. Le receté algo para el dolor y un antibiótico porque, de no tratarse, ese cuadro se podía complicar. Y eso fue todo, sólo tenía para regresar.

El corazón todavía se me encoge cuando pienso en ella, en la madre que «abandonó» por unos días a su hijo en el hospital —porque sino ¿quién iba a cuidar de los otros seis que tenía en casa?—, en los ancianos que se veían abandonados por sus hijos y a los niños que visitábamos porque su desnutrición no les permitía progresar. Los cuadros de tuberculosis, el cáncer infantil que se llevó a mi paciente Carlita, y mil cosas más… El sistema público de salud está para toda esa gente que no puede, así quiera, tener atención de calidad.

Pero un cáncer se apropia lentamente de este y otros tantos servicios públicos, es el cáncer institucional. Es esa creencia de que sólo quien piensa igual puede ser parte del sistema que brinda gratuitamente salud a la sociedad. Este cáncer busca suprimir la actitud beligerante y cuestionadora que es un elemento fundamental de la evolución social: “el servidor público que no está de acuerdo con este gobierno, que renuncie”, ellos le llaman coherencia, nosotros los médicos tenemos otra palabra para eso: negligencia.

Bajo ese pretexto de «lealtad institucional» se esconde una actitud irresponsable, la que dice que el jefe de piso no se puede equivocar, que nos impide mostrarle exámenes que contradigan su diagnóstico o evidencia actualizada que refute el tratamiento que prescribe. Si no te gusta todo lo que dice el jefe, te me vas. Ese juego del todo o nada, que simplemente riñe con la realidad. Pedir a los servidores públicos que renuncien, como si trabajar para la gente fuera una gracia que nos da el Estado —y no su propia necesidad— es brutal.

Gracias Denisse, gracias por no renunciar.

La confusión de los que no están de «luto»

Me llegó un correo de Somos Más. Me pide que lea un artículo de Daniel Bravo titulado «La confusión de los que están de «luto»», dice así:

Acabo de pasar con mi carro por la tribuna de los Shyris y uno de los protestantes pedía a los conductores que piten (en señal de protesta). Mientras me le acercaba, me quedó viendo y al percatarse que yo no pitaba, me hizo “yuca” y me gritó RAAATA!! Sonreí y me dije a mi mismo una vez más: Daniel, estás del lado correcto.

No he ido un sólo día a las marchas, me invitaron como a todos los servidores públicos pero no fui. Pero en todo caso tengo amigos que están en ambos «lados» y todos están en lo correcto, Daniel. Están en lo correcto porque la política democrática no es una cuestión de lateralidad, sino de acciones basadas en diálogo. El único equivocado —en ese juego de gobernarnos los unos a los otros— es el que no escucha. Mal por el que te insulta, sí. Pero también mal por el que dice que no hay «nada de que arrepentirse», el que anuncia que no se dará «ni un paso atrás». ¿Estás del lado correcto, David?

De los gritos que alcancé a escuchar, la mayoría eran insultos en contra del Presidente y en contra de los servidores públicos que ellos llaman peyorativamente: borregos o sanducheros.

A mí me hicieron una broma hoy, estábamos en el desayuno familiar por el día del padre y me preguntaron si yo iba a poner los sanduchitos. No es justo que uno tenga esa fama y, como tú, no he hecho nada para merecerla. Pero he visto que se reparten sánduches en las marchas. Fredy Lobato, quien aportaba con su diezmo político a Alianza País, lo denunció en un tuit. Su programa de radio en Radio Pública de Ecuador salió del aire esa misma semana. ¿Borrego? Nunca me lo han dicho, pero entiendo la inconformidad de la gente con sus mandantes, no necesariamente con el servidor público de a pie, sino con asambleístas que dicen estar atadas de manos por orden del presidente. Por la forma en que el Consejo Nacional Electoral y la Corte Constitucional anulan cualquier pedido de consulta popular o revocatoria, ahora que los niveles de popularidad del presidente han bajado. Por los procesos legales donde las instituciones del Estado son juez y parte, entendería si alguien que me identifique con el Estado me dice «borrego». No todos estamos en ese costal, pero habrá que demostrarlo con actos ¿no es verdad?

Actitudes como estas se repiten todos los días en las calles y en las redes sociales.

Las redes son un hervidero de violencia. Desde ambos lados —el correcto y el correcto— ha asomado gente inescrupulosa a insultar, perseguir e insultar. Seguramente lo has experimentado o conoces a alguien que lo ha hecho. A mí también me han hecho lo mismo, en una ocasión el ministro del interior quiso asociar un pedido de respetar el debido proceso que le hice con lo que le salió de la barriga. En otra ocasión, el editor del diario público financiado mediante mis impuestos me acusó de sanduchero y borrego. Estoy de acuerdo contigo en que esto no debe ser así.

Me pregunto si esos agresores conocerán a todos los 400.000 servidores públicos, incluidos a los médicos que curan sus enfermedades, a las maestras que educan a sus hijos o a los policías que protegen su integridad. Sabrán que detrás del cargo (incluido el de Presidente) está un ser humano que a pesar de todo se merece respeto. Me pregunto cómo se sentirán las hijas de Rafael Correa cuando escuchan todas las humillaciones que recibe su padre. Qué pensará la madre del Presidente cuando ve que a su hijo lo presentan como el mismísimo diablo. Cómo se sentirá él mismo cuando después de un largo día de trabajo es amenazado de muerte por redes sociales. Es eso justo?

Me parece totalmente acertado humanizar las protestas que defienden al gobierno, pero te invito a hacer lo propio con aquellos que están del otro lado. Por ejemplo, podríamos leer cómo se sintió el abogado de Derechos Humanos, Juan Pablo Albán, tras ser hostigado en uno de los enlaces ciudadanos. Podríamos escuchar lo que sintió la periodista Bethany Horne, cuando supo que la estaban investigando agentes de inteligencia sin contar con una orden judicial —como también me pasó a mí— o cuando recibió amenazas de muerte. La diferencia es que esta gente no tiene a toda la policía movilizándose tras una llamada, no tiene francotiradores que le cuiden la espalda, no puede llamar al Presidente del Consejo de la Judicatura a su gabinete de seguridad. El presidente puede sentirse mucho más tranquilo que cualquiera de estas personas aún cuando lo amenazan de muerte por esta y muchas otras razones. El respeto es una calle de doble vía.

[…]

Gritan “borregos”, “sanducheros”, “asalariados”; denigrando la decencia de las personas sin conocerlas. Sabrán que el servicio público es una vocación de servicio; que aquí no se trabaja para llenar los bolsillos de una persona sino se trabaja para garantizar los derechos de todas y todos. O será que los insultadores tienen envidia y en el fondo quieren ser “borregos”. Tengo amigos opositores que siempre me dicen: “consígueme trabajo en el gobierno y hablo bien”. Yo siempre les respondo que se queden nomás donde están, porque aquí no queremos veleros que se muevan tal como sople el viento. Es más, algunos conocidos son opositores acérrimos y han recibido una beca completa de la SENESCYT. Que querrán, que el gobierno también les pase los exámenes?. Están confundidos.

Poner a toda la gente que exige uno o más cambios al gobierno actual en el mismo saco es ser cínico. A mí me molestan mucho las violaciones a los Derechos Humanos, me apena el futuro de nuestros tesoros naturales y me parece denigrante el control de las comunicaciones que se da por parte del Estado, pero estoy de acuerdo en las políticas de redistribución y en cierto nivel de proteccionismo, porque creo que la mano del mercado es invisible pero también inútil. No todos corren con mi suerte, me ha tocado trabajar en una institución de puertas abiertas. A personas que tienen causas similares a las mías no se le ha dado oportunidad al diálogo, se los ha insultado y calumniado, diciendo que tienen una agenda oculta con grupos de «izquierda infantil» o «extrema derecha».

La calidad moral de la gente que se ha declarado en resistencia no puede ni debe ser definida por tus amigos, sino que debe ser escuchada un caso a la vez. Lo que está sucediendo ahora mismo es el resultado de cerrar la puerta a esos pequeños diálogos. Cuando grupos pequeños que no tienen poder no tienen capacidad de negociación, suceden cosas funestas. Suceden alianzas indeseables, suceden protestas en las que sale perdiendo la gente de «ambos lados». Cuando no hay capacidad de negociación, lo extremista empieza a parecer razonable. Y entonces tienes a Lasso y a Nebot como opciones viables porque ustedes —los que piensan que toda la oposición está en el mismo saco y no vale la pena escuchar a nadie— los pusieron ahí.

[…]

Pienso que en el mundo hay mucho egoísmo y eso es lo que están demostrando los que están de “luto”.

Egoísmo es no querer compartir el poder. El presidente dijo en el enlace ciudadano número cuatrocientos algo, en Milán, que los empresarios «lo estaban chantajeando». Sea que hayan manipulado a medios de comunicación, exagerado las leyes sobre herencias y plusvalías, el punto es que un grupo de mandantes consiguió ser escuchado por el presidente. El problema no es ese. El problema es que el gobierno ha cerrado los espacios para que sólo ese tipo de gente pueda «chantajear» al presidente, exclusivo tomador de decisiones definitivas en el país. Cuando ni el presidente debería ser quien decida todo ni los empresarios los únicos que puedan sentarse a negociar con él.

En los últimos años, en el Ecuador 1.500.000 personas salieron de la pobreza. La clase media se ha incrementado, los ricos siguen siendo ricos; pero parece que el imperativo es llevar un estilo de vida de estrella de hollywood, como si ese fuera el objetivo social. Se les olvida que vivimos en sociedad y por ende todos somos responsables de nuestro destino (algunos más que otros). Si la pobreza incrementa, proporcionalmente aumenta la violencia, la inseguridad, la contaminación del medio ambiente, el dolor. Es fácil decir “la solución es crear más riqueza”, pero de nada sirve tener más empresas si sus empleados apenas cubren sus necesidades básicas y no pueden garantizar un mejor futuro a sus hijos. Qué justicia puede haber cuando una persona hereda 1 millón de dólares y la otra persona hereda pobreza, desnutrición y subdesarrollo.

De acuerdo. También es importante cuidar puertas adentro la calidad del gasto, facilitar mecanismos para denunciar la corrupción y transparentar más al Estado, evitar la concentración de poder, entre otras cosas.

En la marcha de “protesta” que acabo de ver no estaba el pueblo porque el pueblo es sabio. Estaba un grupo de confundidos que creen que el mundo es sólo para ellos y no entienden el concepto de justicia social. Como dice un pana “por el bien de todos, primero los pobres”.

Tal vez tengas razón, pero últimamente hubo tantas protestas (sin comillas) que es imposible tener los ojos en todas, y hay pobres también.