Viaje Quito-Tena-Shandia

Hoy salimos temprano de Quito para visitar a mi abuelo. Paramos para desayunar en medio de la carretera donde nos recibieron tres perros sin raza. Una de ellos, la matriarca, era muy cariñosa. Puede que ese sea su estilo de conseguir comida, pero de ser el caso la tenía más que merecida. Entramos al paradero, uno de los tantos escondites donde la familia de alguien ofrece la comida más rica y barata que el dinero puede comprar. En la sierra, por el frío, uno procura sentarse lejos de la puerta pero cerca del sol; lo cual convierte a alguna de las esquinas en el lugar más apropiado para comer. 

Pedimos seco de pollo, caldo de gallina, un jugo y un café. A mi padre no le gusta comer mucho cuando maneja pero yo, que solo tengo pocos días para disfrutar de Ecuador, busco el mejor plato en todo lugar. Conversamos bastante, seguramente fue mi mami la que nos alegró la mañana. Ella habla más que mi hermana, mi padre, yo, o todos juntos. Conversamos de su primo, y de cuando colgó uvas compradas en el mercado en sus viñedos para sorprender a las visitas. Todo le salió bien hasta que mi prima terminó con uno de los hilos en su mano y la gente estalló en risas. Por una especie de efecto dominó, aún hoy nos reímos de eso. Nos peleamos por las servilletas y finalmente mi papá pide la cuenta. Me levanté para curiosear entre las golosinas y terminé comprando un tubo de chicles; luego todos nos acercamos al mesón. Vemos una piedra para moler ají. Les cuento lo rico que es el ají de la Fabi, quien me contó la infidencia de las uvas. Todos la elogiamos y entre tanta buena opinión no me dejaron decir «y ha sido de Pujilí ¿no?».


Nos subimos al peugeot crema de ocho asientos en tres filas y volvemos a la misma carretera que recorrimos hace diecisiete años, y cuando Abdalá ganó las elecciones presidenciales, y cuando llevamos a mi abuelo a esa ciudad. La misma carretera que pisamos cada que podemos. Mi mami pone un disco en la radio que me recuerda que Paramore existe. Después de detenernos momentaneamente en la gasolinera para aflojar la presión en las vejigas, nos dirigimos a Baeza y, uno por uno, empezamos a retirarnos las cobijas serranas. Mi mamá y mi hermana se deshacen de su saco, mi padre no para de secarse la frente con una mini toalla blanca y yo abro el cierre que sostiene a las bastas de mis pantalones. Ya cómodo me quedo dormido. 

Despierto en un bache en plena troncal amazónica. Algun falla tenía que haber en todo ese concreto. Pocos kilómetros después, en la vía Tena-Puyo, mi papá toma un desvío que nos acomoda en el centro de la capital de Napo. Tres canciones después estábamos descargando las compras para la tía y ubicándonos en la sala. Siempre en el sillón que mejor acomode al cansancio. El abuelo ya no camina solo, su memoria no ve más allá de la generación que le sigue (o sea que se acuerda de papá). Mi hermana, mi primo y yo nos sabemos desconocidos en ese sitio. Él sabe que está viejo, pregunta quiénes somos y le toca creernos. Finge interés, esconde preocupación. Mi tía, quien le atiende cada día, nos mira con pena y desespero. En unos años…

Afuera de la casa están royendo los guatusos. Se paran en dos patas para masticar las papas que acabamos de lanzar. Logramos avistar una de las dos crías. Galo, el esposo de mi tía, nos cuenta que ya tienen una semana. La comida proviene de su terreno, un predio de cinco mil metros cuadrados ubicados cerca de Shandia. 


Tras pasar por un centro de salud y una escuela bilingüe («y pronto va a ser una escuela del milenio» agrega mi tía), llegamos a la propiedad. Atravesamos un puente improvisado con troncos —que nos protegen de lo que a futuro será una linda fosa— y nos vemos rodeados de flora verde. Miramelinda, hierba luisa, árbol luisa, piña, yuca… me acuerdo de mi amigo manaba («es que la tierra te da, loco»). A unos tres metros del piso está una mano de oritos. Tras unos cuantos machetazos, los oritos empiezan a caer en un ángulo algo predecible. Agarrar el tallo en la caída es, precisamente, el arte de cosechar oritos. La sabia de la planta se riega a raudales, pregunto si el tronco se come. Me hacen una mueca —es feo— «eso sólo se toma cuando te muerde una serpiente para contrarrestar el veneno, hasta llegar al hospital».

Guardamos la cosecha en el baúl y seguimos a la playa del río. De camino al Jatinyaku, uno cruza el puente «que hizo el presidente después de una marejada». El paso de la estructura colgante está cubierto por un techo de (creo) palma y en el piso se leen una serie de letras mayúsculas que escaparon a la horizontalidad del castellano: SHANDIA PULMON LIMPIO. El ocaso está cerca y las gallinas se empiezan a acomodar en los árboles, llegamos a la playa que es arena pura y tomamos fotos, ahí nos damos cuenta que el celular no tiene señal. Ya hicimos todo lo planificado pero no quiero irme. Vuelco al atardecer, respiro un aire que jamás volverá a mi Quito. Me pierdo en lo que miro y se me escapa un «no me quiero ir». Para esto, no tengo palabras.

Ciclear de noche en Quito

Vancouver es una ciudad grandiosa, pero demasiado organizada. Las salidas grupales en bicicleta a las que asistí estaban organizadas por la cocina de bicicletas del campus —le dicen así porque se preparan nuevas bicis a partir de repuestos usados todo el tiempo— y para asistir uno tenía que llegar temprano y firmar la hoja de descargo de responsabilidad (en Canadá toda actividad grupal conlleva firmar algún tipo de formulario). Bordeábamos la playa y llegábamos hasta Stanley Park, donde todas las ciclas tienen que seguir una sola dirección, nos dábamos la vuelta de rigor y, finalmente, volvíamos al punto de origen.

bicicleta tacuri

A pesar de que era interesante, yo extrañaba mi Tacuri hecha a la medida (acá está el enlace por si quieren comprarse una) y las cicleadas nocturnas quiteñas que todos los lunes organizaba —del pretérito imperfecto «esos manes ya no hacen salidas nunca»— CER Promotora de Ciclismo.

Las ciudades se transforman en la noche y rutinariamente uno no las disfruta porque, en capitales como la nuestra, la noche está para moverse de punto a punto. La transición es un mal necesario que toca aguantarse exceptuando una que otra fecha como la noche de fin de año —donde la otra mitad del país también se viste de mujer— o el desfile de halloween en el día del escudo nacional, con los monigotes gigantes en la avenida Amazonas.

Las salidas nocturnas en bici te dejan volverte parte de una urbe nocturna, uno va más rápido que esa sensación de inseguridad que produce ser ciudadano de un país donde más de la mitad de la gente ha sido víctima de un asalto, o tiene un familiar a quien algo le han robado.  Las veintiún marchas de tu velocípedo opacan ese miedo pero, al mismo tiempo, la velocidad no es tanta como para no disfrutar de los detalles de las calles, aceras, hidrantes, ventanas, locales, perros, prostitutas, brujos, comerciantes, estudiantes, mochilas, afiches, carros, parques, luces, monumentos y un largo etcétera.

Por eso, me emocioné mucho cuando me enteré que otro colectivo llamado Ciudad en bici retomó la actividad de salir cada lunes en dos ruedas para ver la ciudad. A pesar de que no es lo mismo que andar con los desaforados de Cicleadas El Rey, estos paseos permiten recorrer Quito en un entorno seguro para todos los que saben pedalear. Caro (creo que es ella la que escribe) dice en el blog de ciudad en bici que:

El fin de estas cicleadas es tener un espacio donde pueda venir todo tipo de gente, principiantes, profesionales, mujeres, niños abuelitos, absolutamente todos porque lo que nos interesa es que la gente pierda el miedo de andar en bici por la ciudad y que lo importante no es la rapidez en la que te mueves si no que aprendas a disfrutar de moverte sobre dos ruedas.

Y es verdad, no nos dejaban ir muy rápido, o saltar sobre las aceras y siempre habían guías en las partes frontal y posterior. Las personas se ubicaban en un carril en la calle, usualmente en parejas. Con este tipo de formación, los automóviles ven una especie de desfile y prefieren ir por el carril anexo sin causar mayor complicación. El grupo es liderado por mujeres y tener lideresas casi siempre cambia la dinámica para bien, ellas son mejores para predicar con el ejemplo, comunicarse de manera abierta y transparente, admitir errores y sacar lo mejor de los demás (según los resultados de Ketchum Leadership Communication Monitor, una encuesta realizada a más de 6.500 personas en todo el mundo). Aunque, para ser sinceros, yo le vi a Laurita trepándose a la vereda antes de que me diga que no lo haga porque hay que respetar al peatón. Bueno, el asunto es que en Quito existe un entorno seguro para salir a ciclear los lunes en las noches y sería bueno que vayan a hacer la prueba con amigos y familia. Las chicas empiezan a dar instrucciones en el parque Gabriela Mistral cada lunes a las siete de la noche y salen después de unos veinte minutos.

Quizá el único pero es que después de hacer los recorridos toca regresar a la casa y, a menos que haya una buena cantidad de gente, a veces toca hacerlo sólo. Y a muchas personas no les gusta y por eso les aviso para ver si se ponen de acuerdo con alguien de su barrio o sino pregunten en el grupo por personas que vivan cerca de ustedes. Tengo la suerte de tener un vecino igual de adicto a la bici que yo y usualmente nos acompañamos en la cuesta.

El lunes que pasó yo ya me estaba despidiendo con un «nos vemos la próxima semana» cuando Laurita nos cortó con un «el miércoles escuelita de bike polo, verán». Resulta que estas chicas no sólo se reúnen los lunes, sino que dos días después van al parque La Carolina (cerca de las canchas sintéticas) a practicar polo en bici. Si no tienen idea de qué es eso, pues sabrán exactamente cómo me sentí cuando me dijeron que vaya a la escuelita. Lo más cercano al polo en mi vida son las camisetas con el logo del señor en caballo sosteniendo un mazo parecido a palo de golf, pero resulta que es bastante divertido.

Al comienzo (y es que yo sólo he jugado esto tres veces) duelen muchísimo las muñecas y es difícil mantener el equilibrio, pero al poco tiempo el cuerpo se va acostumbrando y uno empieza a ver al mallet (el taco que sirve para pegar a la bola) como ayuda y no estorbo.  Es especialmente útil cuando uno tiene que dar retro porque la bola se queda en las esquinas o porque toca cubrir el arco con las llantas de la bicicleta para que el otro equipo no te haga el quinto gol, que es como pierdes el partido. Eso o estar abajo en el marcador cuando se acabe el tiempo reglamentario de treinta minutos —nosotros sólo jugamos diez.

Las otras reglas son: no tocar el piso con los pies, jamás; hacer goles con el extremo fino del mallet y, tras hacer un gol, esperar en tu mitad hasta que el otro equipo cruce a tu cancha. Bueno, las dos últimas reglas pueden esperar un poco durante las primeras clases porque el 90% de tu energía se irá en dos cosas: tratar de alcanzar la bola y no caerte de la bicicleta. Si les interesó, pueden chequear cuando será la próxima clase en la página de facebook de la liga femenina de bike polo Ecuador. A veces hacen vaca para comprar pizza, así que llevarán sueltos, casco y bastante agua.

La pregunta para conversaciones casuales, por Aaron Swartz

Traducido por Andrés Delgado de una publicación que Aaron escribió en su blog cuando tenía 19 años.

Uno de los rompecabezas menos importantes en la vida estadounidense es qué preguntar a la gente en las fiestas, de tal manera que uno llegue a conocerlos.

«¿Cómo estás?» es, por supuesto, una mera formalidad. Sólo la persona más afligida daría honestamente una respuesta negativa.

«¿A qué te dedicas?» es algo ofensivo. En primer lugar, realmente significa «¿qué ocupación tienes?» y, por lo tanto, implica que haces poco fuera de tu ocupación. En segundo lugar, implica que la ocupación de alguien es el hecho más relevante acerca de su vida. En tercer lugar, rara vez conduce a una investigación más útil. Ya que sólo a partir de un puñado de ocupaciones, podrás decir algo relativamente relevante, pero incluso esto, sin duda, será un poco molesto u ofensivo. («Oh sí, siempre pensé en estudiar historia»).

«¿De dónde eres?» es aún menos fructífera.

«¿Cuál es tu especialidad?» (en el caso de estudiantes universitarios) se vuelve amarga cuando, como sucede trágicamente en la mayoría de los casos, los estudiantes no sienten verdadera pasión por su especialización.

«¿Qué libro has leído recientemente?» hará que la mayoría deestadounidenses que no leen se autoinmolen o, en el mejor de los casos, obtendrás únicamente un confuso resumen improvisado de un libro al azar.

«¿Qué cosa interesante has aprendido recientemente?» pone a la persona en la mira y conduce inevitablemente a titubeos y posteriormente a algo que no es para nada interesante.

Propongo que, en cambio, preguntemos «¿qué has estado pensando últimamente?» En primer lugar, la pregunta es extremadamente abierta. La respuesta podría ser un libro, una película, una relación, una clase, un trabajo, un hobby, etc. Incluso mejor, será el que sea más interesante de entre éstos en ese momento. En segundo lugar, envía el mensaje de que pensar, y pensar sobre pensar, es una actividad fundamental del ser humano y, por lo tanto, la estimula. En tercer lugar, es más fácil de responder, ya que por su naturaleza está preguntando lo que ya está en la mente de la persona. En cuarto lugar, es probable que conduzca a un diálogo productivo, ya que pueden discutir juntos sobre el tema y, ojalá, progresar en ello. En quinto lugar, es muy probable que la respuesta sea novedosa. A diferencia de los libros y ocupaciones, los pensamientos de la gente parecen tener una variedad sin fin. En sexto lugar, ayuda a capturar la esencia de una persona. Un trabajo puede ser forzado por las circunstancias y origen, pero nuestros pensamientos son verdaderamente nuestros. No puedo pensar en una mejor manera de juzgar rápidamente lo que una persona es en realidad.

En este contexto, uno puede darse cuenta que «¿en qué has estado trabajando últimamente?» es claramente inferior, aunque similar.

Así que, ¿en qué has estado pensando últimamente?


Esta traducción está dedicada al dominio público, en memoria de Aaron.

La intencionalidad del mal, por Aaron Swartz

Traducido por Andrés Delgado de la publicación que Aaron escribió en su blog cuando tenía 18 años.

Cuando niños, somos alimentados con una dieta constante de cómics (y ahora, películas basadas en ellos) en los que héroes valientes salvan al planeta de la gente mala. Prácticamente se ha convertido en sabiduría convencional que, en este tipo de historias, la línea entre el bien y el mal es equívocamente demasiado clara –el mundo tiene más matices, se nos dice–, pero este no es realmente el problema con estas historias. El problema es que los malos saben que son malos.

Y la gente realmente crece pensando que las cosas funcionan así: la gente mala hace cosas malas intencionalmente. Pero esto no sucede. Nadie piensa que está haciendo mal –tal vez porque simplemente es imposible ser mal intencionado, tal vez porque es más fácil y más eficaz convencerte a ti mismo de que eres bueno– sino que cada gran villano ha tenido alguna justificación para explicar por qué lo que estaba haciendo era bueno. Todo el mundo piensa ser bueno.

Y si ese es el caso, entonces la intencionalidad en realidad no importa. No es ninguna defensa decir (para tomar un ejemplo famoso reciente) que los banqueros de Nueva York “sólo estaban haciendo su trabajo”, convencidos de que estaban ayudando a los pobres o algo, porque todo el mundo piensa que “sólo está haciendo su trabajo”; Eichmann pensó que sólo estaba haciendo su trabajo.1

Eichmann, por supuesto, es el ejemplo correcto, ya que es precisamente la obra de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén: un informe sobre la banalidad del mal, la que es ampliamente citada por esta tesis. Eichmann, como casi todos los terroristas y asesinos, era para nuestros estándares un tipo perfectamente normal y saludable, haciendo cosas que, él creía, eran perfectamente razonables.

Y si ese tipo normal pudo hacerlo, nosotros también podemos. Y si bien se podría argumentar quien es peor –ellos o nosotros– es un juego inútil, ya que nosotros somos responsables por nuestras acciones. Y mirando alrededor, abundan los crímenes monstruosos que hemos cometido.

Así que la próxima vez que se menciones uno a alguien y te responda «sí, pero lo hizo con una buena intención» explícales que no es excusa; las únicas personas que no tienen buenas intenciones son personajes de cómics.

Nota del traductor

1 Otto Adolf Eichmann fue un teniente coronel de las SS nazi. Fue el responsable directo del genocidio sistemático de la población judía europea durante la Segunda Guerra Mundial.


Esta traducción está dedicada al dominio público, en memoria de Aaron.

Cómo prevenir un golpe blando

Si viven en Ecuador, habrán escuchado hablar de los golpes [de Estado] blandos. Para obtener una definición oficial —es que en Ecuador tenemos una para todo— busque entre los medios de comunicación aceptados por el presidente y su secretario de comunicación. Dice El Ciudadano que los golpes blandos son siempre así:

Primero son las campañas de miedo y desinformación, luego las denuncias de presunta corrupción, falta de libertad de expresión y la estigmatización ideológica. Se pasa a las protestas callejeras por cualquier motivo y, finalmente la desestabilización que provoca el quiebre institucional de un país.

Quisiera deconstruir este concepto pero no hace falta, Roberto Aguilar ya se ocupó de eso. Ahora más bien quiero realizar un ejercicio mental. Imaginemos por un momento que el poder es secuestrado por persona que no respeta la voluntad del pueblo. Y esa voluntad no es, como Correa piensa, haberlo elegido a él en alguna ocasión en los cuatro años pasados sino también considerar todas las decisiones pasadas de la gente. Lo que incluye la Constitución que esas personas votaron, el plan de gobierno que fue presentado, las leyes que se hubieran aprobado y que estén vigentes, y un largo etcétera que no alcanza —o no conviene— en los discursos de cada sábado. Si usted es correísta, imagine que esa persona es el enemigo favorito del presidente (usualmente Lasso). Si usted es anticorreísta ya debe saber de qué le estoy hablando.

Bueno, esa persona ha llegado al poder y sencillamente le resbalan las leyes, cree que algunos mandatos constitucionales —como los derechos de la naturaleza— son una pendejada y se niega a cumplir mandatos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, como ese que dice que los pueblos indígenas tienen derecho no sólo a la consulta previa antes de cualquier megaproyecto en su territorio, sino que el Estado debe obtener su consentimiento.

Digamos, que como está sucediendo en Brasil, empiezan a borrar todo rastro de feminidad en la política—el presidente interino acaba de reemplazar a todo el gabinete por hombres blancos, y cuando le preguntaron sobre la participación de mujeres uno de sus ministros dijo que podrían ser secretarias—, decide que puede ignorar la ley y casi poner al procurador del Estado a dedo (Si quieren estar al día con lo que sucede en Brasil sigan en twitter a Bruno Bimbi).

¿Qué debería hacer la gente? ¿Esperar a que hayan nuevas elecciones? Lo digo así porque eso es lo que usualmente recomienda Rafael Correa: que sus opositores reúnan plata y firmas, formen un partido y ganen elecciones, como si la democracia consistiera en el gobierno de la mayoría y no en el respeto e inclusión de las minorías. Existen otras opciones más sensatas, como usar mecanismos de control y transparencia. Es decir, luchar con información y ayudarse en las instituciones que tienen mandatos claros y que están ahí porque en democracia siempre se ha asumido que habrá gente que quiera abusar del poder. Y por eso se lo divide:

equilibro de poderes en Estados Unidos

Ahora, supongamos que por alguna razón este mecanismo fracasa. Puede ser porque los jueces no son realmente independientes sino que están siendo presionados por el poder ejecutivo para hacer cumplir ciertas sentencias. Que en el legislativo tenga mayoría el partido de gobierno, como sucede actualmente en Ecuador; y que respondan mayormente a la voluntad de una persona. Imagínense que su villano favorito tuviera todo ese poder y anulara los mecanismos de transparencia y control social. ¿Qué debería hacer la gente?

Pues lo que le queda a las personas es denunciar las cosas, formar una opinión pública considerable para que ese poder político abusivo se vuelva inviable. En otras palabras, resistir. ¿Cómo? Denunciando. Quitando el poder a fuerza de remover el apoyo popular de quién está abusando del poder. En otras palabras, haciendo un golpe blando. Pero, por favor, recuerde que no estamos hablando de su héroe político sino de su más acérrimo enemigo.

Ahora, pensemos un poco en las palabras que se están utilizando, específicamente fijémonos en ese concepto de «golpe de Estado» y para hacerlo no vayamos muy lejos. Vamos a Wikipedia, donde nos explican el origen del término:

El concepto golpe de Estado (coup d’État) comenzó a ser empleado en Francia en el siglo XVII, para referirse a una serie de medidas violentas y repentinas tomadas por el Rey, sin respetar la legislación ni las normas morales, generalmente para deshacerse de sus enemigos, cuando el Rey mismo consideraba que eran necesarias para mantener la seguridad del Estado o el bien común. En este sentido original, el concepto era muy similar a lo que se denomina en la actualidad «autogolpe», es decir, el desplazamiento de ciertas autoridades del Estado, por parte de la autoridad suprema.

Hmmm… Algo aquí está raro. Aunque ambas definiciones terminan en un «quiebre institucional». Por definición, ningún agente que no sea parte del estado, puede dar un golpe de Estado.

El término se fue ampliando a lo largo del siglo XIX para significar la acción violenta de un componente del Estado, por ejemplo, las fuerzas armadas, con el fin de desplazar a la cabeza del mismo. El concepto se superpuso entonces, y a la vez se diferenció, del de «revolución», caracterizado sobre todo por estar principalmente organizado por civiles ajenos al Estado.

«Revolución» entonces, es un quiebre institucional producido por la sociedad civil. «Golpe de estado» por aquellos que hacen parte del poder político establecido. No pensemos, tenemos fuentes oficiales. Revisemos una vez más qué es  un golpe blando. Para entender mejor el concepto voy a traer de las joyas de los medios de comunicación oficiales: «Lo duro de los golpes blandos» publicado por Werner Vásquez Von Schoettler en El Telégrafo:

Los golpes blandos [son] una actualización de las estrategias de democratización modernizante en las periferias del capitalismo central. La teoría y práctica del golpe blando responden a la estrategia de uso de la paz, de la no violencia para movilizar a los grupos no gubernamentales contra un régimen que consideran como autoritario y/o dictatorial.

Se definirán así a los gobiernos que no promueven una liberación de los mercados, de las políticas laborales; una desregulación de los sistemas de control, es decir, de todas aquellas políticas que el capital financiero busca para expandirse por el mundo entero.

golpe blandoAparentemente los golpes blandos son un intento democratizante. Es decir, traer de establecer un régimen democrático en países donde no hay democracia. No voy a hacer cherry-picking, el autor también dice que no se trata de cualquier democracia sino de la democracia neoliberal. Pero si un político neoliberal llegara al poder democráticamente, y la gente utilizase los mismos métodos tan bien explicados por la infografía de El Telégrafo para defenderse (véase la ilustración a la derecha) ¿podríamos también hablar de un golpe blando?

¿Qué pasa cuando hay reclamos legítimos sobre abuso contra los derechos humanos y la libertad de prensa? ¿Y si a Lasso se le ocurre firmar un TLC con Estados Unidos y deja al internet hecho mierda? Si Correa, o quien le herede el cargo, decide ignorar los derechos de los indígenas shuar para construir un proyecto megaminero en el Sur-Oriente del país (busquen Tundayme en Google) ¿se puede denunciar eso? ¿Qué pasa cuando los mismos mecanismos de la economía liberal que dice estar denunciando Werner Vásquez son utilizados por partidos políticos que dicen ser de izquierda? Entonces ¿ya no se llama golpe blando sino revolución?

Veámonos también en el espejo, ¿no pueden ser esas protestas que protagonizó Correa ser llamadas golpes blandos? ¿No estaba siguiente la etapa II del diagrama de El Telégrafo el presidente en este video? ¿No fuimos todos los ecuatorianos unos fieles seguidores de las cuatro etapas cuando derrocamos a cuanto presidente se nos ponga en frente en la década anterior?

Si a la democracia, para llamarla de ese modo, tiene que ser de izquierda, ¿no va eso en contra del derecho de todo ciudadano de defender la ideología política que le de la gana? Ya saben, eso que se aprobó en la constitución de Montecristi en el 2008, y que todavía no ha sido remendado por la Asamblea.

Después de tanto pensar, he concluido que sólo hay una manera de prevenir los golpes blandos, y es eliminando democracias blandas. Si los ciudadanos de verdad pudieran incidir en la política con un sistema de control y transparencia funcional, con jueces que no hagan favoritismos políticos, con una asamblea que sí cumple la constitución y con una Corte Constitucional que no sea otra mancha más a esta falta de independencia de poderes, podríamos prevenir cualquier «golpe blando» que la gente intente. Ahora, puede ser que eso desencadene un Estado diferente, que el poder sea limitado, que las decisiones deban ser consensuadas y que el diálogo deba incluir a una mayor cantidad de actores, quizá esas pequeñas minorías que el presidente denuncia como infantiles o elitistas. ¿Eso nos conviene?