Son las diez de la noche en Vancouver (media noche en Ecuador) y eso significa que estamos a minutos de que se cumpla el primer mes del despegue del avión que me trajo aquí, tiempo más que suficiente para sentir algo de nostalgia. Tras el shock inicial —como buen hijo de mi patria, a mis veintinueve seguía viviendo con mis padres—, hoy puedo decir con orgullo que uno de mis compañeros nuevos en la residencia pensó que yo era de la camada antigua porque parezco conocer muy bien dónde está todo. Ciertamente manejar los espacios es importante, pero también es lo menos complejo. Es la otra dimensión de nuestro universo la que realmente me preocupa ahora que estoy viviendo en Green College: el tiempo.
Usualmente las personas andan con un máximo de cuatro materias porque son muy demandantes, muchos eligen dejar una o dos para hacer más llevadera su situación; pero dado que estoy aquí no con mi plata, sino con la de ustedes queridos mandantes, yo debo acabar mi carrera en el menor tiempo posible. Para empeorar la situación, en este trimestre se me ocurrió inscribirme en una quinta materia porque el profesor en un par de clases iba a ser Joseph Stiglitz. Todo esto sería manejable de no ser porque (como dice el cantante): «en el mar, la vida es más sabrosa».
Green College es una residencia donde viven exclusivamente posgradistas, profesores y posdoctorantes. Además de tener una vista al mar que a uno le hacen querer poner pausa a la vida, es un espacio de esparcimiento intelectual. Cada lunes, uno de nuestros residentes brinda una charla sobre su trabajo, o algo de interés y cada martes alguien de fuera de la residencia, pero con un perfil similar, hace lo mismo. La cosa no acaba ahí: clases de salsa, dibujo, excursiones, observación de aves, break dance o cualquier otra cosa que una de las cien personas que vive aquí te puede enseñar son parte del menú.
Hace menos de treinta minutos, acabo de regresar de mi primera Coffee House, un programa de dos horas donde cualquiera de los greenies —léase «grinis» en castellano— se inscribe para demostrar su talento. Seis minutos de gloria. Una media docena de personas cantaron con su instrumento favorito, y en muchos casos me sentí en una cafetería escuchando música en vivo, hubo también un sketch de comedia, una lectura sobre acordeones (aquí es cuando extraño ser proeficiente en el manejo del idioma) y otra de poesía, Arthur tradujo al inglés «Embriagaos» de Baudelaire:
Hay que estar siempre ebrio. Todo consiste en eso: es el único problema. Para no sentir el horrible paso del Tiempo que quiebra vuestros Hombros y os curva hacia la tierra, tenéis que embriagaros sin tregua. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como gustéis. Pero embriagaos.Y si alguna vez, en las escalinatas de un palacio, en la hierba verde de una cuneta, en la soledad sombría de vuestra habitación, os despertáis, con la embriaguez disminuida ya o desaparecida, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj os responderán: ¡Es la hora de embriagarse! Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriagaos sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como gustéis.
Danza, improvisación, dibujos en vivo y al final un sing along, todos cantando la misma melodía compuesta para la ocasión. Debo sentir que me sentí chiquito entre tanto cerebro y a la vez feliz, es un deleite estar entre gente que ha sabido cultivarse. Supe que va a ser realmente triste tener que partir. Un poco embriagado de placer, y sin pensar mucho en los detalles, les confieso que —a pesar de haberlo olvidado ya— siempre quise un hogar así.
«Excuse me, you look like you need help» – Fellow student
Al empezar el día repasé todos los pendientes de viernes y preparé una ruta usando los mapas de google tan sólo para darme cuenta que todo estaba cinco cuadras a la redonda. Debía entregar las traducciones oficiales al inglés que envió mi otra universidad (la UTE), recoger un cheque que me ayudaría a pagar mi matrícula y enviar los papeles para aplicar a mi seguro médico —lo cual involucraba también sacar copias y, estando en el primer mundo, eso supone un trámite con límites y contravenciones—, mi destino final sería el edificio C. K. Choi donde recibiré mis clases los próximos dos años.
Era mi tercer día y el jet lag seguía pasándome la cuenta, llegué demasiado temprano a cobrar mi cheque. Caminé unos cuantos metros y encontré una de las tantas bibliotecas, habían copiadoras abandonadas a su suerte, pero parecían no funcionar. Aprovecharía entonces las computadoras para imprimir uno de los tantos formularios. Mismo usuario, misma contraseña. Ahí estaba el archivo, el ícono de imprimir pero nada. Había una chica sentada a unas cuantas computadoras, tenía raíces asiáticas como el 45% de los habitantes de Vancouver, esta vez fui yo el que dijo «excuse me». Debía crear una nueva identidad en línea para la biblioteca —which I did— pero me había faltado ponerle plata. Todavía no tenía la VISA a la que el banco tan amablemente me había obligado a aplicar, así que vi una de mis tarjetas importadas desde Ecuador y añadí otros cuántos dólares a la cuenta de «lo que le debo a papá». Funcionó la impresora, pero la copia a color no.
Llegué al segundo piso, donde habían otras máquinas dentro de la parte de la biblioteca que en Ecuador llamaríamos «la biblioteca», donde están los libros. Pasar la tarjeta de estudiante para que esa cosa empiece a funcionar, copia del permiso de estudios, copia del pasaporte, salir. Pensar, regresar, verificar el cierre de sesión para que nadie saque copias a mi nombre (sobre cada máquina había avisos sobre lo ilegal que era duplicar cosas sin permiso), irme.
«¿Recibiste un correo diciendo que vengas a retirar el cheque?»
«Recibí un correo donde me pedían abrir una cuenta hasta el 1 de septiembre, que sino me iban a dar un cheque»
«Tienes que esperar un correo donde te dicen que debes venir a retirar el cheque»
«Ah, ya entiendo gracias»
Seguí mi camino a la facultad de posgrado y entregué mi sobre. Había una bandeja con un anuncio que pedía dejar cualquier sobre como el mío ahí, sin pena ni gloria, sin el papel de recibido y la paranoia de si eso se pierde, sin tercer-mundismo —supongo—, «usted recibirá pronto un correo si esto satisface los requisitos». Escribí a Jo, otra de las residentes de mi nueva casa, preguntando sobre la oficina de correos cuando me topé con mi edificio. Había llegado una hora antes y lo sabía así que me escabullí al patio trasero rápidamente, que resultó ser tan grande como el edificio y estar camino a un hermoso jardín asiáticos con islas, peces y su respectiva casa de té.
Una foto publicada por Andres Delgado (@andresdelgadoec) el
Pasé una hora tomando fotos, contemplando el verde, sorprendiendo a las ardillas y viceversa. La oficina de correos podía esperar. El lugar era demasiado, así que le escribí a mi familia —les compartí mis pixeles— y ellos estuvieron de acuerdo. Para cuando regresé al edificio, ya era hora de nuestro desayuno e inducción. Durante el día fui conociendo al director de mi carrera y a trece de mis quince compañeros, gente que acababa de graduarse y personas con familias y vidas a cuesta, que estaban en la facultad por la midlife crisis.
«Ahora van a hacer dos filas y uno frente al otro van a presentarse en noventa segundos, como se hace en speed dating«.
Nos ponen e parejas y vamos rotando rápidamente, respondiendo preguntas de cualquier primera vez y otras bastante específicas.
«Hola, me llamo Andrés, vengo de Ecuador y creo que la peor política (que ahora mismo se me ocurre) es la española que cobra cada vez más caro por usar energía renovable». «Mi líder mundial favorito es David Suzuki» «He oído muy buenos comentarios sobre el presidente de Guatemala», creo que todos queríamos hacer la misma broma. Raphael es de Suiza, pero su padre es español, Ivana tiene cuatro pasaportes y Fernando viene de México, todos ellos hablan español. Dos chicas vienen de Paquistán. Muchos se graduaron en UBC, todos quieren crear un impacto positivo en el mundo.
Al finalizar la inducción, el almuerzo y las preguntas, nos dirigimos a un pub bastante hipster a «tomar unas cervezas», la mitad no bebimos pero queríamos seguirnos conociendo. Ahí me entero un poco más de cada uno, sobre el que monta caballo, el ingeniero que fue a trabajar con la ONU tras el Tsunami asiático, la chica que suena con ayudar a los refugiados, los cuatro pasaportes… me empiezo a bolsiquear ¿y mi pasaporte?
Hago memoria y recuerdo que casi olvidé mi permiso de estudios en la primera máquina, que verifiqué haber cerrado sesión en la segunda y haber olvidado el pasaporte en esa máquina. Y las papas fritas no llegaban —de domingo a jueves, sirven merienda en mi residencia—, pido que las empaquen para llevar, me despido y voy al centro de aprendizaje Irving K. Barber, osea la biblioteca. Para ese entonces mi celular no tenía batería y aunque así fuera nadie tenía mi nuevo número. La buena noticia es que finalmente había aprendido la ruta, la mala es que el lugar donde guardan los libros en el segundo piso estaba cerrado. No había nadie en la administración, y empecé a espiar en todas las oficinas abandonadas.
«Excuse me, you look like you need help»
«Sí, olvidé mi pasaporte en la copiadora del segundo piso».
«Oh, tú necesitas un guardia»
«Exacto»
«Mira, están por aquí»
«Ya lo veo»
«Que te vaya bien»
«¡Gracias!»
Le cuento todo, y me dice que no tiene la llave de los objetos perdidos. El «lost and found» donde Joey de Friends encontró un zapato. Le pido que me deje acceder a la copiadora donde dejé mi documento, «puede que todavía esté ahí», le digo. Estamos caminando mientras le explico al guardia, que parece no ser de aquí, qué es un pasaporte. Seguro tiene uno, debe ser que su acento y el mío no se llevan, de repente alguien sale de una oficina y el guardia le grita que se detenga, el chico de chaqueta negra y gafas para al segundo llamado y se da vuelta. «Ya cerramos» —le dice un poco molesto al guardia— «¿qué necesita?». Abro la boca y mientras tomaba aire para responder, el chico me mira y dice «tu pasaporte». Uf, eso estuvo cerca.
Centro de aprendizaje y biblioteca Irving K. Barberh
Estas vacaciones me la he pasado jugando con OpenLibrary.org, un sitio web cuyo objetivo es crear una página por cada libro existente. Al igual que en la mayoría de proyectos relacionados a la expansión del conocimiento, depende de los usuarios para llegar a los archivos más oscuros y solitarios en el planeta. La Open Library es un proyecto de nuestros amigos de Internet Archivey fue inicialmente liderado por Aaron Swartz —the internet’s own boy—. El 16 de julio de sus veintiún años, Aaron escribió en su blog:
Nuestro objetivo es la construcción de la biblioteca más grande del mundo, para luego ponerla en internet de forma libre/gratuita; y que todos la usen y editen. Los libros son el lugar al que vas cuando tienes algo que quieras compartir con el mundo —son el legado cultural de nuestro planeta. Y nunca ha habido un intento más grande para juntarlos a todos.
Aunque Internet Archive cuente con la mayor cantidad de libros digitalizados del mundo, su sitio web no es del todo atractivo para los nuevos usuarios. Si eres un lector, te puedes asustar al ver siete tipos de archivos. Si eres un autor, tal vez prefieras un lugar donde la portada se muestra claramente y desde donde la gente pueda no sólo leer sino también comprar tu libro. Open Library toma esto en cuenta y permite a los usuarios añadir cosas como el número ISBN —un identificador que permite saber dónde se vende cierta edición de un libro— lo que automáticamente crea una lista de enlaces en el perfil del libro para que tú puedas adquirirlo. También te permite añadir otros identificadores como el de Internet Archive, para que la gente pueda leer el libro en línea y, directamente desde la Open Library, descargar el libro en el formato que más le convenga. Uno puede además añadir toda la información que recopila una buena biblioteca: editorial, fecha de publicación, fecha del derecho de autor, colecciones, secuelas, tamaño, peso tablas de contenido, etc. Esta información es incluida en los catálogos que también se generan automáticamente: RDF, JSON —que es como los libros se saludan en Internet— e incluso existe un formato para crear citaciones de Wikipedia. El código fuente de OpenLibrary.org se encuentra disponible bajo una licencia de software libre.
Muchas obras que se encuentran en Open Library fueron colocadas ahí por bots —programas de software que realizan tareas automáticamente— recorriendo grandes bases de datos y extrayendo información básica sobre los libros (nombre, autor, año de publicación, número de páginas, entre otros). Muchas veces esa información está incompleta o es errada y es ahí donde los usuarios tenemos nuestro rol, nosotros podemos verificar los datos y añadir más bits a cada entrada. En mi caso, he añadido unas cuantas portadas, algunos números ISBN, tablas de contenido y, cuando ha sido posible, incluso he puesto a disposición el libro para su lectura, esto subiendo el archivo a Internet Archive y compartiendo en la Open Library su identificador.
Hubo casos en que creé el perfil de un libro absolutamente desde cero, puesto que mucha de la información que se recoge automáticamente se encuentra exclusivamente en inglés y esto puede causar que autores pequeños o independientes —especialmente los que escriben en idiomas distintos al inglés— se vean excluidos de las grandes bases de datos.
Hace tiempo traduje un libro al español y, aunque nunca tuve un ejemplar en versión digital, alguien más sí lo adquirió. Gracias a que el libro no estaba protegido por DRM y a que la licencia del libro lo permitía, esta persona pudo transformar el libro a formato ePub —un tipo de libro electrónico— y ponerlo a disposición de todos en Internet. Yo subí este archivo a Internet Archive, como lo indiqué en una publicación anterior, y el archivo fue transformado a otros seis formatos. Además se creó el lector respectivo. Cuando terminé de crear el perfil del libro —sin incluir la tabla de contenidos—, quedó así:
A los latinoamericanos nos queda mucho trabajo, pues muchos de nuestros libros no se encuentran en la biblioteca abierta y sería bueno dejar ese legado a las primeras generaciones que van a crecer conectadas, desde chicos, a Internet.
Un abogado de esos que cambian el mundo rechazó la propuesta de un amigo de venir a Ecuador, le dijo —off-the-record— que él nunca bajaba del paralelo 35 norte, porque le gustaba pelear “donde el capitalismo toma sus decisiones y no donde come tierra y chupa sangre”. Tómense un tiempo para digerir eso. Lo que estaba diciendo es que nuestras democracias eran un simulacro porque lo que mandaba realmente era el dinero.
“Oye, país rico, préstame plata”
“No hay problema amigo del tercer mundo, pero necesito que me hagas un favor”.
Nuestra política económica —así como la de la mayoría de países en vías de desarrollo— se ha visto maniatada de siempre por exigencias del mundo exterior. En el caso de Estados Unidos, fueron las exigencias del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, las que quebraron nuestras economías en épocas de boom petrolero, bananero, cacaotero… o al menos así nos gusta pensar. Nos daban plata pero teníamos que buscarnos la vida y pagar por acceso a la salud, a la educación, a las carreteras y por eso botamos a Lucio —les exijo también un poco de corresponsabilidad—. Luego vino Correa y la expansión del “estado de bienestar”: Ecuador decidía en qué gastar pero para hacerlo tuvo que embargar lo que las generaciones futuras debían heredar. China no tiene aquí empresas que se beneficien de la privatización así que la condición requerida fueron nuestros recursos —a un precio barato— que ellos necesitaban para poderse desarrollar.
Hay variantes, pero en países pequeños, son estas presiones exteriores las que determinan el quehacer de la política local. Hace poco firmamos un acuerdo comercial de libre comercio con la Unión Europea, gracias al cual nos quedamos prácticamente sin política fiscal. Y esto no es nada porque, mientras escribo, Estados Unidos negocia con decenas de países tres tratados secretos —TTP, TTIP & TISA— que atarán de manos a la economía mundial. Déjenme decir eso de otra manera: Las corporaciones de Estados Unidos están negociando en secreto con representantes de 34 países el futuro de la educación, de la medicina, de la propiedad intelectual, del poder del Estado sobre las empresas y los países firmantes en conjunto comprenden dos tercios del producto interno bruto global.
Hablar de política económica extranjera es hablar de política local, pero es lo que en el fútbol ecuatoriano correspondería a la “serie A”.
A eso se enfrentó recientemente el exministro griego, Yanis Varoufakis, cuando el titular alemán de Finanzas —y líder de facto de la política económica europea—, Wolfgang Schäuble, le dijo que unas elecciones “no podían obligar a un cambio de política” y que debía aplicar la receta que la Unión Europea tenía ya prescrita para Grecia.
«Deberíamos haber entregado el poder, como habíamos dicho que haríamos, a quienes pueden mirar en los ojos a la gente y decir lo que nosotros no podemos: ‘El acuerdo es duro, pero se puede cumplir de tal manera que haya espacio para la esperanza de que podemos recuperarnos y superar la catástrofe humanitaria’”, dijo Varoufakis tras ser obligado a renunciar a su cargo, por presiones directas de la Comisión Europea. La “receta” sigue siendo aplicada en Grecia a pesar de que un referéndum realizado en julio de este año indicaba que 61% de la población se le opuso.
“Deberíamos haber entregado el poder”, esa frase del exministro griego marcó la frontera entre lo que es y lo que debe ser.
El 35% de las exportaciones ecuatorianas van a Estados Unidos y parte de nuestro financiamiento proviene, otra vez, del FMI y bancos gringos privados como Goldman Sachs. El antiimperialismo nos duró lo que el financiamiento alterno y ahora nos va a tocar —a los de a pie— clasificar de alguna manera a esa “serie A”.
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A finales de 2013, el 96% de los estadounidenses consideraba importante “reducir la influencia del dinero en la política”, pero el 91% no creía que fuese posible. En cierta manera, Estados Unidos es el microcosmos en el que se refleja la gobernanza mundial —que está fuera del alcance de nuestros conceptos vagos de derecha e izquierda—. Sin importar tu partido político, ser un candidato electo en ese país, implica seguir un camino que tiene un estricto control corporativo: “Contratas a unos consultores muy costosos. Ellos hablan con donantes con mucho dinero. Acudes a los ejecutivos de las grandes empresas y los persuades para que piensen que te gustan las mismas cosas que a ellos; y el resultado es que la mayoría de gente en el congreso es muy amigable con los negocios y está financiada por las corporaciones”. RIP Aaron Swartz.
Ciertamente se trata de un problema que la mayoría de candidatos están dispuestos a ignorar. Y para que suficiente gente te escuche, tienes que escalar unos cuantos peldaños que, de paso, van sepultando deseos legítimos de cambio social. En Ecuador esto no es muy diferente, para acceder al fondo partidista, tienes que haber logrado un porcentaje de firmas o votos significativo —el 0.5% del padrón electoral— ergo tienes que haber usado medios cooptados por corporaciones privadas o por el Estado; en otras palabras ser candidato es haberle vendido un poco de alma al diablo.
Así que Lawrence Lessig —inserte aquí la descripción más cool que se le ocurra sobre el fundador del movimiento de cultura libre y de las licencias Creative Commons— decidió que para cambiar el sistema, tiene que reunir mucho dinero, pero que esté libre de condicionamientos, no strings attached. Hizo lo que todo chico desesperado y con pocos recursos hubiera hecho en ese momento: lanzar una petición en línea. Este abogado y académico, fundador del Centro para el Internet y la Sociedad en la propia Universidad de Stanford, pretende financiar su campaña para presidente de Estados Unidos con lo que sea que la gente le pueda dar en Internet.
Lo segundo en su lista fue quitarle el copyright a su oferta. “Esto no se trata de un candidato sino de una idea”, dice su página web. Si encuentran alguien con más posibilidades que Lessig, lo pondrán de candidato porque, sin importar quien se siente en la oficina oval, el objetivo es un referéndum nacional para modificar la constitución y divorciar finalmente al dinero de la política, y así eliminar las ciudadanías de segunda categoría y que todos puedan acceder al poder político real.
La tercera cosa importante, es que quien sea que acepte la candidatura deberá también firmar una carta de renuncia. «Deberíamos haber entregado el poder». El momento en que se haga efectiva la propuesta, el presidente dimite y su vicepresidente asumirá las riendas con un congreso libre de deuda corporativa pero con una enorme deuda moral. Así, suponemos, se quiere espantar a la gente que quiera aprovecharse de esta plataforma para llegar al poder. Las ideas—reza el eslogan pop—son a prueba de balas.
Finalmente, la estrategia: se podía hablar de política seriamente sin hablar de la falla estructural en el sistema de representatividad, hasta hoy. Cada cuatro años, las cadenas televisivas y radiales de las empresas que financian las campañas de ambos partidos, los presentaban sin esperar sobresalto alguno. En esta ocasión, sin embargo, uno de los candidatos —el candidato-referéndum, como Lessig se ha denominado— será quien realice las preguntas incómodas, para que este se convierta en un asunto que nadie pueda ignorar: ¿Cómo se puede lograr una ley sobre el cambio climático o límites sensatos a las armas sin lidiar con el lobby corporativo en la elección de representantes? ¿Cómo reformar Wall Street, sin hacer frente a cómo actualmente financian las campañas? ¿Cómo, sino divorciando al Estado y al dinero, se puede hacer frente a las empresas aseguradoras?
Esta fue la estrategia aplicada por el senador Eugene McCarthy en las elecciones de 1967 para sacar a la luz el tema de la guerra de Vietnam. McCarthy no ganó, pero su tema se convirtió en uno que ningún otro candidato pudo ignorar.
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Si Lessig consigue el financiamiento adecuado, se centrará en los Estados donde tienen lugar las primeras elecciones primarias presidenciales: Iowa, New Hampshire, Nevada y Carolina del Sur. Si logra juntar 1% en tres encuestas nacionales en las semanas previas, aparecerá junto a los otros candidatos demócratas para los debates presidenciales televisados a nivel internacional. “Lo que queremos hacer es construir una vía para que la gente más progresista, más activista sea elegida en el Congreso para que puedan empezar a producir un cambio social real”, diría Swartz.
Rafael Correa siempre ha dicho —y por ende todos sus fans y Alianza País piensan igual— que Estados Unidos es una gran nación, pero que el problema son las decisiones de su gobierno. Y todos sabemos que lo que sea que ellos decidan incidirá en la realpolitik de nuestro país. Si entregamos el control de ese timón a la gente que, como nosotros, sufre el despotismo de un puñado de corporaciones, si flexibilizamos su sistema para que más razón y menos fuerza puedan estar en la oficina oval, nuestra política económica podría cambiar radicalmente. Y esta es la idea que les quiero presentar: es tiempo de hacerle barras —quizá con dólares (resulta que sólo puedes donar a la campaña si eres estadounidense o un residente permanente en Estados Unidos)— al candidato que lo puede lograr.
Seamos realistas, Internet puede ganar las elecciones de Estados Unidos. Internet puede lograr que, de hoy en adelante, el congreso del país con el mayor ejército del mundo esté en las manos de la gente de Estados Unidos y no de las corporaciones que ganan dinero con la guerra. Podemos detener la escalada en la protección absurda y deshonesta de la propiedad intelectual. Podemos lograr que las negociaciones sobre los dos tercios del producto interno bruto mundial sean transparentes —y que no sea sólo Wikileaks quien empuje para que se publique ese texto— y que ese mismo país deje de ser el único sin adherirse al protocolo de Kyoto sobre el cambio climático propuesto por su exvicepresidente. Podemos cambiar el mundo o, en palabras de Jacob Appelbaum, “la utopía es imposible [y] todo aquel que no es un utópico es un idiota”. No seas un idiota.
¿Cómo se sentirían ustedes si un hombre inteligente de repente se transforma en un monstruo? Si esa faceta macabra está fuera de su control y las defensas a mano son inútiles porque no hay nada que supere su uso de la fuerza —y no lo digo en el sentido Jedi—. La palabra que ustedes buscan es impotencia, miedo, desesperanza. Resumido en cuatro sílabas, lo que tienes es indefensión.
Imaginen que se encuentran caminando en son de protesta, como cuando te ponen una mala nota aunque tienes todas las respuestas correctas. Vas caminando a hacer un reclamo y, de repente, te ves rodeado por cinco guardias que amenazan no solo con castigarte sino con dejarte sin carrera —sin familia, sin país—. Imagina que se hace justicia y empiezan a investigar a los guardias pero, al poco tiempo, dejan la decisión final a uno de ellos; ese es el caso de Manuela Picq.
Imagina que tu delito sea izar la bandera frente a la policía que custodia una marcha. No importa de donde seas, teniendo sesenta y un años ¿qué es lo peor que te puede pasar? Pero alguien más piensa que eres importante —una líder— y esa persona no te va a aguantar. Te golpean, te apresan, tu edad y los moretones hacen que la policía te deba llevar al hospital, te diagnostican trombosis venosa y recomiendan reposo absoluto. Tu familia pelea con la autoridad para que no te cambien de ciudad, te llaman a una audiencia y luego la adelantan una semana para que no puedas descansar. Es es el caso de Margoth Escobar.
¿Te indigna? ¿Quieres transmitir tu ira frente a este abuso como los demás? Usas tu cuenta de twitter y opinas, porque además eres periodista y, como dijo Orwell, «periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás son relaciones públicas». Pero tu empleador piensa que tus opiniones afectan la imagen del diario y El Comercio apenas cambió de dueño, bajo la vigilancia de gente poderosa del Estado. Si quieres quejarte ya no podrás trabajar. Ese es el caso de Martín Pallares.
Asustado, te escondes en tu casa. Como otros, has hablado y seguro también te quieren atrapar. Un volcán explota, el presidente se manda un decreto que le permite usar la fuerza militar, espiar en conversaciones ajenas y entrar en las casas de los demás. Escribe con letras grandes que esto se usará «exclusivamente en la medida y proporción necesarias para enfrentar la emergencia» en todo el territorio nacional. Te hace tragar sus palabras, y luego te va a visitar.
URGENTE
Policías utilizan balas de goma contra manifestantes y allanan viviendas de dirigentes http://t.co/Vo9jRjzFwU
Quisiera que se equivoquen un poco los que dicen que el pasado no volverá. Yo no viví la época de Febrés Cordero y esto es lo más funesto que he vivido hasta hoy.