autobiografías
Nada que decir
Empecé esta entrada sin tener nada que decir. La vida es experimentar después de todo y, al menos a mí, me hace falta escribir. No soy el único, hace un par de semanas estuve en una conferencia sobre diarios (no newspapers sino diaries) donde me enteré que Virginia Woolf tenía un diario al cual iba religiosamente porque sino escribía sentía que no había vivido plenamente. Hay algo único en escribir sobre papel acerca de eso que llamamos realidad, ese arte experimental donde nuestro cerebro mezcla lo subjetivo y lo que pasa. Un diario es peligroso, porque uno cae en la trampa de ser juez y parte. Ahí uno puede comportarse como político en entrevista de televisión, ignorar fragantemente cualquier pregunta que surja para decir lo que uno vino a decir porque en la vida el tiempo es limitado. Y por eso precisamente quiero leer el diario de Virginia Woolf, porque es una escritora exquisita y seguramente escapó a la tentación de no comunicar.
Se supone que los blogs son eso, un diario web. No sé en qué punto de la vida empezamos a pretender que esto es para que lo lea el resto y, si lo hacemos, ¿dónde queda la intimidad que da el papel? ¡Es otra trampa! Frente a mi computadora, yo siento que no escribo para nadie (bueno, un poco, para esas personas que en mi imaginación esperan que les llegue un correo con la última entrada de este blog), pero más que nada creo que escribo por la vanidad de explicar el mundo como quiero que sea. Los blogs son una versión plana de lo que hoy se conoce como selfie. A veces para mostrar la cara y otras tantas para decir «hey, estuve aquí». Pensé esto, discutí sobre lo otro. Predije adecuadamente que esto iba a pasar. Hacerle check-in a espacios temporales.
Hacer clic en «publicar» es como lanzar una botella con un mensaje al mar. Claro que se envían unas cuantas copias a los suscriptores, pero algunos mensajes vagan hasta que son recogidos por alguien que uno no conoce, y que te escriban es bastante emocionante. Esa persona quiso conocerme. Y le gustó mi mundo y el arte experimental de mi cerebro y… no está aquí pero no importa porque dos mentes conectadas se sienten reales sin importar que los separe todo el cableado de fibra óptica del mundo.
Pero lo que escribo ya no aparece en Facebook y para ti hasta ahí llega internet. Lo que pienso apenas llega a Google, que muestra resultados en base a cosas que ahora cuestan dinero. Lo que soy se pierde en el intento de conectarse en un mundo donde también crece la brecha digital. Donde mi blog no es lo suficientemente «cool» para que lo ofrezcan gratis, donde debo copiar y pegar el texto en el whatsapp para que lo lean fuera de la red. Porque internet ahora está roto. Es agua entrando en la botella que lancé, desperdigando tinta, expulsando el poco oxígeno que había, dejando que se hunda en el fondo de un mar tan inaccesible como la deep web, ese espacio de internet donde viven disidentes y criminales.