Hace bastante tiempo que ando con ganas de escribir sobre mi experiencia personal de la movilidad en Quito y después de ver que me estaba volviendo monotemático en mis publicaciones me animé a explorar los problemas cotidianos que enfrentamos los que nos movemos en la capital de este país inventado en 1830.
Para constancia de los lectores tengo una licencia tipo B y manejé por un buen tiempo durante todos los días. Desde noviembre del año pasado, en cambio, retomé el hábito de andar en bicicleta y mucho de eso gracias al programa BiciQ, que presta bicicletas entres estaciones sin pagar nada. Me preguntan bastante seguido qué se necesita para hacer parte del programa así que aprovechemos el espacio:
- Copia de cédula y papeleta
- Saber datos de contacto de algún familiar y un vecino (incluso la dirección) para ir a llenar el formulario
- Una factura del lugar en donde vives
- Ir a una de las oficinas con todo lo anterior en horas de oficina. Si no puedes, tienes la alternativa de enviar a alguien en tu lugar con una foto tamaño carnet.
Como iba diciendo, ya van casi 6 meses que ando de arriba para abajo con mi bici y ahora que me compré una bici a medida (hay un par de talleres en Quito que las fabrican así) me siento mucho más cómodo que antes.
Lo primero con que uno se encuentra cuando empieza a andas en dos llantas es que no hay por donde ir. Si tomas la calle, vives en un pánico constante porque no puedes ver a los carros que vienen por detrás (lo que me recuerda que debería comprar un espejo para mi casco) y hay algunos que ignoran esa protección legal invisible y totalmente inútil de metro y medio que nos «protege». En este caso uno puede:
- Ir bien pegado a la vereda propiciando que los conductores te quieran rebasar para llegar más rápido al próximo semáforo rojo; o
- Ponerse en la mitad del carril en donde todo el mundo te empieza a pitar porque parece que desperdicias espacio
La otra opción es tragarse la culpa e ir en contravía para poder ver pues cuando un «autista» transgrede ese campo de fuerza del metro y medio, o anda distraído en el celular, peleando con el copiloto, etc.
La tercera opción (que no aplica para cuestas empinadas) es practicar la subida y bajada de gradas en las aceras. Esquivar los obstáculos llamados peatones y aguantar las justas p*teadas de la gente. Esto es abusivo, las veredas están hechas para caminar. De hecho, inicialmente las vías tenían el mismo objetivo. Pero no me culpen, como saben los políticos viven de votos y fueron ellos los que movieron algunas ciclovías a las veredas.
Y claro, aquí se queja el otro Andrés, que es el que va a pie. Cuando yo veo dos carriles pintados en las veredas, pienso que esos carriles son para mí. Sé que es el carril para bicis pero mi cerebro baja la guardia y se queda en ese espacio, eso sin mencionar que a veces (como por ejemplo cerca de FLACSO) ¡no hay donde más ir! Más de una vez me ha sorprendido el pito de la BiciQ caminando distraído. Y lo mejor que uno puede hacer es… Pues no sé, a veces es quedarse quieto, a veces moverte de carril. Es peligroso. Como es peligroso andar en bicicleta por la calle con los automóviles.
¡Ya ven porque no queremos que nos muevan las ciclovías!
(ni que las obstucalicen)