Cómic sobre derechos de autor: Derechos morales vs. Derechos patrimoniales

Cuando un autor crea, su obra está automáticamente protegida por los derechos de autor. Existen dos tipos de derechos: patrimoniales y morales.

Los derechos patrimoniales se venden para que el autor se gane la vida. Incluyen la reproducción o fijación de cualquier medio o por cualquier procedimiento de la obra, la comunicación pública de la obra, la distribución de ejemplares de la obra, La traducción, adaptación, arreglo y otras formas de transformación.

Los derechos morales, en cambio, tienen que ver con el derecho al reconocimiento de la paternidad de la obra (autoría) y el derecho de un autor a preservar la integridad de la obra; no se adquieren por contratos, transferencias o cesiones de los derechos patrimoniales, ni se pierden por prescripción de plazos.

Derechos morales

Divulgación o no de la obra

Mantener la integridad de la obra

Exigir el reconocimiento de la paternidad de la obra

Derecho de arrepentimiento o retracto

Derechos patrimoniales


Licencia Creative Commons
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Reseña de «Laika» (Nick Abadzis)

«Laika» es una novela gráfica publicada en 2007. Narra parcialmente la historia de Kudryavka, el primer ser vivo que visitó el espacio exterior. El autor, Nick Abadzis, es un artista del cómic británico que tiene unas cuantas obras listadas en Wikipedia. Su estilo es bastante simplón y no hay imágenes particularmente seductoras en «Laika».

Sinopsis

La historia tiene cuatro o cinco personajes humanos. El primero es una niña que se enamora de la cachorrita pero no puede criarla. La perrita termina en manos de un vecino sin corazón que la encierra y, finalmente, abandona. Laika se vuelve una perrita callejera, una de las más audaces. Tras sufrir maltrato y abandono, un agente municipal obsesivo la persigue y asesina a su mejor amiga perra. Evidentemente, esta ficción nos conecta emocionalmente con la perrita.

En paralelo a la historia de Laika, se desarrolla el drama de Sergey Korolyov, el ingeniero en jefe responsable del lanzamiento de los satélites Sputnik. Korolyov fue enviado a un gulag en Siberia en 1938: permaneció encerrado durante seis años. Los archivos históricos destacan que tuvo que realizar trabajos forzados en una mina de oro. Su liberación es el inicio de una historia de redención que termina con el perdón oficial, días antes del lanzamiento del primer animal al espacio. El cómic atrapa momentos extremos en la vida de Sergey pero desaprovecha su historia. Abadzis lo muestra como un esclavo de su destino.

Es precisamente por órdenes de Korolyov que reclutan a Laika. Llega, junto con muchos otros perros, a alguna instalación militar donde la someten a varias pruebas de resistencia. Su cuidadora, Yelena Dubrovsky, aparece en estos meses. Es una de las pocas mujeres en la instalación. Su sensibilidad  nos acerca al caracter juguetón y apacible de Kudryavka y muestra el conflicto central de la novela: el maltrato animal. Pese a los esfuerzos realizados por todo el equipo técnico, Laika muere en menos de cinco horas. El fracaso se debe a los plazos cortos exigidos por la propaganda política. Su sacrificio aporta poco o nada a la ciencia.

Conclusión

La novela queda debiendo en la parte gráfica: no se juega mucho con planos ni paneles. La historia se amontona en doscientas páginas  y es fácil fatigarse. El manejo del color tiene un estilo bastante viejo aunque aporta bastante cuando nos acerca al espacio.

El principal aporte de «Laika» son las relaciones humanas sinceras que se desarrollan a su alrededor. El esfuerzo de Yelena por ser evaluada en función de sus capacidades y no de su género. Los momentos efímeros de romance (incluso seducción) que nunca se concretan. El dolor anticipado por la pérdida. Hacer hablar a la perrita me pareció un poco extremo pero comprensible porque la historia trata sobre darle voz. Un hilo conductor totalmente arriesgado que termina siendo exitoso en la medida de lo posible.

Lean «La Comunidad» (Tanquerelle & Benôit)

Creo que pocas veces alguien se anima a recomendar un libro que no disfrutó del todo: el amor al arte literario, sin duda, se guía casi siempre por lo estético. ¡Peor un cómic! Las viñetas están para amenizar momentos y, además, en Ecuador son costosas. Pero creo que hoy es uno de esos días. Quiero recomendar un libro, un cómic de no ficción, porque a pesar de todos sus bemoles, contiene una historia que merece ser leída.

«La Comunidad» (La oveja roja, 2009) es una historieta-entrevista donde Hervé Tanquerelle interroga a Yann Benôit sobre sus experiencias en La Minoterie (la molinería); nombre con el que se conoció a una comuna bastante sui generis que se sostuvo por cerca de quince años en los pirineos orientales, al sur de Francia.

 

Cuatro años después de la mayor huelga en la historia de Europa Occidental, mayo del 68, Benôit y algunos de sus amigos deciden irse todos a vivir al campo para materializar los ideales de la sociedad anticonsumo: «Íbamos a demostrar que se podía trabajar sin jefes, cultivar la tierra para cubrir nuestras necesidades. ¡Estábamos convencidos!». Dejando de lado las drogas y el libertinaje sexual, la comunidad decide guiarse por una Carta de siete artículos como cimiento de las relaciones entre ellos y con el mundo:

  1. Aquí nadie hace la ley. Pero el grupo reconoce las leyes de la vida.
  2. Rechazamos cualquier jerarquía. El único poder reconocido es el de nuestro grupo.
  3. El poder es el saber. No buscar el saber es aceptar el poder.
  4. Rechazamos las estructuras sistemáticas (Estado, religión, sindicatos nacionales, ejército, escuela estatal) tanto como creemos en las estructuras naturales y, en particular, en la comuna. Nos esforzaremos por participar en ella.
  5. Condenamos al ejército. Militamos por la no violencia y la objeción.
  6. No nos basamos en la empresa, sino en el hombre. El trabajo tiene para nosotros un valor de vida entera.
  7. Todo el lugar pertenece a la asociación, y todos los beneficios, de cualquier tipo, van a la caja común.

El cómic tiene la ventaja de contarnos como aterrizaron cada uno de estos conceptos. Por ejemplo, la ley de grupo se materializaba en las reuniones de cada viernes donde se discutían los problemas de la comunidad durante toda la semana. Las reglas eran evaluadas y reescritas durante esas horas. los oficios en La Minoterie se distribuían por igual para todos. Sin importar que unos hayan sido más hábiles que otros, todos cocinaban, todos labraban la tierra, todos se ocupaban de la imprenta. No participar de una actividad era visto como no querer saber, lo cuál iba contra sus principios. El aceptar la estructura comunal natural, por ejemplo, les llevó también a participar de ciertos rituales propios del campo; pegarse un vinito cuando visitabas al vecino, por ejemplo.

El cómic va lento, sobre todo en el primer volumen donde el formato de entrevista es muy evidente. Los gráficos tienen altibajos: después de ilustraciones relativamente sencillas, ciertas páginas llegan realmente a sorprenderte. En fin, no es una obra que te capture realmente porque le falta ritmo y le sobra voz de autor. Sin embargo, llega cierto punto donde te das cuenta de lo valioso del relato.

«La Comunidad» es es un híbrido entre dos cosas. La primera, es el sueño adolescente del sudamericano que se crió en la universidad de izquierda: abandonar el hogar y vivir de la tierra, con tus amigos, con gente que comparte tus ideales. La segunda, es ese concepto tan esquivo de lo que realmente sería  el comunismo (si no hubiera sido cooptado por psicópatas hambrientos de poder). Es por eso que pienso que este relato es tan valioso, porque nos permite abandonar ese mar de hipótesis para naufragar en tierra que fue firme por un tiempo bastante prolongado.

 

Las tensiones llegaron cuando se volvieron adultos: «Con los años el carácter de cada cual se iba revelando. Teníamos piquitos de oro, algún irónico, parlanchines, gruñones, en fin… gente de todo tipo». Y junto con el carácter y una identidad claramente definida, vinieron las demandas personales.En general, se animaba a la gente a experimentar y aprender; pero eso venía con un costo añadido. Así, una parte del fondo común empezó a dedicarse a «los extras», que fueron tema de arduo debate durante muchos viernes. Las parejas con niños trabajaban media jornada para poder dedicarse a los críos. Los autos, que tampoco eran iguales, suscitaban también problemas puesto que todos querían el mejor modelo. Finalmente, sucedió lo inevitable, la gente se fue poco a poco especializando en sus tareas, ayudados en parte porque sus talentos naturales hacían más eficiente a la comunidad como conjunto.

El punto de quiebre se da cuando la primera pareja decide irse y reintroduce el concepto de «salario» en la comuna: Me voy, dijo alguien, pero trabajaré aquí hasta que encuentren a quien pueda reemplazarme. De repente, todos querían salario, porque querían decidir en qué gastaban su dinero. Sin ese subsidio individual, la comunidad estuvo a punto de quebrar. Y aunque La Minoterie finalmente logró sobrevivir a las tempestades económicas, su estructura social empezó a resquebrajarse: «Los rencores, las crecientes diferencias, los celos… se habían instalado muy poco a poco».

Benôit reconoce que lo que llevó a la gente a formar la comunidad fue, sobre todo, una búsqueda afectiva. Era sencillamente parte de la historia personal de cada uno de sus miembros. Parte. A la larga, cada individuo quería vivir también otro tipo de experiencias pero la estructura social que habían formado no se los permitía. «Bajo la estructura —dice Benôit— las historias personales permanecen subyacentes y siempre vuelven a resurgir, y con una fuerza aún mayor si han sido rechazadas muchas veces».

Tanquerelle cede las últimas palabras del cómic a Nolwenn, su novia e hija de Benôit. Confiesa que su infancia fue feliz y privilegiada, llena de lecciones, con mucha libertad. «Confianza en nosotros, en el futuro, en nuestras elecciones vitales. Fue muy constructivo».