Hoy celebramos el Día de la Tierra, quizá es este entonces el día más importante del año, o quizá el más deprimente. Dedicamos (algunos) 1/365 de nuestro tiempo a entender el planeta que nos vio nacer, el único que de momento puede albergar vida y al cual le quedan todavía unos miles de millones de años antes de que la vía láctea colisione con Andrómeda.
No es que sea nuestra culpa, pero hemos heredado una desestructura social que se guía por este principio de crecimiento infinito (muy similar al del cáncer) y que busca consumir todos los recursos lo más pronto posible para aumentar el dinero del bolsillo. He escrito mucho al respecto, pero creo que la información más relevante para entender este problema puede encontrarse aquí y aquí.
Querer extender el objetivo del Día de la Tierra más allá de un día puede ser problemático. Es saber que nuestra especie es quien mata al planeta. Es encontrar dolor en la apatía de la gran mayoría de humanos que compartimos esta casa. Es no poder disfrutar del presente porque hacerlo es convertirte en cómplice de un crimen que tu conciencia no se puede permitir. Y sin embargo, hay que vivir cada día como si fuese el 22 de abril, es la única manera real de no sólo aliviar el sufrimiento sino también generar una brecha de oportunidad para salvar al planeta.
¿De qué lo quiero salvar? Pues de ti. Y de mí, por supuesto.