Es peligroso leer a Teju Cole cuando me he quedado sin héroes. Me hace pensar que, tal vez, quiera ser como él. Sus novelas, Open City y Every Day is for the Thief, se bambolean entre la ficción y el periodismo narrativo. Para ser más claro, a uno le deben aclarar que se trata de ficción. Eso se imprime al final de sus libros, pero el único engaño en todo el texto parece ser esa declaración. Haberlo conocido complica aún más las cosas. El protagonista que pasea por las calles de Lagos (Nigeria) se le parece demasiado. Hosco, sereno, un rostro que piensa pero no duda. Ambos regresan de visita a su tierra natal, ambos imbuidos en su carrera médica (Cole abandonó la medicina para convertirse e escritor). Ambos son de esas personas que te dicen la mejor de las tres respuestas que tiene en su cabeza. En un mundo donde la mayoría de gente vive en un diálogo que se asemeja a una guerra de comida, el escritor nigeriano-estadounidense ofrece comida masticada, casi digerida, adornada como delicado postre.
«Mentí un poco sobre la geografía y cuando regresé me di cuenta que las cosas no eran como yo las había descrito», dice Cole en una de las entrevistas donde nos quiere convencer de que escribe ficción. Claro, acomodaste los hechos de la misma manera en que un fotógrafo compone la escena. Aumentaste la iluminación en ciertas partes de la historia que, naturalmente, no habrían resaltado tanto. Detuviste el tiempo para relatar tus pensamientos, pero ¿ficción? No sé qué pensar. Tal vez sea una manera inteligente de no preocuparse por detalles nimios que están pero son ruido. El zumbido de la refrigeradora, el tronar de la calle producto de los buses, las partículas imperceptibles de polvo son todas cosas cotidianas que jamás son referidas al son de «cómo te fue hoy». ¿Es ficción si uno decide modular la atención del lector únicamente? ¿Es ficción el romper la linealidad del tiempo para contar historias? ¿Acaso nuestro cerebro no hace eso?