Resulta que antes de salir yo de viaje, mi papá me dijo que use nomás la tarjeta adicional que tengo a mi nombre si encuentro algo barato. Por «algo» se refería a zapatos y por «barato» a un par a precio de libre mercado sin tanto impuesto. Así que andaba yo, consciente de que frente a las necesidades uno puede hacer el sacrificio de ir de compras cuando me tope con dos pares.
Porque el tango, amigos, no lo bailan uno sino dos.
Así pues, me hice de este ejemplar que no es sino un dictado, apenas imperfecto, de cuatro conferencias secuenciales que brindara Borges. Como se trata de conferencias —él diría charlas—, el estilo narrativo que tienen las páginas le invitan a uno a imaginar la voz: cadencia, paciencia y edad. Es con esa voz, que al principio me parecía la de Galeano pero luego me di cuenta de que es más grave y elegante, que uno lee «el tango».
Pero no hay tango sin historia —y no hay historia sin época, escenario y personajes. Entonces lo que bien podría estar en una enciclopedia termina en manos de una de las personas más diestras que Latinoamérica haya jamás tenido. Diestra en letras. Letras de novelas, poemas y, como no, tangos. Borges relata etnográficamente, demostrando cómo desde la literatura se hace la historia.
Así que con estos mismos zapatos viejos que ando puesto, me di una vuelta por las «casas malas» de Buenos Aires del Sur. Desde allí, se dice, el tango surgió como un baile que era marginado por su origen oscuro, porque lo bailaban mujeres alegres y compadritos.
Y como ecuatoriano tras la crisis bancaria, el tango se fue a Europa y encontró el éxito —llegando a las cortes y a San Petersburgo. Y hablo del migrante porque luego el tango volvió, enaltecido, para convertirse en el orgullo de esa nueva patria. Los argentinos, dice Borges, eran aspirantes a parisinos. Hablaban francés o fingían hablarlo. «Por eso nos inventamos lo de latinoamericanos», para no decir España. Y el tango fue la manera en que el mundo, y París, reconocieron a Argentina.
De este libro, que todavía no acabo, he extraído tres citas de las que quisiera acordarme por siempre (pero como sé que no lo haré, las escribo con la esperanza de que me las recuerden):
- «Todos nosotros llevamos nuestra humilde vida y además llevamos otra vida, imaginaria»;
- «El miedo existe en imaginarse cosas malas antes que ocurran»;
- «Pero más lindo es imaginar, y creo que siempre debemos optar por la explicación más estética».