Vulnerabilidad y discurso político

El discurso político de los últimos años se basa en esa noción de una interminable batalla, contra la pobreza, contra la oligarquía, contra la prensa corrupta, cualquier batalla sirve. Y eso es algo que, en política, es casi universal. Estados Unidos, cuando emprende una nueva línea discursiva, siempre le declara la guerra a algo: drogas, terrorismo, todo sirve.

Para eso siempre hay que nivelar el campo de batalla, la gente debe percibir al gobierno como justo y, si nos queremos cargar a una persona simple que hace memes, eso sería despreciable, más vale ligarlo a un partido político. Le damos poder y de repente estamos librando una batalla cuerpo a cuerpo. Si el ataque es contra tribus desprotegidas, que realmente no tienen ninguna ventaja contra el Estado, o lo que es peor, tienen un interés manifiesto de no tener nada que ver con él, como es el caso de las tribus nómadas de la Amazonía, lo que se hace es invisibilizarlos, la lucha es contra las ONGs que los defienden, deben estar aliados con la extrema derecha, deben recibir fondos de Estados Unidos. Un buen enemigo, un justo contendor.

Decir que un caricaturista está incitando a que te asesine un desempleado, como dijo el presidente sobre Crudo Ecuador; o que está incitando al racismo (y luego cambiar a discriminación socioeconómica, porque lo primero resultó inviable), como reclamó el asambleísta y ex-futbolista nacional Agustín Delgado, es denigrar el discurso social a una batalla personal, una ocasión que merece ser aclarada de tú a tú. ¿Cuántos de nosotros hemos caído en este juego? No lo sé, estoy seguro de que he sido víctima en más de una ocasión.

Es por eso que me parece prudente emprender la tarea de mapear a los sectores vulnerables de la sociedad, y no sólo eso, sino también ilustrar de forma perfectamente clara cuáles son los sectores que se encuentran más blindados ante cualquier tipo de amenaza. Si una compañía privada cuenta con la protección de tratados internacionales, arbitrajes internacionales, miles de millones de dólares, es importante saberlo. Si el Estado cuenta con todo un aparato judicial, medios públicos cuestionables, presupuesto anual, es importante dibujarlo. Y si unos dos de los anteriores se enfrentan a la población de, por ejemplo, Íntag en un litigio por la conservación/explotación de recursos naturales; yo quisiera saber qué recursos reales protegen a esta población, quisiera saber si realmente hay una cancha justa donde cada uno pueda defender su causa. Lo más seguro es que, en esas ocasiones, los seres humanos por naturaleza busquemos defender al más débil. Y eso sería lo adecuado.

¿Dónde puedo encontrar ese mapa de vulnerabilidades? ¿Qué criterios se ha tomado en cuenta para su elaboración? ¿El proceso fue transparente y las fuentes verificables? Imaginemos por un momento que todas estas preguntas encontraron una respuesta que te resultó satisfactoria, que distinto sería que podamos no sólo reaccionar sino planificar con base en información, como políticos, empresarios o sociedad civil. No creo que exista una sola ideología política cuyo discurso rechace la protección y el fortalecimiento de los más vulnerables. ¿Qué tal si usas esa vara para medir al partido de tu preferencia? ¿Qué tal si olvidas esos conceptos un tanto disfuncionales de lateralidad y te centras en la satisfacción de derechos humanos y naturales?

Catarsis

Durante las últimas semanas he experimentado una suerte de depresión, que no me resulta del todo ajena pues la vida no es precisamente un jardín de rosas. A mi entender vivimos en una esclavitud moderna. Esta ocasión era algo distinto que hasta hace poco no sabía explicar.

Me ponía especialmente sensible cuando se trataba del tema del Yasuní y los pueblos no contactados en franco peligro de extinción. Pensé mucho al respecto y la verdad no sirvió de nada. No fue sino hasta hace poco que tras una breve exposición a Hierosonic en su presentación en el Zeitgeist Media Festival 2012, tuve una especie de catarsis que finalmente me dejó tranquilo.

Me parecía bastante extraño que me conectara con una cultura de la que poco sabía, pero lo hacía al punto de llorar. La revelación que tuve fue esta:

Tengo miedo, miedo de que ese allanamiento y abuso a las personas que prefieren excluirse del sistema abusivo en el que vivimos se extienda más allá de la coyuntura que actualmente involucra a los taromenani. Tengo miedo de que no se respete mi decisión de pensar diferente, de conservar un ambiente puro fuera de este sistema de contaminación cultural que invade todas las mentes todos los días.

Me di cuenta que esa es la misma razón que me obliga a levantarme desesperado a buscar buenas noticias en mis dispositivos digitales. La que me hace leer con desesperación cualquier actualización que abra una posible brecha de esperanza para esa gente, aunque yo mismo ya casi no guardo ninguna. Es lo que me motiva a escribir. La que conduce este imperativo que tengo de cambiar lo «normal». Siento que estoy en franco peligro de extinción.

No es el más fuerte el que sobrevive, sino el que mejor se adapta. No lo haré. Este es mi manifiesto. Es el único suicidio que me puedo permitir.