«Primero construimos las herramientas, luego ellas nos construyen»
– Marshall McLuhan
Durante sus fases primitivas los sistemas solares están conformados por cientos de cuerpos estelares que tienen trayectorias caóticas, al menos a primera vista. Podríamos compararlos con una gran nube de polvo que poco a poco se va condensando en asteroides, planetas, estrellas. En un inicio hay mucho calor en estos cuerpos pero paulatinamente se van enfriando. Los núcleos de los planetas siguen activos pero en la corteza podemos observar un poco más de estabilidad.
Los cuerpos más grandes absorberán, por gravedad, a las ‘rocas’ más pequeñas y todas se ordenarán siguiendo las fuerzas que dominan al universo, y lo digo literalmente. Han cambiado tan poco desde entonces que basándonos en ellas hemos podido enviar droides que exploran a Marte, sondas que escasamente sobreviven a las altas temperaturas de Venus y otras que han ido más allá de los anillos de Saturno.
Algunos de estos planetas forman atmósferas, lo cual es muy importante puesto que permiten conservar componentes que en la Tierra han resultado requisito para la aparición de vida. Esto se da en un lapso que comparado con la vida humana es bastante largo; el solo hecho de que hayamos comprendido esta dinámica resulta asombrosa. No resulta irracional pensar que la Tierra vista hace mucho tiempo haya sido uno de esos áridos planetas de los cuales hoy pensamos jamás albergarán vida. Parece que intencionadamente los planetas evolucionan para crearla, pero ¿Es esa realmente la situación?
La mayoría de órbitas planetarias es inestable, menos del 3% del polvo cósmico forma estrellas, la mayoría de lugares del universo matan la vida instantáneamente (sea por calor, frío o radiación). Formar un solo organismo pluricelular tomó 3,500 millones de años pero aún así 90% de las especies que jamás hayan existido ahora se encuentran extintas debido a causas 100% naturales.
No obstante parecemos no entender la neutralidad del universo y nos gusta pretender que todo lo natural es bueno para el hombre, que somos los privilegiados del cosmos (otros dirían de la creación) y que sencillamente lo natural es bueno. De hecho tenemos centros naturistas para la gente que tiene miedo a todo lo que no lo sea, estos remedios que aseguran curar todo y no dejar efectos secundarios. Terapias alternativas que usan las fuerzas ‘autosanadoras’ del cuerpo y la energía del universo para curar -siendo que las fuerzas del universo han sido lo suficientemente ineficientes como para causar cantidad de defectos al nacimiento. ¿Qué tan real es esta paradoja de lo natural vs. lo artificial?
Es sabido de antemano que nosotros usamos medicina herbolaria desde tiempos pretéritos. Gracias a los avances de la ciencia hoy sabemos que esa medicina es bastante caprichosa cuando ingresa al cuerpo humano, unos la absorben mejor que otros, las infusiones son más o menos concentradas y las hierbas al tener tantas sustancias terminan ayudándonos en algunas cosas al mismo tiempo que nos perjudican en otras. Tras siglos de estudio fuimos capaces de aislar las sustancias químicas dentro de las plantas y averiguar la cantidad exacta necesaria para conseguir efectos terapéuticos y el límite al cual empiezan a provocarnos daño. Hemos ayudado a estos componentes a protegerse del pH del estómago para que lleguen a nuestro intestino y sean absorbidas, en algunos casos, ayudamos a que permanezcan más tiempo retrasando su eliminación por la orina.
Como si eso no bastase, cada día somos más exactos al señalar en que porcentaje una medicina sana, y comparamos entre todos los compuestos para ver cual produce menos problemas, requiere menos tomas o incluso que hábitos debemos aprender para evitar tomar estos compuestos. No existe nada de artificial en esto, de hecho hemos aprendido a ser más exactos al momento de lidiar con las amenazas de la vida, en cierta forma se parece bastante a lanzar una sonda espacial. Sin conocer y aprovechar de las leyes de la naturaleza, nos sería imposible utilizar estos compuestos que la gente denomina como artificiales.
Cuando un dispositivo invade nuestro cuerpo nos causa extrañeza, ahora mismo se trabajan en incluir en el mercado estas bombas que detectan el nivel de glucosa en la sangre y automáticamente liberan insulina para regular los disbalances que tienen los pacientes diabéticos. Si lográsemos ver de cerca como funciona una célula nos daríamos cuenta que se parece mucho a los dispositivos robóticos a los que tanto tememos. Una proteína cargando un neurotransmisor en el cerebro, otra contrayéndose para que tu ojo se mueva y siga estas letras no es más que una micro-máquina dentro de ti.
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No existe tal cosa como lo artificial, es solo cuando somos capaces de integrar cierta dinámica a nuestra rutina que algo nos parece natural, el desconocimiento de como funciona una central atómica (el sol), de como funciona un aislante en la transmisión de electricidad (como sucede en nuestras neuronas) es lo que produce esa sensación incómoda de que la tecnología es algo que escapa a las leyes del cosmos.
Los seres humanos hemos sido capaces de entender las leyes naturales y reorganizar la materia para formar máquinas que se adaptan a la existencia, es decir que funcionan. Si por un momento imaginamos al sistema solar del tamaño de una pelota de fútbol y observamos como diminutos objetos salen y circunvalan a la Tierra, jamás pensaríamos que es algo artificial, pero ¿Cuál es tu opinión de un satélite espacial? Mientras más nos aproximamos a la complejidad, más gris se torna esa frontera entre lo natural y lo ‘artificial‘. Parece que ha llegado el tiempo de deshacernos de ese concepto para abrazar a la tecnología como parte de la naturaleza y ponerla al servicio de la evolución del organismo humano y de la biósfera entera, creando sostenibilidad, eliminando la violencia.
Una nuevo consciencia está emergiendo, que ve a la Tierra como un organismo único y entiende que un organismo en guerra consigo mismo, está condenado. Somos un planeta.