Plan B

Andre y yo decidimos abandonar la idea de ir a Canadá bastante tarde: cuando el avión partía y los pasaportes aún no habían llegado. Después de enviar correos a la universidad solicitando que me devolvieran lo que fuera posible, pedimos un préstamo a papá. Bueno, un préstamos no reembolsable porque papá es papá. Aunque parecía un momento trágico, estábamos llenos de ilusión. Usamos ese dinero para comprar las acciones de una pequeña cafetería librería y nos convertimos en los socios minoritarios. Andre trabajaría en la máquina de expresos y yo me dedicaría a vender libros. Finalmente, tengo el pretexto perfecto para no hacer otra cosa que leer y escribir, que es lo que siempre he querido.

Aún no estamos seguros de qué hacer con nuestra bebé, porque apenas tiene un año y medio, y no tuvo una muy buena experiencia con las guarderías. Seguro le armaremos un rinconcito en la cafetería, que tendrá ese ambiente infantil que seguro espantará a algunos clientes y atraerá a otros. Pronto, tendremos que idear alguna otra solución. De momento, quiero enfocarme en el plan de marketing. Mi idea es aliarme con la gente que publica sobre libros en YouTube e Instagram, para formar una metacomunidad de lectores. Haremos que abran cuentas en Goodreads (una aplicación que funciona como diario de todo lo que tenga que ver con libros) y usaré esa información pública para saber exáctamente qué tipos de libros debo recomendarles. Será maquiavélico, pero lo haré parecer casual. Me transformaré en algún librero de cuento, de esos que sabe mágicamente lo que quieres.

El segundo paso, es mejorar nuestra relación con las haciendas cafetales. Hace un par de meses, visitamos una finca y nos quedamos encantados con la experiencia de llevar una semilla de tierra a la boca (claro, con los respectivos pasos intermedios). Es una historia tan linda, que merece su propio libro. Un libro que Andre y yo planeamos hacer juntos. Trabajaré un poco en el concepto y quiero que ella me ayude con las ilustraciones. Será sobre todo marrón, con matices de servilleta manchada. Los personajes tendrán forma de grano: el grano dueño de la finca, el grano agricultor, el grano especialista en estudios químicos, todos contando sus historias de café. Aún no sé bien dónde publicar el libro. Quiero soñar en grande (Astiberri), pero mi realismo ecuatoriano me frena. Quizá lograr algún acuerdo con Kafka editores, empezar con una edición pequeña, hope for the best.

Andre está emocionada. Hace pocas semanas acabó su curso de barismo y se graduó como la mejor de la promoción. Deciden quién gana con base en un café de creación. O sea, te debes inventar una receta. Uno de sus instructores le recomendó incluir esos caramelos que explotan en la boca. Fue tan buena idea. Eso, sumado al esfuerzo que puso en la presentación, le merecieron el primer premio. A veces me inquieta el tiempo y esmero que dedica a cosas pequeñas, porque no soy así. Pero aquí estoy meses después hablando de eso, porque me dejó una muy linda impresión, quizá son esos detalles efímeros los que están destinados a ser eternos, precisamente porque nadie espera que las cosas sin importancia adquieran esa belleza extra.

El tercer paso es transformar a esa cafetería-librería en una tercera cosa: galería de arte. Como saben, Andre pinta. Tenemos la esperanza de que haya algún mecenas entre nuestros clientes que la haga más famosa que Guayasamín al darse cuenta de lo contundentes que son sus cuadros. Quizá así superemos el problema de que los pinta y ya no los quiere vender porque (a) se enamora de ellos o (b) le dejan de gustar. Esa relación de amor odio es interesante, pero no es buena para el bolsillo. Así que tendré que encontrar la manera de exponer los cuadros que a ella no le gustan, sin que quiera matarme. Quizá los ponga en el baño para hombres o los deje para la tienda en línea. Habrá que abrir una.

En fin, espero no haberlos aburrido con tanto plan. Sé que cuento con su apoyo para sacar adelante todas estas ideas y espero nos visiten pronto. Estaremos a la orden con nuestros mandiles, un libro a mano y un café.

Andrea y Andrés

Reboso

Andre y yo fuimos a una cafetería. Lo hacemos cada vez que podemos darnos el gusto. Pedimos nuestra orden –mi prensa francesa sin nada más, su bebida dulce que varía según el ánimo y un postre– y vamos a las mesas que se encuentran en el exterior. Aún es invierno. Hemos tolerado temperaturas que van de los 6°C a unos cuántos bajo cero. Jamás nos quedamos adentro. Esperamos un poco si hay mucha gente en la fila. En ocasiones, entra solo uno de los dos. Hemos sido extremadamente cautos.

Algo pasó. Ambos quisimos entrar. No había nadie sentado en las mesas internas. Todo el personal usaba su mascarilla adecuadamente. Las puertas estaban abiertas. La temperatura nos acogía. Nos vimos el uno al otro, como si hubiéramos estado esperando esto por años. Ambos quisimos, por primera vez en meses, sentarnos adentro a tomar un café. El local tiene una sola mesa de un metro y medio de ancho. Debido a las exigencias de la autoridad sanitaria, existen tablones altos que separan los asientos cada par de metros. «For here or to go?» «For here, please. Trae el coche«. Habíamos parqueado el coche de compras en las mesas de afuera.  Nos sentamos y removimos las mascarrillas. Puse el postre en la mesa, acerco la taza a mis labios.

Mientras el líquido entra en mi boca, siento que las lágrimas se acumulan entre mis pestañas. Hay música en el parlante: una guitarra acústica que me recuerda a los tiempos cuando podía disfrutar conciertos baratos en espacios pequeños. Doy un sorbo y pareciera que estuviera ya lleno de líquido. Meto agua por la boca y me desbordo por los ojos. No entiendo porque lloro, pero entiendo que lo necesito.

 

Siete herramientas para bajar de peso

En una publicación previa hablé de mi proceso de reconstitución física: perdí 25 libras y también reduje significativamente mi porcentaje de grasa corporal. Aquí les voy compartir más detalles sobre mi proceso, específicamente ¿qué cambios tuve que realizar en mi cotidianidad y cuánto me costaron? (Los precios los he obtenido de mercado libre Ecuador para ajustar un poco el contexto).

Registro de calorías

La única forma segura de bajar de peso es ingerir menos calorias de las que gastamos. Pero tener esta certeza requiere que apliquemos una habilidad que aprendemos antes de entrar a la escuela: contar. Y la manera más sencilla de contar las calorías es:

  1. Pesar todo lo que comemos; y
  2. Usar un software que transforme el peso en calorías.

Mi primera inversión fue una balanza de cocina (precio aproximado: $10) que sirve para pesar absolutamente todo lo que como. Mi segunda compra fue la aplicación gratuita de MyFitnessPal. No estoy seguro de si también es gratuita en Android, pero en Apple puedo usarla sin tener que pagar (se quedan con mi información y debo aguantar su publicidad, pero ya está). En todo caso, si esa aplicación no les funciona, usen cualquier otra alternativa que puedan instalar. En la segunda sección de este enlace hay varias opciones.

Registro de peso

El registro de peso lo utilizo por dos razones. La primera es que permite ver claramente tu progreso. La segunda es que te permite calcular tu gasto energético (las calorías que consumes). Es irónico lo mucho que este paso se parece al anterior. Para contar las calorías que gasto, necesité:

  1. Pesarme todas las mañanas después de ir al baño (idealmente sin usar ropa)
  2. Usar un software que transforme mi cambio de peso en gasto energético.

Una báscula digital medianamente precisa cuesta cerca de $20. Y el software que calcula tu gasto energético de forma dinámica me cuesta $50 (uso la hoja de cálculo que viene con el programa de built with science). Lamentablemente, no he podido encontrar un sustituto gratuito en línea. Sé que podría descifrar las fórmulas exactas, pero no sé en qué punto estaría cruzando el límite entre investigación y plagio.

Suplementos

Uno de los retos más grandes de comer adecuadamente es consumir suficiente proteína. Mi sustituto ideal fue la proteína de suero de leche, mejor conocida como whey. No sé qué tipos ni calidad de whey existan en Ecuador (si hay que poner un poco de cuidado en eso), pero creo que el costo aproximado es de $90 las 5 libras. Suena bastante, pero es suficiente para dos meses o un poco más (con 30 gramos diarios).

No consumo ningún otro suplemento, sino que he modificado las cosas que compro en el supermercado para optimizar aquellas que:

  • Tienen mayor proporción de proteína;
  • Me gustan; y
  • Me dan mayor sensación de saciedad.

Ejercicio

He comprado algunas cosas para iniciar el entretamiento. Las dos más útiles por mucho fueron:

  1. Un set de pesas de 30 libras que he utilizado todas las semanas desde que empecé con esto ($150); y
  2. Una barra que cuelgo en el marco de una de mis puertas ($15) y sirve para hacer «tracción en barra fija».

Otras cosas que uso esporádicamente son las bandas de resistencia (sobre todo para hacer estiramiento antes de ejercitar) y unos cubos de yoga que incrementan el rango de las flexiones de pecho.

Logros y fracasos 2020

¿Quién no ama a los buenos creadores de contenido? Mark Robson es mi descubrimiento de este año. He devorado sus videos sobre ciencia y lo admiro porque sé que estoy viejo y descarrilado como para emularlo. Hoy vi su charla TEDx donde habla de el «efecto Super Mario.» En resumen, la charla nos recuerda que los videojuegos son geniales porque nos permiten fallar mil veces hasta conseguir ser buenos en algo. Cuando conversábamos en el recreo —cuenta Mark— no hablábamos sobre los pozos en los que caíste o las vidas que fallaste, sino que nos preguntábamos «¿qué tan lejos llegaste?». Por eso, ahora que cerramos el año, quiero hacer un recuento de mis logros, pero también de mis fracasos.

Logros

Aprobar todas las clases requeridas para el doctorado

Hay muchos minilogros encerrados dentro de este. Para empezar, ¡estoy haciendo un doctorado! A menudo, la gente que trabaja haciendo ciencia habla del síndrome del impostor. Sentir que no mereces lo que estipula tu contrato, el reconocimiento respectivo o el sueldo. Ese definitivamente era mi caso, durante un buen tiempo trabajé haciendo investigación sin haber tenido la educación adecuada. «Echando a perder se aprende». El hecho de poder estudiar metodología de la investigación, de manejar R, de poder realizar análisis que me parecían incursiones en la Matrix es definitivamente uno de los logros más satisfactorios de este año. Mi última clase fue increíble. Escribí un artículo científico empezando desde nada en menos de tres meses. Todos los que estuvimos en la clase la sudamos, pero sí que valió la pena. Ayer, recibí la calificación de mi manuscrito y el total del curso. Aprobé. Y esa fue la última clase obligatoria.

phoebe corriendoYa no ser gordito

Mi cuñada siempre dice que siempre me verá como una foca blanca y gorda. Porque ese era yo hasta junio de este año. Escribí largo y tendido al respecto, así que no voy a repetirme. Pero puedo decir que no sabía cuanto extrañaba ser liviando. La primera vez que vine a Vancouver no había pandemia, la ciudad se presta para el turismo porque el transporte público es perfecto y el pase mensual viene incluído en la matrícula. Siempre estaba a la cola del grupo. Caminaba lento. Y cuando veía alguien en pantaloneta me parecía detestable: «odio trotar». Lo decía sin empacho. Ahora, si tengo que salir me entran ganas de correr, es algo que no sentía desde niño. Y corro, porque si bien he sido vago siempre, jamás me ha dado vergüenza.

Publicar tres artículos científicos

Esto es puro karma. Dos de estos tres artículos empezaron a escribirse en 2017, pero este año pasaron las últimas etapas de revisión y fueron publicados:

El tercer artículo también es una revisión. Pude escribir este tercer artículo solo gracias a lo mucho que aprendí en la elaboración de los artículos previos. Mi revisión del efecto del uso del celular en la presión arterial se publicó en Hypertension Research en la sección de correspondencia.

Fracasos

Bueno, ahora sí vamos con lo divertido. Mucha gente no expone sus fracasos. Y no tenemos porque fijarnos en eso. Estoy de acuerdo con Mark Robson, no es el tipo de mentalidad que queremos. Al mismo tiempo, quiero compartirles mis desgracias, para que vean que no todo es color de rosa. También me llevo decepciones que arrastro como recordatorios de que «no soy tan bueno como merezco», porque para eso estamos entrenados. Así que les cuento:

La beca Vanier

Vivir en Canadá es extremadamente caro. Y si estoy libre de deudas ha sido por trabajo, pero también por la generosidad de otras personas. Eso incluye a mi familia, al gobierno de Canadá, a la Universidad y a la ayuda de varias personas que canalizan recursos a estudiantes como yo. Sin embargo, la vida aprieta. Por eso, decidí aplicar a la beca Vanier. Sin dar mayor detalles, es una beca para estudiantes de doctorado. Mi propuesta fue seleccionada en mi escuela, pero no en la universidad. Y así se acabaron mis sueños de ser pudiente (la mayoría de becas se obtienen únicamente durante los dos primeros años).

Mi carrera de YouTuber

Este año también decidí cancelar mi carrera de booktuber. Sigo creando videos en mi canal, pero ya con poca expectativa. No esperaba una explosión de visitas ni ser famoso. Desde que los monopolios manipulan los organismos, el crecimiento auténticamente orgánico se ha vuelto un mito. Pero quería poder conversar con otras personas sobre lecturas y personajes. YouTube se ha transformado en un espacio donde siempre decimos «¡hey suscríbete! Da click a la campanita y déjame tu comentario» por el solo hecho de que son marcadores de éxito. Pero no nos damos cuenta que nuestra necesidad de utilizar redes sociales es producto de un deseo profundo de conectarnos genuinamente con otras personas. Y eso rara vez se produce sin diálogo. Textos extensos. Discusiones sostenidas. He vuelto a ser el creador caótico de siempre que escribe en dos idiomas, sin una audiencia y perdido en varios temas. También abrí una cuenta para que realicen donaciones (para eso es la tazita que ven en este blog). Me emocioné tanto con la primera donación del 2020. Bueno, también fue la última donación del 2020.

Las cartas al editor

Una de las cosas más bonitas de la ciencia es que uno puede joder cuanto quiera. Uno publica artículos científicos para someterlos al escrutinio de otros investigadores. Antes de publicarse, los artículos son revisados por pares, pero después de publicarse, los científicos hacen observaciones mediante cartas al editor de la revista. De hecho, la primera vez que publiqué algo en una revista importante fue en este formato. Este año, intenté hacer lo mismo en dos ocasiones. Sin embargo, los editores consideraron que no había suficiente mérito en mis críticas o que sus revistas necesitaban más que méritos: nuevos datos. Esto es bastante cuestionable así. No sé quien tiene la razón, pero realmente no importa. Esas cartas se escribieron pero no se publicaron. Y así, se suman a la lista de fracasos.

Docencia

No recuerdo a cuántos trabajos he aplicado, pero créanme que la gente aquí no se pelea por tenerme. Ni asombra ni me duele. Sin embargo, progresar en la academia exige haber dado ciertos pasos. Ser asistente de cátedra es uno de esos. He aplicado a este tipo específico de trabajo desde la maestría. Pero puse especial énfasis en el doctorado. No tuve mucho éxito. Perdón. No tuve ningún éxito. Pero bueno, dicen que el que persevera insiste y, si todo va bien, seré asistente de catedra en un seminario que empieza dentro de tres semanas, pero eso será un logro para 2021.

 

Este último párrafo me deja una lección clara, que es la misma con la que empecé este texto. En pocos años, nadie se acordará del trabajo que no conseguí en 2020, sino del que conseguí en 2021. Nadie sabrá que no obtuve una beca sino que me gradué del doctorado. Denle a sus fracasos la misma importancia que a su historial de navegación, intenten de nuevo y sumen lo que puedan. Fracasar es feo, pero no hay nada peor que la parálisis. Sigue adelante.