¡Ir en bici es genial!

Desde que soy niño tuve algunas frustraciones con la bicicleta. La primera fue cuando me robaron mi primaxi roja (de la que estaba muy orgulloso), la segunda ser el más inútil de los primos al usarla, otra más actual es escuchar historias sobre las aventuras que tuvieron de las que yo no tengo memoria. Obviamente, no estaba ahí. No poder bajar más de una grada y más recientemente la más grande de las frustraciones era no usarla.

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Hace más de cuatro años me había comprado una bicicleta verde en el megamaxi con una total falta de criterio, al querer mezclar mi curiosidad por aprender trucos como los que hacen en el parque La Carolina y tener una bici de montaña, terminé comprando una cosa verde que no servía para ninguna de las dos cosas.

No fue hasta hace unos pocos meses cuando mi tío me regaló su bicicleta que empecé a desempolvar mis rodillas, aquí otro reconocimiento a la incansable labor de tantos otros ciclistas capitalinos y ecuatorianos porque de no ser por el sistema BiciQ tampoco me hubiera engolosinado tanto.

Ahora he ido al trabajo y casi regresado a mi casa en bici. Me he paseado por el ciclopaseo muy seguido, he venido desde la tribuna del sur a la cruz del papa, me he llenado de lodo en el Metropolitano y hoy pedaleé 10 kilómetros en el chaquiñan de Cumbayá. Ahora si manejo el auto, pienso cuál es la mejor línea (ups) me emocionan las irregularidades porque siento que las voy a saltar, espero con ansias que vuelva a tener la oportunidad de ciclear cada día porque simplemente soy feliz.

¡Ir en bici es genial!

Santo pecado

Carlos estaba muy cansado. Había caminado toda la mañana por la ciudad de Quito tratando de conseguir algo de cerveza para su carne a la parrilla, pero para su mala suerte era domingo. En Ecuador no se expende alcohol el último día de la semana. Hay muchos rumores sobre el por qué de esta decisión: Eliminar la violencia en los estadios el fin de semana, permitir que el día familiar esté libre de esos tambaleantes y olorosos humanos entumecidos, permitir a los distribuidores tener un día de santo descanso.

Ninguna de estas razones aparecía en el registro de ley oficial, y nuestro amigo periodista decidió averiguar la verdad detrás de esta ridícula prohibición.

Empezó por ubicar expertos en el tema. Legisladores, psicólogos de masas, asesores de ministros, gerentes de las cerveceras fueron objeto de profundas indagaciones, de lunes a sábado. Una análisis retrospectivo reveló cierta relación entre las visitas oficiales de representantes de la santa sede y la imposición de ley seca. De manera extraña, nuestro curioso amigo también se pudo percatar de un pico en la venta de vinos después de la medida.

Rastreó las ventas del vino, llegó a armar un operativo en tres de los más grandes «blancos» de ventas. La respuesta fue simple:

Había más alcohólicos en misa.

El índice de externalidades

David Graeber, el (ir)respetado antropólogo, abrió mis ojos a una nueva realidad. Contar es malo. Sé que es lo primero que uno aprende en la escuela, y tal vez es la base de toda ciencia actual y de las herramientas que usamos para que nuestra vida sea mejor, pero Graeber no se refería a ese tipo de contabilidad matemática, sino específicamente a ponerle el precio a las cosas que intercambiamos, lo cual termina, según sus investigaciones, como un pretexto para ejercer violencia.

No siempre fue así, inicialmente las comunidades humanas eran de unas pocas personas, donde todas se conocían entre sí. No existía tal cosa como la especialización ni un mercado, sino que la gente se ayudaba entre sí, en una especie de economía del regalo. No engañamos a nadie, evidentemente cuando dabas algo a alguien, esperabas que eventualmente esa persona te devuelva ‘algo’. La falta de exactitud de ese ‘algo’ nos permitía ser flexibles, llevarnos bien con el amigo.

Sin embargo, hubo un punto en la historia donde se empezó a introducir la moneda, en diversas formas de contabilidad, casi siempre por parte del estado como una especie de impuesto/imposición. Lo que empezó a ocurrir entonces es que emergieron ciertas fricciones, no era lo mismo devolver una dádiva que contaba por 3 pescados si tú habías dado 15. Una versión moderna de esto diría: no mezcles dinero con amor. El poner un número exacto a una deuda te incita a ejercer violencia[1]. Es el pretexto que usa tu banco para arrebatarte tu casa, y en algunos casos, el sicario para ser contratado. Tal vez esto también contribuya a la relación directa que existe entre la desigualdad económica y el nivel de violencia que existe en una determinada región[2].

¿Por qué traigo esto a colación? Pues porque pienso que deberíamos aprovechar esta situación…

Imagina que entras a una gran cadena comercial, con una gran diversidad de productos y sí, tienen los precios marcados en dólares como siempre, pero además de ello muestran una segunda cifra: su precio en tiempo (Pt). Así pues, una computadora sería muy costosa si los materiales que utiliza para su producción demoraron miles, sino millones de años en formarse. Una funda de papas producidas localmente tendría un Pt muy bajo si comparamos con unas papas importadas (puesto que el petróleo que se utiliza para su transporte, que demoró muchos años en producirse, incrementaría el precio desmedidamente).

Las artesanías empiezan a mostrar el tiempo dedicado y claro, en función de la calidad habrá unos que logren maravillas en menor tiempo. Y si alguien compra una máquina, pues de alguna manera tendrá que incluir el costo de fabricación de esa maquinaria dentro del Pt.

Cuando la gente llega a Ecuador y visita Quito, el patrimonio cultural de la humanidad, ve el precio de algunas instalaciones: siglos, pero también se le indica en su tour al Yasuní que la selva está avalada en unos cuantos millones de años.

Cuando te realizan la entrevista en una empresa, no sólo te dicen cuanto vas a ganar y qué puesto vas a tener, sino que además te dicen cuál será tu tiempo buen vivido TBV, es decir aquel que podrás dedicar al ocio, la contemplación, el deporte, el amor y la amistad, etc.[3]

En base a estas simples medidas, se empieza a evidenciar el descontento de la gente, quienes pronto exigen que se haga algo al respecto, varias instituciones estatales inician con la creación de un índice de externalidades, que permite hacer una comparativa entre el precio del mercado y el Pt. Eventualmente este empieza a desplegarse con colores verde, amarrillo y rojo. La gente que se acerca a estos percheros marcados empieza a ser mal vista, las empresas dejan de percibir ganancias, se establece una superintendencia de control de externalidades. Poco a poco se empieza a migrar los procesos para producir con menor coeficiente, las medidas se tornan más severas. Es el nuevo ISO.

Referencias
[1] Graber D., En deuda: Una historia alternativa de la economía, Grupo Planeta, 2012
[2] Wilkinson R., Pickett K., Desigualdad: Un análisis de la (in)felicidad colectiva, Turner Publicaciones, S.L., 2009
[3] Ramírez R., La vida (buena) como riqueza de los pueblos, Editorial IAEN, 2012

Nunca dejes de ir al baño

Estaba Ramón en su cuarto: cortinas cerradas, cabeza inclinada, ensombrando la hoja difícilmente alumbrada por la única lámpara que, a esas horas de la madrugada, brillaba. Intentaba entrar en ese trance de escritor que le permitía redactar a la velocidad del pensamiento porque las ideas, decía él, son como las ganas de ir al baño; desaparecen cuando no les haces caso.

Nada. Un vacío en el estómago que paradójicamente también quita el hambre y medio llena el pulmón de algo que dificulta la respiración. Traga saliva y suspende el bolígrafo sobre el papel sabiendo que el momento yacía ya bajo tierra y que la mejor opción era no guardarle rencor a la soledad…