Publicación novelera: Top 10 de famosos que he conocido

Joseph Stiglitz

Joseph Stiglitz

© Raimond Spekking / CC BY-SA 4.0 (via Wikimedia Commons)

Ganó el premio nobel de economía. Lo conocí cortesía de mi universidad (UBC) en una serie de seminarios sobre la política de la desigualdad. The Lind Initiative también me permitió conocer a los próximos tres famosos de mi lista, quienes presentaron conferencias para el público general, pero se permitieron conversar con una docena de nosotros con más detalle. Stiglitz es brillante, tiene un sentido del humor burbujeante y me quedó viendo raro cuando le hice firmar una versión en español de «El precio de la desigualdad» en lugar de su libro más reciente: Rewriting the Rules of the American Economy. 

Jeffrey Sachs

© Bluerasberry / CC BY-SA 3.0 (via Wikimedia Commons)

Sachs visitó UBC en calidad de asesor especial del Secretario General de las Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). En su conferencia abierta al público, confesó que repetía cada uno de los diecisiete ODS hasta aprendérselos y recomendaba que hagamos lo mismo. Almorzó un sánduche mientras nos «daba clase», lo recuerdo bastante malhumorado.

Teju Cole

© Wes Washington / CC BY-SA 3.0 (via Wikimedia Commons)

Escribió uno de mis libros favoritos: Known and Strange Things. El nigeriano-estadounidense tiene una mente extremadamente perspicaz. Escribí previamente sobre Teju en este blog. Su prosa es devastadora, pero también es muy fan de la fotografía y de hacer listas de música en Spotify. Recuerdo que se encontró con un viejo amigo y lo saludó de forma muy alegre; negramente, se podría decir. Teju es uno de las excepciones a mi regla de que a los escritores es mejor leerlos que escucharlos: su discurso es igual de potente.

Jill Abramson

Public Domain (via Wikimedia Commons)

La primera mujer en ser la editora ejecutiva del The New York Times entre 2011 y 2014. Ergo, abordamos el tema del techo de cristal. Nos preparamos leyendo Why Women Still Can’t Have It All & Where Are the Women? A diferencia de las otras clases, pregunté poco. Hay algo extraño en abrir la boca y quitarle voz a una mujer (el tiempo es limitado) cuando se discuten estos temas.

David Harvey

© FLOK Society / CC BY 4.0 (via YouTube)

Cuando oí de Harvey sabía que era famoso y respetado, pero no sabía la razón. En esa época, Harvey y yo trabajabamos en el Instituto de Altos Estudios Nacionales, la Universidad de Posgrado del Estado (sí, también me sorprendí cuando supe que había una). Él por temporadas y yo de planta. Aún no sé mucho sobre él, pero me queda claro que la Geografía tuvo un antes y después de David Harvey, que es neomarxista y que su crítica al capitalismo es ampliamente citada. La única vez que conversamos de tú a tú, me dijo que nunca había oído de las ciudades planificadas del Proyecto Venus (mi obsesión del momento).

Jacob Appelbaum

© Tobias Klenze / CC BY-SA 4.0 (via Wikimedia Commons)

Hacker, colaborador de Wikileaks, increíblemente inteligente. Desapareció de Twitter tras múltiples denuncias por abuso sexual (acá una reflexión sobre el tema). Visitó Ecuador en 2013. Participó como ponente en un evento que organizamos en FLOK Society y conversamos sobre futuras opciones para el proyecto. Describí algo de su charla en un artículo para La República. Pueden verme interrumpiéndolo durante los dos últimos minutos de este video.

Michel Bauwens

© Guerrilla Translation! / PP BY-NC-SA 4.0

Michel es el famoso al que más tiempo he conocido, también es el menos famoso. Trabajamos juntos durante meses y asistí su agenda de relacionamiento público con labores de interpretación. Le regaló una camiseta muy bonita a mi novia cuando vino de Tailandia. Tiene un carácter liviano que va muy bien con mi informalidad. Aquí pueden oírme traduciendo las palabras de Michel.

Lawrence Lessig

© Joi Ito / CC BY 2.0 (via Flickr)

Nos conocimos en la Cumbre 2018 de Creative Commons. Lessig fundó esta organización porque se lo prometió a Aaron Swartz. Conversamos muy poco porque uno no puede quitarle tanto tiempo a la gente famosa. Si quieren ver mi foto con Lessig, deben leer mi reseña del evento.

Katherine Maher

© VGrigas_(WMF) / CC BY-SA 3.0 (via Wikimedia Commons)

Directora ejecutiva de Fundación Wikimedia. Conocerla no es gran mérito porque es accesible, encantadora y carismática. Tal vez si sea mérito porque en la Cumbre CC todo el mundo quería hablar con ella y uno fue lo suficientemente atrevido. También tiene un cerebro envidiable y creo que tendrá un rol importante al definir el futuro del procomún. Pueden ver mi selfie con Katherine en instagram.

Jorge Drexler

© Jorge Mejía Peralta / CC BY 2.0 (via Flickr)

Cuando viví en Vancouver, la ciudad acogió al primer evento TED (sin x) en Español. Escribí en la aplicación para hispanoparlantes que TEDxQuito cambió mi vida, halagos, ruegos; ya no recuerdo. El asunto es que estuve ahí cuando dio su charla y nos enseñaban a aplaudir. Al final del encuentro, llevé a mi amiga Keka a sus brazos porque no se atrevía sola y vi como se abrazaban. Keka prometió no lavar esa ropa nunca y mi amiga Denisse me tiene celos jarochos por esto, ¡gracias por recordármelo Denisse!

Bonus: Cory Doctorow

© Terri Oda / CC BY 2.0 (via Flickr)

Todas las personas que están en la lista de arriba han conversado conmigo, al menos un poquito. Doctorow es la excepción puesto que no conversé con él cuando fui al lanzamiento de su libro Walkaway. Sin embargo, hemos conversado por correo y por eso lo pongo en la lista. Tengo su autógrafo en dos de mis/sus libros y traduje una de sus obras multimedia al español: Guerras de autos.

Cuéntame ¿a qué famosos has conocido?

Reseña de «Laika» (Nick Abadzis)

«Laika» es una novela gráfica publicada en 2007. Narra parcialmente la historia de Kudryavka, el primer ser vivo que visitó el espacio exterior. El autor, Nick Abadzis, es un artista del cómic británico que tiene unas cuantas obras listadas en Wikipedia. Su estilo es bastante simplón y no hay imágenes particularmente seductoras en «Laika».

Sinopsis

La historia tiene cuatro o cinco personajes humanos. El primero es una niña que se enamora de la cachorrita pero no puede criarla. La perrita termina en manos de un vecino sin corazón que la encierra y, finalmente, abandona. Laika se vuelve una perrita callejera, una de las más audaces. Tras sufrir maltrato y abandono, un agente municipal obsesivo la persigue y asesina a su mejor amiga perra. Evidentemente, esta ficción nos conecta emocionalmente con la perrita.

En paralelo a la historia de Laika, se desarrolla el drama de Sergey Korolyov, el ingeniero en jefe responsable del lanzamiento de los satélites Sputnik. Korolyov fue enviado a un gulag en Siberia en 1938: permaneció encerrado durante seis años. Los archivos históricos destacan que tuvo que realizar trabajos forzados en una mina de oro. Su liberación es el inicio de una historia de redención que termina con el perdón oficial, días antes del lanzamiento del primer animal al espacio. El cómic atrapa momentos extremos en la vida de Sergey pero desaprovecha su historia. Abadzis lo muestra como un esclavo de su destino.

Es precisamente por órdenes de Korolyov que reclutan a Laika. Llega, junto con muchos otros perros, a alguna instalación militar donde la someten a varias pruebas de resistencia. Su cuidadora, Yelena Dubrovsky, aparece en estos meses. Es una de las pocas mujeres en la instalación. Su sensibilidad  nos acerca al caracter juguetón y apacible de Kudryavka y muestra el conflicto central de la novela: el maltrato animal. Pese a los esfuerzos realizados por todo el equipo técnico, Laika muere en menos de cinco horas. El fracaso se debe a los plazos cortos exigidos por la propaganda política. Su sacrificio aporta poco o nada a la ciencia.

Conclusión

La novela queda debiendo en la parte gráfica: no se juega mucho con planos ni paneles. La historia se amontona en doscientas páginas  y es fácil fatigarse. El manejo del color tiene un estilo bastante viejo aunque aporta bastante cuando nos acerca al espacio.

El principal aporte de «Laika» son las relaciones humanas sinceras que se desarrollan a su alrededor. El esfuerzo de Yelena por ser evaluada en función de sus capacidades y no de su género. Los momentos efímeros de romance (incluso seducción) que nunca se concretan. El dolor anticipado por la pérdida. Hacer hablar a la perrita me pareció un poco extremo pero comprensible porque la historia trata sobre darle voz. Un hilo conductor totalmente arriesgado que termina siendo exitoso en la medida de lo posible.

Bienportado

La entrevista no tardó, Elena quería contratarme. La reunión, más que interrogatorio, fue una explicación sobre experiencias, ideas y frustraciones. Si todo iba bien, me haría cargo de la parte de investigación: al instituto le sobraban datos pero no tenían a nadie que supiera redactar. ‘Adoro escribir, me encanta escribir’. Quedé en enviar los papeles. En poco tiempo, me dijo Elena, llamarían para indicar que está listo el contrato. Bajé los cinco pisos en ascensor y me dirigí a la calle. Al ver los estacionamientos para bici, me emocioné por revivir ese viejo hábito. Esos tres kilómetros de casa al trabajo eran la cantidad justa de ejercicio diario que necesitaba.

Caminé al Este por la Luis Cordero (una calle modesta que alberga negocios de la misma calaña), era una de mis vías favoritas; quizá por mi cumpleaños en el cafecito o porque ahí estuvo construbicis. Llegué a la Plaza Gabriela Mistral cerca del ocaso, antes de que el cielo de Quito se vistiera de algodón de azúcar. A dos cuadras exactas, trabajaba papá y aún le quedaban unos buenos noventa minutos antes de salir. Decidí matar tiempo con Escuela siberiana, de Nicolai Lilin. La novela es absolutamente placentera, tiene forma sencilla y narrativa rápida; y cuenta sobre la ética y principios de los criminales siberianos en una manera tan exquisita que seduce subrepticiamente al anarquista interior.

Me dirigí al centro del parque, donde el municipio había amontonado unas cuantas bancas de madera. El buen clima y la brisa se complementaban con el cantar de un ave que ha tomado posesión del espacio. El parque es definitivamente cómodo; en otras palabras, no había donde sentarse. Rematando mi tragedia, estaba un señor cincuentón totalmente olvidable pero fastidioso: fumaba. A su costado, un quiteño promedio y “el Chamo” Guevara conversaban sobre un tema excitante y aburrido —lo digo porque Jaime se desviaba de la conversación para examinar la portada de mi libro mientras el otro le apuntaba con la nariz a cada instante—.

Mi primer encuentro con el Chamo no había sido fortuito ni tampoco agradable. Jean, su sobrino, me llevó a la casa de su tío Jaime. No recuerdo el motivo, pero terminamos en una de las tantas casas de El Dorado conversando con el trovador icónico de Quito. A mis veinte, era bienportado; instintivamente lo trataba de usted. La primera vez me dijo que lo tutee. La segunda resopló molesto. La tercera se convirtió en espejo y empezó a prodigarme formalidades. Le puse cara incómoda porque sí le cachaba pero era involuntario: tenía que hablarle de usted. ‘¡A mí me cabrea esa nota, deja de hablar así!’.

Aunque habían pasado años, yo estaba visiblemente nervioso.

—¿Qué estás leyendo? —me dijo, quién sabe si para que su interlocutor se callase. En todo caso funcionó. Me acerqué unos pasos y le mostré la portada.
—Es sobre un criminal siberiano; sobre la ética de los criminales; es autobiográfico y él lo narra desde su perspectiva de niño y, después, de adolescente.

Empieza el interrogatorio con el quiteño promedio despidiéndose a tiempo. Jaime ha leído recientemente un libro sobre los criminales soviéticos, me dice que los exhiliaban a Siberia. Le contesto que en Siberia, a la gente la castigaban mandándola a pueblos civilizados. Queremos acordar una línea del tiempo. Nicolai Lilin, concluímos, es heredero de alguien que llegó en tren a Transnistria hace décadas. El libro del Chamo es más bien viejo. De hecho, Lilin está vivito y coleando; da conferencias sobre el significado de los tatuajes siberianos en alguna escuela italiana.

Un poco más relajado porque no me recuerda, le pregunto por mi amigo:

—¿Qué es de Jean?
—Perdón —me dice mientras mira con la oreja—.
—Jean

Me mira como a mal truco de magia.

—Jam —empieza— es como una improvisación, usualmente tiene tambores y guitarra.
—JEAN, tu sobrino, ¿cómo está?
—¡Ah, Jean!, ¿le conoces?

Le digo que sí, le recuerdo que estuve en su casa por su culpa. No parece tener claro por dónde anda su sobrino pero sí recuerda haberle dado clases de guitarra. ‘Tenía problemas con los puentes’. Pasamos entonces a la música. Al hablar de trova y criminales fue casi inevitable llegar al lugar que esporádicamente comparten: la cárcel.

Jaime estuvo encerrado doce veces, su estadía más larga fue cercana a las dos semanas. Actualmente, dice, es más difícil escabullirse porque existe la unidad de flagrancia. Anteriormente, había un largo proceso donde la celda era el último paso. Los centros de detención provisional existían para eso, pero además eran lugares donde —según el Chamo— los policías ejercían oficio de torturadores. ‘Te obligaban a hacer un trípode, así le decían. Las manos atadas a la espalda, piernas estiradas en paralelo y cabeza al suelo. Ahí te pateaban pues. Un día me patearon tan duro que perdí la consciencia’. Me salió lo médico y le herí con una pregunta bastante sensible. Jaime me miró largo rato antes de responder.

Los síntomas habían empezado cerca de un año después. Primero las sensaciones de déjà vu —de ya haber vivido el presente— y jamais vu —de jamás haber vivido algo igual—. Estas experiencias lo dejaban descolocado. Sus amigos lo empezaron a mirar de forma extraña puesto que se quedaba quieto en medio de una actividad cualquiera y tenía terror en sus ojos. ‘Como si te hubieras vuelto loco’. ‘Exactamente’. Asustado, fue a un neurólogo, a quien le bastó un breve examen para dar el primer diagnóstico: guitarra, pelo largo, pinta ochentera; ‘debió haber estado drogado’. El Chamo explicó que no consumía ni siquiera trago; a lo que el doctor respondió con un pedido de exámenes de sangre.

Efectivamente, no eran drogas. Los síntomas, le explicó el neurólogo, se corresponden a una lesión en el lóbulo temporal. Aunque inicialmente pensaron en cisticercosis, los examenes radiológicos 2D de ese entonces parecían mostrar un tumor dentro de la masa cerebral. Desde entonces toma tegretol y algunas otras pastillas, así controla la epilepsia que causa esas sensaciones horribles. ‘Después de unos años tuve la oportunidad de ir a Cuba, a operarme’. Le hicieron varios exámenes. Antes de entrar a quirófano, el cirujano lo llamó: ‘Le tengo dos noticias: una buena y una mala’.

La buena noticia es que una resonancia magnética mostraba que no existía el dichoso tumor. ‘¿Y la mala?’. La mala noticia era el verdadero diagnóstico: epilepsia postraumática. Dicho de otra manera, no había tumor que sacar y no había nada que curar. Lo que en realidad pasaba es que le pegaron tan duro que el cerebro dejó de funcionar como debía. Jaime tendría que vivir con eso toda la vida, por el simple hecho de haber cantando durante una protesta. ‘Fueron los chapas’. ‘Fueron esos hijueputas’.

Me contó que ahora se portan más amables, que le cuidan la guitarra cuando lo detienen. ‘Siga, Don Jaime’. Esas cosas. Sin embargo, no pude dejar de pensar en lo mucho que un solo golpe te cambia la vida: condenarte a la experiencia y atarte a las pastillas (no crean que el Chamo no intentó cuanta terapia alternativa se le cruzara). ¿Qué pensará el policía que hizo esto? Seguramente que ‘bien hechito (por jipi)’.

Los tonos rosáceos y violetas que antes se tomaron el cielo empiezan a desaparecer. Me da la impresión de que papá ya mismo sale. Me despido con pena, sí. Pero también con la satisfacción de haber tenido una tarde plena, un encuentro serendípico y una conversación sincera. ‘Chao, Jaime’. ‘Chao… ¿cómo te llamabas?’. ‘Andrés, me llamo Andrés’. El nombre más común del planeta, pero seguro que esta vez se acuerda.