Lean «La Comunidad» (Tanquerelle & Benôit)

Creo que pocas veces alguien se anima a recomendar un libro que no disfrutó del todo: el amor al arte literario, sin duda, se guía casi siempre por lo estético. ¡Peor un cómic! Las viñetas están para amenizar momentos y, además, en Ecuador son costosas. Pero creo que hoy es uno de esos días. Quiero recomendar un libro, un cómic de no ficción, porque a pesar de todos sus bemoles, contiene una historia que merece ser leída.

«La Comunidad» (La oveja roja, 2009) es una historieta-entrevista donde Hervé Tanquerelle interroga a Yann Benôit sobre sus experiencias en La Minoterie (la molinería); nombre con el que se conoció a una comuna bastante sui generis que se sostuvo por cerca de quince años en los pirineos orientales, al sur de Francia.

 

Cuatro años después de la mayor huelga en la historia de Europa Occidental, mayo del 68, Benôit y algunos de sus amigos deciden irse todos a vivir al campo para materializar los ideales de la sociedad anticonsumo: «Íbamos a demostrar que se podía trabajar sin jefes, cultivar la tierra para cubrir nuestras necesidades. ¡Estábamos convencidos!». Dejando de lado las drogas y el libertinaje sexual, la comunidad decide guiarse por una Carta de siete artículos como cimiento de las relaciones entre ellos y con el mundo:

  1. Aquí nadie hace la ley. Pero el grupo reconoce las leyes de la vida.
  2. Rechazamos cualquier jerarquía. El único poder reconocido es el de nuestro grupo.
  3. El poder es el saber. No buscar el saber es aceptar el poder.
  4. Rechazamos las estructuras sistemáticas (Estado, religión, sindicatos nacionales, ejército, escuela estatal) tanto como creemos en las estructuras naturales y, en particular, en la comuna. Nos esforzaremos por participar en ella.
  5. Condenamos al ejército. Militamos por la no violencia y la objeción.
  6. No nos basamos en la empresa, sino en el hombre. El trabajo tiene para nosotros un valor de vida entera.
  7. Todo el lugar pertenece a la asociación, y todos los beneficios, de cualquier tipo, van a la caja común.

El cómic tiene la ventaja de contarnos como aterrizaron cada uno de estos conceptos. Por ejemplo, la ley de grupo se materializaba en las reuniones de cada viernes donde se discutían los problemas de la comunidad durante toda la semana. Las reglas eran evaluadas y reescritas durante esas horas. los oficios en La Minoterie se distribuían por igual para todos. Sin importar que unos hayan sido más hábiles que otros, todos cocinaban, todos labraban la tierra, todos se ocupaban de la imprenta. No participar de una actividad era visto como no querer saber, lo cuál iba contra sus principios. El aceptar la estructura comunal natural, por ejemplo, les llevó también a participar de ciertos rituales propios del campo; pegarse un vinito cuando visitabas al vecino, por ejemplo.

El cómic va lento, sobre todo en el primer volumen donde el formato de entrevista es muy evidente. Los gráficos tienen altibajos: después de ilustraciones relativamente sencillas, ciertas páginas llegan realmente a sorprenderte. En fin, no es una obra que te capture realmente porque le falta ritmo y le sobra voz de autor. Sin embargo, llega cierto punto donde te das cuenta de lo valioso del relato.

«La Comunidad» es es un híbrido entre dos cosas. La primera, es el sueño adolescente del sudamericano que se crió en la universidad de izquierda: abandonar el hogar y vivir de la tierra, con tus amigos, con gente que comparte tus ideales. La segunda, es ese concepto tan esquivo de lo que realmente sería  el comunismo (si no hubiera sido cooptado por psicópatas hambrientos de poder). Es por eso que pienso que este relato es tan valioso, porque nos permite abandonar ese mar de hipótesis para naufragar en tierra que fue firme por un tiempo bastante prolongado.

 

Las tensiones llegaron cuando se volvieron adultos: «Con los años el carácter de cada cual se iba revelando. Teníamos piquitos de oro, algún irónico, parlanchines, gruñones, en fin… gente de todo tipo». Y junto con el carácter y una identidad claramente definida, vinieron las demandas personales.En general, se animaba a la gente a experimentar y aprender; pero eso venía con un costo añadido. Así, una parte del fondo común empezó a dedicarse a «los extras», que fueron tema de arduo debate durante muchos viernes. Las parejas con niños trabajaban media jornada para poder dedicarse a los críos. Los autos, que tampoco eran iguales, suscitaban también problemas puesto que todos querían el mejor modelo. Finalmente, sucedió lo inevitable, la gente se fue poco a poco especializando en sus tareas, ayudados en parte porque sus talentos naturales hacían más eficiente a la comunidad como conjunto.

El punto de quiebre se da cuando la primera pareja decide irse y reintroduce el concepto de «salario» en la comuna: Me voy, dijo alguien, pero trabajaré aquí hasta que encuentren a quien pueda reemplazarme. De repente, todos querían salario, porque querían decidir en qué gastaban su dinero. Sin ese subsidio individual, la comunidad estuvo a punto de quebrar. Y aunque La Minoterie finalmente logró sobrevivir a las tempestades económicas, su estructura social empezó a resquebrajarse: «Los rencores, las crecientes diferencias, los celos… se habían instalado muy poco a poco».

Benôit reconoce que lo que llevó a la gente a formar la comunidad fue, sobre todo, una búsqueda afectiva. Era sencillamente parte de la historia personal de cada uno de sus miembros. Parte. A la larga, cada individuo quería vivir también otro tipo de experiencias pero la estructura social que habían formado no se los permitía. «Bajo la estructura —dice Benôit— las historias personales permanecen subyacentes y siempre vuelven a resurgir, y con una fuerza aún mayor si han sido rechazadas muchas veces».

Tanquerelle cede las últimas palabras del cómic a Nolwenn, su novia e hija de Benôit. Confiesa que su infancia fue feliz y privilegiada, llena de lecciones, con mucha libertad. «Confianza en nosotros, en el futuro, en nuestras elecciones vitales. Fue muy constructivo».

 

Cómo ISIS nos convirtió en tontos útiles tras los atentados en París

Horas después de los atentados en París, media docena de aviones franceses se encontraban bombardeando Siria. El boletín de prensa precisaba (y escogí mal el verbo a propósito) que los jets atacaban las posiciones del estado islámico (ISIS) dentro de ese país. Minutos después circulaban en internet supuestas fotos de niños asesinados en los ataques. ¿Son reales? Tal vez, aproximadamente uno de cada cuatro muertos a causa de la guerra es menor de edad.

Los políticos que creen en las ciudadanías de segunda clase empiezan a copar los titulares de los noticieros. Se habla de lo peligroso que fue abrir las puertas del mundo a los refugiados, alguien incendia uno de sus campamentos en la capital francesa. Hay varios reportes de personas del sudeste asiático agredidas verbalmente en lugares públicos en toda Europa. Acá en Vancouver, circulan instrucciones de cómo pronunciar «no dispares» en árabe, porque «habrá terroristas entre los refugiados que van a llegar».

Por supuesto, hubo sensatez entre tanto shock. A minutos de los atentados, alguien explicaba en twitter: «¿Que no ven que estas son las personas de las que huyen los refugiados?», hubo múltiples pronunciamientos de parte de la comunidad musulmana condenando los atentados, pero en Ecuador ya circulaban memes de «La mitad del mundo es nuestra» tras el anuncio del diario la hora que contaba las intenciones del presidente de crear un centro islámico.

Ese viernes, yo estaba sentado en clase. Tres de mis catorce compañeros son musulmanes, así como muchos de mis vecinos. Ellos estaban tan consternados como yo, pero creo que es justo decir que tenían más miedo. Después de todo, nosotros sentimos que hay un grupo no tan pequeño de radicales que quiere bombardear a la civilización occidental, pero ¿qué creen que sienten todos los musulmanes —que son una minoría— cuando todo occidente posa sus ojos en ellos. Y cuando muchos sienten que no se les está haciendo justicia o que se requiere venganza.

Pues ese es el plan de ISIS. Al contar con mucho menos recursos que sus adversarios en Occidente, su estrategia es provocar reacciones exacerbadas en sus enemigos que obliguen a los musulmanes a entrar en la guerra santa. Ese es su plan, literalmente:

Los musulmanes en Occidente se encontrarán rápidamente entre una de dos opciones, o apostatan y adoptan la religión [infiel] propagada por Bush, Obama, Blair, Cameron, Sarkozy y Hollande  [o migrarán] al Estado islámico y de ese modo escaparán de la persecución de los gobiernos y ciudadanos.

Esto fue publicado en una de las revistas oficiales de ISIS bajo el título «la extinción de la zona gris», donde claramente se demuestra que el plan es hacer que Occidente pierda el control y trate mal a los musulmanes, para que estos no tengan otra opción que estar con el estado islámico o en contra de él. Los atentados en Francia no eran un objetivo, eran el cebo; y ahora el anzuelo está clavado en lo más profundo de nuestro paladar. Los terroristas ganan, cuando el terror es el guía de tus actos. Cuando la persona que no conoces te asusta en lugar de provocar tu curiosidad. Cuando posas las ideas de complot en los rostros de gente que está incluso más asustada que tú. Cuando piensas que es buena idea darle todas las armas y recursos a un gobierno para que persiga e intimide a personas como tú.

Parafraseando a Doctorow:

¡Es nuestra puta ciudad! ¡En nuestro puto país! Ningún terrorista nos lo puede quitar mientras seamos libres. Cuando no somos libres ganan los terroristas. Somos lo bastante jóvenes y lo suficientemente estúpidos como para no saber que no tenemos la posibilidad de ganar… y por eso somos los únicos que podemos obtener la victoria ¡Rescatemos a nuestra ciudad!

Rescatemos París, rescatemos a Francia.