VIDEO: El Tercer Ojo – Lobsang Rampa

Traje muy pocos libros de Ecuador. Esas cosas pesan. Durante el 2019, leí 41 libros, pero no era realista mantener ese ritmo durante un doctorado. Así que empaqué un puñado de libros. Libros que empecé a leer poco antes de venir y me gustaron:
El primero es extremadamente entretenido, pero olvidable. Es como ver Forest Gump. No sé decirlo mejor. Iba a buen ritmo, pero mi ñaña me recomendó el libro de Chobsky y hace rato quería entrarle al género epistolar. Creo que hice bien: sentí que el libro nos conectaba en medio de la distancia y el trajín. Es el único libro en estas viñetas que he acabado de leer.
También traje libros que empecé pero dejé a medias (de esos que avanzas tan poco que sencillamente toca empezar de nuevo):
El último libro es gordo, pero bueno. Creo que me entretendrá por largo tiempo. Lo compré cuando me di cuenta que los libros obesos tienen algo interesante. Ninguna editorial quiere arriesgarse a imprimir algo tan largo, a menos que sea bueno (excepto los editores de Murakami). Así que un libro gordo casi siempre es buen material, pero además, es barato. Por alguna razón, la gente evita las lecturas largas, así que terminan en la sección de descuento.. Usando un criterio similar, compré varios libros que tienen entre seiscientas y mil páginas:
Finalmente, dos clásicos:
Como estoy de vacaciones —lo que realmente significa que trabajo siete horas al día, de lunes a viernes—, finalmente volví a agarrar mis libros. Todavía no he entrado en la zona que me permite fantasear, así que sigo en el género de no ficción. He leído las historias de un hombre que escapa de Corea del Norte (Un río en la oscuridad, por Masaji Ishikawa) y una colección de cartas entre Neil deGrass Tyson y sus fans (Letters from an Astrophysicist). Recomendaría el primero sobre el segundo, cualquier día.
En fin, hoy he decidido volver a mi lista de libros importados y retomar De vidas ajenas, un relato sobre el tsunami que golpeó el sudeste asiático en 2004. Lo hago porque leer la experiencia humana durante las tragedias me sana. Como sana un implante coclear a los niños que nacen sin haber podido escuchar. Nada para curar la desesperanza y la apatía como algunas dosis de realidad.
Creo que no había leído tanto desde que estaba en el colegio. Aunque leí cerca de un libro por semana, apenas recuerdo las historias que leí. Salvo por diez negritos, un par de líneas de otra vuelta de tuerca y las obras de Herman Hesse, mis viejos libros no llegaron ni a recuerdo.
¿Qué tan seguido piensan en la incertidumbre de ser viejo? A veces se me ocurre que mis ojitos se van a deteriorar y no podre leer estas palabras. Quizá si eso sucede, alguien considerará mis sentimientos y leerá estas líneas en voz alta. Y si soy un viejo amargado y quisquilloso, pues activo el software que lee los sitios web en voz alta (eso si no he olvidado de pagar el hosting del blog). Pero ¿y si la vejez es más dura? ¿Y si la demencia me roba esta hermosa dicha que es poder reconocer mis propias palabras? Salud por los libros, amigos, que nos permiten vivir más allá de nuestra desgracia personal.
Siento que les debo mucho, gracias amigos libros por acompañarme en el desempleo entre marzo y agosto. Gracias por haberme inspirado en mi carrera corta de Youtuber. Gracias por ayudarme a dormir cuando el celular deteriora mi salud mental. Gracias por permitirme hacer amigos, por ayudarme a tener conversaciones interesantes, por prestarme vidas. Gracias. GRACIAS. Son de las mejores cosas que le pasaron al universo.
Mis recomendaciones de este año:
Menciones de honor:
Leer puede ser muchas cosas. Después de todo, hay miles de historias y miles de lectores. La forma en que nos relacionamos con los libros depende de nuestro momento. Por eso, uno no puede leer el mismo libro dos veces, de la misma manera que no puedes bañarte en las mismas aguas de un río. En otras palabras, las historias escapan al tiempo.
Esto es hermoso, porque nos reinventamos en cada lectura, pero también es triste porque las impresiones que los libros dejan en nosotros se van con el tiempo. He recomendado libros diciendo «no recuerdo nada de lo que había en el libro, lo que recuerdo es que era realmente bueno». No sé si eso sea bueno o malo, pero he decidido cambiarlo. Quiero guardar las impresiones temporales que me dejan los libros. He decidido convertirme en booktuber.
Booktuber es una palabra horrible (y será peor cuando la RAE la transforme en buctuber), pero creo que serlo es todo lo contrario. Terminar un libro es satisfactorio, pero discutirlo es el equivalente a ver los mejores memes después de la Saga del Infinito; o algo así.
Quisiera decirles que, desde hoy, me ganaré el pan de cada día reseñando lo que leo. No. Dudo que los algoritmos lo permitan; además, a YouTube no le interesa. Sí, he empezado a subir videos, pero es por el gusto de hacerlo. No esperen ediciones profesionales ni viñetas increíbles (apenas me sobra el tiempo). Lo que sí quiero dejar en claro es esto: amo los libros. Creo que sería miserable sin ellos. Creo que todos necesitamos historias en la existencia y los libros pueden ser mucho más interesantes que los chismes de política, la novela, twitter, facebook, o lo que sea que les cuente la vecina.
Así que, mamá, ¡soy booktuber! Este es mi primer video:
El ventilador de la computadora (que me ha valido un par de reclamos en conversaciones de voz sobre IP) acompaña al ruido del agua al caer. Ya cesó la lluvia, pero habemus sonitus porque inercia. Uno de los canales está generando la caída continua de gotas, parece un corazón acelerado, con una frecuencia intermedia entre el pulso adulto y el pulso fetal. Por allá se oye otro tiempo, es irregular. El agua se desliza por los ramajes de los árboles y producen un ritmo similar al de la madera que se quiebra bajo el fuego.
Ronald Deibert y Joseph Stiglitz se sientan uno a cada lado, ambos vestidos de negro pero con variaciones minúsculas del tono naranja en su traje, ¿será que eso vende? No se hablan, su mirada va en direcciones distintas. A Joe, como le dicen sus amigos, todo el mundo lo conoce. Ganó el premio Nobel de Economía, predijo dos crisis mundiales, lo invitan a todas las zonas horarias por igual. Se puede dar el lujo de olvidarse de la industria editorial y publicar su nuevo libro en Internet porque «la propiedad intelectual es parte del problema». Quizá quiero hablarle de eso, quizá eso llame la atención de Deibert.
Ronald es muchas cosas pero es una la que importa, él dirige una agencia de inteligencia. Seguramente está en la lista de objetivos principales de tantas otras, pero la de Deibert es diferente, él trabaja para la gente. Citizen Lab, en la Universidad de Toronto, es un centro de investigación interdisciplinario que estudia la intersección de el Internet, la seguridad global y los derechos humanos. Es un sistema de alerta temprana para los ciudadanos y un dolor de cabeza para las organizaciones que atentan contra la libre expresión, la libertad individual, el derecho a la confidencialidad; sin importar si se trate de grupos ilegales o instituciones gubernamentales. También se ganó un premio.
Stiglitz habla de economía. «Estoy feliz de haber podido realizar los cambios que hice cuando fui parte del sistema», hay un sistema y se debe cambiar. Trabajó formalmente como asesor del presidente Clinton y del banco mundial. Todo el mundo le consulta de forma informal. A Ronald, los correos le llegan cifrados. La gente usa su llave PGP para enviarle correos con la esperanza de que muy poca gente —ojalá sólo él— lo pueda leer.
Ven historias antes que sucedan, las vuelven a narrar porque resultaron ser. Porque todo el mundo sabe que los verdaderos profetas no se autoproclaman como tales, sino que se los descubre por el trabajo que ellos, y no nosotros, pueden entender. Pero sin mí ellos no pueden entenderse, sin mí están a una distancia que es muy difícil de guardar, su dimensión social es muy distinta y, sin embargo, Ronald Deibert y Joseph Stiglitz se sientan uno a cada lado, ambos vestidos de negro pero con variaciones minúsculas del tono naranja en su traje. Espero, por el bien de todos, ser un buen anfitrión.