Qué estoy haciendo en UBC

«Excuse me, you look like you need help»
– Fellow student

Al empezar el día repasé todos los pendientes de viernes y preparé una ruta usando los mapas de google tan sólo para darme cuenta que todo estaba cinco cuadras a la redonda. Debía entregar las traducciones oficiales al inglés que envió mi otra universidad (la UTE), recoger un cheque que me ayudaría a pagar mi matrícula y enviar los papeles para aplicar a mi seguro médico —lo cual involucraba también sacar copias y, estando en el primer mundo, eso supone un trámite con límites y contravenciones—, mi destino final sería el edificio C. K. Choi donde recibiré mis clases los próximos dos años.

Era mi tercer día y el jet lag seguía pasándome la cuenta, llegué demasiado temprano a cobrar mi cheque. Caminé unos cuantos metros y encontré una de las tantas bibliotecas, habían copiadoras abandonadas a su suerte, pero parecían no funcionar. Aprovecharía entonces las computadoras para imprimir uno de los tantos formularios. Mismo usuario, misma contraseña. Ahí estaba el archivo, el ícono de imprimir pero nada. Había una chica sentada a unas cuantas computadoras, tenía raíces asiáticas como el 45% de los habitantes de Vancouver, esta vez fui yo el que dijo «excuse me». Debía crear una nueva identidad en línea para la biblioteca —which I did— pero me había faltado ponerle plata. Todavía no tenía la VISA a la que el banco tan amablemente me había obligado a aplicar, así que vi una de mis tarjetas importadas desde Ecuador y añadí otros cuántos dólares a la cuenta de «lo que le debo a papá». Funcionó la impresora, pero la copia a color no.

Llegué al segundo piso, donde habían otras máquinas dentro de la parte de la biblioteca que en Ecuador llamaríamos «la biblioteca», donde están los libros. Pasar la tarjeta de estudiante para que esa cosa empiece a funcionar, copia del permiso de estudios, copia del pasaporte, salir. Pensar, regresar, verificar el cierre de sesión para que nadie saque copias a mi nombre (sobre cada máquina había avisos sobre lo ilegal que era duplicar cosas sin permiso), irme.

«¿Recibiste un correo diciendo que vengas a retirar el cheque?»

«Recibí un correo donde me pedían abrir una cuenta hasta el 1 de septiembre, que sino me iban a dar un cheque»

«Tienes que esperar un correo donde te dicen que debes venir a retirar el cheque»

«Ah, ya entiendo gracias»

Seguí mi camino a la facultad de posgrado y entregué mi sobre. Había una bandeja con un anuncio que pedía dejar cualquier sobre como el mío ahí, sin pena ni gloria, sin el papel de recibido y la paranoia de si eso se pierde, sin tercer-mundismo —supongo—, «usted recibirá pronto un correo si esto satisface los requisitos». Escribí a Jo, otra de las residentes de mi nueva casa, preguntando sobre la oficina de correos cuando me topé con mi edificio. Había llegado una hora antes y lo sabía así que me escabullí al patio trasero rápidamente, que resultó ser tan grande como el edificio y estar camino a un hermoso jardín asiáticos con islas, peces y su respectiva casa de té.

Somewhere over the rainbow #park #garden #nature

Una foto publicada por Andres Delgado (@andresdelgadoec) el

Pasé una hora tomando fotos, contemplando el verde, sorprendiendo a las ardillas y viceversa. La oficina de correos podía esperar. El lugar era demasiado, así que le escribí a mi familia —les compartí mis pixeles— y ellos estuvieron de acuerdo. Para cuando regresé al edificio, ya era hora de nuestro desayuno e inducción. Durante el día fui conociendo al director de mi carrera y a trece de mis quince compañeros, gente que acababa de graduarse y personas con familias y vidas a cuesta, que estaban en la facultad por la midlife crisis.

«Ahora van a hacer dos filas y uno frente al otro van a presentarse en noventa segundos, como se hace en speed dating«.

Nos ponen e parejas y vamos rotando rápidamente, respondiendo preguntas de cualquier primera vez y otras bastante específicas.

«Hola, me llamo Andrés, vengo de Ecuador y creo que la peor política (que ahora mismo se me ocurre) es la española que cobra cada vez más caro por usar energía renovable». «Mi líder mundial favorito es David Suzuki» «He oído muy buenos comentarios sobre el presidente de Guatemala», creo que todos queríamos hacer la misma broma. Raphael es de Suiza, pero su padre es español, Ivana tiene cuatro pasaportes y Fernando viene de México, todos ellos hablan español. Dos chicas vienen de Paquistán. Muchos se graduaron en UBC, todos quieren crear un impacto positivo en el mundo.

CK Choi Building 01.jpg
«CK Choi Building 01» por RRParkerOwn work. Licensed under Public Domain via Commons.

Al finalizar la inducción, el almuerzo y las preguntas, nos dirigimos a un pub bastante hipster a «tomar unas cervezas», la mitad no bebimos pero queríamos seguirnos conociendo. Ahí me entero un poco más de cada uno, sobre el que monta caballo, el ingeniero que fue a trabajar con la ONU tras el Tsunami asiático, la chica que suena con ayudar a los refugiados, los cuatro pasaportes… me empiezo a bolsiquear ¿y mi pasaporte?

Hago memoria y recuerdo que casi olvidé mi permiso de estudios en la primera máquina, que verifiqué haber cerrado sesión en la segunda y haber olvidado el pasaporte en esa máquina. Y las papas fritas no llegaban —de domingo a jueves, sirven merienda en mi residencia—, pido que las empaquen para llevar, me despido y voy al centro de aprendizaje Irving K. Barber, osea la biblioteca. Para ese entonces mi celular no tenía batería y aunque así fuera nadie tenía mi nuevo número. La buena noticia es que finalmente había aprendido la ruta, la mala es que el lugar donde guardan los libros en el segundo piso estaba cerrado. No había nadie en la administración, y empecé a espiar en todas las oficinas abandonadas.

«Excuse me, you look like you need help»

«Sí, olvidé mi pasaporte en la copiadora del segundo piso».

«Oh, tú necesitas un guardia»

«Exacto»

«Mira, están por aquí»

«Ya lo veo»

«Que te vaya bien»

«¡Gracias!»

Le cuento todo, y me dice que no tiene la llave de los objetos perdidos. El «lost and found» donde Joey de Friends encontró un zapato. Le pido que me deje acceder a la copiadora donde dejé mi documento, «puede que todavía esté ahí», le digo. Estamos caminando mientras le explico al guardia, que parece no ser de aquí, qué es un pasaporte. Seguro tiene uno, debe ser que su acento y el mío no se llevan, de repente alguien sale de una oficina y el guardia le grita que se detenga, el chico de chaqueta negra y gafas para al segundo llamado y se da vuelta. «Ya cerramos» —le dice un poco molesto al guardia— «¿qué necesita?». Abro la boca y mientras tomaba aire para responder, el chico me mira y dice «tu pasaporte». Uf, eso estuvo cerca.

Centro de aprendizaje y biblioteca Irving K. Barber

Centro de aprendizaje y biblioteca Irving K. Barberh

Tiempo

Mudarse de casa es ordenar el pasado, lo sabré yo que durante la jornada me ha tocado reorganizar cinco cartones de libros, cuadernos, cartas y copias, muchísimas copias —porque en Ecuador hemos legalizado la piratería de facto—. Les soy sincero, no sé donde poner cada cosa. Tengo un rollo de unos cinco centímetros de radio, son hojas pegadas una tras otra para construir, a pedido de la Dra. Flor Rubio, una línea histórica con los hechos notables que hicieron Ecuador. Está ese libro que encontré en la tienda del colegio, cercenado a la mitad por tener, me dijeron, un pequeño error editorial. Cada una de esas páginas tiene, a cada lado, un pedazo pequeño de cinta scotch, porque un libro partido en dos es libro igual. Tengo también muchos «te quiero», «te amo» y variantes de esa ambigua línea que divide el amor y la amistad, anuarios del colegio, stickers y recuerdos que les habitan.

Prefiero que mi pasado sea menos como una billetera y más como un bolso de mano, donde uno hunde el brazo buscando algo pero saca azarosamente una pelea, una dedicatoria, un proyecto terminado. Que feo debe ser dar vuelta y ver todo ordenado, un ayer muy explícito puede servir de pretexto para seguir en ruta el día de mañana, por eso los árboles esconden sus raíces, para crecer por donde sale el sol y hacer maletas.

Este inventario me duele otro tanto porque, si así lo quiere la entropía, en poco más de un mes me encontraré viajando al Green College de UBC y habré de decidir qué de la vida llevo en el equipaje de mano. Si la foto de ese momento perfecto o la carta que se redescubre en cada lectura, porque uno amanece cada día nuevo. ¿Hay cómo hacerle origami al pasado y meterlo todo en una maleta más pequeña? ¿vale la pena? ¿Qué sería del hombre si pudiera reunir —en un no instante— al bebé, el niño, el hombre y el mayor? Que no sea hipérbole eso de no tener tiempo.

 

Protestas ecuatorianas en un mundo paralelo

La política es póquer. I have a dream… Amamos las emociones fuertes, los discursos apocalípticos o utópicos —extremos opuestos mediados por la realidad— las imágenes que contradicen la realidad, que la curvan. There is no spoon.

Este pensamiento me cautiva, pienso que las actuales protestas son un momento perfecto para curvar cucharas, para desentenderse del deber ser, para jugar.

Imaginemos…

1. Protestantes parkour

Usualmente la plaza grande del centro de Quito, un sitio lleno de casas de piedra y balcones, es rodeada por piquetes de policías que evitan el paso a quienes quieren llegar a quejarse a la casa del presidente de la república.

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Cuán genial sería que, de repente, llegaran un par de docenas de acróbatas y empezaran a saltar las cercas y escalar los muros.

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2. ¿Delitos? de espectáculo público

Hay una serie de cosas que uno no puede hacer en un lugar público, como tener sexo, orinar, defecar —en definitiva la mitad de las necesidades humanas básicas para la supervivencia. Hay otras cosas que no están prohibidas pero son tabú: un beso entre tres hombres, fumar marihuana, hacer graffitis. ¿Cuán propicio podría ser este momento para reírse un poco del curuchupismo de la sociedad?

3. Stand up comedy

Imaginen pararse frente a este piquete de policías, vestido con un taparabo y una lanza y gritar: «¡ESPARTANOS!»

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O enfrentarles vestidos así:

O así

4. Queja contra la propaganda

En Ecuador, se ha decidido «humanizar» al escudo de la policía:

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Pero cuando la policía aplica mano dura, algo así no estaría mal…

5. Máscaras

Seguramente todos están familiarizados con la película V for Vendetta, que inspiró la marcha de las mil máscaras

Imaginen la reacción de la policía si usaran otra máscara más «local»

Captura de pantalla de 2015-07-04 10-41-36

Lo peor que puede pasar es que se porten violentos y esas fotos darán mucho de que hablar.

Lo que vemos quienes alquilamos internet

Conseguí un nuevo trabajo en una de esas empresas que vende el servicio de Internet. Me he vuelto un poco huraño y estar encerrado en una oficina aislado del ruido parece una buena opción, tengo tiempo de sobra para leer y escribir porque mi tarea es bastante pasiva. Sólo tengo que supervisar los registros de cuando la gente se conecta y desconecta a Internet. La pantalla se parece a esta —sólo que no tenemos política de bloqueo y, bueno, la fecha es junio de 2015:

El día de mañana van a capacitarnos sobre la herramienta pero hasta tanto he visto algunas cosas interesantes. La primera es que muchos clientes corporativos, es decir que trabajan en empresas, acceden a páginas porno en horarios de oficina. Las mujeres, fuera de las páginas a las que parece que tienen que acceder por el trabajo, miran sobre todo qué comprar.

Casi todos usan Facebook más que cualquier otra cosa, como cada perfil tiene un usuario distinto, puedo saber los perfiles de quién está visitando un cliente en específico. No sé quien es el cliente al inicio pero hay maneras de averiguarlo. Puedo buscar en el contrato el nombre, la dirección o el número de teléfono registrado para el servicio técnico, pero la persona que paga no es necesariamente la que está navegando, lo mejor es esperar a que suban una foto o algo así para que Facebook «arroje» la URL (la dirección que aparece en la barra de direcciones) de la foto una vez que ha terminado de cargarse, entonces es muy fácil entrar al enlace y ver de quién se trata.

Lo he hecho unas cuatro veces el día de hoy, el tercera era una señora casada que pasa mucho tiempo viendo el perfil de uno de sus compañeros de trabajo (la gente suele poner en Facebook cuál es su empresa). Estoy preocupado por otra persona que anda buscando en Google sobre zimovudina y abacavir, seguramente tiene VIH y, o no puede conseguir la medicación o le da vergüenza ir a la farmacia. También me enteré —wow— que existe una página llamada comosuicidarme.com. Iba a entrar para ver qué es, pero me dio miedo que mi nueva jefe vea eso en su registro y me mande al psiquiatra.

Captura de pantalla de 2015-06-04 14:21:03

También tenemos este juguete llamado IP2Location, que nos dice desde dónde se están conectado los clientes. La verdad es que en la nueva versión del programa de monitoreo es mucho más amigable y nos da la información igual que con los otros datos de arriba. Aquí se ve sólo la ciudad pero realmente la IP —esos cuatro números divididos por puntos— me puede decir exactamente dónde se encuentra una persona. Andre, mi amor, si estás leyendo esto no te preocupes que tu universidad no está dentro de nuestros clientes, ya busqué.

En este video nos enseñan todo lo que podemos hacer, está chévere. Está en inglés pero tiene subtítulos en español que hay que activar en YouTube. Hablan muy rápido así que toca leer más rápido todavía:

Metadatos

El trabajo está muy bien pero yo no quiero que vean lo que hago, así que creo que voy a usar Tor, en mi anterior trabajo lo usaba porque la mayoría de páginas web estaban bloqueadas y Tor me permitía verlas sin ningún problema.

The Onion Router o TOR es un explorador como google chrome, de hecho es una variante de firefox que todo el mundo puede descargar. Utiliza matemática muy avanzada para ocultar tu conexión. No es perfecta, se pueden correr computadoras para descifrar su clave pero hacerlo demoraría entre cinco y diez años, entonces TOR usa este cifrado para conectarse a un «nodo tor» en cualquier lugar del mundo, repite este proceso tres veces —es decir que hay tres capas de cifrado, demasiados años de cálculos hasta para la NSA— y finalmente uno se conecta a la página que buscaba. Si no entrego datos personales a la página donde me conecto puede que jamás averigüen que estuve ahí.

Quizá a los jefes no les guste eso.

La sala

Tengo algunas prisas. Frente a mí está la televisión, desubicada, apuntando 30 grados a mi derecha, en stand-by. Ni ahorra ni se deja gastar, quién habría de inventar semejante desfachatez. Junto a mi falda está el celular, lo tengo boca abajo, bastante desesperante. No ha vibrado pero si al menos la pantalla… Esta computadora en la que escribo, por otro lado, es bastante vieja —una computadora debería reciclarse a eso de los dos años, al menos la batería— el litio está al 27.8% de su capacidad original, tiene una carga de 42% lo que es poco menos de 30 minutos. Me he pasado frente a esta condenada pantalla todo el día, que traduce en mi cuerpo queriendo escapar del sedentarismo impuesto por la obsesión de esperar frente al procesador de texto.

Entre frases, mis dedos reposan sobre las teclas, los pulgares levantados, la cabeza en un vaivén longitudinal, también es hambre, pero quiero seguir escribiendo y levantarme… “¡Mamá! ¿me pelas una naranja?” Ya está. Todo mejor así, el meñique derecho se flexiona cuando vuelvo a la acción.

Nos acabamos de mudar al segundo piso hace un par de meses, los muebles son todos nuevos y los hemos forrado para que la gata no los deje llenos de pelo. Yo estoy sentado en una pieza para cuatro nalgas que mira al televisor y, frente a mí, abajo del stand-by TV, hay una enorme pieza en “L” que permite sentarse a 6 personas.

En la esquina de la sala, entre los dos sillones que conforman la “L” se encuentran todas las botellas de la casa. Aquí casi nadie toma, salvo en fiestas donde mi madre y yo nos replegamos en la meditación y el Internet, respectivamente, mientras Verónica, mi hermana, y Jorge, mi padre, descomponen el mueble para tomar una o dos botellas. Ahí está también un regalo que compré cuando era jóven, en las épocas que no había sueldo. Se trata de una cerámica de barril de cerveza de aproximadamente 15 centímetros de altura y 9 de diámetro en su parte más ancha, con cuatro jarros pintados de la misma textura colgados a su alrededor. “No era de que compres”. Clásica respuesta a todo esfuerzo de complacer a la familia. Bueno, no está mal. “De gana se gasta la plata en eso, mas ni hemos de usar”. Respirar profundo, qué más quedaba. Hasta ahora queda ese mal sabor de boca. Amargura, en fin, acompaña bien a las botellas.

El mueble se levanta unos treinta centímetros del piso e inaugura con un área cuadrada de borde negro, un par de espejos dan la sensación de continuidad al espacio de los tragos, ayudados por una iluminación que sale del rincón más alejado. Sobre las esquinas que dan a los muebles se erigen un par de columnas de estilo griego que sostienen una pieza triangular de madera bastante similar a la caoba. En ella se asientan tres piezas artesanales que juegan con líneas oblicuas concéntricas blancas en un fondo café: un florero, un huevo y un plato cuadrado. A la derecha, un portaretratos digital desconectado con una memoria usb, de momento, desperdiciándose.

Me desentiendo por un momento del texto porque al 10% de batería, el ícono que la representa se ha vaciado. Me avisa la configuración que me quedan 6,4 minutos (sí, con decimales, 24 segundos según mis cálculos). Me han forzado a parar la redacción para ir a enchufar el aparato, de paso termino la naranja que no sé precisamente en qué momento empecé a comer. A mi derecha, la maceta con el bonsai reclama algo de agua, tal vez está hidratado pero ya tiene mi atención, es que soy el dueño.

Existe un cojín para cada asiento, los colores crema y café oscuro acompañan bien al forro tomate chillón que eligieron mis padres. Les gusta posar a los cojines sobre el vértice. Además de los sillones están cuatro sillas, dos de las que teníamos en la vieja casa y dos nuevas (incómodas pero elegantes) que se elaboraron junto con las seis del comedor. Las han ubicado sin criterio alrededor de los sillones, mejor no les cuento. En el centro de la sala, esta una mesita de dos niveles. En el inferior, cuadrado, reposa el mismo camello que teníamos en la antigua sala sobre un vidrio adornado con huellas de la gata. La parte superior, rodea dos laterales de la de vidrio, se compone de madera de dos colores que al converger sostienen un florero con ramajes secos en su interior. Tres, para ser exacto.

Las paredes a mi alrededor son todas blancas, a excepción de aquella que da a la cocina, la cual fue adornada con piedra negra para cascada. Se veía horrible hasta que la lacaron y, desde entonces, se ha convertido en la envidia de todo aquel que nos visita. A mi izquierda, hay un largo ventanal y, pasando la columna, un vidrio esquinero. Por ser la ncohe, los hemos cubierto con largas persianas que logran un cambio de ambiente y combinan bastante bien con la puerta de entrada en el lado opuesto. Por lo pronto hay un cuadro viejo, un papiro enmarcado que nos regaló nuestra prima Gina cuando vino de Egipto, y la estructura metálica que diseñó mi padre, destinada a sostener el casco de mi bicicleta y mi mochila de diario, donde están la bomba, los parches y la bolsa de agua.

Agua… Va siendo hora de regar el bonsai.