Ottawa, 10 de agosto de 2024

Desperté a preparar huevos revueltos en el sartén de acero. Las mitades desiguales de cinco cascarones terminaron en el compostaje porque estaba demasiado dormido para recordar qué iba dónde cuando rompí el primer huevo. Seis claras y siete yemas—uno vino con sorpresa. Sal, pimienta, y un par de cebollines picados. Todo al tazón. Batir, batir, batir. Lanzar agua al sartén. Ver las gotas bailar. Secar el sartén. Hechar aceite, hechar los huevos. Amarcar al crío porque está triste ya que mamá se comió sus masmelos. Encontrar un par de chicles. Reemplazar los masmelos.

Alice me pide jugar a una cosa. Le doy gusto. Quiere jugar otra vez. Le digo que nos vamos al parque con la esperanza de encontrar otros niños con los que ella pueda jugar. Llevo mi mat para poder hacer mi rutina de fisioterapia. Nos terminamos divirtiendo. Mamá llama. Trae un traje de baño. Nos quedamos en el parque unas cuántas horas. Leo self-made man. Compramos papas fritas, coca cola y jerky beef para mí. Gomitas y papas fritas sabor a salsa de tomate para Alice. Jerky beef picante para Andrea. Nos olvidamos de almorzar.

Vamos al mercado por frutas en las bicis. Andre tiene una canasta así que ella va a cargar las compras. Hoy apenas y pongo atención a lo que voy a comprar porque encontré un mango en los estantes de la tienda. El mango aparentemente viene de Israel. Es el mango más hermoso que he visto en toda mi vida. Le digo a la tendedera «voy a pagar esto», ella entiendo que debí haber usado el verbo «comer» y me da una servilleta. No sé que hubiera echo sin esa servilleta.

Horas más tarde en el parque—efectivamente volvimos—una amiga política se alegra de que como mangos «en público». En parte por sus raíces caribeñas y en parte por un molesto episodio con un ex-esposo que no veía eso con muy buenos ojos. «Claro que como mangos en público». Le digo «amiga política» porque no sé que términos debemos usar los padres para referirnos a los padres de los amigos de tu hijo. Creo que amiga política es una buena idea.

Regreso a casa a las cinco porque mi cuerpo sí se acordó que no almorcé. Que bueno es tener comida hecha en casa. Después de leer otro rato, decidí ir al centro comercial a comprar una chompa para lluvia. De camino hablo con una amiga sobre lo decadente del modelo adulto canadiense (palabras suyas, no mías). Consigo una chaqueta semi impermeable de UNIQLO (¿cómo pronuncian eso ustedes?) Pago, quito la etiqueta y me la pongo. Hago una llamada desde mi teléfono nuevo tras confirmar un compromiso previo. Empiezo a caminar hacia el parque.

Soy un niño esperando a su mamá en la fila del supermercado otra vez. Estoy a punto de ser el primero en la fila y voy a tener que decir que soy cinco personas. Cuatro adultos y un niño, pero en ese instante la verdad es que era solo yo. The Tavern es un bar al aire libre que es medianamente popular casi todos los días, pero hoy hay fuegos artificiales y conseguir una mesa es complicado. Mis cálculos fueron correctos y estoy a punto de conseguir mesa a quince minutos de que empiece el espectáculo. Diez minutos antes, somos tres. Llego al comienzo de la fila. Se cae el cielo. ¿Les mencioné que este es un bar al aire libre? La gente se recoge bajo las pocas sombrillas disponibles como pétalos que se cierran al final del día. Todas las mesas están libres pero nadie sabe qué está disponible. Somos cinco, ninguno tiene paraguas. Improvisamos un plan b y nos vamos para casa.

Soy el único que va a pie y llego a casa antes que nadie, pero el resto no tarda en llegar. Les ayudo a subir las bicis, «no se preocupen, igual voy a secar el piso». Aparentemente nadie tiene hambre, pero siempre cae bien un café con chocolate. Saco los platos limpios del lavaplatos, Beatriz se ofrece de voluntaria para llenarlo de platos sucios. Conversamos de nuestra última semana. Preparo el tablero de ajedrez, evado un gambito Smith-Morra. Gano con las piezas negras. Alice quiere jugar. Está cada vez más perspicaz. El día se acaba. Nada extraordinario, pero cuando voy a darle las buenas noches, siento que realmente lo disfruté. Le pido que me recuerde este día en el futuro porque estoy viejo y voy a olvidarlo. Me dice que ella también, que tome nota. Creo que es un buen día para revivir a mi blog.

Figuring

Hace unos días compré Figuring de Maria Popova. Cuando pienso en ella pienso en una fuente tipográfica muy cómoda y en el color amarillo. Su viejo blog, brain pickings, me acompañó por años. Un maridaje super fresco entre ciencia y poesía. Entradas cortas, entre una y tres páginas. Creo que tampoco hubiera tolerado algo más extenso porque de lo bueno poco.

Ser adulto en pleno derecho implica darse los gustos que uno no tuvo de niño. Así que me compré sus libros. El primero sobre una babosa hermafrodita (como todas las babosas) con situs inverso (como casi ninguna). El segundo se llama Figuring. No tenía idea de qué se trataba el libro. Supongo que tengo algo de fe ciega y eso habla bien del mundo.

Muy al estilo del blog, Figuring reseña poéticamente historias de hombres y mujeres de ciencia. Siendo estas últimas más interesantes, sea porque surgieron en adversidad o por decisión, convicción y esmero de la autora. Popova se vale de reseñas históricas y visitas a museos, pero sobre todo de cartas. Cuanta falta hacen ls cartas.

En las primeras cien páginas, Virginia Wolff reflexiona sobre el daño que le ha hecho la fotografía a las letras porque la gente admira los sombreros de los autores sin haber leído al menos uno de sus libros. Vivimos en su Apocalipsis.

Cómo el feminismo ha obligado al padre narcisista a parecer más amable

El narcisismo es un trastorno de personalidad caracterizado por un patrón de grandiosidad, una necesidad constante de admiración y una falta de empatía. La figura del padre narcisista ha sido un tema de interés considerable en la literatura de psicología y autoayuda debido a los efectos perjudiciales que puede tener en la dinámica familiar y en el desarrollo de los hijos. En las últimas décadas, los cambios culturales y el feminismo han tenido un profundo impacto en la sociedad, desafiando los roles de género tradicionales y abogando por relaciones más equitativas y respetuosas. Este cambio social también ha influenciado la forma en que se manifiesta el narcisismo en un contexto familiar, especialmente en lo que se refiere a los padres.

  1. Redefinición de la autoridad: Los movimientos feministas y los cambios culturales han contribuido a una redefinición de los roles de género y de la autoridad en el hogar. Antes, el padre solía ser considerado la máxima autoridad. Los padres narcisistas, con su necesidad de control y admiración, podrían haberse apoyado fuertemente en este modelo. Sin embargo, a medida que estas normas tradicionales han sido desafiadas, los padres narcisistas pueden haber tenido que encontrar nuevas formas de mantener su control y su sentido de importancia. Esto podría manifestarse en formas más sutiles de manipulación, como la manipulación emocional o el gaslighting (hacer que alguien dude de su propia percepción de la realidad). Antiguamente, estos comportamientos podrían haber sido menos reconocidos y por lo tanto, más abiertos.
  2. Mayor énfasis en la emoción: La sociedad actual da gran valor a la empatía, la conexión emocional y la inteligencia emocional en las relaciones. Esta tendencia puede poner en evidencia la falta de empatía característica de los narcisistas. Para adaptarse, los padres narcisistas pueden desarrollar lo que se conoce como «falsedad emocional», es decir, fingir emociones para dar la impresión de empatía y conexión emocional. Esto puede ser especialmente confuso y dañino para los hijos, ya que puede ser difícil discernir la autenticidad de estas emociones.
  3. Mayor participación en la crianza de los hijos: Las normas actuales de la sociedad resaltan la importancia de que los padres se involucren activamente en la crianza de los hijos. Para los padres narcisistas, esto puede ser visto como una oportunidad para recibir más atención y admiración. Podrían intentar controlar y dominar la vida de sus hijos, utilizando sus logros como una forma de realzar su propio ego. Actualmente, esto podría implicar publicar constantemente sobre los logros de sus hijos (para reflejar bien sobre ellos mismos) o retratar una imagen de «familia perfecta». Este tipo de comportamiento no habría sido posible en el pasado.
  4. Tolerancia cero al abuso: El aumento de la conciencia social sobre el abuso ha llevado a una menor tolerancia hacia comportamientos abusivos. Los padres narcisistas pueden verse obligados a adaptar su comportamiento en consecuencia, posiblemente ocultando o disfrazando sus acciones abusivas para evitar la crítica y el rechazo social. Esto podría no haber sido tan común, por ejemplo, en los años 60, cuando los roles de género eran más rígidos y la inteligencia emocional no se valoraba tanto en los hombres.
  5. Valoración de la independencia: El énfasis en la independencia y el desarrollo personal puede ser amenazante para los padres narcisistas, quienes buscan controlar y dominar. Como respuesta, pueden intentar sofisticar sus tácticas de manipulación para mantener el control y la dependencia de sus hijos. Dada la creciente conciencia de los comportamientos tóxicos y abusivos, algunos padres narcisistas pueden haber aprendido a ser más sutiles en su manipulación. Pueden utilizar tácticas como el gaslighting

En la década de 1960, en un entorno machista, un padre narcisista podría haber exhibido comportamientos que reflejaban las normas culturales de ese tiempo, así como los rasgos típicos del narcisismo. Aquí hay algunas maneras en que podría haberse manifestado esto:

  • Autoridad indiscutible: En una sociedad que valoraba y reforzaba la autoridad patriarcal, un padre narcisista probablemente habría asumido el papel de jefe de familia indiscutible. Podría haber demandado obediencia absoluta y respeto de su esposa e hijos.
  • Machismo: En un entorno machista, el padre narcisista podría haber inflado su propia importancia y masculinidad, a menudo a expensas de otros. Este comportamiento puede haber sido reforzado por las normas culturales de ese tiempo.
  • Falta de empatía: Aunque la falta de empatía es un rasgo fundamental del narcisismo, en una sociedad que no esperaba o fomentaba la empatía y la expresión emocional en los hombres, esta falta de empatía podría haber sido aún más pronunciada.
  • Control y dominio: Los padres narcisistas suelen buscar controlar a aquellos que los rodean. En una sociedad machista, un padre narcisista podría haber controlado a su familia mediante la toma de decisiones unilateral, dictando cómo debían comportarse, pensar y sentir.
  • Valoración de los logros: Los padres narcisistas a menudo valoran a los demás, incluidos sus hijos, en función de sus logros. En un entorno machista, podría haber impulsado a sus hijos, particularmente a los hijos varones, a sobresalir y tener éxito como una forma de realzar su propio estatus.
  • Desprecio por la debilidad: En un entorno machista, cualquier signo de debilidad o vulnerabilidad puede ser despreciado. Un padre narcisista puede haber reprimido estos aspectos en sí mismo y en sus hijos, fomentando un ambiente de dureza emocional.
  • Abuso emocional y físico: En una época en la que el abuso era menos entendido y a menudo ignorado, un padre narcisista puede haber utilizado tácticas abusivas abierta y frecuentemente para mantener el control y la autoridad.

Estas son generalizaciones y los comportamientos individuales pueden haber variado ampliamente.

Guía de superpoderes humanos

¿Sabías que cada uno de nosotros podría tener un superpoder oculto? No hablo de volar por los cielos como Superman o de trepar paredes como Spiderman. Hablo de capacidades humanas reales que, en circunstancias especiales, pueden equiparar y hasta superar las proezas de los superhéroes que conocemos y amamos.

Imagínate ser capaz de recordar con claridad cristalina cada libro que has leído, cada conversación que has tenido, cada detalle de cada día, como los droides de Star Wars. O piensa en la posibilidad de ser capaz de «ver» el mundo a tu alrededor sin utilizar tus ojos, usando un sentido similar al ‘Radar Sense’ de Daredevil.

Estos no son meros trucos de la ciencia ficción o fantasías de las páginas de un cómic, son habilidades que personas reales poseen. Sí, los superpoderes existen, y están más cerca de lo que piensas. En este artículo, te invitamos a un viaje fascinante a través de las asombrosas capacidades humanas que desafían lo que creíamos posible y nos hacen preguntarnos: ¿somos todos un poco superhumanos?

Tocar el sonido

Cuando el peligro acecha y el estrés se intensifica, el cuerpo humano responde con una alquimia sorprendente. Se dispara la «respuesta de lucha o huida», una cascada de reacciones bioquímicas que agudiza nuestros sentidos, nos inunda con adrenalina, acelera el ritmo cardíaco y disminuye la percepción del dolor. En estos momentos de intensidad extrema, experimentamos el mundo con una claridad y velocidad asombrosas, como si nuestros sentidos se hubieran despertado a un nivel sobrehumano.

Sin embargo, algunas personas excepcionales parecen vivir en este estado de conciencia agudizada todo el tiempo. Poseen lo que se conoce como «hipersensibilidad», una amplificación natural de los sentidos que hace que el mundo se muestre en colores más brillantes, sonidos más resonantes y olores más intensos. Para ellos, la vida se vive a través de una lente de aumento sensorial.

En el reino del gusto, uno de estos individuos excepcionales es Francois Chartier. Este sommelier canadiense, autor del revelador libro «Taste Buds and Molecules», posee un paladar tan refinado que ha logrado mapear las interacciones moleculares entre distintos alimentos y vinos. Su extraordinaria capacidad para discernir sabores y aromas ha revolucionado el mundo de la gastronomía y la sommellerie.

Cuando hablamos de la audición, nos encontramos con la inigualable Evelyn Glennie. Esta galardonada percusionista británica, a pesar de ser sorda, ha cultivado una sensibilidad táctil fenomenal que le permite «escuchar» los sonidos a través de las vibraciones que siente en su cuerpo. Su asombrosa adaptación sensorial la ha catapultado a una exitosa carrera como músico profesional, demostrando que los límites de nuestros sentidos son solo tan restringidos como permitamos que sean.

Leer la mente el corazón

En el mundo de los superpoderes humanos, la hiperempatía es posiblemente una de las más fascinantes y enigmáticas. Aquellos con hiperempatía poseen una capacidad extraordinaria para sintonizar con las emociones, sentimientos y experiencias de los demás, a menudo al punto de sentir estas emociones ellos mismos. Es como si tuvieran una conexión invisible y profundamente arraigada con las personas que les rodean, permitiéndoles experimentar el mundo a través de los ojos, los corazones y las mentes de los demás.

Un ejemplo viviente de esta asombrosa capacidad es la del Dr. Joel Salinas, un neurólogo y psiquiatra de la Escuela de Medicina de Harvard. Salinas tiene una condición llamada sinestesia de espejo táctil, una forma de hiperempatía que le permite sentir físicamente las sensaciones de los demás. Cuando ve a alguien ser tocado, siente el toque en su propio cuerpo; cuando ve a alguien sufrir, siente su dolor. Aunque esta habilidad ha presentado desafíos, también ha fortalecido su conexión con sus pacientes, permitiéndole entenderlos y atenderlos de manera más profunda y empática.

En el mundo de la ficción, la hiperempatía se asemeja a las habilidades del personaje de Star Trek, Deanna Troi, una empatática que puede percibir las emociones de los demás. Sin embargo, en la vida real, la hiperempatía no se trata simplemente de «leer» emociones: es una experiencia profunda y a menudo física de compartir las alegrías, los dolores, las esperanzas y los miedos de los demás.

Un dato curioso y científico: estudios recientes en neurociencia han sugerido que todos podemos tener una capacidad innata para la empatía, gracias a las neuronas espejo. Estas células cerebrales se activan tanto cuando realizamos una acción como cuando observamos a alguien más realizar la misma acción. Se cree que estas neuronas nos ayudan a entender y compartir las emociones y experiencias de los demás. En las personas con hiperempatía, se teoriza que estas neuronas espejo podrían estar funcionando a una velocidad superior a la media, creando una sensibilidad emocional intensificada.

¿Batman o Daredevil?

Imagina poder ‘ver’ a través de los sonidos, en una forma similar a como lo hacen los murciélagos o los delfines. Este es el extraordinario superpoder de la ecolocalización humana. Algunas personas, en particular aquellas con discapacidades visuales, han perfeccionado la habilidad de interpretar los ecos de los sonidos que producen (como clics con la lengua) para navegar por su entorno. Un ejemplo notable es Daniel Kish, quien, a pesar de ser ciego desde la infancia, utiliza la ecolocalización para navegar el mundo. La habilidad más impresionante de Daniel Kish con la ecolocalización, posiblemente, sea su capacidad para montar en bicicleta en medio del tráfico de la ciudad. A pesar de la ausencia de vista, Kish puede detectar autos, árboles, edificios y otros obstáculos simplemente interpretando los ecos de los clics que hace con su lengua. Esta habilidad le permite navegar con confianza y precisión a través de entornos urbanos ocupados, un logro que pocos podrían imaginar.

Su destreza es tan asombrosa que ha llevado a algunas comparaciones con Daredevil, el superhéroe de los cómics de Marvel que, a pesar de su ceguera, lucha contra el crimen en la ciudad gracias a sus otros sentidos agudizados. Sin embargo, a diferencia de Daredevil, las habilidades de Kish no provienen de un accidente químico sino de años de práctica y adaptación a su entorno. La historia de Kish es una prueba viviente de cómo la adaptabilidad humana puede superar incluso los desafíos más difíciles, y cómo a veces, en la vida real, no necesitamos superpoderes para convertirnos en héroes.

¿Inteligencia artificial para humanos? No es lo que estás pensando

La ciencia ha demostrado que el cerebro humano es una entidad increíblemente adaptable y moldeable, un fenómeno conocido como plasticidad cerebral. Esta plasticidad es lo que nos permite aprender y adaptarnos a nuevas situaciones y habilidades. Aunque todos poseemos este asombroso «superpoder», los científicos han descubierto formas de inducir y acelerar esta capacidad de adaptación, dando lugar a habilidades que podríamos considerar como «superpoderes».

Un ejemplo de este tipo de habilidades inducidas es el uso de la estimulación transcraneal por corriente directa (tDCS). La tDCS es una técnica de neuroestimulación no invasiva en la que se aplica una corriente eléctrica de baja intensidad al cuero cabelludo para aumentar la actividad cerebral. Esta técnica se ha utilizado experimentalmente para mejorar habilidades como la memoria, la concentración y el aprendizaje de nuevas habilidades, e incluso para aliviar los síntomas de ciertas condiciones neurológicas.

En el Instituto de Neurociencia Cognitiva de la Universidad College London, por ejemplo, se realizó un estudio en el que se utilizó tDCS para mejorar la capacidad de los participantes para aprender un nuevo código de morse. Los resultados mostraron que aquellos que recibieron la tDCS aprendieron el código de morse significativamente más rápido que aquellos que no la recibieron. Estas técnicas parecen sacadas de una película de ciencia ficción, recordándonos al Profesor Xavier de los X-Men, quien utiliza una máquina llamada Cerebro para potenciar sus habilidades psíquicas. Pero, a diferencia de la ciencia ficción, estas técnicas están basadas en la ciencia real y tienen un potencial considerable para mejorar nuestras habilidades y cambiar nuestras vidas de maneras que antes solo podíamos imaginar.

De manera similar, en la Universidad de Wisconsin-Madison, los científicos han estado experimentando con una técnica llamada estimulación magnética transcraneal (TMS) para aumentar la creatividad. Los participantes que recibieron TMS mostraron una mayor capacidad para resolver problemas de manera creativa en comparación con los participantes del grupo de control. Intrigantemente, la estimulación transcraneal por corriente directa no solo tiene el poder de mejorar nuestras habilidades, sino también de inhibirlas. En el mismo estudio del código morse, los investigadores descubrieron que podían ralentizar el proceso de aprendizaje ajustando la corriente en una dirección diferente. Esto nos lleva a reflexionar, en tono juguetón, que si bien algunos pueden usar estas técnicas para convertirse en ‘superhéroes’ cognitivos, otros, con intenciones más perversas, podrían emplearlas para sembrar el caos, al estilo de los ‘supervillanos’ en las historias de cómic.

 

Demasiado honesto

Problemas

Si puedo rastrear los problemas más grandes que he tenido en la vida a una sola cosa es esa: soy demasiado honesto. Ya no estoy en edad de pensar que esa es una virtud pura. Toda cualidad tiene su lado oscuro. La terquedad es la gemela malvada de la tenacidad. El generoso casi siempre peca de ingenuo. Y el honesto escribe en su blog sobre cómo obsesionarse con la verdad te causan estrés postraumático e inestabilidad laboral. ¿Ejemplos concretos? Cuando tenía 29 años trabajaba para el gobierno y publicaba en prensa sobre el espionaje del gobierno. No solo lo denunciaba, sino que me mofaba en público de su incompetencia. Ya todos sabemos cómo terminó eso.

A menudo lo he descrito como quemar puentes. Y no piensen que es algo de lo que me siento orgulloso, a menudo esos puentes cayeron antes que los pueda cruzar. Jamás he podido disimular el descontento con mis jefes. De hecho, creo que hago un esfuerzo por dejar lo más claro posible cuál es mi postura. Resisto con exceso si es que algo me parece inaceptable. Siempre habrán dos versiones de esos encontrones (aún prefiero la mía), pero hoy me pregunto: ¿por qué?

Salir de un puesto en el sector público implica muchas cosas. A menudo, estás obligado a presentar un informe de fin de gestión. Escribir esas líneas tras mi despido del ministerio de salud pública me dio tanta satisfacción. Comparar mi rendimiento con el de todos los demás era la mejor respuesta que pude dar a las personas que decidieron que era el prescindible. Si repitiera ese ejercicio con cada uno de mis trabajos, me pasaría algo similar. Trabajar conmigo tiene ventajas. Identifico desafíos institucionales, oportunidades de mejora. A menudo, soy tan curioso que puedo aprender e implementar sistemas nuevos (en la UTE, por ejemplo, implementé Open Journal Systems y REDCap). Si no sé algo, aprenderé y si aprendo algo me gusta compartir con mis compañeros de trabajo. Sin embargo, me siguen despidiendo. A veces, no me despiden, pero la tensión crece tanto que prefiero renunciar preventivamente.

El incidente

Pero siendo honestos, no logro entender del todo porque me enojo tanto con mis jefes. De hecho, jamás pensé que fuera importante hasta hoy cuando escuché Thinking about work. En esta entrevista, Alain de Botton dice que nuestras reacciones viscerales reflejan experiencias de nuestra infancia. Adoptando ese concepto, pareciera que me enojo con mis jefes cuando se portan igual que mis papás (o algún otro personaje no macabro de mi infancia). Entonces he pasado este último par de horas pensando en las cosas tan terribles que pasaban en mi casa. Lo único en lo que puedo pensar es el episodio de la pasta de dientes. Papá inisitía en que aplastemos la base de la pasta. Mi papá fue, es y será vehemente. Entonces un día, yo entré al baño y encontré el tubo de colgate aplastado por la mitad. No recuerdo qué dije, pero pusé el grito en el cielo. Toda mi familia estaba en el baño mientras yo mostraba la evidencia del delito gritando ¡¿QUIÉN FUE?!

 

Obviamente regresé a ver a mi hermana. La más inmadura de la familia (jeje, te quiero ñaña). Pero ella meneó la cabeza y su cabello agarrado en cola diciendo que no. Y bueno, ¿qué esperaba yo? A veces mentíamos un poco para escapar de esas circunstancias. Pero dudé y regresé a ver a mi mamá. Ya no recuerdo su cara, pero seguro estaba más confundida que los extranjeros tratando de cruzar el paso zebra entre el parque La Carolina y el Mall el Jardín. En todo caso, seguro mamá se olvidó o mi hermana mintió.
Estaba a punto de darme por vencido y hacer nota mental de guardar medio rencor hacia cada una de ellas (por si acaso) cuando una voz masculina paralizó la escena. «Yo fui».

Creo que jamás en la vida me sentí tan indignado por algo tan insignificante. Ni cuando mi ex me confesó que me había sido infiel (hola, Kata, espero esté todo bien). Pero el hecho de que mi papá insistiera tanto en mantener la disciplina para luego romperla me superaba. Por supuesto, estoy partido de la risa mientras escribo eso. Pero sinceramente no se me ocurre una mejor historia. Y no quise dejar pasar la oportunidad de deshilar mi teoría de que no puedo mantener un buen trabajo porque mi papá aplastó la pasta colgate por la mitad.

Mijito, haga caso

Pero siendo un poco más serio, creo que sí hay algo que marcó mi infancia lo suficiente para dejarme este terrible defecto. No tiene mucho que ver con la honestidad sino con algo peor: necesito que la gente me haga caso. Hacer caso no porque mi autoestima dependa del número de visitas (también soy eso: por favor, suscríbanse a mi canal de YouTube y síganme en Twitter e Instagram). Cuando digo «háganme caso», quiero decir obedézcanme. En el peor de los casos, quiero que al menos me den la razón.

Acá sí hay varias historias que se repiten una y otra vez. Yo tratando de entrometerme en una conversación adulta. Los adultos mirándose unos a otros. Mamá llevándome a un lado diciendo que los deje hablar. Por supuesto, tampoco recuerdo qué dije, pero dado el contexto seguro que no era nada brillante. El problema no era tanto que mis argumentos eran disparatados (al menos, nunca tendré esa certeza), sino que nadie discutía conmigo. Nadie escuchaba mis ideas y me explicaba porque estaban mal. Simplemente mi opinión no era válida por defecto. Porque era niño. Sufrí lo que los gringos conocen como ageism y que tristemente no tiene una traducción bacana. ¿Edadismo? Ser discriminado por el simple hecho de que eres de otra edad.

No les miento cuando les digo que esperaba con ansias la siguiente etapa de mi vida para dejar eso atrás. Esperaba que al llegar al colegio las cosas cambiaran. Luego, que mi voz sea aceptable al llegar a la mayoría de edad. Eventualmente, me di por vencido. Si la edad no era el problema (porque la gente seguía sin hacerme caso), podía solucionarlo todo con un diploma. Cuando realmente pensé qué quería «ser de grande». No me pregunté quiénes ganan mejores sueldos, cuáles eran mis aptitudes o cómo se vería mi día a día en la profesión. La única pregunta que me hice fue: ¿cuál es la profesión más respetable a quien la gente tiene que escuchar? Y así, amigos míos, es como terminé estudiando medicina.

Medicina basada en evidencia

“Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.”
Juan 8:32

Realmente disfruté la primera mitad de mi carrera (cuando primaba el contenido estructurado sobre la resolución de casos). El señor decano —que tenía el mismo efecto en nosotros que Wilson Fisk en el universo del hombre araña— se convirtió obviamente en mi punto de referencia. ¿Cómo? Pues dictaba la cátedra de medicina basada en evidencia (MBE). La MBE desterraba la visión del médico idealizado (¡mierda!) por el uso «consciente, juicioso y explícito de la mejor certeza científica«. En este punto de mi vida, no debería asombrarle a nadie que me haya inscrito en un doctorado de epidemiología y salud pública. ¿Saben lo satisfactorio que es para mí publicar un artículo científico? Tengo nueve artículos en Scopus, y tres los he publicado solo (lo cual es algo no imposible pero un poco raro). ¿Saben qué hago cuando quiero subirme el ánimo? Revisar mis citaciones en Google Scholar. La cantidad de veces que alguien menciona mi nombre como voz autoritaria (118, por si se lo preguntaban).

Mi obsesión con la verdad y con ser honesto se conecta con un viejo adagio que he escuchado desde niño: «Al final, la verdad siempre prevalece». Si mi voz se ciñe a los hechos, casi siempre tendré la razón y, eventualmente, la gente me hará caso. Y si no, tendré el disgusto de abofetearles un «te dije».

Zanahorias y palos

Otra de las cosas que me molesta demasiado es que me impongan condiciones absurdas. Por ejemplo, estallé cuando uno de mis exjefes me dijo «puede ir [a una conferencia científica] si termina la presentación» con la que me pidió ayuda. Sencillamente exploté. ¿Por qué? Mentiría si dijera que mis padres me tenían esclavizado. No recuerdo que debiera hacer cosas para que me den permiso. Fui un niño mimado. Lo que sí recuerdo es que estaba metafóricamente atado a otros niños de mi misma edad. Por ejemplo, cuando fui a mi primer curso de guitarra, aprendí bastante rápido y quise seguir avanzando solo. Lamentablemente, no iba al curso solo sino que fueron mi prima y mi hermana (sé que suena horrible, pero quiero ser transparente sobre este «trauma»). Quizá mis papás y tíos no podían pagar demasiado, pero el punto es que no podía avanzar a los próximos ejercicios. Tenía que sentarme en el aula a esperar que otras personas se igualaran.

Lo mismo sucedió en mi primera prueba de ascenso de taekowndo. Estoy seguro que me debían haber ascendido directamente a cinturón amarillo con puntas azules, pero mis papás querían que mi hermana y yo estuviéramos en la misma clase. Nada de esto puede ser verificado. Incluso puede que fuera mentira, pero yo internalicé esas experiencias. Era extremadamente frustrante. No sé si eso explique por qué exploté cuando me pidieron que haga una tarea que no me gustaba como condición a hacer otra que me importaba. Lo más inapropiado del tema es que usé la profesión de mamá como insulto. «No soy su secretaria».

Ética laboral

¿Por qué les cuento esto? En parte porque es terapia. Pero en la práctica, un buen ambiente laboral necesita este tipo de honestidad. De aproximarnos al trabajo conscientes de nuestros defectos. No les digo que son cosas que voy a soltar en la primera entrevista, pero creo que sí compartiré algunos detalles una vez firmado el contrato. A menudo escuchamos hablar de honestidad intelectual, pero la honestidad emocional también es relevante. Me aterra pensar que, en un futuro, mis ingresos y prestigios dependerán de mi capacidad para escribir grants. ¿Cómo me voy a sentir cada vez que alguien rechace mis aplicaciones? Como ese niño de seis años preguntándose por qué no le hacen caso. Quizá por eso me encantan tanto las labores editoriales. ¿Qué puede ser más bonito que decirle a otra persona que no puede escribir una frase como ella quiere sino como la quiero yo? Sí, hay gente a la que le pagan por eso. Quizá el mejor trabajo sea aquel donde brillemos por nuestros mejores defectos.