Siete herramientas para bajar de peso

En una publicación previa hablé de mi proceso de reconstitución física: perdí 25 libras y también reduje significativamente mi porcentaje de grasa corporal. Aquí les voy compartir más detalles sobre mi proceso, específicamente ¿qué cambios tuve que realizar en mi cotidianidad y cuánto me costaron? (Los precios los he obtenido de mercado libre Ecuador para ajustar un poco el contexto).

Registro de calorías

La única forma segura de bajar de peso es ingerir menos calorias de las que gastamos. Pero tener esta certeza requiere que apliquemos una habilidad que aprendemos antes de entrar a la escuela: contar. Y la manera más sencilla de contar las calorías es:

  1. Pesar todo lo que comemos; y
  2. Usar un software que transforme el peso en calorías.

Mi primera inversión fue una balanza de cocina (precio aproximado: $10) que sirve para pesar absolutamente todo lo que como. Mi segunda compra fue la aplicación gratuita de MyFitnessPal. No estoy seguro de si también es gratuita en Android, pero en Apple puedo usarla sin tener que pagar (se quedan con mi información y debo aguantar su publicidad, pero ya está). En todo caso, si esa aplicación no les funciona, usen cualquier otra alternativa que puedan instalar. En la segunda sección de este enlace hay varias opciones.

Registro de peso

El registro de peso lo utilizo por dos razones. La primera es que permite ver claramente tu progreso. La segunda es que te permite calcular tu gasto energético (las calorías que consumes). Es irónico lo mucho que este paso se parece al anterior. Para contar las calorías que gasto, necesité:

  1. Pesarme todas las mañanas después de ir al baño (idealmente sin usar ropa)
  2. Usar un software que transforme mi cambio de peso en gasto energético.

Una báscula digital medianamente precisa cuesta cerca de $20. Y el software que calcula tu gasto energético de forma dinámica me cuesta $50 (uso la hoja de cálculo que viene con el programa de built with science). Lamentablemente, no he podido encontrar un sustituto gratuito en línea. Sé que podría descifrar las fórmulas exactas, pero no sé en qué punto estaría cruzando el límite entre investigación y plagio.

Suplementos

Uno de los retos más grandes de comer adecuadamente es consumir suficiente proteína. Mi sustituto ideal fue la proteína de suero de leche, mejor conocida como whey. No sé qué tipos ni calidad de whey existan en Ecuador (si hay que poner un poco de cuidado en eso), pero creo que el costo aproximado es de $90 las 5 libras. Suena bastante, pero es suficiente para dos meses o un poco más (con 30 gramos diarios).

No consumo ningún otro suplemento, sino que he modificado las cosas que compro en el supermercado para optimizar aquellas que:

  • Tienen mayor proporción de proteína;
  • Me gustan; y
  • Me dan mayor sensación de saciedad.

Ejercicio

He comprado algunas cosas para iniciar el entretamiento. Las dos más útiles por mucho fueron:

  1. Un set de pesas de 30 libras que he utilizado todas las semanas desde que empecé con esto ($150); y
  2. Una barra que cuelgo en el marco de una de mis puertas ($15) y sirve para hacer «tracción en barra fija».

Otras cosas que uso esporádicamente son las bandas de resistencia (sobre todo para hacer estiramiento antes de ejercitar) y unos cubos de yoga que incrementan el rango de las flexiones de pecho.

Logros y fracasos 2020

¿Quién no ama a los buenos creadores de contenido? Mark Robson es mi descubrimiento de este año. He devorado sus videos sobre ciencia y lo admiro porque sé que estoy viejo y descarrilado como para emularlo. Hoy vi su charla TEDx donde habla de el «efecto Super Mario.» En resumen, la charla nos recuerda que los videojuegos son geniales porque nos permiten fallar mil veces hasta conseguir ser buenos en algo. Cuando conversábamos en el recreo —cuenta Mark— no hablábamos sobre los pozos en los que caíste o las vidas que fallaste, sino que nos preguntábamos «¿qué tan lejos llegaste?». Por eso, ahora que cerramos el año, quiero hacer un recuento de mis logros, pero también de mis fracasos.

Logros

Aprobar todas las clases requeridas para el doctorado

Hay muchos minilogros encerrados dentro de este. Para empezar, ¡estoy haciendo un doctorado! A menudo, la gente que trabaja haciendo ciencia habla del síndrome del impostor. Sentir que no mereces lo que estipula tu contrato, el reconocimiento respectivo o el sueldo. Ese definitivamente era mi caso, durante un buen tiempo trabajé haciendo investigación sin haber tenido la educación adecuada. «Echando a perder se aprende». El hecho de poder estudiar metodología de la investigación, de manejar R, de poder realizar análisis que me parecían incursiones en la Matrix es definitivamente uno de los logros más satisfactorios de este año. Mi última clase fue increíble. Escribí un artículo científico empezando desde nada en menos de tres meses. Todos los que estuvimos en la clase la sudamos, pero sí que valió la pena. Ayer, recibí la calificación de mi manuscrito y el total del curso. Aprobé. Y esa fue la última clase obligatoria.

phoebe corriendoYa no ser gordito

Mi cuñada siempre dice que siempre me verá como una foca blanca y gorda. Porque ese era yo hasta junio de este año. Escribí largo y tendido al respecto, así que no voy a repetirme. Pero puedo decir que no sabía cuanto extrañaba ser liviando. La primera vez que vine a Vancouver no había pandemia, la ciudad se presta para el turismo porque el transporte público es perfecto y el pase mensual viene incluído en la matrícula. Siempre estaba a la cola del grupo. Caminaba lento. Y cuando veía alguien en pantaloneta me parecía detestable: «odio trotar». Lo decía sin empacho. Ahora, si tengo que salir me entran ganas de correr, es algo que no sentía desde niño. Y corro, porque si bien he sido vago siempre, jamás me ha dado vergüenza.

Publicar tres artículos científicos

Esto es puro karma. Dos de estos tres artículos empezaron a escribirse en 2017, pero este año pasaron las últimas etapas de revisión y fueron publicados:

El tercer artículo también es una revisión. Pude escribir este tercer artículo solo gracias a lo mucho que aprendí en la elaboración de los artículos previos. Mi revisión del efecto del uso del celular en la presión arterial se publicó en Hypertension Research en la sección de correspondencia.

Fracasos

Bueno, ahora sí vamos con lo divertido. Mucha gente no expone sus fracasos. Y no tenemos porque fijarnos en eso. Estoy de acuerdo con Mark Robson, no es el tipo de mentalidad que queremos. Al mismo tiempo, quiero compartirles mis desgracias, para que vean que no todo es color de rosa. También me llevo decepciones que arrastro como recordatorios de que «no soy tan bueno como merezco», porque para eso estamos entrenados. Así que les cuento:

La beca Vanier

Vivir en Canadá es extremadamente caro. Y si estoy libre de deudas ha sido por trabajo, pero también por la generosidad de otras personas. Eso incluye a mi familia, al gobierno de Canadá, a la Universidad y a la ayuda de varias personas que canalizan recursos a estudiantes como yo. Sin embargo, la vida aprieta. Por eso, decidí aplicar a la beca Vanier. Sin dar mayor detalles, es una beca para estudiantes de doctorado. Mi propuesta fue seleccionada en mi escuela, pero no en la universidad. Y así se acabaron mis sueños de ser pudiente (la mayoría de becas se obtienen únicamente durante los dos primeros años).

Mi carrera de YouTuber

Este año también decidí cancelar mi carrera de booktuber. Sigo creando videos en mi canal, pero ya con poca expectativa. No esperaba una explosión de visitas ni ser famoso. Desde que los monopolios manipulan los organismos, el crecimiento auténticamente orgánico se ha vuelto un mito. Pero quería poder conversar con otras personas sobre lecturas y personajes. YouTube se ha transformado en un espacio donde siempre decimos «¡hey suscríbete! Da click a la campanita y déjame tu comentario» por el solo hecho de que son marcadores de éxito. Pero no nos damos cuenta que nuestra necesidad de utilizar redes sociales es producto de un deseo profundo de conectarnos genuinamente con otras personas. Y eso rara vez se produce sin diálogo. Textos extensos. Discusiones sostenidas. He vuelto a ser el creador caótico de siempre que escribe en dos idiomas, sin una audiencia y perdido en varios temas. También abrí una cuenta para que realicen donaciones (para eso es la tazita que ven en este blog). Me emocioné tanto con la primera donación del 2020. Bueno, también fue la última donación del 2020.

Las cartas al editor

Una de las cosas más bonitas de la ciencia es que uno puede joder cuanto quiera. Uno publica artículos científicos para someterlos al escrutinio de otros investigadores. Antes de publicarse, los artículos son revisados por pares, pero después de publicarse, los científicos hacen observaciones mediante cartas al editor de la revista. De hecho, la primera vez que publiqué algo en una revista importante fue en este formato. Este año, intenté hacer lo mismo en dos ocasiones. Sin embargo, los editores consideraron que no había suficiente mérito en mis críticas o que sus revistas necesitaban más que méritos: nuevos datos. Esto es bastante cuestionable así. No sé quien tiene la razón, pero realmente no importa. Esas cartas se escribieron pero no se publicaron. Y así, se suman a la lista de fracasos.

Docencia

No recuerdo a cuántos trabajos he aplicado, pero créanme que la gente aquí no se pelea por tenerme. Ni asombra ni me duele. Sin embargo, progresar en la academia exige haber dado ciertos pasos. Ser asistente de cátedra es uno de esos. He aplicado a este tipo específico de trabajo desde la maestría. Pero puse especial énfasis en el doctorado. No tuve mucho éxito. Perdón. No tuve ningún éxito. Pero bueno, dicen que el que persevera insiste y, si todo va bien, seré asistente de catedra en un seminario que empieza dentro de tres semanas, pero eso será un logro para 2021.

 

Este último párrafo me deja una lección clara, que es la misma con la que empecé este texto. En pocos años, nadie se acordará del trabajo que no conseguí en 2020, sino del que conseguí en 2021. Nadie sabrá que no obtuve una beca sino que me gradué del doctorado. Denle a sus fracasos la misma importancia que a su historial de navegación, intenten de nuevo y sumen lo que puedan. Fracasar es feo, pero no hay nada peor que la parálisis. Sigue adelante.

¡Tengo un vlog! (con v de video)

Como muchos de ustedes saben, hace tiempo empecé a crear contenido en YouTube, pero me sentí atrapado por el formato y volví a lo que sé hacer mejor: subir cosas sin planificación alguna. Me motiva en parte las ganas de dejar algo de mi espontaneidad en internet, aunque también es cierto que el doctorado me ha dejado sin tiempo.

El día de hoy hice el video más aleatorio que se me pueda ocurrir en unos pocos minutos de tiempo libre y la verdad me da vergüenza compartir estas cosas. Por eso las comparto, porque creo que ser vulnerables nos permite decir. En síntesis, es una reacción a un video sobre James Randi, un poco de la experiencia de ser escéptico y lo que describo como mi postura ética para ser feliz. Suena estúpido, pero de antemano les dije que me da vergüenza, Acabé el video y lo subí, pero después me pregunté si hacer videos como ateo sería algo que les interesaría a mis suscriptores. Mucha gente ve a los ateos como gente que ha sufrido mucho, que está vacía, que tiene maldad en su interior, o una combinación de todo. ¿Qué tanto de verdad creen que haya en eso? ¿Les interesaría explorar la personalidad de un video a través de vlogs como este? Si quieren ayudarme contestando estas preguntas les estaría agradecido.

Aquí el video:

Momentos favoritos con papá

Decirle a papá que no me quiere

¿Ustedes tuvieron crisis de adolescencia? Yo sí. Hubo una época en que me dio por provocar reuniones familiares a la hora de la cena. Nos sentábamos en la misma mesa que aparece en todas las fotos de cumpleaños, las cortinas cafés de fondo y una lámpara cubierta de tela colgada desde el techo, ubicada a casi un metro, como en una mesa de billar.

—¡Tú no me quieres!
—Claro que te quiero.
—A ver, demuéstrame, dime una sola cosa que hayas hecho para demostrar que me quieres.

Papá no es bueno con las palabras. Mejor dicho, es súper bueno, de vez en cuando la gente me pregunta de donde saco mi lenguaje rebuscado. La verdad es que papá habla así. Es bueno con las palabras, pero rara vez las usa. Mi mamá siempre trató de convencerme que sea más así. «Fíjate como tu papá siempre está callado, pero cuando habla todo el mundo se queda admirado de lo que dice». Digamos que papá economiza palabras. Entonces sacarle alguna explicación incómoda rayaba en la tortura. Ahora que soy padre, me imagino lo escabroso que fue tener esa conversación que leen arriba.

Pero papá tenía la respuesta y me la dijo. Y mamá tenía razón, me dejó callado. Me hizo reevaluar todo mi sesgo de un papá carente de afecto. Papá demostraba su afecto cuando estábamos acostoados viendo tele, estiraba el brazo y me acariciaba de forma casi imperceptible. El gesto era pequeño pero lo había repetido tantas veces que incluso hoy su recuerdo me saca una sonrisa.

Ver a papá ser abuelo

La primera vez tuve que preguntar directamente, pero los mimos de papá hacia mi hija fueron su confesión de parte. Nunca había visto tantas sonrisas, tanto cuidado, tanta anticipación. Cuando anunciamos nuestro embarazo, mamá se puso nerviosa, pero papá no. Sonreía, desde el primer momento sonreía y ahora mismo creo que nació para sencillamente ser abuelo. Ese abuelo fue mi papá. Y aunque no tengo recuerdos, tengo esta certeza de que fuimos inmensamente felices ese tiempo.

Jugar billar con papá

Desde la primera vez que fuimos a la casa del «Boli» en el Condado. Cada vez que podíamos apropiarnos de las mesas en las hosterías por vacaciones. Cuando finalmente tuvimos agujeros en la casa y podíamos subir a la terraza cada noche a aprender las reglas de algo que no fuera billar ecuatoriano. Cuando estoy triste, diera todo por poder subir las gradas y chocar una bola contra otra. Sé que papá estaría conmigo pocos minutos después.

Ir a comprar pan con papá

Crecer es la magia de experimentar algo por primera vez. Es estúpido, pero la primera vez que papá me encargó sostener las dos leches vita en el viaje de regreso fue una experiencia increíble. Sentarse finalmente en el asiento de mamá, recibir la funda caliente que tenía que estar abierta porque el pan acababa de salir del horno. «Dos injertos, dos redondos, dos biscochos» o «cuatro labrados y dos cachitos». Salir de noche en auto, aunque sea para manejar esas tres cuadras. Mover la barilla y subir la puerta lanfor. Trabar el garage pero sin usar candado, porque regresábamos en diez minutos. Tantas experiencias pendejas que son tan emocionantes las primeras veces. Papá y yo no hablábamos, hacíamos. Por eso la distancia es dolorosa. Porque hay cosas que las videollamadas nunca podrán solucionar.

Hornear pan con papá

Primero en Sangolquí y luego en Guayllabamba. Sentarnos todos a la mesa, esperar que leude la mezcla. Encender la leña y esperar que amaine el fuego. Papá cubierto con mitones ennegrecidos por años de hacer lo mismo cada 365 días. Latas negras. Piedras negras. Hollín que ha calado en las grietas de los techos de paja y madera. Papá sudando con una pala de madera larga como un limpiador de piscinas. La familia paseando por los sembríos. Años atrás, divirtiéndonos entre maizales. Arrancando la caña y chupando algo de azúcar de choclo en el mejor de los años. Papá pidiendo que le guarden llorones porque son sus panes favoritos.

Ver nuevamente a papá

Otra vez y siempre, apenas acabe la pandemia.

El estudiante modelo

Rara vez tuve problemas de conducta durante mis primeros años de escuela. Me portaba tan bien que los profesores castigaban a toda la clase, excepto a mí. Objetivamente, era el estudiante mejor comportado y el que tenía las mejores notas. Siempre ponía atención, apuntaba todo, sabía todas las respuestas. Todo era perfecto hasta que un día decidí no poner atención. Era una clase de inglés de quinto grado y desvié mi atención de la profesora a uno de mis compañeros. No tengo idea de qué me entretuvo, pero aún recuerdo lo que sucedió después. La profesora me preguntó algo porque no estaba poniendo atención. No supe la respuesta. Y ella me preguntó con profunda admiración «¿qué te pasó?» Y ese fue el evento más desagradable durante mis años de escuela. Sí, fui el estudiante modelo.

Les cuento esto para que sepan por qué esperaron hasta el sexto grado para llamarme al psicólogo. Sencillamente nunca di motivo. No fui sino hasta la evaluación colectiva previa a la graduación. La psicóloga fue muy amable. Mis padres estaban allí. Tengo vagos recuerdos de lo que sucedió en la reunión, recuerdo que conversamos sobre el contraste entre mi comportamiento en la escuela y lo inquieto que era en la casa. Al final de la sesión, la psicóloga me dijo que debía dejar de separar ambos mundos y tratar de divertirme más en el colegio (ahora que iba a la secundaria). Yo era bastante bueno obedeciendo, así que le hice caso.

Después del primer mes de clase en el colegio, llegaron las libretas de calificaciones. Hasta ahora recuerdo el shock emocional de mi mamá cuando vio mi nuevo promedio: 17.33 de 20 puntos. Estaba desecha. Siempre fui un alumno de sobresalientes (19 o 20). En cambio, David Acosta, nunca había estado tan feliz. «El Acosta» fue uno de mis compañeros de grado y apenas se enteró de mi nota se fue saltando de alegría (ahora me rebasaba por un par de puntos). Por supuesto, me hubiera encantado tener un promedio alto, pero la verdad es que no me importaba. Ahora el colegio también era un lugar para divertirme y no únicamente un templo del saber. Evidentemente no todo iba mal, hubo clases en las que despuntaba (primero matemáticas y luego física), pero esas eran materias en las que era extremadamente difícil equivocarse. Vamos. Si te ponen una ecuación al frente, solo hay una forma de solucionarla.

Me gradué sin honores (igual que en la escuela) y después procedí a la importante carrera de no hacer nada. En serio. No hice nada. Me habían hablado tanto de la importancia de escoger la carrera adecuada que cuando llegó el momento preferí la parálisis. Tuve la suerte de salir «no favorecido» para el servicio militar obligatorio y así pude eludir la terrible responsabilidad de elegir una carrera. Y no es que mis padres no trataran. Me llevaron a un psicólogo vocacional que me dijo que podía «seguir lo que quiera», aunque recomedaba algo que no sean física o matemáticas. También hice una prueba costosísima después de visitar una feria de carreras. Lo bueno es que no pagué. Es una historia corta así que la contaré de paso.

Fui al centro de exposiciones Quito y uno de los stands ofrecía pruebas gratuitas para saber qué carrera seguir. Te daban un papel con el nombre y el número de teléfono. La feria estaba a reventar así que yo llamé después de pocos días e hice cita. Era un edificio nada llamativo, una oficina pequeña, pero la prueba era claramente más compleja que cualquier otra prueba de afinidad. Me demoré noventa minutos. Cuando acabé de llenar todos los cuadros (era una prueba semiautomática), las hojas iban a una máquina que imprimía los resultados (el operador balbuceó algo de una patente extranjera y de una impresora que cuenta el número de impresiones). El representante de la empresa vino con un sobre que no estaba sellado y me pidió que pague unos 150 dólares americanos. Entonces me reí —incluso hoy esta historia me da risa— y le expliqué que no tenía dinero. Le recordé que su empresa distribuía papeles promocionando una prueba gratuita y que vine por eso. El señor trató de convencerme, pero era como querer agarrar arar en medio de un tsunami. En serio, no tenía dinero. No sé qué tan «accidental» fue esto o si ese era su modus operandi. Al final, el señor dijo que podía hacer un trato conmigo. «Después de todo, tus resultados ya están impresos». Su idea era que le pague con información. Que le de los nombres y números de teléfono de todos mis compañeros de colegio. Fácil. Meses antes de graduarme, me dieron un directorio telefónico con nombre, foto y teléfono de cada uno de los alumnos del colegio (sí, en serio). Le expliqué esto al señor que tenía al frente y seguro quiso matarme cuando concluí con «pero no sería ético». Al final, claudicó. Mi personalidad y cerebro estaban entrenados para ser… redoble de tambores… traductor e interprete.

Si hubiese tenido un poco más de visión de mundo, hubiera tomado su consejo. Me encanta traducir textos. No solo aprendes cosas nuevas durante el trabajo, sino que te expones a varias temáticas, conoces gente nueva (aunque sea de forma impresa) y te expones a culturas distintas. Encuentras patrones comunes entre tu lengua y otras y, en general, amplías tu visión como generalista. Además, las pocas veces que he hecho de interprete simultáneo me han felicitado, y eso que traducir a gente como Julian Assange no es nada fácil. En fin. Yo también traté de encontrar la senda adecuada, aunque nunca hallé nada concreto.

Elegí medicina (esa sí es una historia larga). Todavía vivía en casa de mis padres y creo que mi hermana estudiaba teatro. Nuestra situación económica no era de las mejores, pero esa era una preocupación de mis padres. Yo apenas lo notaba. Si algo de bueno tuvo mi vida es que me hizo estoico. Siempre tenía lo que necesitaba porque ir en bus, leer libros y contemplar la vida son lujos harto baratos. Ahora, estudiar medicina en una universidad privada no resultó barato. Mi única opción era obtener una beca lo que implicó estudiar bastante. Recuerdo que me dormía leyendo y me despertaba con una alarma a las 04:30 de la madrugada. Llevaba libros a las salidas familiares o sino simplemente me ausentaba. Volví a ser el niño de escuela que se esforzaba poco en hacer amigos, pero que se esforzaba en aprender lo que más pueda.

Me dieron un cuarto de beca. Medicina era la carrera más difícil de la universidad y aunque estoy seguro que tuve uno de los promedios más altos (o el más alto para entonces) en la historia de la facultad, no hicieron excepciones: 25% durante el primer año. El segundo año sí hicieron excepciones: 50%.  Quizá haya sido esta obligación de tener buenas notas lo que me transformó nuevamente en el niño de conducta perfecta. Recuerdo claramente cuando el Juan Esteban (el segundo mejor estudiante) se quejó de esto. Seguramente querían cancelar una clase y necesitaban que todos estemos de acuerdo. Y casi que era así, pero estaba yo. Lo que «el Juanes» dijo fue «qué este man no tienes vida social». Y estoy seguro que lo dijo como insulto o, al menos, con algo de tono despectivo, pero era la verdad. No tenía vida social. Eso era lo que me permitía estar en la cima de la pirámide. Aún más importante, no tenía preocupaciones en casa. Mis problemas más grandes al final del semestre no eran mis notas sino las de mis amigos, y luego las de mi novia. Pero esas preocupaciones rara vez impactaron mis notas porque eran cosas que sucedían después que acabaramos clases.

Mis notas empezaron a deteriorarse al final de la carrera, cuando encontré cosas que hacer. Cuando conseguí una novia estable y me involucré como voluntario en un activismo deteriorante. Me gradué con honores porque las notas evalúan promedios y no desempeño presente. Cuando trastabillaba en los últimos semestres, recordaba las palabras del Juan Esteban. Efectivamente, no era mejor que mis compañeros, sencillamente tenía una vida más sencilla, un hogar estable y pocas distracciones (el Juan Esteban no es mala persona, también me comparó con «un ninja» después de nuestra prueba de genética).

Les cuento todo esto porque no puedo estudiar. Me puse a escribir de la pura frustración. Ya no vivo con mis padres y tengo responsabilidades nuevas. No tengo quien haga mi cama y arregle toda la casa. Ya no soy un señorito que tiene la vida arreglada y puede darse el lujo de tener notas perfectas porque «no tiene vida social», incluso en medio de una pandemia. Extraño los días sencillos, la mente poco distraída y mi capacidad absoluta de leer lo que quiero o lo que necesito cuando me venga en gana. Si tienen ese tesoro, aún no lo pierdan.

Vancouver, a los doce días del mes de noviembre del año de la Pandemia.
Desde la computadora de escritorio adquirida para la esposa y sustraída en aras de terminar un doctorado que apenas empieza.

P.S.: Casi me olvido. Este blog es una de mis preocupaciones (cuesta unos 15 dólares al mes). Consideren comprarme un café.